viernes, 31 de diciembre de 2004

Lejos del noise

Lejos del noise (amici, trips & loops)

01. Übertrip
02. la canción disco
03. planeta infierno
04. ultrapop
05. pánico en iketa
06. christina on my mind
07. the problem with us
08. nada(s)
09. you can’t win
10. got.no.time
11. fade in, fade out
12. lejos del noise
13. goodbye, superdrogas
14. todos mis amigos
15. paraké
16. rollercoaster

Moho, 2003

lunes, 27 de diciembre de 2004

01. ubertrip

Agradecimiento, no confusión. Ese fue el mensaje central para resumir lo que vino después. Filling in the blanks, hoy por hoy excitados ante el peligro. Todo caótico exilio y perdición [nadadora] [ur fascista] [color caramelo]. Enrejados, traspapelados, olvidando cifras para no pensar en ello, crucificado time off, relajada tensión, tomando café, en terapia de alarma, repasando el video tape de estimulación mental.

Absurdo reclamo en fa, en typo emigré, pavement rubio y deshecho por las lluvias. Indisciplina como fix. Es que sí, that person, it’s me; tú eres aquella otra. En este Hall of Mirrors se ve tan claro. Todo lo rojo es negro, todo es Microsoft, todo es melodinámica en transición. Mentira, no ha dejado de ser una posibilidad grogui inspirada por agujas, Technics, beats grasosos, E’s y muchísimas caritas sonrientes. Respirar. Tú, yo, él, ella, nosotros lo compartimos todo: el desparpajo del estilo, friends de la sopa instantánea y el récord mular de speed garage que nos vio crecer en intentos. Tras esa fiesta inolvidable, a perfect choice: un rayo de sol para la última tentación de paseo y madrugada. Totalmente cierto, ayer lo confirmaron sistemas de sonido y videocámaras de seguridad en un correo de treinta mil bytes que ya impreso paso de mano en mano.

So, wanna a hit? Un verano feliz, el montaje de la primera retrospectiva del Club de la Apatía, colgados de la novedad, observando desde el viejo minarete una procesión logofilica de la juventud triste de los suburbios, la caída de la economía y sus esquemas de reducción, intuir la complejidad de las cosas que dentro de poco vendrán. Come on, let’s do it. Again and again and again and again. Juntos tú, yo, él, ella, nosotros en una nueva dimensión que promete ser de lo mejor, picos de esperanza precipitada y euforia sin justificar. Dulce tentación.

Ahí nos encontramos los que escupimos y cupimos, los que dejan abierta la puerta y sonríen como farolitos. What’s happen now? [sic] Alguien tenía que poner on-line el cruel circo de anuncios fortuitos. Detonar la bomba, porque sí y porque ya no hay tiempo para agobiarse, la pena ajena nunca fue un pretexto, tan sólo un yield de liga intertextual. Una falsa esperanza. Cómplices, cercados, envueltos en celofán y cristal, arropados por la inconsciencia, bendecidos por el alcohol y esa cosa siniestra [voluntad propia]. ¿Vamos a explotar o qué? Necesitamos algo más que inseguridad, necesitamos dinamitar la ciudad.

EQUAL is not a small word. Si todo fuera tan sencillo, tan relajante como programa de auto ayuda en doce pasos o, por lo menos, tan distante como una forzada cita al filósofo post-desencanto que nunca entendimos. ¿Importan o no los susurros de mil adictos al karoake pop, los escándalos de superstars en potencia, las dulces lágrimas de las mujeres malas de matar, el impulso caníbal de maffia ware? En ocasiones como ésta, la miseria es un buen cómplice.

El fracaso es positivo, al menos para ellos que llevan las gafas negras de moda, desayunan fruta con stickers y sueñan con el hip hop de escalera. It’s so droid to kill our emoTVity, my little underground, cuando las cosas son claras por primera vez: catalizadores de revoluciones de lo que debiera ser y nunca es, un estado general de entusiasmo, una simple manera de sobrevivir en la nada. Toma aérea del lado oscuro y un disfraz para todas las fiestas futuras. Vivir para morir o volver a ser. Decir “yeah, yeah” como clave de acceso a un ruidismo selecto para intereses subterráneos y singles de importación. Danos tiempo y derribaremos todo lo que motiva seguridad [a-n-y-t-h-i-n-g]. En contra, el resultado: un emotional crash con swing de rabioso compromiso, gente abollada y corazones oxidados. Brete será un buen nombre para lo que salga de aquí.

Sad besarkada para un hombre sick de consumo interno. Avienta tú la primera piedra, yo jamás pondré la otra mejilla y all of us, what a fuck, grabaremos nuestro nombre en el santo cadáver de sus miedos. Él vendrá a jalar el gatillo y ella también, con una sonrisa de amiga. Esa será la primera muerte en Viva Familia. Ahí estaremos respetando por un instante nuestro presente, beyond(eados) en una situación construida, mandando subverfaxes and drinking vietnamitas como siempre. Daté prisa, take a polaroid que momentos felices como este no duran. [click]

jueves, 23 de diciembre de 2004

02. la cancion disco

La city brillaba por la oferta eterna de las luces de neón. Los Happy Children de la Revolución tomaban la calle principal para confundirse con los turistas, eludiendo a las chicas fantasma que amenazan con destruir tu reputación y un etcétera de gente en vértigo por la implacable búsqueda de felicidad. Todos caminábamos distraídos, con cierto miedo, sin seguir el punto en el que dicen hay que estar. Como death trip psychos que nadan por primera vez. Sabiendo de antemano que todo puede pasar cuando tienes la fe guardada en esa ánfora llena de anfetas y mensajes urgentes; cuando la frase de “Come on, baby. Get down and dirty” es sólo el inicio, un proyecto de noche.

Johnny encontró a Sara en la pose clásica para ligar: los labios mojados, entreabiertos y la cabeza apoyada ligeramente en el respaldo de la silla, atontada por el esplendor sicodélico de los estrobos. Esperando inquieta, con el cuello impregnado por el reflejo fluorescente de un letrero, con una sed anterior a la tardanza de hoy. Sara, estrenando moderno corte de cabello, llevaba de regalo unos EP’s de rare grooves, idm y techno pop que compró en su última excursión por Europa en un amable intento por hacer las paces. Johnny, en franco desdén y estocada, le contó de la repentina muerte de su hermano y del importe de sus estúpidas llamadas telefónicas por cobrar.

Hasta ese día no hubo nada que celebrar. Irredentismo puro, teenagers in black clothes, dolor fuerte y ecos del mejor Bowie. En esos términos, empezó la charla. Sara y Johnny hablaron por un momento de libertad condicional, de flores muertas y esa práctica continúa de sexo público como si fueran simples ensayos didácticos de orquesta. Entre tanto, Miki —con su habitual camiseta de Mogwai— saludaba a William en desfase total y todos los demás —qué curioso, ¿no?— bebíamos cerveza lager. Parte del crowd de gringos estúpidos coreaba drunkie el “Vive le rock” mientras otros igual de estúpidos miraban al conjunto de blondies enfundadas en ajustadísimos trajes lycra y camisetas de «Freak out tonite». Dos a.m. Apenas.

Diez o quince minutos después, el DJ anuncia eufórico el tradicional concurso de tetas teniendo como fondo esa canción de hip hop que sólo a él le gusta. Sara, tan complaciente cuando está borracha, no deja de sonreír al ver a Johnny besar en los labios a todas sus amigas —Katerine, Sadie, Cindy, Angélica, Munki— reunidas por el simple efecto de aburrimiento. Por un instante, pensamos todos —que enfermos, ¿no?— en aquella chica con el rostro de niebla que escapó de la masacre, esa que vimos bellísima con su t-shirt de «Inside Me» la madrugada de ayer en la televisión por cable. Un estado general de entusiasmo.

Inicia el concurso. Desde la terraza, sólo escuchamos los aplausos y los gritos. Sara y Johnny coinciden en que nunca se habían puesto límites; antes él la golpeaba a cada rato y Sara, riéndose con todo el cuerpo, le pedía más cosas buenas. P-u-s-h-i-t, it’s really good. Los excesos eran gustos compartidos entre notas secretas y archivos de fotos, entre la rutina de la tele video y esas cenas tontas en las que se hablaba de un peculiar gusto por la kultcha tedesca. Ahora Sara confiesa, con lágrimas que casi traspasan sus divinos lentes Optical Affairs, que tiene las heridas de Cristo y Johnny se sonroja. De verdad, le dice, tengo hambre, tengo un STD en cuentas por pagar, tengo miles de anuncios por vender.

Oye chica, le contesta Johnny en un tono que recuerda ligeramente a Bryan Ferry en su mejor época, “No me vengas con historias. Remember: el caos es una palabra de cuatro letras y el escudo del Capitán América forever me protege”.

U-n-b-e-l-i-e-v-a-b-l-e

Viene la descarga de insultos y luego, la pelea. Ella le dice que se haga una prueba, que fue su culpa. “Fuck you, I always use a condom. You know that, Sara”. Alrededor no entendemos lo que sucede; sin embargo, nos parece hermoso ver como cae el remedo de falsa espiritualidad tras los susurros de un proyecto de interés social. Ahí va toda la filosofía de primera fila y ese feeling so weird de estar instalados en el spotligth de un asunto menor. El talento doblega al orden como gato al sol. Despejadas las variables, ella repite como loca aquello de “Quiero vivir mi vida, quiero divertirme, quiero ser feliz”. Jump, jump, jump around. Sus gritos, de rigor extranjero, nos provocan un ataque de risa cuando, cinco o diez minutos después, la vemos agitar ligeramente sus tetitas que Johnny muerde con gusto y dedicación, sin importarle que alguien, uno de los gringos hornys, tome una polaroid en plena faena. Enferma o no, Sara se da cuenta que Johnny y ella son uno mismo.

Sh-sh-sh-sh-sh-shake it!

Serge, recién llegado de otro bar, ve sorprendido como una concursante muestra, con increíble desparpajo, lo clásico del calendario. La vida es un placer, “Take it off, baby” es el grito que une en un esfuerzo a gringos macarras con el contingente de local kids. “Take it off, bitch”. Miki, como siempre, pelea por un palco de honor y, en el intento, empuja sin querer a un trolo cuya cerveza moja a William. “Take it off, bitch” es la respuesta de libido y persuasión ante el estímulo visual de pechos bronceados y traseros de acero. “Take it off, bitch”.
We want some pussy.

Es inevitable, sucede todas las noches [no se vale el olvido sobre ecos de censura]. Un golpe seco rompe la calma e inicia la contracción de la parte por el todo. Otra disputa a ritmo del último remix de un éxito electro de los ochenta. “Take it off, bitch”. Miki es too smart, street smart a tope, esquiva el derechazo del trolo, suelta una patada killer directo a los testículos que levanta al pobre tipo que luego se dobla del dolor, lo que aprovecha Miki para ensañarse con la percusión. William, que no sabe bailar, se pone esquizo al ver los pezones rosados —erectos por el frío— de Irina que juega, contagiada en espíritu, a intercambiar saliva con Sadie en una de las esquinas. “Take it off, bitch” es el reclamo que se repite una y otra vez. La concursante número seis juega a complacer a la audiencia para ganarse cien dólares y una botella de tequila. Another round of beers!, gritamos entusiasmados al mesero bilingüe. Miki gana la pelea y, al trolo, un nobody con el uniforme oficial de Nueva York manchado de sangre, los primates de seguridad, amigos nuestros, lo echan del club.

En la terraza, el match entre Sara y Johnny termina. Risueños, miran acercarse a un tipo muerto de sed, quien recita de corridito:

“Hey brothers and sisters / la última canción disco me jode sin cesar / es una remezcla de esquina peligrosa / muertos los poetas del noventa y ocho / todas las putas cervezas / las reviento con mis jodidos dientes / soy un perro en brama / soy la Wonder Woman / soy el scratch maldito en la sinfonola / la canción disco que nunca termina.”

Sara y Johnny, borrachos por completo, caen al piso. El poeta, con mucho toque y una cierta indiferencia a los sistemas de control, se abalanza rápidamente sobre las bebidas. Incursiona sin medir el peligro, neutralizando la ansiedad, logrando concretar al instante. La música suena tan apabullante que minutos después, cuando Sara y Johnny logran incorporarse, todo vuelve a ser exactamente lo mismo.

viernes, 17 de diciembre de 2004

03. planeta infierno

Llegamos cuando todo estaba dicho. Y nos reímos de ello, de la representación y del humor que despellejaba nuestra primera fantasía como ola de mutilación. Demasiado surf, demasiado moderna. Ya en el punto culminante de la fiesta, él no paraba de fumar cigarrillos importados, su chica bebía a traguitos una mala margarita, Miki en búsqueda desafortunada por un sustituto para el placer más íntimo, Cindy deslizándose en glücklich, tú sonriendo sin saber el por qué de mis peinados y yo, picnic en el parque de lotería y confusión.

Todos hablábamos de cosas serias, de lo bien que se vive aquí, de cómo nos jode ver a esa sarta de malditos indios sin glamur, de tomar posiciones ante lo ineludible, de las nuevas formas para viajar, de la manufactura del consumo actual y la ira del camino. ¿Qué es lo que suena?, pregunto. ¿El último disco de Mouse on Mars?, pregunto de nuevo. Mi vista se queda fija en el DJ del evento de ayer, lo captó en contorsiones propias del space-dub; luego me detengo a observar a esos dos trolos pachecos con tenis negros Nike que siempre insisten en pasarme bumpos.
Podría saltar pero prefiero seguir en el Planeta Infierno.

En el hall, me encuentro al mejor amigo que he tenido en mi vida. Le digo “Taste the floor” con el saludo babulín (agitando la mano) (como limpiando algo). No me ve, está perdido en Nua1, la nueva sensación de euforia que registra la city. No importa, he llegado a los cien mil kilómetros casi en perfecto estado, sin ajustes ni inquisiciones, haciendo un despliegue público de pensamiento independiente, una ad-free mind que comienza a andar sin tomar en cuenta la destrucción del entorno.

Podría saltar pero prefiero esperar o bailar en el Planeta Infierno.
Una pelea funciona como incidente flop, aquel que registra la intensidad up beat de las canciones felices de los Beach Boys. Veo emocionado como una botella de whisky legítimo se estrella magnífica en el rostro de Equis; su novia, superblonde, gritando histérica un “Wer ist Gott?” es la peor defensa. Es triste apreciar como su maquillaje desdibuja los colores de moda y que todos, después de la sorpresa, siguen en lo suyo mientras el cuerpo de seguridad se lleva a Equis ensangrentado lejos de aquí. La chica perfume entrelaza mi mirada y sonríe cómo acordándose de algo, ¿de qué...? I don’t know, ya no recuerdo si lo hicimos o no. Hace un mes, anteayer, hace quince minutos. Yo no conservo nada, la memoria siempre me falla. Lo único que sabía lo he regalado mientras caminaba a este sitio. Todo mi pasado y presente. Por eso estoy aquí. Agitando la reserva de ocio futuro.

Rápido paneo: Esto es personal de serie B, esto es la frecuencia del subsuelo. Sinestesia. Miki huele a pan Wonder, a gente llamando a casa tras recuperarse de la última depresión; Cindy, demasiada inquieta, intercambia anfetas y su novia bigtetasminiyplataformas me descontrola con su particular estilo de fumar que maquilla una intención reformista que insiste año tras año. Tú interrumpes, como de costumbre, el encanto al preguntar: ¿Qué hay de nuevo, peep show? Es tan estúpido, ya me siento listo para evacuar la zona de desastre, contestar el anuncio, renegar tres veces o llevarte a casa sin intentar siquiera tocarte.
Antes de llegar he regalado todo: el único mes que viví feliz, la claridad de mi mente, el feedback de los pocos días felices que recuerdo, la velocidad de un viejo modem, el arreglo de flores artificiales que nunca mande, una tía amargada al ver a Jesús trabajando de cómico en la TV, un album de fotos, el turismo barato que nos visita los veranos, mis monkey boots. Por eso estoy aquí, tomando smart drinks y sonsacando idiotas. One more night.

Los escucho hablar. Y hablan mucho, nunca se callan. Y preguntan: “¿Recuerdas el primer single de Joy Electric?”. Y contestan: “Lo que ayer hacíamos, ahora es carnaval”. Todos en inicio de resaca, conquistando elogios de ignorancia, polvo de estrella. Yo ya no quiero regresar a viejos tiempos. Sé que algunas veces los fracasos son positivos pero odio los detalles. Voy a fundar mi propia agencia de viajes, haremos un tour con nuestra alma mulata, la sencillez del verbo, nuestro Ludovic sonriente. Shut up, me dices, ¿qué no te das cuenta que todos mienten? Nada vale la pena, pal. Sí, contigo al lado hay que decirle adiós a cualquier intento de totalización y trascendencia.

“Es imposible tenerte junto a mí. Resulta paradójico que lo mismo que nos une termina por separarnos”, te digo en un vano intento por hablar en serio, mientras que veo el triste apogeo del sex for money. Pienso, al recordar un libro neoyorquino: ¡Qué extraños nos vemos al desnudo! Sí la ropa ayuda. En mucho. Yo prefiero vestir de traje, como hoy. Es lo poco que me queda, mi único reflejo. Ustedes bailan, Miki también y Cindy lo hace mucho mejor. Agitan sus cuerpos, espasmódicos, se ven bien bajo las luces. La droga ayuda. En mucho. Yo prefiero reír sentado al borde de la escalera del Planeta Infierno.

Podría saltar, pero no. Aún no es tiempo.
Seis a.m. Gente entrando y saliendo del vortex afterhours. Saludo, otro trago más, me divierto. Unos beben, otros bailan, algunos tratan de ligar, otros pocos desaparecen cabizbajos y vuelven aparecer ya armados. Cindy revisa una cartera llena de billetes y tarjetas de crédito, Miki se estremece escuchando un tema que me recuerda esa adolescencia cada vez más lejana. Tú me distraes de nuevo al reírte de algo terrible, él apunta un teléfono en una tarjeta amarilla. ¡Vaya sorpresa!, es el nuestro.

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revisión 2004:El título fue tomado de un tema del grupo Juana la loca, indie pop

viernes, 10 de diciembre de 2004

04. Ultrapop

Ultrapop registra con su cámara nuestro furor en carrusel. Cada vez que nos mira, habla el demoledor deseo de imprimirse big star, en decenas repetidas, colores primarios y ampliaciones bancarias. Es un héroe de ocaso y sentimiento, uniforme 501 y grandes agujeros que se reconforta en el desliz de una chica: mi chica cuya sonrisa, subrayada como fuerza de oposición, me escandaliza a las cinco en punto y que, sin exageraciones, borda en mí cicatrices antiguas.

Mi chica es toda lluvia dorada, prime choice, reportaje nickel de portada y páginas interiores, divino lustre que besa mis heridas sin demasiado artificio. Ultrapop la capta abierta, emergiendo en super slow motion con su cara de discordia; me capta en buenas vibraciones, buscando un show de talento tendido en la cama. Es ella, mi chica de calma rota; soy yo, una sierra, apenas desajustes al enchufar una armonía que hace ver el fracaso como algo positivo. Somos dos disparando vagas cenizas en dirección a un vencimiento logrado a priori. Juntos, mi chica y yo, damos vida o idea de una mentira como veleta que no deja de girar: somos un fomento de fondo diverso, el reflejo de unos cursos con diplomas y medallitas, una maniobra de 17 años que hasta ayer fue fiel a sí misma como el funk diabolum en los ochenta [Una voz en off que no reconocemos se sitúa inquieta en la escena como rayo de luz].

Ultrapop nos absuelve con movimientos rápidos y el fulgor de su flash, vitaminado hasta la última fila por nuestra dicha de sal, nos envuelve en crudo efecto celofán. Es caribe tornasol y suicida. Mi chica y yo no paramos de fornicar al lente de garage interior, mi chica moderna devora todo lo que poseo, le saca jugo a mis entrañas en un tilt up; cree que soy un ticket premiado, un disco de doce pulgadas. Yo le hago sentir desdichada, boxeo, muerdo sus pechos de bronceado veraniego y trapeo todos sus temores en víspera de terapia antes de girar en dirección a su culo ye-yé. Me enciendo, la enciendo fácilmente, soy tan violento y simple como tambor de contingencia urbana, el disparo inocente que inició nuestra plegaria en delay.

Ultrapop nos amenaza con su armada de cables y micrófonos, su aullido es la señal de corte. Al escapar del encuadre, siento la presión legal de ser protagonista con el uno por ciento de probabilidades y el escote triangular de mi chica, empapado, sudoroso, pegado como pesadilla a mi piel calamar. We’re bumpos, estamos encandilados por el último secuestro, semilla de noche vieja y triste cuarto de hotel sin estrellas. Imaginándonos, sensibles, la muerte de Poch; en el escaparate, saludando a Balthus; en Nueva York, desnudos tomando el sol; aquí, rompiendo números sin suerte.

Ultrapop sigue en marcha, el close up de nuestros periféricos lo recrea en stamina, respira profundo y grita: “¡Sois perfectos!” [La voz, cada vez más próxima, enlista sus cosas favoritas]. Mi chica se ríe, yo pongo mis cojones candado en el piso. Ultrapop quiere diálogos calientes, oraciones a María, desatinos azules. Yo quiero beber y mi chica se divierte al decir palabrejas en francés. “Don’t fuck me with your cultura de barrio fino”, le contesto. Si somos idénticos; que más dá hacerlo o no.


—Detesto el cierre de tu boca, qué pálida luz.
—Inserta esquizo, edema de Kostabi— grita mi chica pegada al estéreo.

—Pelea o finge. Give me good clean fun.

Nos separamos muertos de risa. Mi chica y yo. Ella, transgresora como ensueño, se levanta y camina segura, desnuda noticia que carcome, con destino a la mesa. Yo la sustituyo con la firmeza del puño de dios. Enfermo de monotonía, Ultrapop nos pide más. Una pelea de fondo, algo que explote en el momento justo, bofetadas o sangre, otras sonrisas que destruyan el optimismo. Ultrapop es experto en su negocio. Nada de tomas aburridas, paisajes muertos o pirotécnicos dobles de tinte fluorescente. No, Ultrapop quiere nuestra cercanía entablada en el frenopático y puesta al día. Apasionada e irritada, dolorosa y punzante, coloquial y certera como poema de Panero; lo demás, asegura, siempre serán filtros de azar que no sirven de nada.

—¿No te parece que ya fue suficiente? —inquiere mi chica.

Voy por ella. Sin tropiezos, erecto, ruidoso como libido chupa-chup. Ultrapop tira otra cinta por uno de sus agujeros. Me emociona su dirty entusiasmo. Mi chica atrapada en la mesa, en pose cautiva, se dispone a decidir su tragedia carcelera; mi chica es una diosa clavada a punta de martillo; mojada en espíritu y con mis dedos incrustrados hasta el fondo de su pubis indigente. Otra vez, soy yo el rimadero 280 en sintonía tóxica.

—¡Qué bonitas lágrimas vierten tus nalgas! —le dice Ultrapop a mi chica.

Ella responde con el timbre de fax japonés y yo, congelado underground, no sé si creérmelo o no. Un descuido placentero para decir: “Some things come from nothing”, modifica nuestra
situación.
Ahora es ella, en primer plano, el ángel que domina las esposas y juguetes de amarre esperanto. Es un feeling tan divertido ver a mi chica perturbada, deleitándose en los afeites, veloz y sensual en el propósito de malas maneras. She bangs the drums y yo, como James a los quince, pido más tensión, más smog. Una bendición industrial; soy powderkex de mi placer calabozo. [La voz desconocida aplaude primero luego, al sentirse comprimida, siente el peligro]. Ultrapop sigue diciendo: “¡Sois perfectos!”. Los golpes no ahogan mil atracos citadinos, soy un tipo sencillo con sólo un vicio: mi chica alias galore toda agujas, que persigue el bienestar social en un lugar equivocado.

—Baby, you’re the best...

Poco a poco nos hacemos viejos reciclando impulsos. Predicamos nuestra urgencia de cambio trenzados como parias. Un dolor pequeño de bolas chinas en camino al orificio. ¡Qué sorpresa!, mi chica envuelta en fuego encontró en mí su punto G y la salida de emergencia. Nada la detiene, se consume a cachitos. Ultrapop nos mira al revés por el monitor, no puede contenernos. Somos cerdos de museo interactivo, somos historia viva, somos algo más que stills hechos de frío. Ultrapop se lanza al ruedo sin idea, tartamudo e infantil. Ya nadie nos dirige, sowing seeds.

Encarnizados, perdiendo el equilibrio por las fuertes quemaduras e iluminados en el ajetreo manual de 100 dólares por hora, escribimos la nueva historia. Un plus de autoenfoque visceral que mejor nos retrata en perspectiva hardcore. Ponemos la marca, creamos un mosaico de oportunidades, anotamos al instante, un pedazo de onda.

Ultrapop no es como nosotros, es débil piel blanca, tierna y nerviosa. Alguien que nunca se había puesto en línea de combate. Ingenuo jail bait de cadencia sin sentido, un noble candidato al date rape de música disco. Ya nos cansamos de tatuarlo, de mandarlo sin lubricación por los extremos, de convertirlo en nuestra mascota y joven bidet. Exige, reclama, suplica su año sabático. [La voz se aleja, camina presurosa hacia la salida, sus ojos expresan cierto miedo y no poca repulsión]. Pero no, nosotros le administramos disciplina inglesa al 100%, reconocemos sus espacios de saliva, lo conectamos con su inner-self más deep y lo encerramos por ahí para que muerda fuerte la oscuridad. Como debería ser.

Mi chica y yo volvemos a la colección de juegos e ítems opuestos, rellenamos otra hora en referencia y agonía estética que nos muestra un poco vulnerables. Vibramos, hacemos un squish que nos sale perfecto, estrenamos servicios que reciclan viejos placeres y celebrando la diferencia que nos une, oprimimos el botón de STOP antes que el dolor llegue sin explicación. Después ya recuperados de pelear con rubios insectos, mi chica y yo nos ponemos la camiseta de Juventus Laika para tratar de resolver el crucigrama del periódico de hoy. Es tan complicado que en ello se nos va el resto del día.

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revision 2004: Este texto se publico en Yubai (la revista de la UABC) y, si no paso nada, apareció en otra el pasado mes de noviembre 2004.

lunes, 6 de diciembre de 2004

05.Pánico en Iketa

A Katerine le gustaba estar en Iketa, ese refugio para outsiders y gente en búsqueda de vértigo y velocidad; era, así lo expresaba, su segundo hogar. En ocasiones, las canciones tantas veces escuchadas eran voces, carnada que prodigaba una conversación a los ideales de nunca una noche malgastada. En otras, culpa de la cerveza o de la tristeza, Katerine bailaba sola, con sus demonios, con el furor de los veintitantos años, el olor a spliff entremezclado con designer gel, las ganas de dejarse besar y hacerlo. Lo suyo era agitar la pelvis, los brazos en el aire, permanecer con los ojos cerrados, entreabiertos, perdidos.

Era otro fin de semana por quemar, el club full de chicos monos con quien ligar y esa sed de dejarse llevar y no controlar nada. Old stories, sustancias nuevas, beat crazy, en sintonía con el tiempo perdido. La música era lo de menos, las intenciones, el rozar a los cuerpos, el poder jugar ese game, la posibilidad de anotar. Era divertido apostar, lo de siempre, lo de hoy. La joroba del misterio, todos los otros, las miradas, el sí y el no que incita el flujo de miel.

En Iketa la clave para disfrutar era conocer a alguien, sonreír, beber, coquetear, fingir o no interés. “¡Qué más da! It’s my libertad”, gritaba Katerine a un Serge red eyes, recién llegado de otro bar sobre el fondo de “One way or another”. Es otra noche, una madrugada, otro weekend por quemar cuando todo se reduce a una oportunidad de anotar.
Sorpresa, sorpresa. Los chicos no siempre son héroes, sometimes they drink too much y se convierten en querubines de bajo costo, pendencieros con fast cars, guiñapos que nunca saben que pasa, space boys que venden humo o papelinas, diamond dogs con look de revista inglesa que aterrorizan a las niñas felices.

¡¡¡TE VOY A MATAR!!!, le dijo y aquello le sonó a broma, a telefilme de las cuatro de la madrugada, a frase estúpida de un giallo book. Pero no fue así, bad luck de principiante. Katerine colgó el auricular y emprendió presurosa el camino de regreso a Iketa. Ya no están los amigos; todos se han ido. Tras un par de rondas de cervezas, se dirigieron a lo de Joni. Claro, hay otras fiestas por celebrar pero a ella, smile de baby girl, le encantaba el lugar. Por eso quería regresar, volver a vivir ese verano que no acaba.

Oye, déjame. Ey!, me lastimas. Arrrggh. Katerine no ve nada, sólo siente el pulso de unas manos que, rápidas y precisas, colocan ¿un cinto? ¿cadena? ¿alambre? Sepa dios qué cosa alrededor de su cuello. ÉL es más fuerte, pero Katerine vence un poco el miedo. Patalea, se lleva las manos al cuello para sortear el intento. Le sofoca, le va faltando el aire, las ganas, el esfuerzo. ÉL la arrastra como muñeca vieja que desechan las niñas bonitas cuando llega la hora de abrir los regalos, como el jornal de los días en los que sólo llueve y llueve, como el archivo muerto de una oficina postal.

Es de familia encontrar problemas. ÉL sabe lo que hace. ÉL lo quiere hacer. Katerine apenas vive, apenas ve, de reojo, a un par de policías que vigilan la conducta de los ebrios; lo suyo se limita a evitar las habituales peleas o el que trolos y wannabes borrachos no se roben tarros ni botellas. Al pasar casi frente a ellos, Katerine es una ebria más, otra chica que no sabe beber, otra carga que el novio carga porque sí y por el que dirán.

En su mente, Katerine grita, grita fuerte, como nunca.

Grita ayuda/¡Dios mío!/me mata/me muero/no quiero morir/ayuda.

Grita.

ÉL sonríe. Siente un poco de placer al apretar. Un cosquilleo, un ardor interno. Aprieta más fuerte, quiere sentir que se va. Una pena, otro lugar. Pensar en lo maravilloso de un auto nuevo, el confort de una zona residencial exclusiva, los gritos ahogados, no hay nada que hacer. En la agencia, escoger el modelo, un tarjetazo, la firma y ya. Un golpe porque sí y porque qué más da. Un paseo por la ciudad que intenta recuperar el protagonismo perdido.

Katerine se deja caer.

Se cae. Cae al suelo; el suelo la recibe con un beso.

Nunca el cemento estuvo tan amable, nunca tan sincero.

Katerine no se mueve, no se puede mover, no se quiere mover. Siente la presencia, el acecho. Siente la mirada de ÉL, satisfecho al darse cuenta que los objetivos de primer curso fueron cumplidos, que tan sólo hay que poner empeño y un poco de cariño para lograr las cosas que uno sueña [la belleza el baile de graduación una noche de sexo las comidas favoritas el discurso eficaz de un político el alto índice de drogadicción un bootleg de Radiohead un saco negro maletas para próximos viajes]. Siente como ÉL se aleja, temblando, reclamándose un “Carajo, por qué tan pronto. Ni siquiera me la puso dura”.

Katerine escucha sin chistar el «Cumpleaños feliz», apaga las velas. Se ve en el espejo radiante, su madre peina canas y aún es bella. “Cuando llegue a los veinticinco años me pintare el pelo, seré una rubia deluxe”, dice y sonríe, abriendo ligeramente la boca. Cambiar es fácil, le han dicho, es sólo cuestión de tiempo. Gracias brother por el libro de la Plath. Lo leeré. Si, cuando tenga tiempo. Ya habrá tiempo, hoy es party time. No, ya no quiero cerveza. El tequila, ese es de tradición. Salud. Sí, Miki me llamo por teléfono, quedo en pasar por mí a las nueve. ¿Qué? ¿Ya son? Ay, necesito pintarme de rojo los labios. No sé en que revista leí que así se atraía más a los hombres. Ciao, regreso tarde.

¿Es qué acaso no entendimos nada? El deseo nunca se va, no se llena, no cesa: fue un error tomarlo al pie de la letra. Su regreso es intenso, febril y tan superficial que descubre que no hay una raya perfecta o una válvula de escape, crucificado time off.

Katerine piensa, se para e intenta correr. El sonido de un tacón rompiéndose la estremece, se imagina a la maldita acera llena de hoyos, trampas cotidianas que hoy pueden ser mortales. Algo la atrapa, algo la jala, algo... Siente un puñetazo en el rostro y luego otro y otro y otro más. Katerine pierde la cuenta; ÉL no: va contando los minutos, va contando los segundos. Los golpes ya no duelen, se estrellan como sueños diluidos en el rompeolas o los intentos por recuperarse del fracaso. “Déjame cabrón”, alcanza a gemir Katerine, la chica de Iketa. Ahora se encara a ÉL. Lucha, araña, patalea.

En el club, el CDJ –cansado de servilletas y gritos- complace a un William so drunkie poniendo por fin “It’s so hard”. Lejos del noise, Katerine comprueba que el sabor de las lágrimas no es tan salado y que saberlo poco importa ya. Lo único que queda es luchar. Sus uñas llevan carne, cabellos y sangre. Su boca intenta morder lo que sea. ÉL es más fuerte, su puño es más fuerte. Katerine siente como se le incrusta un anillo de graduación en su piel. El pasado ya no sirve y el miedo no logra nada. Lo único que queda es luchar, se repite.
Lo único que queda es luchar.

viernes, 3 de diciembre de 2004

06. Christina on my mind

Aparece cuando menos la espero, siempre de improviso. Cuando la veo acercarse tan cándida, dispuesta a cortar de tajo mi tristeza con su euforia automática, no puedo dejar de sonreír agradecido. Ella es un alegre aguijón, la palestra, el patio de una iglesia, el verano de ensueño, los discos de breakbeat que tanto disfruto. She’s all I need, algo que me acompaña sin disculpas a buscar un nuevo significado para toda esta guerra de manipulación y artificio.

A veces siento que es terrible estar atado a tanta dulzura. Afuera, la gente pelea en el bar de siempre, vomita en el freeway o sufre asaltos a punta de naifa en la oscuridad de un callejón. Aquí dentro, con una tristeza infinita o en medio del anárquico desconcierto, aprovechamos el tiempo que nos queda por vivir para disfrutar juntos los golpes de amor que nos propina nuestro hogar. Con ella, todo; sin ella, nada. [Todo es aburrido hasta el ver extasiado las maravillas que anuncian a través de los infomerciales]

Su candidez está guiada por la sinceridad, su oferta es una de ésas que penetra al banco, lleva un papel y se marcha tranquila con todos mis esfuerzos. Me tiene atrapado, aún cuando se supone que no tiene voz, con su oferta fantástica de «La vida es diversión». Su canto de independencia y búsqueda me eleva y, por momentos, todo mi ser conecta con algo más profundo que los consejos bienintencionados pero inútiles o me lleva a ese sorpresivo despertar en el hospital; en otros, su presencia me da la fuerza para sobrevivir en esos momentos cuando los amigos me gastan la oreja con lamentos, rumores y sueños metálicos que sugieren que hay algo de positivo en el fracaso [Todo eso que aspira a una sensación de prórroga].

Ella me remite a pensar que cada cual es una historia, un momento equivocado, una razón más por lo que ya no se cree en nada. Algo estúpido y superficial, exagerado como tira cómica de homicidios perpetrados por una tímida figurita hecha a lápiz, la voz del ídolo que todos aclaman, el que incluye y excluye, el que reporta los intereses más genuinos para validar los más extraños. Un pasaporte expirado hacia una inmunda y uniforme felicidad. The living end.

Alguna gente me dice que ella es un episodio de desilusión, talento perdido que dejará un enorme hueco en mi vida; que me lleva justo a donde nadie quiere ir, la parte salvaje de una añeja maldición, algo que no ha dormido por semanas. No puedo evitar recordarles que ambos caímos enamorados tras un beso químico, que nuestro encuentro es una forma de empatía y control, que hay unidad en la apertura y diversidad en las intenciones; que yo no sacrificaría nada para depositar la fe en algo, pero que ella me permite cruzar la barrera, estremecerme y después, como nadie antes, dejar de sentir miedo. Justo lo que necesita un muchacho como yo, alguien que siempre estuvo triste.

Por eso, a pesar de todo y todos, ella es tan adorable.

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revisión 2004: Another hit. Una declaración de amor profundo y una apologí­a a todo aquello que nos hace dependientes. Basado en una historia real. El amor a veces no es lo que parece.