jueves, 7 de octubre de 2004

12. Lejos del noise

Estoy viviendo una época de progreso,
estoy a punto de marcharme a conquistar la suburbia de ensueño,
estoy viendo mi cara en la tele,
estoy abstraído por los comerciales populuxe;
estoy casi en brama,
estoy dispuesto a todo por conservar mis privilegios,
estoy desmaterializando a un opositor con una descarga de ideas nuevas,
estoy sonriendo como proto slackpie;
estoy mandando un e-mail de rigor académico,
estoy casi seguro que aún estaré vivo el día de mañana,
estoy cuchiplanchando en un club pop de vacaciones imperfectas,
estoy imaginándome un cómic de porno ficción;
estoy tranquilo escuchando los grandes éxitos de los Ramones,
estoy superdrunkie en una sesión de Amigos Agresivos,
estoy peleándome con medio mundo por el remoto,
estoy haciendo pesas para sacarme una foto desnudo bien cachas.
Estoy buscando otras experiencias que me sorprendan un poco.
La vida es bella, soy feliz.
Estoy tan lejos, tan lejos del noise.

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revisión 2004: Es el tipo de textos que sacan de onda a quienes leen el libro. Es un cuento? No, por supuesto. Citas y guiños a grupos de spanish pop (Vacaciones, La Mode, Los Vengadores), Charles Manson, los fanzines, a la VivaFamilia, a revistas como la mí­tica STAR y, claro, a los nunca bien ponderados Ramones. Apareció publicado en la muy criticada antologí­a El Margen Reversible que edito el Instituto de Arte y Cultura en Tijuana en el 2004 . Btw, es el texto que le da tí­tulo al libro.

lunes, 4 de octubre de 2004

13. goodbye, superdrogas

Lo reconozco, it’s so fuckin’ true: life is an inevitable plastic scene. Y no lo digo riendo con esa cínica mueca de polivoz que tanto me criticas. Lo digo como cryptic unabomber, con la desilusión de un anarco-progre en Madrid, con la inercia de un siniestro replicante de Benneton. Del modo, la manera y en la situación que tú querías. Diletante, oneironauta, posesivo y heterodoxo. Just like honey, insertado en tu buzón como junk mail, smiling like a savater child.

“Ya no más, superdrogas”, dije con acento radial.

Lo siento, pasa que ahora estoy más antiséptico y monstarr que mis amigos muertos –históricos, estridentes, analógicos, junior clase A-, que corrieron con suerte de perro en una situación de dominio o exterminio. Sincero y desesperado, volviendo al parking electrónico, desafiando al poder infantil de los videojuegos y escuchando de nuevo aquella sintonía pop de juventud perdida.

And I say “Ciao” una vez más. Todo fue too fast hasta para mí. Demasiado complicado.

Un vano temporal, el breakbeat tan reconfortante como la necesidad de una prótesis quirúrgica y la tranquilidad otorgada por las neon ligths interactivas en aquel salón de papas fritas. Ya paso el momento en que, dependiente del servicio telefónico, estuve inscrito en el padrón de la telebasura, amarrado con fistol al club de los puercos sensibles. Puerco your father, puerca tu madre, puerco tu estigma de santidad dañada.

Por ahora I want some kind of wonderfulness. Un vocoder pacificador, agitar otras acciones sin la pastilla roja, dos t-shirts medianas de Keroppi, una nueva tipografía que conecte y rompa el monopolio. Algo que me haga olvidar tu dosis de killer friendship, el traspase de pacheca happiness en la ruta sanguínea de la inconformidad social (o de las tantas cosas que no volverán). Quiero olvidar esa sucia jeringa de mentira próxima al frenesí, tus manos temerosas como lollipop de corazón o el treinta por ciento de infosoledad que nos ha sido impuesta sin la debida reclasificación de archivos.

No puedo soportar más tu ideal de eterna temporada alta, de turismo de luxe, de abonos que son mil años más viejos que yo, de ofertas y rebajas felices, de muestras gratuitas que insisten en pregonar la visión del fracaso como algo positivo. Hoy quiero olvidar ese absurdo temor –o era confusión?, nevermind- que dejó huella en la memoria por las malas decisiones, el espejo interior convertido en depósito central del signo de los tiempos y la cosecha de estertores vía satélite.

Soy inocente, I know.
Tú eras superdrogas, yo no.

Recuerdo que los dos –vaya par de infortunio y fantasía- transitábamos por un freeway de acceso remoto con algo más que speed in the blood. Una grieta de eufórica generación, friends tan frágiles como fargo y soul. Respirando un sentido de libertad amorfo, habitando por momentos aquel universo paralelo que nos hacía parecer mucho más idiotas de lo que realmente somos.

Todo cambió tras aquel inesperado brincoteo del compacto en el Sony portable. Nunca sabré si aquel skip fue producto homicidio o una trampa que no pudo esperar la ocasión mejor para mostrarnos un nuevo punto débil de verdad y consecuencia. Ahora el panfleto que escribimos, la marcha que encabezamos en mangas cortas, nuestra furtiva promesa de que todo era nickel, el eterno fraseo de “ridicule is nothing to be scared of” es, de momento, old news.

—What a stupid life, qué truco tan barato.
—Igual. Sí, igual.
—Ok! I don’t need things so freakies. Confío buten en mí.

Sin embargo, no importó cuanto quería creer, todo se perdió en aquel segundo de choque. La espiritualidad del viaje desapareció tras el chasquido de metal en la carretera y tu cara era otra, superdrogas. Se asomó la duda y, with the shattered future, me confesaste todo y nada a la vez. Tenías que poner en equilibrio tu mal llamada shockadelic life, tu hermoso triángulo de distorsión. Sé que los extremos nunca fueron de tu agrado, te eran incómodos como un mosker fo!, atractivos como tabú pero, ¡qué curioso!, participabas como pro-destroyer en juegos extremos con aquellos hábitos negros que me di cuenta –justo a tiempo- eran prestados, alquilados en algún big outlet de los suburbios.

Bajo el amparo que dan los ansiolíticos gritaste que estaba en off, perdido en una fiesta de pueblo, que ya te limitaba el vivir en lo absoluto y que despreciabas mi facha after special. Que olvidara el reel number three, que no me lo merecía; que en lo azul resultaba obsesivo como monosynth; que la aventura conmigo era como tener de copiloto a un genio a punto de ataque masivo. Después lo peor fue el frío, el reportar rencores y sueños en vivo, los sorpresivos análisis, la teoría budista del ruido y el enganche a la cultura del “deseamos que vomites”.

Dios es igual que esto, tan niño muerto; la peor droga dura que consumimos antes de la derrota. Pero está bien, está bien: ya no hay razón para seguir jugando al junkie cuando tú eres tu propio Mental Health Center, tu propia novela in progress, tu propia duda inmersa en fuego. Vamos, que sólo eres lateral de inquieta estrategia, un par de frases incoherentes plasmadas en el portal de la tienda de la esquina. Una cabeza de radio, un placer desconocido haciendo el amor con su ego. Recuerda, yo no soy camafeo en esto de nuevos hits radiales y minutos estancados en los que no se dice nada, pero –I’m so sorry- aún no me atrevo a dispararte con afán de lucro. Si un día lo hago será porque es tan divertido como coger o tan ligero como nuestra locura por las estrellas.

What a shame! Ya nunca pondré mi fe en nada, en nadie.

Tanto despertar, a ratos inconsciente, para malsoñar el gris y repetir discursos en bares infames con tragos dobles y chicas cruzadas. Reír inflamado por tanta pasividad en alquiler o clavarse en aristas tequila techno magazines y engañar a una mitad sujeta a fibras sintéticas y sentirse mal por retomar las once curvas de infinito y dejarse caer y azotar la conciencia con gritos de celebración funk and be mocked of all emotions y alejarse ingenuamente de todo aquello que siempre nos supo mejor y sentir nostalgia por la nueva dirección de nuestra vida y esnifarse el último gramo de poder fantástico y balbucear el deseo estereofónico en nanosegundos e ignorar el terrorismo familiar al vivir un presente de bajo y batería que ellos rechazan por su fracaso personal y ponernos a llorar en fiestas tremendas y salir de ellas con toda la furia posible y besar la acera mojada con fellinis de colores ruidosos y sorprendidos fingir discretos que todos va bien y decir “Yes, I leave it!” para acercarse sincero al precipicio deseos de pequeña delgadez sombras la cadena de Jesús y María tinkertoys de infancia Commodore y enrollarnos en una pelea infernal por salir lo menos dañados y requerir los servicios de una voluntad insumisa que deambula intoxicada por los caminos del ayer. Todo por no escupir una verdad que suena a dub calidoscópico, una correa de respuestas que siempre nos pone nerviosos o esa trayectoria balística que rompió tanta inocencia.

¡Cuánto tiempo perdido, superdrogas!

Sólo queda preguntar: ¿para qué emborracharme contigo si no compartes el delirio, para qué inyectarme tanta mierda in-between days cuando quiero otra cosa nada semejante al compromiso, para qué tragarme tanto emo-core que provoca mil esfuerzos y breakdowns, para qué aspirar una felicidad convencional para adictos a la esperanza hilada por los Technics? ¿Para qué, para qué?

¡Hey! ¿era necesario tanta provocación?

You never understand anything about me.

Soy una vuelta al negro, homenaje saudade o el sonido de la multitud, la caja del diablo, una luz que nunca se apagará, el extranjero full de radioactividad, una nueva forma por venir doblemente fácil y permanente. Do you know more? Lo de antes no funcionó, y aquí, como en todo, pierdes oportunidad si no circulas y ya ves, el camino más duro lo he empezado a recorrer solo.

Hoy irradia en mi cuerpo el consejo pegamoide de romper el espejo y dejarme llevar hasta el final. Yeah, sobreviviré como chinarro la tormenta en la mañana de la vida. I’m happy when it rains, so fuck you.

Goodbye, superdrogas.

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revisión 2004: Este texto apareció publicado en la revista Complot. Es uno de mis textos más estudiados en universidades (y no, no trata de drogas). Demasiadas referencias musicales, demasiadas frases de mis amigos.