Lejos del noise (amici, trips & loops)
01. Übertrip
02. la canción disco
03. planeta infierno
04. ultrapop
05. pánico en iketa
06. christina on my mind
07. the problem with us
08. nada(s)
09. you can’t win
10. got.no.time
11. fade in, fade out
12. lejos del noise
13. goodbye, superdrogas
14. todos mis amigos
15. paraké
16. rollercoaster
Moho, 2003
viernes, 31 de diciembre de 2004
lunes, 27 de diciembre de 2004
01. ubertrip
Agradecimiento, no confusión. Ese fue el mensaje central para resumir lo que vino después. Filling in the blanks, hoy por hoy excitados ante el peligro. Todo caótico exilio y perdición [nadadora] [ur fascista] [color caramelo]. Enrejados, traspapelados, olvidando cifras para no pensar en ello, crucificado time off, relajada tensión, tomando café, en terapia de alarma, repasando el video tape de estimulación mental.
Absurdo reclamo en fa, en typo emigré, pavement rubio y deshecho por las lluvias. Indisciplina como fix. Es que sí, that person, it’s me; tú eres aquella otra. En este Hall of Mirrors se ve tan claro. Todo lo rojo es negro, todo es Microsoft, todo es melodinámica en transición. Mentira, no ha dejado de ser una posibilidad grogui inspirada por agujas, Technics, beats grasosos, E’s y muchísimas caritas sonrientes. Respirar. Tú, yo, él, ella, nosotros lo compartimos todo: el desparpajo del estilo, friends de la sopa instantánea y el récord mular de speed garage que nos vio crecer en intentos. Tras esa fiesta inolvidable, a perfect choice: un rayo de sol para la última tentación de paseo y madrugada. Totalmente cierto, ayer lo confirmaron sistemas de sonido y videocámaras de seguridad en un correo de treinta mil bytes que ya impreso paso de mano en mano.
So, wanna a hit? Un verano feliz, el montaje de la primera retrospectiva del Club de la Apatía, colgados de la novedad, observando desde el viejo minarete una procesión logofilica de la juventud triste de los suburbios, la caída de la economía y sus esquemas de reducción, intuir la complejidad de las cosas que dentro de poco vendrán. Come on, let’s do it. Again and again and again and again. Juntos tú, yo, él, ella, nosotros en una nueva dimensión que promete ser de lo mejor, picos de esperanza precipitada y euforia sin justificar. Dulce tentación.
Ahí nos encontramos los que escupimos y cupimos, los que dejan abierta la puerta y sonríen como farolitos. What’s happen now? [sic] Alguien tenía que poner on-line el cruel circo de anuncios fortuitos. Detonar la bomba, porque sí y porque ya no hay tiempo para agobiarse, la pena ajena nunca fue un pretexto, tan sólo un yield de liga intertextual. Una falsa esperanza. Cómplices, cercados, envueltos en celofán y cristal, arropados por la inconsciencia, bendecidos por el alcohol y esa cosa siniestra [voluntad propia]. ¿Vamos a explotar o qué? Necesitamos algo más que inseguridad, necesitamos dinamitar la ciudad.
EQUAL is not a small word. Si todo fuera tan sencillo, tan relajante como programa de auto ayuda en doce pasos o, por lo menos, tan distante como una forzada cita al filósofo post-desencanto que nunca entendimos. ¿Importan o no los susurros de mil adictos al karoake pop, los escándalos de superstars en potencia, las dulces lágrimas de las mujeres malas de matar, el impulso caníbal de maffia ware? En ocasiones como ésta, la miseria es un buen cómplice.
El fracaso es positivo, al menos para ellos que llevan las gafas negras de moda, desayunan fruta con stickers y sueñan con el hip hop de escalera. It’s so droid to kill our emoTVity, my little underground, cuando las cosas son claras por primera vez: catalizadores de revoluciones de lo que debiera ser y nunca es, un estado general de entusiasmo, una simple manera de sobrevivir en la nada. Toma aérea del lado oscuro y un disfraz para todas las fiestas futuras. Vivir para morir o volver a ser. Decir “yeah, yeah” como clave de acceso a un ruidismo selecto para intereses subterráneos y singles de importación. Danos tiempo y derribaremos todo lo que motiva seguridad [a-n-y-t-h-i-n-g]. En contra, el resultado: un emotional crash con swing de rabioso compromiso, gente abollada y corazones oxidados. Brete será un buen nombre para lo que salga de aquí.
Sad besarkada para un hombre sick de consumo interno. Avienta tú la primera piedra, yo jamás pondré la otra mejilla y all of us, what a fuck, grabaremos nuestro nombre en el santo cadáver de sus miedos. Él vendrá a jalar el gatillo y ella también, con una sonrisa de amiga. Esa será la primera muerte en Viva Familia. Ahí estaremos respetando por un instante nuestro presente, beyond(eados) en una situación construida, mandando subverfaxes and drinking vietnamitas como siempre. Daté prisa, take a polaroid que momentos felices como este no duran. [click]
Absurdo reclamo en fa, en typo emigré, pavement rubio y deshecho por las lluvias. Indisciplina como fix. Es que sí, that person, it’s me; tú eres aquella otra. En este Hall of Mirrors se ve tan claro. Todo lo rojo es negro, todo es Microsoft, todo es melodinámica en transición. Mentira, no ha dejado de ser una posibilidad grogui inspirada por agujas, Technics, beats grasosos, E’s y muchísimas caritas sonrientes. Respirar. Tú, yo, él, ella, nosotros lo compartimos todo: el desparpajo del estilo, friends de la sopa instantánea y el récord mular de speed garage que nos vio crecer en intentos. Tras esa fiesta inolvidable, a perfect choice: un rayo de sol para la última tentación de paseo y madrugada. Totalmente cierto, ayer lo confirmaron sistemas de sonido y videocámaras de seguridad en un correo de treinta mil bytes que ya impreso paso de mano en mano.
So, wanna a hit? Un verano feliz, el montaje de la primera retrospectiva del Club de la Apatía, colgados de la novedad, observando desde el viejo minarete una procesión logofilica de la juventud triste de los suburbios, la caída de la economía y sus esquemas de reducción, intuir la complejidad de las cosas que dentro de poco vendrán. Come on, let’s do it. Again and again and again and again. Juntos tú, yo, él, ella, nosotros en una nueva dimensión que promete ser de lo mejor, picos de esperanza precipitada y euforia sin justificar. Dulce tentación.
Ahí nos encontramos los que escupimos y cupimos, los que dejan abierta la puerta y sonríen como farolitos. What’s happen now? [sic] Alguien tenía que poner on-line el cruel circo de anuncios fortuitos. Detonar la bomba, porque sí y porque ya no hay tiempo para agobiarse, la pena ajena nunca fue un pretexto, tan sólo un yield de liga intertextual. Una falsa esperanza. Cómplices, cercados, envueltos en celofán y cristal, arropados por la inconsciencia, bendecidos por el alcohol y esa cosa siniestra [voluntad propia]. ¿Vamos a explotar o qué? Necesitamos algo más que inseguridad, necesitamos dinamitar la ciudad.
EQUAL is not a small word. Si todo fuera tan sencillo, tan relajante como programa de auto ayuda en doce pasos o, por lo menos, tan distante como una forzada cita al filósofo post-desencanto que nunca entendimos. ¿Importan o no los susurros de mil adictos al karoake pop, los escándalos de superstars en potencia, las dulces lágrimas de las mujeres malas de matar, el impulso caníbal de maffia ware? En ocasiones como ésta, la miseria es un buen cómplice.
El fracaso es positivo, al menos para ellos que llevan las gafas negras de moda, desayunan fruta con stickers y sueñan con el hip hop de escalera. It’s so droid to kill our emoTVity, my little underground, cuando las cosas son claras por primera vez: catalizadores de revoluciones de lo que debiera ser y nunca es, un estado general de entusiasmo, una simple manera de sobrevivir en la nada. Toma aérea del lado oscuro y un disfraz para todas las fiestas futuras. Vivir para morir o volver a ser. Decir “yeah, yeah” como clave de acceso a un ruidismo selecto para intereses subterráneos y singles de importación. Danos tiempo y derribaremos todo lo que motiva seguridad [a-n-y-t-h-i-n-g]. En contra, el resultado: un emotional crash con swing de rabioso compromiso, gente abollada y corazones oxidados. Brete será un buen nombre para lo que salga de aquí.
Sad besarkada para un hombre sick de consumo interno. Avienta tú la primera piedra, yo jamás pondré la otra mejilla y all of us, what a fuck, grabaremos nuestro nombre en el santo cadáver de sus miedos. Él vendrá a jalar el gatillo y ella también, con una sonrisa de amiga. Esa será la primera muerte en Viva Familia. Ahí estaremos respetando por un instante nuestro presente, beyond(eados) en una situación construida, mandando subverfaxes and drinking vietnamitas como siempre. Daté prisa, take a polaroid que momentos felices como este no duran. [click]
jueves, 23 de diciembre de 2004
02. la cancion disco
La city brillaba por la oferta eterna de las luces de neón. Los Happy Children de la Revolución tomaban la calle principal para confundirse con los turistas, eludiendo a las chicas fantasma que amenazan con destruir tu reputación y un etcétera de gente en vértigo por la implacable búsqueda de felicidad. Todos caminábamos distraídos, con cierto miedo, sin seguir el punto en el que dicen hay que estar. Como death trip psychos que nadan por primera vez. Sabiendo de antemano que todo puede pasar cuando tienes la fe guardada en esa ánfora llena de anfetas y mensajes urgentes; cuando la frase de “Come on, baby. Get down and dirty” es sólo el inicio, un proyecto de noche.
Johnny encontró a Sara en la pose clásica para ligar: los labios mojados, entreabiertos y la cabeza apoyada ligeramente en el respaldo de la silla, atontada por el esplendor sicodélico de los estrobos. Esperando inquieta, con el cuello impregnado por el reflejo fluorescente de un letrero, con una sed anterior a la tardanza de hoy. Sara, estrenando moderno corte de cabello, llevaba de regalo unos EP’s de rare grooves, idm y techno pop que compró en su última excursión por Europa en un amable intento por hacer las paces. Johnny, en franco desdén y estocada, le contó de la repentina muerte de su hermano y del importe de sus estúpidas llamadas telefónicas por cobrar.
Hasta ese día no hubo nada que celebrar. Irredentismo puro, teenagers in black clothes, dolor fuerte y ecos del mejor Bowie. En esos términos, empezó la charla. Sara y Johnny hablaron por un momento de libertad condicional, de flores muertas y esa práctica continúa de sexo público como si fueran simples ensayos didácticos de orquesta. Entre tanto, Miki —con su habitual camiseta de Mogwai— saludaba a William en desfase total y todos los demás —qué curioso, ¿no?— bebíamos cerveza lager. Parte del crowd de gringos estúpidos coreaba drunkie el “Vive le rock” mientras otros igual de estúpidos miraban al conjunto de blondies enfundadas en ajustadísimos trajes lycra y camisetas de «Freak out tonite». Dos a.m. Apenas.
Diez o quince minutos después, el DJ anuncia eufórico el tradicional concurso de tetas teniendo como fondo esa canción de hip hop que sólo a él le gusta. Sara, tan complaciente cuando está borracha, no deja de sonreír al ver a Johnny besar en los labios a todas sus amigas —Katerine, Sadie, Cindy, Angélica, Munki— reunidas por el simple efecto de aburrimiento. Por un instante, pensamos todos —que enfermos, ¿no?— en aquella chica con el rostro de niebla que escapó de la masacre, esa que vimos bellísima con su t-shirt de «Inside Me» la madrugada de ayer en la televisión por cable. Un estado general de entusiasmo.
Inicia el concurso. Desde la terraza, sólo escuchamos los aplausos y los gritos. Sara y Johnny coinciden en que nunca se habían puesto límites; antes él la golpeaba a cada rato y Sara, riéndose con todo el cuerpo, le pedía más cosas buenas. P-u-s-h-i-t, it’s really good. Los excesos eran gustos compartidos entre notas secretas y archivos de fotos, entre la rutina de la tele video y esas cenas tontas en las que se hablaba de un peculiar gusto por la kultcha tedesca. Ahora Sara confiesa, con lágrimas que casi traspasan sus divinos lentes Optical Affairs, que tiene las heridas de Cristo y Johnny se sonroja. De verdad, le dice, tengo hambre, tengo un STD en cuentas por pagar, tengo miles de anuncios por vender.
Oye chica, le contesta Johnny en un tono que recuerda ligeramente a Bryan Ferry en su mejor época, “No me vengas con historias. Remember: el caos es una palabra de cuatro letras y el escudo del Capitán América forever me protege”.
U-n-b-e-l-i-e-v-a-b-l-e
Viene la descarga de insultos y luego, la pelea. Ella le dice que se haga una prueba, que fue su culpa. “Fuck you, I always use a condom. You know that, Sara”. Alrededor no entendemos lo que sucede; sin embargo, nos parece hermoso ver como cae el remedo de falsa espiritualidad tras los susurros de un proyecto de interés social. Ahí va toda la filosofía de primera fila y ese feeling so weird de estar instalados en el spotligth de un asunto menor. El talento doblega al orden como gato al sol. Despejadas las variables, ella repite como loca aquello de “Quiero vivir mi vida, quiero divertirme, quiero ser feliz”. Jump, jump, jump around. Sus gritos, de rigor extranjero, nos provocan un ataque de risa cuando, cinco o diez minutos después, la vemos agitar ligeramente sus tetitas que Johnny muerde con gusto y dedicación, sin importarle que alguien, uno de los gringos hornys, tome una polaroid en plena faena. Enferma o no, Sara se da cuenta que Johnny y ella son uno mismo.
Sh-sh-sh-sh-sh-shake it!
Serge, recién llegado de otro bar, ve sorprendido como una concursante muestra, con increíble desparpajo, lo clásico del calendario. La vida es un placer, “Take it off, baby” es el grito que une en un esfuerzo a gringos macarras con el contingente de local kids. “Take it off, bitch”. Miki, como siempre, pelea por un palco de honor y, en el intento, empuja sin querer a un trolo cuya cerveza moja a William. “Take it off, bitch” es la respuesta de libido y persuasión ante el estímulo visual de pechos bronceados y traseros de acero. “Take it off, bitch”.
We want some pussy.
Es inevitable, sucede todas las noches [no se vale el olvido sobre ecos de censura]. Un golpe seco rompe la calma e inicia la contracción de la parte por el todo. Otra disputa a ritmo del último remix de un éxito electro de los ochenta. “Take it off, bitch”. Miki es too smart, street smart a tope, esquiva el derechazo del trolo, suelta una patada killer directo a los testículos que levanta al pobre tipo que luego se dobla del dolor, lo que aprovecha Miki para ensañarse con la percusión. William, que no sabe bailar, se pone esquizo al ver los pezones rosados —erectos por el frío— de Irina que juega, contagiada en espíritu, a intercambiar saliva con Sadie en una de las esquinas. “Take it off, bitch” es el reclamo que se repite una y otra vez. La concursante número seis juega a complacer a la audiencia para ganarse cien dólares y una botella de tequila. Another round of beers!, gritamos entusiasmados al mesero bilingüe. Miki gana la pelea y, al trolo, un nobody con el uniforme oficial de Nueva York manchado de sangre, los primates de seguridad, amigos nuestros, lo echan del club.
En la terraza, el match entre Sara y Johnny termina. Risueños, miran acercarse a un tipo muerto de sed, quien recita de corridito:
“Hey brothers and sisters / la última canción disco me jode sin cesar / es una remezcla de esquina peligrosa / muertos los poetas del noventa y ocho / todas las putas cervezas / las reviento con mis jodidos dientes / soy un perro en brama / soy la Wonder Woman / soy el scratch maldito en la sinfonola / la canción disco que nunca termina.”
Sara y Johnny, borrachos por completo, caen al piso. El poeta, con mucho toque y una cierta indiferencia a los sistemas de control, se abalanza rápidamente sobre las bebidas. Incursiona sin medir el peligro, neutralizando la ansiedad, logrando concretar al instante. La música suena tan apabullante que minutos después, cuando Sara y Johnny logran incorporarse, todo vuelve a ser exactamente lo mismo.
Johnny encontró a Sara en la pose clásica para ligar: los labios mojados, entreabiertos y la cabeza apoyada ligeramente en el respaldo de la silla, atontada por el esplendor sicodélico de los estrobos. Esperando inquieta, con el cuello impregnado por el reflejo fluorescente de un letrero, con una sed anterior a la tardanza de hoy. Sara, estrenando moderno corte de cabello, llevaba de regalo unos EP’s de rare grooves, idm y techno pop que compró en su última excursión por Europa en un amable intento por hacer las paces. Johnny, en franco desdén y estocada, le contó de la repentina muerte de su hermano y del importe de sus estúpidas llamadas telefónicas por cobrar.
Hasta ese día no hubo nada que celebrar. Irredentismo puro, teenagers in black clothes, dolor fuerte y ecos del mejor Bowie. En esos términos, empezó la charla. Sara y Johnny hablaron por un momento de libertad condicional, de flores muertas y esa práctica continúa de sexo público como si fueran simples ensayos didácticos de orquesta. Entre tanto, Miki —con su habitual camiseta de Mogwai— saludaba a William en desfase total y todos los demás —qué curioso, ¿no?— bebíamos cerveza lager. Parte del crowd de gringos estúpidos coreaba drunkie el “Vive le rock” mientras otros igual de estúpidos miraban al conjunto de blondies enfundadas en ajustadísimos trajes lycra y camisetas de «Freak out tonite». Dos a.m. Apenas.
Diez o quince minutos después, el DJ anuncia eufórico el tradicional concurso de tetas teniendo como fondo esa canción de hip hop que sólo a él le gusta. Sara, tan complaciente cuando está borracha, no deja de sonreír al ver a Johnny besar en los labios a todas sus amigas —Katerine, Sadie, Cindy, Angélica, Munki— reunidas por el simple efecto de aburrimiento. Por un instante, pensamos todos —que enfermos, ¿no?— en aquella chica con el rostro de niebla que escapó de la masacre, esa que vimos bellísima con su t-shirt de «Inside Me» la madrugada de ayer en la televisión por cable. Un estado general de entusiasmo.
Inicia el concurso. Desde la terraza, sólo escuchamos los aplausos y los gritos. Sara y Johnny coinciden en que nunca se habían puesto límites; antes él la golpeaba a cada rato y Sara, riéndose con todo el cuerpo, le pedía más cosas buenas. P-u-s-h-i-t, it’s really good. Los excesos eran gustos compartidos entre notas secretas y archivos de fotos, entre la rutina de la tele video y esas cenas tontas en las que se hablaba de un peculiar gusto por la kultcha tedesca. Ahora Sara confiesa, con lágrimas que casi traspasan sus divinos lentes Optical Affairs, que tiene las heridas de Cristo y Johnny se sonroja. De verdad, le dice, tengo hambre, tengo un STD en cuentas por pagar, tengo miles de anuncios por vender.
Oye chica, le contesta Johnny en un tono que recuerda ligeramente a Bryan Ferry en su mejor época, “No me vengas con historias. Remember: el caos es una palabra de cuatro letras y el escudo del Capitán América forever me protege”.
U-n-b-e-l-i-e-v-a-b-l-e
Viene la descarga de insultos y luego, la pelea. Ella le dice que se haga una prueba, que fue su culpa. “Fuck you, I always use a condom. You know that, Sara”. Alrededor no entendemos lo que sucede; sin embargo, nos parece hermoso ver como cae el remedo de falsa espiritualidad tras los susurros de un proyecto de interés social. Ahí va toda la filosofía de primera fila y ese feeling so weird de estar instalados en el spotligth de un asunto menor. El talento doblega al orden como gato al sol. Despejadas las variables, ella repite como loca aquello de “Quiero vivir mi vida, quiero divertirme, quiero ser feliz”. Jump, jump, jump around. Sus gritos, de rigor extranjero, nos provocan un ataque de risa cuando, cinco o diez minutos después, la vemos agitar ligeramente sus tetitas que Johnny muerde con gusto y dedicación, sin importarle que alguien, uno de los gringos hornys, tome una polaroid en plena faena. Enferma o no, Sara se da cuenta que Johnny y ella son uno mismo.
Sh-sh-sh-sh-sh-shake it!
Serge, recién llegado de otro bar, ve sorprendido como una concursante muestra, con increíble desparpajo, lo clásico del calendario. La vida es un placer, “Take it off, baby” es el grito que une en un esfuerzo a gringos macarras con el contingente de local kids. “Take it off, bitch”. Miki, como siempre, pelea por un palco de honor y, en el intento, empuja sin querer a un trolo cuya cerveza moja a William. “Take it off, bitch” es la respuesta de libido y persuasión ante el estímulo visual de pechos bronceados y traseros de acero. “Take it off, bitch”.
We want some pussy.
Es inevitable, sucede todas las noches [no se vale el olvido sobre ecos de censura]. Un golpe seco rompe la calma e inicia la contracción de la parte por el todo. Otra disputa a ritmo del último remix de un éxito electro de los ochenta. “Take it off, bitch”. Miki es too smart, street smart a tope, esquiva el derechazo del trolo, suelta una patada killer directo a los testículos que levanta al pobre tipo que luego se dobla del dolor, lo que aprovecha Miki para ensañarse con la percusión. William, que no sabe bailar, se pone esquizo al ver los pezones rosados —erectos por el frío— de Irina que juega, contagiada en espíritu, a intercambiar saliva con Sadie en una de las esquinas. “Take it off, bitch” es el reclamo que se repite una y otra vez. La concursante número seis juega a complacer a la audiencia para ganarse cien dólares y una botella de tequila. Another round of beers!, gritamos entusiasmados al mesero bilingüe. Miki gana la pelea y, al trolo, un nobody con el uniforme oficial de Nueva York manchado de sangre, los primates de seguridad, amigos nuestros, lo echan del club.
En la terraza, el match entre Sara y Johnny termina. Risueños, miran acercarse a un tipo muerto de sed, quien recita de corridito:
“Hey brothers and sisters / la última canción disco me jode sin cesar / es una remezcla de esquina peligrosa / muertos los poetas del noventa y ocho / todas las putas cervezas / las reviento con mis jodidos dientes / soy un perro en brama / soy la Wonder Woman / soy el scratch maldito en la sinfonola / la canción disco que nunca termina.”
Sara y Johnny, borrachos por completo, caen al piso. El poeta, con mucho toque y una cierta indiferencia a los sistemas de control, se abalanza rápidamente sobre las bebidas. Incursiona sin medir el peligro, neutralizando la ansiedad, logrando concretar al instante. La música suena tan apabullante que minutos después, cuando Sara y Johnny logran incorporarse, todo vuelve a ser exactamente lo mismo.
viernes, 17 de diciembre de 2004
03. planeta infierno
Llegamos cuando todo estaba dicho. Y nos reímos de ello, de la representación y del humor que despellejaba nuestra primera fantasía como ola de mutilación. Demasiado surf, demasiado moderna. Ya en el punto culminante de la fiesta, él no paraba de fumar cigarrillos importados, su chica bebía a traguitos una mala margarita, Miki en búsqueda desafortunada por un sustituto para el placer más íntimo, Cindy deslizándose en glücklich, tú sonriendo sin saber el por qué de mis peinados y yo, picnic en el parque de lotería y confusión.
Todos hablábamos de cosas serias, de lo bien que se vive aquí, de cómo nos jode ver a esa sarta de malditos indios sin glamur, de tomar posiciones ante lo ineludible, de las nuevas formas para viajar, de la manufactura del consumo actual y la ira del camino. ¿Qué es lo que suena?, pregunto. ¿El último disco de Mouse on Mars?, pregunto de nuevo. Mi vista se queda fija en el DJ del evento de ayer, lo captó en contorsiones propias del space-dub; luego me detengo a observar a esos dos trolos pachecos con tenis negros Nike que siempre insisten en pasarme bumpos.
Podría saltar pero prefiero seguir en el Planeta Infierno.
En el hall, me encuentro al mejor amigo que he tenido en mi vida. Le digo “Taste the floor” con el saludo babulín (agitando la mano) (como limpiando algo). No me ve, está perdido en Nua1, la nueva sensación de euforia que registra la city. No importa, he llegado a los cien mil kilómetros casi en perfecto estado, sin ajustes ni inquisiciones, haciendo un despliegue público de pensamiento independiente, una ad-free mind que comienza a andar sin tomar en cuenta la destrucción del entorno.
Podría saltar pero prefiero esperar o bailar en el Planeta Infierno.
Una pelea funciona como incidente flop, aquel que registra la intensidad up beat de las canciones felices de los Beach Boys. Veo emocionado como una botella de whisky legítimo se estrella magnífica en el rostro de Equis; su novia, superblonde, gritando histérica un “Wer ist Gott?” es la peor defensa. Es triste apreciar como su maquillaje desdibuja los colores de moda y que todos, después de la sorpresa, siguen en lo suyo mientras el cuerpo de seguridad se lleva a Equis ensangrentado lejos de aquí. La chica perfume entrelaza mi mirada y sonríe cómo acordándose de algo, ¿de qué...? I don’t know, ya no recuerdo si lo hicimos o no. Hace un mes, anteayer, hace quince minutos. Yo no conservo nada, la memoria siempre me falla. Lo único que sabía lo he regalado mientras caminaba a este sitio. Todo mi pasado y presente. Por eso estoy aquí. Agitando la reserva de ocio futuro.
Rápido paneo: Esto es personal de serie B, esto es la frecuencia del subsuelo. Sinestesia. Miki huele a pan Wonder, a gente llamando a casa tras recuperarse de la última depresión; Cindy, demasiada inquieta, intercambia anfetas y su novia bigtetasminiyplataformas me descontrola con su particular estilo de fumar que maquilla una intención reformista que insiste año tras año. Tú interrumpes, como de costumbre, el encanto al preguntar: ¿Qué hay de nuevo, peep show? Es tan estúpido, ya me siento listo para evacuar la zona de desastre, contestar el anuncio, renegar tres veces o llevarte a casa sin intentar siquiera tocarte.
Antes de llegar he regalado todo: el único mes que viví feliz, la claridad de mi mente, el feedback de los pocos días felices que recuerdo, la velocidad de un viejo modem, el arreglo de flores artificiales que nunca mande, una tía amargada al ver a Jesús trabajando de cómico en la TV, un album de fotos, el turismo barato que nos visita los veranos, mis monkey boots. Por eso estoy aquí, tomando smart drinks y sonsacando idiotas. One more night.
Los escucho hablar. Y hablan mucho, nunca se callan. Y preguntan: “¿Recuerdas el primer single de Joy Electric?”. Y contestan: “Lo que ayer hacíamos, ahora es carnaval”. Todos en inicio de resaca, conquistando elogios de ignorancia, polvo de estrella. Yo ya no quiero regresar a viejos tiempos. Sé que algunas veces los fracasos son positivos pero odio los detalles. Voy a fundar mi propia agencia de viajes, haremos un tour con nuestra alma mulata, la sencillez del verbo, nuestro Ludovic sonriente. Shut up, me dices, ¿qué no te das cuenta que todos mienten? Nada vale la pena, pal. Sí, contigo al lado hay que decirle adiós a cualquier intento de totalización y trascendencia.
“Es imposible tenerte junto a mí. Resulta paradójico que lo mismo que nos une termina por separarnos”, te digo en un vano intento por hablar en serio, mientras que veo el triste apogeo del sex for money. Pienso, al recordar un libro neoyorquino: ¡Qué extraños nos vemos al desnudo! Sí la ropa ayuda. En mucho. Yo prefiero vestir de traje, como hoy. Es lo poco que me queda, mi único reflejo. Ustedes bailan, Miki también y Cindy lo hace mucho mejor. Agitan sus cuerpos, espasmódicos, se ven bien bajo las luces. La droga ayuda. En mucho. Yo prefiero reír sentado al borde de la escalera del Planeta Infierno.
Podría saltar, pero no. Aún no es tiempo.
Seis a.m. Gente entrando y saliendo del vortex afterhours. Saludo, otro trago más, me divierto. Unos beben, otros bailan, algunos tratan de ligar, otros pocos desaparecen cabizbajos y vuelven aparecer ya armados. Cindy revisa una cartera llena de billetes y tarjetas de crédito, Miki se estremece escuchando un tema que me recuerda esa adolescencia cada vez más lejana. Tú me distraes de nuevo al reírte de algo terrible, él apunta un teléfono en una tarjeta amarilla. ¡Vaya sorpresa!, es el nuestro.
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revisión 2004:El título fue tomado de un tema del grupo Juana la loca, indie pop
Todos hablábamos de cosas serias, de lo bien que se vive aquí, de cómo nos jode ver a esa sarta de malditos indios sin glamur, de tomar posiciones ante lo ineludible, de las nuevas formas para viajar, de la manufactura del consumo actual y la ira del camino. ¿Qué es lo que suena?, pregunto. ¿El último disco de Mouse on Mars?, pregunto de nuevo. Mi vista se queda fija en el DJ del evento de ayer, lo captó en contorsiones propias del space-dub; luego me detengo a observar a esos dos trolos pachecos con tenis negros Nike que siempre insisten en pasarme bumpos.
Podría saltar pero prefiero seguir en el Planeta Infierno.
En el hall, me encuentro al mejor amigo que he tenido en mi vida. Le digo “Taste the floor” con el saludo babulín (agitando la mano) (como limpiando algo). No me ve, está perdido en Nua1, la nueva sensación de euforia que registra la city. No importa, he llegado a los cien mil kilómetros casi en perfecto estado, sin ajustes ni inquisiciones, haciendo un despliegue público de pensamiento independiente, una ad-free mind que comienza a andar sin tomar en cuenta la destrucción del entorno.
Podría saltar pero prefiero esperar o bailar en el Planeta Infierno.
Una pelea funciona como incidente flop, aquel que registra la intensidad up beat de las canciones felices de los Beach Boys. Veo emocionado como una botella de whisky legítimo se estrella magnífica en el rostro de Equis; su novia, superblonde, gritando histérica un “Wer ist Gott?” es la peor defensa. Es triste apreciar como su maquillaje desdibuja los colores de moda y que todos, después de la sorpresa, siguen en lo suyo mientras el cuerpo de seguridad se lleva a Equis ensangrentado lejos de aquí. La chica perfume entrelaza mi mirada y sonríe cómo acordándose de algo, ¿de qué...? I don’t know, ya no recuerdo si lo hicimos o no. Hace un mes, anteayer, hace quince minutos. Yo no conservo nada, la memoria siempre me falla. Lo único que sabía lo he regalado mientras caminaba a este sitio. Todo mi pasado y presente. Por eso estoy aquí. Agitando la reserva de ocio futuro.
Rápido paneo: Esto es personal de serie B, esto es la frecuencia del subsuelo. Sinestesia. Miki huele a pan Wonder, a gente llamando a casa tras recuperarse de la última depresión; Cindy, demasiada inquieta, intercambia anfetas y su novia bigtetasminiyplataformas me descontrola con su particular estilo de fumar que maquilla una intención reformista que insiste año tras año. Tú interrumpes, como de costumbre, el encanto al preguntar: ¿Qué hay de nuevo, peep show? Es tan estúpido, ya me siento listo para evacuar la zona de desastre, contestar el anuncio, renegar tres veces o llevarte a casa sin intentar siquiera tocarte.
Antes de llegar he regalado todo: el único mes que viví feliz, la claridad de mi mente, el feedback de los pocos días felices que recuerdo, la velocidad de un viejo modem, el arreglo de flores artificiales que nunca mande, una tía amargada al ver a Jesús trabajando de cómico en la TV, un album de fotos, el turismo barato que nos visita los veranos, mis monkey boots. Por eso estoy aquí, tomando smart drinks y sonsacando idiotas. One more night.
Los escucho hablar. Y hablan mucho, nunca se callan. Y preguntan: “¿Recuerdas el primer single de Joy Electric?”. Y contestan: “Lo que ayer hacíamos, ahora es carnaval”. Todos en inicio de resaca, conquistando elogios de ignorancia, polvo de estrella. Yo ya no quiero regresar a viejos tiempos. Sé que algunas veces los fracasos son positivos pero odio los detalles. Voy a fundar mi propia agencia de viajes, haremos un tour con nuestra alma mulata, la sencillez del verbo, nuestro Ludovic sonriente. Shut up, me dices, ¿qué no te das cuenta que todos mienten? Nada vale la pena, pal. Sí, contigo al lado hay que decirle adiós a cualquier intento de totalización y trascendencia.
“Es imposible tenerte junto a mí. Resulta paradójico que lo mismo que nos une termina por separarnos”, te digo en un vano intento por hablar en serio, mientras que veo el triste apogeo del sex for money. Pienso, al recordar un libro neoyorquino: ¡Qué extraños nos vemos al desnudo! Sí la ropa ayuda. En mucho. Yo prefiero vestir de traje, como hoy. Es lo poco que me queda, mi único reflejo. Ustedes bailan, Miki también y Cindy lo hace mucho mejor. Agitan sus cuerpos, espasmódicos, se ven bien bajo las luces. La droga ayuda. En mucho. Yo prefiero reír sentado al borde de la escalera del Planeta Infierno.
Podría saltar, pero no. Aún no es tiempo.
Seis a.m. Gente entrando y saliendo del vortex afterhours. Saludo, otro trago más, me divierto. Unos beben, otros bailan, algunos tratan de ligar, otros pocos desaparecen cabizbajos y vuelven aparecer ya armados. Cindy revisa una cartera llena de billetes y tarjetas de crédito, Miki se estremece escuchando un tema que me recuerda esa adolescencia cada vez más lejana. Tú me distraes de nuevo al reírte de algo terrible, él apunta un teléfono en una tarjeta amarilla. ¡Vaya sorpresa!, es el nuestro.
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revisión 2004:El título fue tomado de un tema del grupo Juana la loca, indie pop
viernes, 10 de diciembre de 2004
04. Ultrapop
Ultrapop registra con su cámara nuestro furor en carrusel. Cada vez que nos mira, habla el demoledor deseo de imprimirse big star, en decenas repetidas, colores primarios y ampliaciones bancarias. Es un héroe de ocaso y sentimiento, uniforme 501 y grandes agujeros que se reconforta en el desliz de una chica: mi chica cuya sonrisa, subrayada como fuerza de oposición, me escandaliza a las cinco en punto y que, sin exageraciones, borda en mí cicatrices antiguas.
Mi chica es toda lluvia dorada, prime choice, reportaje nickel de portada y páginas interiores, divino lustre que besa mis heridas sin demasiado artificio. Ultrapop la capta abierta, emergiendo en super slow motion con su cara de discordia; me capta en buenas vibraciones, buscando un show de talento tendido en la cama. Es ella, mi chica de calma rota; soy yo, una sierra, apenas desajustes al enchufar una armonía que hace ver el fracaso como algo positivo. Somos dos disparando vagas cenizas en dirección a un vencimiento logrado a priori. Juntos, mi chica y yo, damos vida o idea de una mentira como veleta que no deja de girar: somos un fomento de fondo diverso, el reflejo de unos cursos con diplomas y medallitas, una maniobra de 17 años que hasta ayer fue fiel a sí misma como el funk diabolum en los ochenta [Una voz en off que no reconocemos se sitúa inquieta en la escena como rayo de luz].
Ultrapop nos absuelve con movimientos rápidos y el fulgor de su flash, vitaminado hasta la última fila por nuestra dicha de sal, nos envuelve en crudo efecto celofán. Es caribe tornasol y suicida. Mi chica y yo no paramos de fornicar al lente de garage interior, mi chica moderna devora todo lo que poseo, le saca jugo a mis entrañas en un tilt up; cree que soy un ticket premiado, un disco de doce pulgadas. Yo le hago sentir desdichada, boxeo, muerdo sus pechos de bronceado veraniego y trapeo todos sus temores en víspera de terapia antes de girar en dirección a su culo ye-yé. Me enciendo, la enciendo fácilmente, soy tan violento y simple como tambor de contingencia urbana, el disparo inocente que inició nuestra plegaria en delay.
Ultrapop nos amenaza con su armada de cables y micrófonos, su aullido es la señal de corte. Al escapar del encuadre, siento la presión legal de ser protagonista con el uno por ciento de probabilidades y el escote triangular de mi chica, empapado, sudoroso, pegado como pesadilla a mi piel calamar. We’re bumpos, estamos encandilados por el último secuestro, semilla de noche vieja y triste cuarto de hotel sin estrellas. Imaginándonos, sensibles, la muerte de Poch; en el escaparate, saludando a Balthus; en Nueva York, desnudos tomando el sol; aquí, rompiendo números sin suerte.
Ultrapop sigue en marcha, el close up de nuestros periféricos lo recrea en stamina, respira profundo y grita: “¡Sois perfectos!” [La voz, cada vez más próxima, enlista sus cosas favoritas]. Mi chica se ríe, yo pongo mis cojones candado en el piso. Ultrapop quiere diálogos calientes, oraciones a María, desatinos azules. Yo quiero beber y mi chica se divierte al decir palabrejas en francés. “Don’t fuck me with your cultura de barrio fino”, le contesto. Si somos idénticos; que más dá hacerlo o no.
—Detesto el cierre de tu boca, qué pálida luz.
—Inserta esquizo, edema de Kostabi— grita mi chica pegada al estéreo.
—Pelea o finge. Give me good clean fun.
Nos separamos muertos de risa. Mi chica y yo. Ella, transgresora como ensueño, se levanta y camina segura, desnuda noticia que carcome, con destino a la mesa. Yo la sustituyo con la firmeza del puño de dios. Enfermo de monotonía, Ultrapop nos pide más. Una pelea de fondo, algo que explote en el momento justo, bofetadas o sangre, otras sonrisas que destruyan el optimismo. Ultrapop es experto en su negocio. Nada de tomas aburridas, paisajes muertos o pirotécnicos dobles de tinte fluorescente. No, Ultrapop quiere nuestra cercanía entablada en el frenopático y puesta al día. Apasionada e irritada, dolorosa y punzante, coloquial y certera como poema de Panero; lo demás, asegura, siempre serán filtros de azar que no sirven de nada.
—¿No te parece que ya fue suficiente? —inquiere mi chica.
Voy por ella. Sin tropiezos, erecto, ruidoso como libido chupa-chup. Ultrapop tira otra cinta por uno de sus agujeros. Me emociona su dirty entusiasmo. Mi chica atrapada en la mesa, en pose cautiva, se dispone a decidir su tragedia carcelera; mi chica es una diosa clavada a punta de martillo; mojada en espíritu y con mis dedos incrustrados hasta el fondo de su pubis indigente. Otra vez, soy yo el rimadero 280 en sintonía tóxica.
—¡Qué bonitas lágrimas vierten tus nalgas! —le dice Ultrapop a mi chica.
Ella responde con el timbre de fax japonés y yo, congelado underground, no sé si creérmelo o no. Un descuido placentero para decir: “Some things come from nothing”, modifica nuestra
situación.
Ahora es ella, en primer plano, el ángel que domina las esposas y juguetes de amarre esperanto. Es un feeling tan divertido ver a mi chica perturbada, deleitándose en los afeites, veloz y sensual en el propósito de malas maneras. She bangs the drums y yo, como James a los quince, pido más tensión, más smog. Una bendición industrial; soy powderkex de mi placer calabozo. [La voz desconocida aplaude primero luego, al sentirse comprimida, siente el peligro]. Ultrapop sigue diciendo: “¡Sois perfectos!”. Los golpes no ahogan mil atracos citadinos, soy un tipo sencillo con sólo un vicio: mi chica alias galore toda agujas, que persigue el bienestar social en un lugar equivocado.
—Baby, you’re the best...
Poco a poco nos hacemos viejos reciclando impulsos. Predicamos nuestra urgencia de cambio trenzados como parias. Un dolor pequeño de bolas chinas en camino al orificio. ¡Qué sorpresa!, mi chica envuelta en fuego encontró en mí su punto G y la salida de emergencia. Nada la detiene, se consume a cachitos. Ultrapop nos mira al revés por el monitor, no puede contenernos. Somos cerdos de museo interactivo, somos historia viva, somos algo más que stills hechos de frío. Ultrapop se lanza al ruedo sin idea, tartamudo e infantil. Ya nadie nos dirige, sowing seeds.
Encarnizados, perdiendo el equilibrio por las fuertes quemaduras e iluminados en el ajetreo manual de 100 dólares por hora, escribimos la nueva historia. Un plus de autoenfoque visceral que mejor nos retrata en perspectiva hardcore. Ponemos la marca, creamos un mosaico de oportunidades, anotamos al instante, un pedazo de onda.
Ultrapop no es como nosotros, es débil piel blanca, tierna y nerviosa. Alguien que nunca se había puesto en línea de combate. Ingenuo jail bait de cadencia sin sentido, un noble candidato al date rape de música disco. Ya nos cansamos de tatuarlo, de mandarlo sin lubricación por los extremos, de convertirlo en nuestra mascota y joven bidet. Exige, reclama, suplica su año sabático. [La voz se aleja, camina presurosa hacia la salida, sus ojos expresan cierto miedo y no poca repulsión]. Pero no, nosotros le administramos disciplina inglesa al 100%, reconocemos sus espacios de saliva, lo conectamos con su inner-self más deep y lo encerramos por ahí para que muerda fuerte la oscuridad. Como debería ser.
Mi chica y yo volvemos a la colección de juegos e ítems opuestos, rellenamos otra hora en referencia y agonía estética que nos muestra un poco vulnerables. Vibramos, hacemos un squish que nos sale perfecto, estrenamos servicios que reciclan viejos placeres y celebrando la diferencia que nos une, oprimimos el botón de STOP antes que el dolor llegue sin explicación. Después ya recuperados de pelear con rubios insectos, mi chica y yo nos ponemos la camiseta de Juventus Laika para tratar de resolver el crucigrama del periódico de hoy. Es tan complicado que en ello se nos va el resto del día.
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revision 2004: Este texto se publico en Yubai (la revista de la UABC) y, si no paso nada, apareció en otra el pasado mes de noviembre 2004.
Mi chica es toda lluvia dorada, prime choice, reportaje nickel de portada y páginas interiores, divino lustre que besa mis heridas sin demasiado artificio. Ultrapop la capta abierta, emergiendo en super slow motion con su cara de discordia; me capta en buenas vibraciones, buscando un show de talento tendido en la cama. Es ella, mi chica de calma rota; soy yo, una sierra, apenas desajustes al enchufar una armonía que hace ver el fracaso como algo positivo. Somos dos disparando vagas cenizas en dirección a un vencimiento logrado a priori. Juntos, mi chica y yo, damos vida o idea de una mentira como veleta que no deja de girar: somos un fomento de fondo diverso, el reflejo de unos cursos con diplomas y medallitas, una maniobra de 17 años que hasta ayer fue fiel a sí misma como el funk diabolum en los ochenta [Una voz en off que no reconocemos se sitúa inquieta en la escena como rayo de luz].
Ultrapop nos absuelve con movimientos rápidos y el fulgor de su flash, vitaminado hasta la última fila por nuestra dicha de sal, nos envuelve en crudo efecto celofán. Es caribe tornasol y suicida. Mi chica y yo no paramos de fornicar al lente de garage interior, mi chica moderna devora todo lo que poseo, le saca jugo a mis entrañas en un tilt up; cree que soy un ticket premiado, un disco de doce pulgadas. Yo le hago sentir desdichada, boxeo, muerdo sus pechos de bronceado veraniego y trapeo todos sus temores en víspera de terapia antes de girar en dirección a su culo ye-yé. Me enciendo, la enciendo fácilmente, soy tan violento y simple como tambor de contingencia urbana, el disparo inocente que inició nuestra plegaria en delay.
Ultrapop nos amenaza con su armada de cables y micrófonos, su aullido es la señal de corte. Al escapar del encuadre, siento la presión legal de ser protagonista con el uno por ciento de probabilidades y el escote triangular de mi chica, empapado, sudoroso, pegado como pesadilla a mi piel calamar. We’re bumpos, estamos encandilados por el último secuestro, semilla de noche vieja y triste cuarto de hotel sin estrellas. Imaginándonos, sensibles, la muerte de Poch; en el escaparate, saludando a Balthus; en Nueva York, desnudos tomando el sol; aquí, rompiendo números sin suerte.
Ultrapop sigue en marcha, el close up de nuestros periféricos lo recrea en stamina, respira profundo y grita: “¡Sois perfectos!” [La voz, cada vez más próxima, enlista sus cosas favoritas]. Mi chica se ríe, yo pongo mis cojones candado en el piso. Ultrapop quiere diálogos calientes, oraciones a María, desatinos azules. Yo quiero beber y mi chica se divierte al decir palabrejas en francés. “Don’t fuck me with your cultura de barrio fino”, le contesto. Si somos idénticos; que más dá hacerlo o no.
—Detesto el cierre de tu boca, qué pálida luz.
—Inserta esquizo, edema de Kostabi— grita mi chica pegada al estéreo.
—Pelea o finge. Give me good clean fun.
Nos separamos muertos de risa. Mi chica y yo. Ella, transgresora como ensueño, se levanta y camina segura, desnuda noticia que carcome, con destino a la mesa. Yo la sustituyo con la firmeza del puño de dios. Enfermo de monotonía, Ultrapop nos pide más. Una pelea de fondo, algo que explote en el momento justo, bofetadas o sangre, otras sonrisas que destruyan el optimismo. Ultrapop es experto en su negocio. Nada de tomas aburridas, paisajes muertos o pirotécnicos dobles de tinte fluorescente. No, Ultrapop quiere nuestra cercanía entablada en el frenopático y puesta al día. Apasionada e irritada, dolorosa y punzante, coloquial y certera como poema de Panero; lo demás, asegura, siempre serán filtros de azar que no sirven de nada.
—¿No te parece que ya fue suficiente? —inquiere mi chica.
Voy por ella. Sin tropiezos, erecto, ruidoso como libido chupa-chup. Ultrapop tira otra cinta por uno de sus agujeros. Me emociona su dirty entusiasmo. Mi chica atrapada en la mesa, en pose cautiva, se dispone a decidir su tragedia carcelera; mi chica es una diosa clavada a punta de martillo; mojada en espíritu y con mis dedos incrustrados hasta el fondo de su pubis indigente. Otra vez, soy yo el rimadero 280 en sintonía tóxica.
—¡Qué bonitas lágrimas vierten tus nalgas! —le dice Ultrapop a mi chica.
Ella responde con el timbre de fax japonés y yo, congelado underground, no sé si creérmelo o no. Un descuido placentero para decir: “Some things come from nothing”, modifica nuestra
situación.
Ahora es ella, en primer plano, el ángel que domina las esposas y juguetes de amarre esperanto. Es un feeling tan divertido ver a mi chica perturbada, deleitándose en los afeites, veloz y sensual en el propósito de malas maneras. She bangs the drums y yo, como James a los quince, pido más tensión, más smog. Una bendición industrial; soy powderkex de mi placer calabozo. [La voz desconocida aplaude primero luego, al sentirse comprimida, siente el peligro]. Ultrapop sigue diciendo: “¡Sois perfectos!”. Los golpes no ahogan mil atracos citadinos, soy un tipo sencillo con sólo un vicio: mi chica alias galore toda agujas, que persigue el bienestar social en un lugar equivocado.
—Baby, you’re the best...
Poco a poco nos hacemos viejos reciclando impulsos. Predicamos nuestra urgencia de cambio trenzados como parias. Un dolor pequeño de bolas chinas en camino al orificio. ¡Qué sorpresa!, mi chica envuelta en fuego encontró en mí su punto G y la salida de emergencia. Nada la detiene, se consume a cachitos. Ultrapop nos mira al revés por el monitor, no puede contenernos. Somos cerdos de museo interactivo, somos historia viva, somos algo más que stills hechos de frío. Ultrapop se lanza al ruedo sin idea, tartamudo e infantil. Ya nadie nos dirige, sowing seeds.
Encarnizados, perdiendo el equilibrio por las fuertes quemaduras e iluminados en el ajetreo manual de 100 dólares por hora, escribimos la nueva historia. Un plus de autoenfoque visceral que mejor nos retrata en perspectiva hardcore. Ponemos la marca, creamos un mosaico de oportunidades, anotamos al instante, un pedazo de onda.
Ultrapop no es como nosotros, es débil piel blanca, tierna y nerviosa. Alguien que nunca se había puesto en línea de combate. Ingenuo jail bait de cadencia sin sentido, un noble candidato al date rape de música disco. Ya nos cansamos de tatuarlo, de mandarlo sin lubricación por los extremos, de convertirlo en nuestra mascota y joven bidet. Exige, reclama, suplica su año sabático. [La voz se aleja, camina presurosa hacia la salida, sus ojos expresan cierto miedo y no poca repulsión]. Pero no, nosotros le administramos disciplina inglesa al 100%, reconocemos sus espacios de saliva, lo conectamos con su inner-self más deep y lo encerramos por ahí para que muerda fuerte la oscuridad. Como debería ser.
Mi chica y yo volvemos a la colección de juegos e ítems opuestos, rellenamos otra hora en referencia y agonía estética que nos muestra un poco vulnerables. Vibramos, hacemos un squish que nos sale perfecto, estrenamos servicios que reciclan viejos placeres y celebrando la diferencia que nos une, oprimimos el botón de STOP antes que el dolor llegue sin explicación. Después ya recuperados de pelear con rubios insectos, mi chica y yo nos ponemos la camiseta de Juventus Laika para tratar de resolver el crucigrama del periódico de hoy. Es tan complicado que en ello se nos va el resto del día.
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revision 2004: Este texto se publico en Yubai (la revista de la UABC) y, si no paso nada, apareció en otra el pasado mes de noviembre 2004.
lunes, 6 de diciembre de 2004
05.Pánico en Iketa
A Katerine le gustaba estar en Iketa, ese refugio para outsiders y gente en búsqueda de vértigo y velocidad; era, así lo expresaba, su segundo hogar. En ocasiones, las canciones tantas veces escuchadas eran voces, carnada que prodigaba una conversación a los ideales de nunca una noche malgastada. En otras, culpa de la cerveza o de la tristeza, Katerine bailaba sola, con sus demonios, con el furor de los veintitantos años, el olor a spliff entremezclado con designer gel, las ganas de dejarse besar y hacerlo. Lo suyo era agitar la pelvis, los brazos en el aire, permanecer con los ojos cerrados, entreabiertos, perdidos.
Era otro fin de semana por quemar, el club full de chicos monos con quien ligar y esa sed de dejarse llevar y no controlar nada. Old stories, sustancias nuevas, beat crazy, en sintonía con el tiempo perdido. La música era lo de menos, las intenciones, el rozar a los cuerpos, el poder jugar ese game, la posibilidad de anotar. Era divertido apostar, lo de siempre, lo de hoy. La joroba del misterio, todos los otros, las miradas, el sí y el no que incita el flujo de miel.
En Iketa la clave para disfrutar era conocer a alguien, sonreír, beber, coquetear, fingir o no interés. “¡Qué más da! It’s my libertad”, gritaba Katerine a un Serge red eyes, recién llegado de otro bar sobre el fondo de “One way or another”. Es otra noche, una madrugada, otro weekend por quemar cuando todo se reduce a una oportunidad de anotar.
Sorpresa, sorpresa. Los chicos no siempre son héroes, sometimes they drink too much y se convierten en querubines de bajo costo, pendencieros con fast cars, guiñapos que nunca saben que pasa, space boys que venden humo o papelinas, diamond dogs con look de revista inglesa que aterrorizan a las niñas felices.
¡¡¡TE VOY A MATAR!!!, le dijo y aquello le sonó a broma, a telefilme de las cuatro de la madrugada, a frase estúpida de un giallo book. Pero no fue así, bad luck de principiante. Katerine colgó el auricular y emprendió presurosa el camino de regreso a Iketa. Ya no están los amigos; todos se han ido. Tras un par de rondas de cervezas, se dirigieron a lo de Joni. Claro, hay otras fiestas por celebrar pero a ella, smile de baby girl, le encantaba el lugar. Por eso quería regresar, volver a vivir ese verano que no acaba.
Oye, déjame. Ey!, me lastimas. Arrrggh. Katerine no ve nada, sólo siente el pulso de unas manos que, rápidas y precisas, colocan ¿un cinto? ¿cadena? ¿alambre? Sepa dios qué cosa alrededor de su cuello. ÉL es más fuerte, pero Katerine vence un poco el miedo. Patalea, se lleva las manos al cuello para sortear el intento. Le sofoca, le va faltando el aire, las ganas, el esfuerzo. ÉL la arrastra como muñeca vieja que desechan las niñas bonitas cuando llega la hora de abrir los regalos, como el jornal de los días en los que sólo llueve y llueve, como el archivo muerto de una oficina postal.
Es de familia encontrar problemas. ÉL sabe lo que hace. ÉL lo quiere hacer. Katerine apenas vive, apenas ve, de reojo, a un par de policías que vigilan la conducta de los ebrios; lo suyo se limita a evitar las habituales peleas o el que trolos y wannabes borrachos no se roben tarros ni botellas. Al pasar casi frente a ellos, Katerine es una ebria más, otra chica que no sabe beber, otra carga que el novio carga porque sí y por el que dirán.
En su mente, Katerine grita, grita fuerte, como nunca.
Grita ayuda/¡Dios mío!/me mata/me muero/no quiero morir/ayuda.
Grita.
ÉL sonríe. Siente un poco de placer al apretar. Un cosquilleo, un ardor interno. Aprieta más fuerte, quiere sentir que se va. Una pena, otro lugar. Pensar en lo maravilloso de un auto nuevo, el confort de una zona residencial exclusiva, los gritos ahogados, no hay nada que hacer. En la agencia, escoger el modelo, un tarjetazo, la firma y ya. Un golpe porque sí y porque qué más da. Un paseo por la ciudad que intenta recuperar el protagonismo perdido.
Katerine se deja caer.
Se cae. Cae al suelo; el suelo la recibe con un beso.
Nunca el cemento estuvo tan amable, nunca tan sincero.
Katerine no se mueve, no se puede mover, no se quiere mover. Siente la presencia, el acecho. Siente la mirada de ÉL, satisfecho al darse cuenta que los objetivos de primer curso fueron cumplidos, que tan sólo hay que poner empeño y un poco de cariño para lograr las cosas que uno sueña [la belleza el baile de graduación una noche de sexo las comidas favoritas el discurso eficaz de un político el alto índice de drogadicción un bootleg de Radiohead un saco negro maletas para próximos viajes]. Siente como ÉL se aleja, temblando, reclamándose un “Carajo, por qué tan pronto. Ni siquiera me la puso dura”.
Katerine escucha sin chistar el «Cumpleaños feliz», apaga las velas. Se ve en el espejo radiante, su madre peina canas y aún es bella. “Cuando llegue a los veinticinco años me pintare el pelo, seré una rubia deluxe”, dice y sonríe, abriendo ligeramente la boca. Cambiar es fácil, le han dicho, es sólo cuestión de tiempo. Gracias brother por el libro de la Plath. Lo leeré. Si, cuando tenga tiempo. Ya habrá tiempo, hoy es party time. No, ya no quiero cerveza. El tequila, ese es de tradición. Salud. Sí, Miki me llamo por teléfono, quedo en pasar por mí a las nueve. ¿Qué? ¿Ya son? Ay, necesito pintarme de rojo los labios. No sé en que revista leí que así se atraía más a los hombres. Ciao, regreso tarde.
¿Es qué acaso no entendimos nada? El deseo nunca se va, no se llena, no cesa: fue un error tomarlo al pie de la letra. Su regreso es intenso, febril y tan superficial que descubre que no hay una raya perfecta o una válvula de escape, crucificado time off.
Katerine piensa, se para e intenta correr. El sonido de un tacón rompiéndose la estremece, se imagina a la maldita acera llena de hoyos, trampas cotidianas que hoy pueden ser mortales. Algo la atrapa, algo la jala, algo... Siente un puñetazo en el rostro y luego otro y otro y otro más. Katerine pierde la cuenta; ÉL no: va contando los minutos, va contando los segundos. Los golpes ya no duelen, se estrellan como sueños diluidos en el rompeolas o los intentos por recuperarse del fracaso. “Déjame cabrón”, alcanza a gemir Katerine, la chica de Iketa. Ahora se encara a ÉL. Lucha, araña, patalea.
En el club, el CDJ –cansado de servilletas y gritos- complace a un William so drunkie poniendo por fin “It’s so hard”. Lejos del noise, Katerine comprueba que el sabor de las lágrimas no es tan salado y que saberlo poco importa ya. Lo único que queda es luchar. Sus uñas llevan carne, cabellos y sangre. Su boca intenta morder lo que sea. ÉL es más fuerte, su puño es más fuerte. Katerine siente como se le incrusta un anillo de graduación en su piel. El pasado ya no sirve y el miedo no logra nada. Lo único que queda es luchar, se repite.
Lo único que queda es luchar.
Era otro fin de semana por quemar, el club full de chicos monos con quien ligar y esa sed de dejarse llevar y no controlar nada. Old stories, sustancias nuevas, beat crazy, en sintonía con el tiempo perdido. La música era lo de menos, las intenciones, el rozar a los cuerpos, el poder jugar ese game, la posibilidad de anotar. Era divertido apostar, lo de siempre, lo de hoy. La joroba del misterio, todos los otros, las miradas, el sí y el no que incita el flujo de miel.
En Iketa la clave para disfrutar era conocer a alguien, sonreír, beber, coquetear, fingir o no interés. “¡Qué más da! It’s my libertad”, gritaba Katerine a un Serge red eyes, recién llegado de otro bar sobre el fondo de “One way or another”. Es otra noche, una madrugada, otro weekend por quemar cuando todo se reduce a una oportunidad de anotar.
Sorpresa, sorpresa. Los chicos no siempre son héroes, sometimes they drink too much y se convierten en querubines de bajo costo, pendencieros con fast cars, guiñapos que nunca saben que pasa, space boys que venden humo o papelinas, diamond dogs con look de revista inglesa que aterrorizan a las niñas felices.
¡¡¡TE VOY A MATAR!!!, le dijo y aquello le sonó a broma, a telefilme de las cuatro de la madrugada, a frase estúpida de un giallo book. Pero no fue así, bad luck de principiante. Katerine colgó el auricular y emprendió presurosa el camino de regreso a Iketa. Ya no están los amigos; todos se han ido. Tras un par de rondas de cervezas, se dirigieron a lo de Joni. Claro, hay otras fiestas por celebrar pero a ella, smile de baby girl, le encantaba el lugar. Por eso quería regresar, volver a vivir ese verano que no acaba.
Oye, déjame. Ey!, me lastimas. Arrrggh. Katerine no ve nada, sólo siente el pulso de unas manos que, rápidas y precisas, colocan ¿un cinto? ¿cadena? ¿alambre? Sepa dios qué cosa alrededor de su cuello. ÉL es más fuerte, pero Katerine vence un poco el miedo. Patalea, se lleva las manos al cuello para sortear el intento. Le sofoca, le va faltando el aire, las ganas, el esfuerzo. ÉL la arrastra como muñeca vieja que desechan las niñas bonitas cuando llega la hora de abrir los regalos, como el jornal de los días en los que sólo llueve y llueve, como el archivo muerto de una oficina postal.
Es de familia encontrar problemas. ÉL sabe lo que hace. ÉL lo quiere hacer. Katerine apenas vive, apenas ve, de reojo, a un par de policías que vigilan la conducta de los ebrios; lo suyo se limita a evitar las habituales peleas o el que trolos y wannabes borrachos no se roben tarros ni botellas. Al pasar casi frente a ellos, Katerine es una ebria más, otra chica que no sabe beber, otra carga que el novio carga porque sí y por el que dirán.
En su mente, Katerine grita, grita fuerte, como nunca.
Grita ayuda/¡Dios mío!/me mata/me muero/no quiero morir/ayuda.
Grita.
ÉL sonríe. Siente un poco de placer al apretar. Un cosquilleo, un ardor interno. Aprieta más fuerte, quiere sentir que se va. Una pena, otro lugar. Pensar en lo maravilloso de un auto nuevo, el confort de una zona residencial exclusiva, los gritos ahogados, no hay nada que hacer. En la agencia, escoger el modelo, un tarjetazo, la firma y ya. Un golpe porque sí y porque qué más da. Un paseo por la ciudad que intenta recuperar el protagonismo perdido.
Katerine se deja caer.
Se cae. Cae al suelo; el suelo la recibe con un beso.
Nunca el cemento estuvo tan amable, nunca tan sincero.
Katerine no se mueve, no se puede mover, no se quiere mover. Siente la presencia, el acecho. Siente la mirada de ÉL, satisfecho al darse cuenta que los objetivos de primer curso fueron cumplidos, que tan sólo hay que poner empeño y un poco de cariño para lograr las cosas que uno sueña [la belleza el baile de graduación una noche de sexo las comidas favoritas el discurso eficaz de un político el alto índice de drogadicción un bootleg de Radiohead un saco negro maletas para próximos viajes]. Siente como ÉL se aleja, temblando, reclamándose un “Carajo, por qué tan pronto. Ni siquiera me la puso dura”.
Katerine escucha sin chistar el «Cumpleaños feliz», apaga las velas. Se ve en el espejo radiante, su madre peina canas y aún es bella. “Cuando llegue a los veinticinco años me pintare el pelo, seré una rubia deluxe”, dice y sonríe, abriendo ligeramente la boca. Cambiar es fácil, le han dicho, es sólo cuestión de tiempo. Gracias brother por el libro de la Plath. Lo leeré. Si, cuando tenga tiempo. Ya habrá tiempo, hoy es party time. No, ya no quiero cerveza. El tequila, ese es de tradición. Salud. Sí, Miki me llamo por teléfono, quedo en pasar por mí a las nueve. ¿Qué? ¿Ya son? Ay, necesito pintarme de rojo los labios. No sé en que revista leí que así se atraía más a los hombres. Ciao, regreso tarde.
¿Es qué acaso no entendimos nada? El deseo nunca se va, no se llena, no cesa: fue un error tomarlo al pie de la letra. Su regreso es intenso, febril y tan superficial que descubre que no hay una raya perfecta o una válvula de escape, crucificado time off.
Katerine piensa, se para e intenta correr. El sonido de un tacón rompiéndose la estremece, se imagina a la maldita acera llena de hoyos, trampas cotidianas que hoy pueden ser mortales. Algo la atrapa, algo la jala, algo... Siente un puñetazo en el rostro y luego otro y otro y otro más. Katerine pierde la cuenta; ÉL no: va contando los minutos, va contando los segundos. Los golpes ya no duelen, se estrellan como sueños diluidos en el rompeolas o los intentos por recuperarse del fracaso. “Déjame cabrón”, alcanza a gemir Katerine, la chica de Iketa. Ahora se encara a ÉL. Lucha, araña, patalea.
En el club, el CDJ –cansado de servilletas y gritos- complace a un William so drunkie poniendo por fin “It’s so hard”. Lejos del noise, Katerine comprueba que el sabor de las lágrimas no es tan salado y que saberlo poco importa ya. Lo único que queda es luchar. Sus uñas llevan carne, cabellos y sangre. Su boca intenta morder lo que sea. ÉL es más fuerte, su puño es más fuerte. Katerine siente como se le incrusta un anillo de graduación en su piel. El pasado ya no sirve y el miedo no logra nada. Lo único que queda es luchar, se repite.
Lo único que queda es luchar.
viernes, 3 de diciembre de 2004
06. Christina on my mind
Aparece cuando menos la espero, siempre de improviso. Cuando la veo acercarse tan cándida, dispuesta a cortar de tajo mi tristeza con su euforia automática, no puedo dejar de sonreír agradecido. Ella es un alegre aguijón, la palestra, el patio de una iglesia, el verano de ensueño, los discos de breakbeat que tanto disfruto. She’s all I need, algo que me acompaña sin disculpas a buscar un nuevo significado para toda esta guerra de manipulación y artificio.
A veces siento que es terrible estar atado a tanta dulzura. Afuera, la gente pelea en el bar de siempre, vomita en el freeway o sufre asaltos a punta de naifa en la oscuridad de un callejón. Aquí dentro, con una tristeza infinita o en medio del anárquico desconcierto, aprovechamos el tiempo que nos queda por vivir para disfrutar juntos los golpes de amor que nos propina nuestro hogar. Con ella, todo; sin ella, nada. [Todo es aburrido hasta el ver extasiado las maravillas que anuncian a través de los infomerciales]
Su candidez está guiada por la sinceridad, su oferta es una de ésas que penetra al banco, lleva un papel y se marcha tranquila con todos mis esfuerzos. Me tiene atrapado, aún cuando se supone que no tiene voz, con su oferta fantástica de «La vida es diversión». Su canto de independencia y búsqueda me eleva y, por momentos, todo mi ser conecta con algo más profundo que los consejos bienintencionados pero inútiles o me lleva a ese sorpresivo despertar en el hospital; en otros, su presencia me da la fuerza para sobrevivir en esos momentos cuando los amigos me gastan la oreja con lamentos, rumores y sueños metálicos que sugieren que hay algo de positivo en el fracaso [Todo eso que aspira a una sensación de prórroga].
Ella me remite a pensar que cada cual es una historia, un momento equivocado, una razón más por lo que ya no se cree en nada. Algo estúpido y superficial, exagerado como tira cómica de homicidios perpetrados por una tímida figurita hecha a lápiz, la voz del ídolo que todos aclaman, el que incluye y excluye, el que reporta los intereses más genuinos para validar los más extraños. Un pasaporte expirado hacia una inmunda y uniforme felicidad. The living end.
Alguna gente me dice que ella es un episodio de desilusión, talento perdido que dejará un enorme hueco en mi vida; que me lleva justo a donde nadie quiere ir, la parte salvaje de una añeja maldición, algo que no ha dormido por semanas. No puedo evitar recordarles que ambos caímos enamorados tras un beso químico, que nuestro encuentro es una forma de empatía y control, que hay unidad en la apertura y diversidad en las intenciones; que yo no sacrificaría nada para depositar la fe en algo, pero que ella me permite cruzar la barrera, estremecerme y después, como nadie antes, dejar de sentir miedo. Justo lo que necesita un muchacho como yo, alguien que siempre estuvo triste.
Por eso, a pesar de todo y todos, ella es tan adorable.
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revisión 2004: Another hit. Una declaración de amor profundo y una apología a todo aquello que nos hace dependientes. Basado en una historia real. El amor a veces no es lo que parece.
A veces siento que es terrible estar atado a tanta dulzura. Afuera, la gente pelea en el bar de siempre, vomita en el freeway o sufre asaltos a punta de naifa en la oscuridad de un callejón. Aquí dentro, con una tristeza infinita o en medio del anárquico desconcierto, aprovechamos el tiempo que nos queda por vivir para disfrutar juntos los golpes de amor que nos propina nuestro hogar. Con ella, todo; sin ella, nada. [Todo es aburrido hasta el ver extasiado las maravillas que anuncian a través de los infomerciales]
Su candidez está guiada por la sinceridad, su oferta es una de ésas que penetra al banco, lleva un papel y se marcha tranquila con todos mis esfuerzos. Me tiene atrapado, aún cuando se supone que no tiene voz, con su oferta fantástica de «La vida es diversión». Su canto de independencia y búsqueda me eleva y, por momentos, todo mi ser conecta con algo más profundo que los consejos bienintencionados pero inútiles o me lleva a ese sorpresivo despertar en el hospital; en otros, su presencia me da la fuerza para sobrevivir en esos momentos cuando los amigos me gastan la oreja con lamentos, rumores y sueños metálicos que sugieren que hay algo de positivo en el fracaso [Todo eso que aspira a una sensación de prórroga].
Ella me remite a pensar que cada cual es una historia, un momento equivocado, una razón más por lo que ya no se cree en nada. Algo estúpido y superficial, exagerado como tira cómica de homicidios perpetrados por una tímida figurita hecha a lápiz, la voz del ídolo que todos aclaman, el que incluye y excluye, el que reporta los intereses más genuinos para validar los más extraños. Un pasaporte expirado hacia una inmunda y uniforme felicidad. The living end.
Alguna gente me dice que ella es un episodio de desilusión, talento perdido que dejará un enorme hueco en mi vida; que me lleva justo a donde nadie quiere ir, la parte salvaje de una añeja maldición, algo que no ha dormido por semanas. No puedo evitar recordarles que ambos caímos enamorados tras un beso químico, que nuestro encuentro es una forma de empatía y control, que hay unidad en la apertura y diversidad en las intenciones; que yo no sacrificaría nada para depositar la fe en algo, pero que ella me permite cruzar la barrera, estremecerme y después, como nadie antes, dejar de sentir miedo. Justo lo que necesita un muchacho como yo, alguien que siempre estuvo triste.
Por eso, a pesar de todo y todos, ella es tan adorable.
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revisión 2004: Another hit. Una declaración de amor profundo y una apología a todo aquello que nos hace dependientes. Basado en una historia real. El amor a veces no es lo que parece.
lunes, 29 de noviembre de 2004
07. THE PROBLEM WITH US
I.
Cuando tocamos piso del último viaje, ya no había nadie ahí. Estábamos solos en medio de la nada. Antes de eso, habíamos charlado por horas acerca de buten things. Una suerte de resumen de las experiencias compartidas entre dialectos perdidos, las clases de urbanidad y el constante lidiar con familias disfuncionales. Cosas así de simples.
Por más que quisimos creer, todo se perdió en un instante. Aquel maldito encuentro con lo desconocido nos ilumino, encontramos —gosh, entre tanto letrero de “Don’t smoke” y danza narcótica— cual era realmente nuestro sitio en el radiante porvenir que vimos anunciado por televisión. Lo sabíamos, pero ya no encontramos a nadie que atestiguara el gris estallido de nuestra conciencia. Esa madrugada, la tibieza estival nos sorprendió con un estertor de falso equilibrio y la sirena de una puta ambulancia fue el atisbo de evidente peligro, algo que nos mostraba de forma violenta aquel paisaje de ocasión.
Éramos, ¿cómo decirlo para no sonar trivial? ¿Distintos? ¿Too much similar? ¿Tan clueless, tan obsesivos? Eso no importa gran cosa viendo el estado de la situación: feelings amputados, bebiendo en exceso y con entrañas palpitantes; mencionando a Dios a cada rato, pasando el tiempo libre evocando lo que nunca ocurrió; bailando al borde de un estereotipado threesome; el stop de manos crucial y la ingenua promesa de “Nunca me sentí mejor”; en duda por una relación tan prometedora como tormentosa; con imágenes borrosas del pasado inmediato; con una imposible movie en la mente; en eterno duelo por esas llamadas cortas por teléfono.
Somos como dos, un círculo que hasta ahora se ha cerrado.
II.
Lo reduccionista es una forma de vida. Roto el último principio moral que permanecía intacto, ya no queda tiempo para explicaciones ni para devorar bagels de importación mientras se discute si los fracasos tienen algo de positivo. Nuestro rostro feliz quedo registrado como una foto irónica que escapa a un posible entendimiento. No podemos explicar el por qué de tanta fiesta después de la tragedia que vivimos. ¿Qué culpa tiene todas esas personas que involucramos sin necesidad? Desconocemos el camino a la salvación. Tampoco sabemos en donde hay que dar U-turn para volver al freeway del delirio, mucho menos si es posible hacerlo. Ni importa gran cosa.
Todo va hacia ningún lado: es un tiro largo a sinodal, resquicios de una nueva generación que no cumple con el proceso de recepción y que se forja el traspaso a voluntad. Hablar, hablar, hablar por no tener nada mejor que hacer. Ya paso el tiempo y la oportunidad de volver atrás; de sentarnos a platicar viendo los testimoniales de accidentes y muertes violentas; de resolver los problemas que se nos daban con tanta fecundidad; de fatigar las horas intentando encontrar respuestas evasivas a una pregunta cerrada. O estaríamos mejor, eso sería lo ideal, si pudiéramos gritar con arrojo amplificado un malestar difuso: ¿Cómo confesar las culpas si no se cree ni en la redención ni en la culpa? ¿Cómo retomar el timón de una vida so fucked up? Sabemos que ya quedamos muy lejos de cualquier tipo de arreglo o solución. Inminente breakup.
III.
No más ese triste apego a los sueños de vida modelo, ni días inmersos en la nevera afásica enlistando a los héroes slackpies que, en gran porcentaje, son tan estúpidos como todos los demás, como nosotros mismos. Estamos tratando de seguir un rumbo determinado, pensando que la vida no es uno de esos densos tratados filosóficos que tanto le gustan a cierta gente; recordando ocasionalmente que la excitación de aquel difícil momento se explica en algo por la táctica empleada, que la bendita confusión se ha encargado de trastocar los mejores extractos de nuestra breve historia en común. Volar, ¿ahora? ¿hacia donde? Ya no hay sitio para más idiotas ni filatélicos neoyorquinos que lean en braile una puta poesía. El ticket de nuestras miserias felpó en bruto, todas las mentiras que nos decimos agotaron el depósito inicial. Nuestra cuenta está en cero.
—Gente como tú lo tiene más fácil, gente como yo no...
—Me intoxica que siempre digas lo mismo.
—¿Lo grandioso que ha sido todo?
—Sí, claro. Igual.
IV.
No es conformismo, no es incertidumbre y mucho menos, el no creer en la validez de nuestros actos. Es un incendio de ritmos y luces en una bodega sin salida, establishment y resistencia en un jodido comboamigo. Puta realidad periférica. No estamos decepcionados porque para estarlo debimos haber confiado en algo, en alguien. Sabemos que ya es tarde para empezar de nuevo bajo ese mismo concepto de independencia y modernidad. Por eso, ahora en nuestros días cíclopes, nos tiramos un chumapues y nos echamos a reír; en nuestros días snobground, hacemos mutis viendo pasar los coches bomba; en nuestros días de odio, nos ponemos hiper sensibles y sacamos del cajón de la pistola que nunca hemos usado; en nuestros días de carnero, reflejando nuestra fe muerta y sin abrigo escupimos nuestra ex ternura por el viejo colmillo; en nuestros días de algodón, nos percatamos que los amigos son solamente enemigos que no tienen el valor para destruirnos; en nuestros días de pánico y desempleo, organizamos fiestas masivas para exiliados de otros días negros; en nuestros días de liderazgo, enviamos e-cards notificando como nos va en el frente de batalla; en nuestros días club pop, no podemos olvidar el color de sus ojos al bailar; en nuestros días damage, damos pase incondicional a todo aquello que nos falta por experimentar; en nuestros días de aburrimiento, quemamos las bocinas del estéreo haciendo polvo la nostalgia por el punk; en nuestros días malsoñantes, merodeamos por las calles miserables con un filoso cuchillo; en nuestros días ácidos, nos masturbamos esnifando las etiquetas de productos de limpieza o pensando en autos deportivos. Dios es tan perfecto.
V.
Es obvio que no hemos aprendido nada de nuestros errores. El tiempo nos enseña que de nada vale tener todo en la vida y nosotros, aquí y en todas partes, encendemos el motor de inconsciencia y vitalidad primeriza en ruta de la décima víctima. That’s the problem with us: antes fuimos hype meisters, tan reckless y explosivos. Estamos a un paso de abdicar al título de veloces promesas y ahora, lo peor de todo, es que aún no sabemos lo que vendrá al salir está noche borrachos del club. So fucking drunkies. Como todos los días, como todas las semanas, como todos los meses de estos últimos años. Nothing ever changes.
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revisión 2004: La peor despedida en el mejor momento posible.
Cuando tocamos piso del último viaje, ya no había nadie ahí. Estábamos solos en medio de la nada. Antes de eso, habíamos charlado por horas acerca de buten things. Una suerte de resumen de las experiencias compartidas entre dialectos perdidos, las clases de urbanidad y el constante lidiar con familias disfuncionales. Cosas así de simples.
Por más que quisimos creer, todo se perdió en un instante. Aquel maldito encuentro con lo desconocido nos ilumino, encontramos —gosh, entre tanto letrero de “Don’t smoke” y danza narcótica— cual era realmente nuestro sitio en el radiante porvenir que vimos anunciado por televisión. Lo sabíamos, pero ya no encontramos a nadie que atestiguara el gris estallido de nuestra conciencia. Esa madrugada, la tibieza estival nos sorprendió con un estertor de falso equilibrio y la sirena de una puta ambulancia fue el atisbo de evidente peligro, algo que nos mostraba de forma violenta aquel paisaje de ocasión.
Éramos, ¿cómo decirlo para no sonar trivial? ¿Distintos? ¿Too much similar? ¿Tan clueless, tan obsesivos? Eso no importa gran cosa viendo el estado de la situación: feelings amputados, bebiendo en exceso y con entrañas palpitantes; mencionando a Dios a cada rato, pasando el tiempo libre evocando lo que nunca ocurrió; bailando al borde de un estereotipado threesome; el stop de manos crucial y la ingenua promesa de “Nunca me sentí mejor”; en duda por una relación tan prometedora como tormentosa; con imágenes borrosas del pasado inmediato; con una imposible movie en la mente; en eterno duelo por esas llamadas cortas por teléfono.
Somos como dos, un círculo que hasta ahora se ha cerrado.
II.
Lo reduccionista es una forma de vida. Roto el último principio moral que permanecía intacto, ya no queda tiempo para explicaciones ni para devorar bagels de importación mientras se discute si los fracasos tienen algo de positivo. Nuestro rostro feliz quedo registrado como una foto irónica que escapa a un posible entendimiento. No podemos explicar el por qué de tanta fiesta después de la tragedia que vivimos. ¿Qué culpa tiene todas esas personas que involucramos sin necesidad? Desconocemos el camino a la salvación. Tampoco sabemos en donde hay que dar U-turn para volver al freeway del delirio, mucho menos si es posible hacerlo. Ni importa gran cosa.
Todo va hacia ningún lado: es un tiro largo a sinodal, resquicios de una nueva generación que no cumple con el proceso de recepción y que se forja el traspaso a voluntad. Hablar, hablar, hablar por no tener nada mejor que hacer. Ya paso el tiempo y la oportunidad de volver atrás; de sentarnos a platicar viendo los testimoniales de accidentes y muertes violentas; de resolver los problemas que se nos daban con tanta fecundidad; de fatigar las horas intentando encontrar respuestas evasivas a una pregunta cerrada. O estaríamos mejor, eso sería lo ideal, si pudiéramos gritar con arrojo amplificado un malestar difuso: ¿Cómo confesar las culpas si no se cree ni en la redención ni en la culpa? ¿Cómo retomar el timón de una vida so fucked up? Sabemos que ya quedamos muy lejos de cualquier tipo de arreglo o solución. Inminente breakup.
III.
No más ese triste apego a los sueños de vida modelo, ni días inmersos en la nevera afásica enlistando a los héroes slackpies que, en gran porcentaje, son tan estúpidos como todos los demás, como nosotros mismos. Estamos tratando de seguir un rumbo determinado, pensando que la vida no es uno de esos densos tratados filosóficos que tanto le gustan a cierta gente; recordando ocasionalmente que la excitación de aquel difícil momento se explica en algo por la táctica empleada, que la bendita confusión se ha encargado de trastocar los mejores extractos de nuestra breve historia en común. Volar, ¿ahora? ¿hacia donde? Ya no hay sitio para más idiotas ni filatélicos neoyorquinos que lean en braile una puta poesía. El ticket de nuestras miserias felpó en bruto, todas las mentiras que nos decimos agotaron el depósito inicial. Nuestra cuenta está en cero.
—Gente como tú lo tiene más fácil, gente como yo no...
—Me intoxica que siempre digas lo mismo.
—¿Lo grandioso que ha sido todo?
—Sí, claro. Igual.
IV.
No es conformismo, no es incertidumbre y mucho menos, el no creer en la validez de nuestros actos. Es un incendio de ritmos y luces en una bodega sin salida, establishment y resistencia en un jodido comboamigo. Puta realidad periférica. No estamos decepcionados porque para estarlo debimos haber confiado en algo, en alguien. Sabemos que ya es tarde para empezar de nuevo bajo ese mismo concepto de independencia y modernidad. Por eso, ahora en nuestros días cíclopes, nos tiramos un chumapues y nos echamos a reír; en nuestros días snobground, hacemos mutis viendo pasar los coches bomba; en nuestros días de odio, nos ponemos hiper sensibles y sacamos del cajón de la pistola que nunca hemos usado; en nuestros días de carnero, reflejando nuestra fe muerta y sin abrigo escupimos nuestra ex ternura por el viejo colmillo; en nuestros días de algodón, nos percatamos que los amigos son solamente enemigos que no tienen el valor para destruirnos; en nuestros días de pánico y desempleo, organizamos fiestas masivas para exiliados de otros días negros; en nuestros días de liderazgo, enviamos e-cards notificando como nos va en el frente de batalla; en nuestros días club pop, no podemos olvidar el color de sus ojos al bailar; en nuestros días damage, damos pase incondicional a todo aquello que nos falta por experimentar; en nuestros días de aburrimiento, quemamos las bocinas del estéreo haciendo polvo la nostalgia por el punk; en nuestros días malsoñantes, merodeamos por las calles miserables con un filoso cuchillo; en nuestros días ácidos, nos masturbamos esnifando las etiquetas de productos de limpieza o pensando en autos deportivos. Dios es tan perfecto.
V.
Es obvio que no hemos aprendido nada de nuestros errores. El tiempo nos enseña que de nada vale tener todo en la vida y nosotros, aquí y en todas partes, encendemos el motor de inconsciencia y vitalidad primeriza en ruta de la décima víctima. That’s the problem with us: antes fuimos hype meisters, tan reckless y explosivos. Estamos a un paso de abdicar al título de veloces promesas y ahora, lo peor de todo, es que aún no sabemos lo que vendrá al salir está noche borrachos del club. So fucking drunkies. Como todos los días, como todas las semanas, como todos los meses de estos últimos años. Nothing ever changes.
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revisión 2004: La peor despedida en el mejor momento posible.
viernes, 26 de noviembre de 2004
08. nada(s)
Cuando la razón es ferozmente intrusiva
Y la experiencia se reduce a un proyecto de interés social
Y ya no hay estribillos a seguir en nuestro corazón karaoke
Y la situación está en gronecolor
Y todo cae o vuela sin apología ni dogma
Y lo que se dice/hace es un loop de Copy & Paste
Y debes alejarte del ruido
Y no quieres hacerlo pero no hay otra opción
Y lo único que queda por hacer es olvidar lo vivido
Y dejas de creer que la sinceridad no es cruel
Y la ilusión es una mascota que al poco tiempo se muere
Y el sarcasmo del adiós es una conclusión en sí
Y los problemas activan mecanismos de fragmentación
Y las cosas pierden el poco sentido que un día tuvieron
Y nadie atiende el último mensaje de ayuda
Y todos se han ido buscando pelea
Y la ironía del momento se reduce a un «Ni entonces ni hoy»
Y no queda ni una puta verdad por (des/re)conocer
Y la vida es solamente una palabra de cuatro letras
Y no puedes transitar por ella sólo deseando
Y confirmas que el futuro es lo de menos
Y a veces salimos con ganas de fiesta
Y el beber nos confunde en el valor de su premisa
Y la euforia contradice lo que en verdad acontece
Y te cansas de tanto afterhours y breakups
Y tú quieres parar por un instante
Y preguntar so angry: ¿cómo hacer para ser feliz?
Y qué importa si la frivolidad, insisten, es el enemigo a vencer
Y qué si decidimos disfrutar de su itinerario con alegre pesimismo
Y descubrir que nuestra adicción más fuerte es la soledad
Y sólo queda, como último recurso, vivir el presente de bajo y batería
Y te das cuenta que si no nadas, pierdes el control
Y cuando lo pierdes, jodes todo
Y eso es peor, así que nada(s)
----------------
revision 2004: una letanía, una larga pregunta sin respuesta, un escupitajo al momento de bajarse del autobús, el arrojo, un detenerse antes de caer o perderse en un freeway. Carajo! I don't know.
Y la experiencia se reduce a un proyecto de interés social
Y ya no hay estribillos a seguir en nuestro corazón karaoke
Y la situación está en gronecolor
Y todo cae o vuela sin apología ni dogma
Y lo que se dice/hace es un loop de Copy & Paste
Y debes alejarte del ruido
Y no quieres hacerlo pero no hay otra opción
Y lo único que queda por hacer es olvidar lo vivido
Y dejas de creer que la sinceridad no es cruel
Y la ilusión es una mascota que al poco tiempo se muere
Y el sarcasmo del adiós es una conclusión en sí
Y los problemas activan mecanismos de fragmentación
Y las cosas pierden el poco sentido que un día tuvieron
Y nadie atiende el último mensaje de ayuda
Y todos se han ido buscando pelea
Y la ironía del momento se reduce a un «Ni entonces ni hoy»
Y no queda ni una puta verdad por (des/re)conocer
Y la vida es solamente una palabra de cuatro letras
Y no puedes transitar por ella sólo deseando
Y confirmas que el futuro es lo de menos
Y a veces salimos con ganas de fiesta
Y el beber nos confunde en el valor de su premisa
Y la euforia contradice lo que en verdad acontece
Y te cansas de tanto afterhours y breakups
Y tú quieres parar por un instante
Y preguntar so angry: ¿cómo hacer para ser feliz?
Y qué importa si la frivolidad, insisten, es el enemigo a vencer
Y qué si decidimos disfrutar de su itinerario con alegre pesimismo
Y descubrir que nuestra adicción más fuerte es la soledad
Y sólo queda, como último recurso, vivir el presente de bajo y batería
Y te das cuenta que si no nadas, pierdes el control
Y cuando lo pierdes, jodes todo
Y eso es peor, así que nada(s)
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revision 2004: una letanía, una larga pregunta sin respuesta, un escupitajo al momento de bajarse del autobús, el arrojo, un detenerse antes de caer o perderse en un freeway. Carajo! I don't know.
lunes, 22 de noviembre de 2004
09. you can’t win
Apurado, en el fragor de la segunda copa de vino y entusiasmado por el servicio eficiente de un bar de postín, William, master en desolación, apostó seguro a perdedor pronunciando un “You can’t win”. La noche concluyo tal y como lo predijo. Muerto el instante, depositado tardíamente el registro de ingreso, explicado y alterado por la química de alucine, sin fonts adecuados, sin un desarrollo sustentable que destaca el porcentaje positivo implícito en el fracaso cotidiano. Caminando por un bulevar en reposo, recordando aquella cita [inservible] [filosa como punta de low lifer] [recuerdo de un viaje] de «We are all pretenders», la desesperación se reduce simplemente a esperar el golpe, a sonreír ante un estúpido salto de fe.
Ahora todos cargan una pistola.
Una gran y jodida pistola.
¿Cuánto cuesta una vida?
Envíos rápidos por Fed-Ex.
Casa de cambio. Closed.
Do you want a ride, darling?
Eso es lo que falta, más modernidad en los modos y en las propuestas. Todo es tan complicado cuando debiera ser tan fácil. Caminar indeciso, voltear indeciso, llorar indeciso, gritar indeciso. Una ruta, taxis de igual recorrido y la vuelta triunfal de los iconos del pasado, sonrientes, distantes, uno encima de otro, acostados y envueltos en lujoso empaque, listos para ser quality gift en días de fiesta, en ceremonias absurdas, en madrugadas tristes como esta.
Otra avenida. Luces y desengaños.
No mires a los ojos de la gente.
Hay más de un par en necesidad.
Un policía cachea a un sujeto; le da tres golpes.
La risa nerviosa de una gringa muerta de frío.
El desfile de imágenes es sencillo y dinámico como dispositivo de control, enajenante y persuasivo como el instrumento de poder que se traga todo; como un gran Cerdo Gutiérrez, aquel personaje de historieta que todos insisten en alimentar o recrear en la conciencia. Policías y religión, bondage and discipline, escuelas y reformatorios, centros de rehabilitación y asilos, familia nuclear resquebrajada y hospitales psiquiátricos, drogas y herbolaria, dogmas y manuales, la cosa alternativa y moda pre lavada.
Un hot-dog, please.
La esquina más cercana sirve como borde a la locura y la sensatez de un tiempo mejor. La delicia de ser ambidextro. Esquivando el karma o pateando piedras en un arranque de ira o puta melancolía, una falta de propósito y sentido, algo imposible de articular. El “Date una vuelta en un mes, ya estarás mejor” resume como carrera de ratas la visita de alto costo económico y nulo aprovechamiento lógico. Aquí ya no hay sitio para reclamos, Dios muestra su cara en rebajas tras el vitral de una Duty Free Store. “He’s my star” era un grito tan común en las iglesias. Ahora es un radio portátil que puede ser tuyo por treinta dólares plus tax. No importa, en las telenews han informado que el asco se irá un día de estos, borrando cualquier rastro de depresión constante.
Y, sin embargo, todo sigue igual. Cubierto a tope por el hastío va William, encaramado por primera vez en el bus de vida más o menos ordinaria, exigiéndole al chofer más marcha. Si otros dudan, no hay porque seguirles el juego, falso reprise para significantes y sorpresivos cohetes chinos. Un estertor de alivio, pálido mejoral ante el reclamos que se grita sin cesar: “No tienes que ser tan cool para gobernar en mi mundo”.
Una junta urgente de sociedad en comandita.
El aviso de inminente peligro.
Descontrol en serie.
Un apagón entre tanta alegría anterior.
Transfiguración.
Por única ocasión, ante la taza de café negro y la mitad de un pastelito americano, William tuvo una idea brillante: “Nada de romances, fuck them”, y aquello se convirtió en mantra. Fue el himno, la canción de verano, el eslogan de refresco de cola, el grito incluyente de una campaña proselitista. “Nada de romances, fuck them”. Todo el día y toda la noche, en la radio y en la tele, en el cine y en la estética de barrio bravo, en la portada de revista y en la riña clandestina de un miércoles. “Nada de romances, fuck them”. Lo gritaban a diario buten voceadores, lo repitieron sacerdotes en cada sermón, lo chiflaron vagos y borrachos en las calles, lo susurraban discretamente las chicas que no eran bonitas pero si muy eróticas. “Nada de romances, fuck them”, una y otra vez. Por toda la ciudad, como ceniza en la frente, el eco de conversaciones varadas en babia, la retransmisión institucionalizada de ideales, en formatos extraños e incluida en una adecuada banda sonora para un pésimo film juvenil.
Algunas veces la ira es energía.
La mirada inquieta de la mesera.
Recuerdos del “I don’t have a gun...”.
Hay quien necesita un auto o dinero para escapar.
Otros se conforman con una bala.
No importa.
Llegado el momento, cambian las cosas.
Con honestidad, William traza las coordenadas de su vida —en una servilleta, con plumón de tinta azul que incita al blah blah blah cotidiano— mientras escupe al piso. No hay expresión en los ojos. A lo lejos, se perciben imágenes llenas de estereotipos y gritos de ayuda. “Sólo quiero beber... mi hijo se perdió... la guerra es.... pague más… políticos corruptos... ganaron tres a uno...” Agradece la claridad de la señal en el TV set, la emoción se siente tan real. Funny furry people.
Después, sólo branquias bajo el agua. Cada cual es una historia, un ahora equivocado, una razón más por lo que no se cree en nada. Algo estúpido y superficial, exagerado como tira cómica de homicidios perpetrados por una tímida figurita hecha a lápiz, la voz del ídolo que todos aclaman, el que incluye y excluye, el que reporta los intereses más genuinos para validar los más extraños. Un pasaporte expirado hacia una inmunda y uniforme felicidad que resultó de una sencillez desconcertante como el flujo de adrenalina en un teenager durante la última hora de la Prom Night.
Sin una canción, el día no termina.
Sin speed, el camino no tiene fin ni filosofía.
Todo se desploma, se dispersa, se difumina.
No importa lo que se diga o se practique.
Ocurre.
Hay quien se pierde en el túnel del tiempo y hay quien encuentra, al final, una luz. Entre la desesperación y el miedo, una puta y escuálida lucecita. Una luz de último sueño para William. Como la señal divina que hizo santo al de Asís, como pantalla de reloj digital con flash integrado que se requiere más de una mano para inicializarse. Una luz inocente, de escaso glamour y consistencia. No un camino, no un signo de recycle enarbolado por cursi conscientes, no el resplandor halógeno para una fría noche de camping. Una luz que ilumina la inútil apuesta de un cerdo cerca del matadero. Una luz y ya.
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revisión 2004: Too many movies en una. Del Valle de San Fernando setentero a Guanatos de Jis y Trino, de Baudrillard a las canciones de Jesus and Mary Chain y etc.
Ahora todos cargan una pistola.
Una gran y jodida pistola.
¿Cuánto cuesta una vida?
Envíos rápidos por Fed-Ex.
Casa de cambio. Closed.
Do you want a ride, darling?
Eso es lo que falta, más modernidad en los modos y en las propuestas. Todo es tan complicado cuando debiera ser tan fácil. Caminar indeciso, voltear indeciso, llorar indeciso, gritar indeciso. Una ruta, taxis de igual recorrido y la vuelta triunfal de los iconos del pasado, sonrientes, distantes, uno encima de otro, acostados y envueltos en lujoso empaque, listos para ser quality gift en días de fiesta, en ceremonias absurdas, en madrugadas tristes como esta.
Otra avenida. Luces y desengaños.
No mires a los ojos de la gente.
Hay más de un par en necesidad.
Un policía cachea a un sujeto; le da tres golpes.
La risa nerviosa de una gringa muerta de frío.
El desfile de imágenes es sencillo y dinámico como dispositivo de control, enajenante y persuasivo como el instrumento de poder que se traga todo; como un gran Cerdo Gutiérrez, aquel personaje de historieta que todos insisten en alimentar o recrear en la conciencia. Policías y religión, bondage and discipline, escuelas y reformatorios, centros de rehabilitación y asilos, familia nuclear resquebrajada y hospitales psiquiátricos, drogas y herbolaria, dogmas y manuales, la cosa alternativa y moda pre lavada.
Un hot-dog, please.
La esquina más cercana sirve como borde a la locura y la sensatez de un tiempo mejor. La delicia de ser ambidextro. Esquivando el karma o pateando piedras en un arranque de ira o puta melancolía, una falta de propósito y sentido, algo imposible de articular. El “Date una vuelta en un mes, ya estarás mejor” resume como carrera de ratas la visita de alto costo económico y nulo aprovechamiento lógico. Aquí ya no hay sitio para reclamos, Dios muestra su cara en rebajas tras el vitral de una Duty Free Store. “He’s my star” era un grito tan común en las iglesias. Ahora es un radio portátil que puede ser tuyo por treinta dólares plus tax. No importa, en las telenews han informado que el asco se irá un día de estos, borrando cualquier rastro de depresión constante.
Y, sin embargo, todo sigue igual. Cubierto a tope por el hastío va William, encaramado por primera vez en el bus de vida más o menos ordinaria, exigiéndole al chofer más marcha. Si otros dudan, no hay porque seguirles el juego, falso reprise para significantes y sorpresivos cohetes chinos. Un estertor de alivio, pálido mejoral ante el reclamos que se grita sin cesar: “No tienes que ser tan cool para gobernar en mi mundo”.
Una junta urgente de sociedad en comandita.
El aviso de inminente peligro.
Descontrol en serie.
Un apagón entre tanta alegría anterior.
Transfiguración.
Por única ocasión, ante la taza de café negro y la mitad de un pastelito americano, William tuvo una idea brillante: “Nada de romances, fuck them”, y aquello se convirtió en mantra. Fue el himno, la canción de verano, el eslogan de refresco de cola, el grito incluyente de una campaña proselitista. “Nada de romances, fuck them”. Todo el día y toda la noche, en la radio y en la tele, en el cine y en la estética de barrio bravo, en la portada de revista y en la riña clandestina de un miércoles. “Nada de romances, fuck them”. Lo gritaban a diario buten voceadores, lo repitieron sacerdotes en cada sermón, lo chiflaron vagos y borrachos en las calles, lo susurraban discretamente las chicas que no eran bonitas pero si muy eróticas. “Nada de romances, fuck them”, una y otra vez. Por toda la ciudad, como ceniza en la frente, el eco de conversaciones varadas en babia, la retransmisión institucionalizada de ideales, en formatos extraños e incluida en una adecuada banda sonora para un pésimo film juvenil.
Algunas veces la ira es energía.
La mirada inquieta de la mesera.
Recuerdos del “I don’t have a gun...”.
Hay quien necesita un auto o dinero para escapar.
Otros se conforman con una bala.
No importa.
Llegado el momento, cambian las cosas.
Con honestidad, William traza las coordenadas de su vida —en una servilleta, con plumón de tinta azul que incita al blah blah blah cotidiano— mientras escupe al piso. No hay expresión en los ojos. A lo lejos, se perciben imágenes llenas de estereotipos y gritos de ayuda. “Sólo quiero beber... mi hijo se perdió... la guerra es.... pague más… políticos corruptos... ganaron tres a uno...” Agradece la claridad de la señal en el TV set, la emoción se siente tan real. Funny furry people.
Después, sólo branquias bajo el agua. Cada cual es una historia, un ahora equivocado, una razón más por lo que no se cree en nada. Algo estúpido y superficial, exagerado como tira cómica de homicidios perpetrados por una tímida figurita hecha a lápiz, la voz del ídolo que todos aclaman, el que incluye y excluye, el que reporta los intereses más genuinos para validar los más extraños. Un pasaporte expirado hacia una inmunda y uniforme felicidad que resultó de una sencillez desconcertante como el flujo de adrenalina en un teenager durante la última hora de la Prom Night.
Sin una canción, el día no termina.
Sin speed, el camino no tiene fin ni filosofía.
Todo se desploma, se dispersa, se difumina.
No importa lo que se diga o se practique.
Ocurre.
Hay quien se pierde en el túnel del tiempo y hay quien encuentra, al final, una luz. Entre la desesperación y el miedo, una puta y escuálida lucecita. Una luz de último sueño para William. Como la señal divina que hizo santo al de Asís, como pantalla de reloj digital con flash integrado que se requiere más de una mano para inicializarse. Una luz inocente, de escaso glamour y consistencia. No un camino, no un signo de recycle enarbolado por cursi conscientes, no el resplandor halógeno para una fría noche de camping. Una luz que ilumina la inútil apuesta de un cerdo cerca del matadero. Una luz y ya.
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revisión 2004: Too many movies en una. Del Valle de San Fernando setentero a Guanatos de Jis y Trino, de Baudrillard a las canciones de Jesus and Mary Chain y etc.
lunes, 15 de noviembre de 2004
10. got.no.time
voy a mil. no tengo tiempo para detener el auto y preguntarte que broncas tienes. no tengo tiempo para arruinar mi mejor noche en años al escuchar quejas y lamentos que incitan al «as if». no tengo tiempo para ser el letrero de sold out! no tengo tiempo para ser tu mejor amigo, parte de tu familia extendida o tu amante en turno. no tengo tiempo para problemas sociales o crisis de feeling extranjero. no tengo tiempo para resolver tus dudas y conflictos emocionales tan arraigados. no tengo tiempo para ir siempre de fiesta o quedarme varado en una calle de un solo sentido. no tengo tiempo para correcciones y desalojos impertinentes. no tengo tiempo para conocer si lo que hago o dejo de hacer ocasiona algún disgusto. no tengo tiempo para aceptar ser parte de la common people de la city. no tengo tiempo para un día típico y familiar. no tengo tiempo para competir por algo que inevitablemente sé que perderé. no tengo tiempo para revelar secretos ampliamente difundidos. no tengo tiempo para emprender una acción cuando la novedad o mi interés en something es cosa del pasado. no tengo tiempo para hacer fila o esperar en off side. no tengo tiempo para fingir que siempre me interesa una noche de sexo gratuito. no tengo tiempo para un enlace de manos ante sonrisas cortadas. no tengo tiempo ni el propósito hipócrita de ponerme en situación de peligro. no tengo tiempo para pobres cristos y corazones rotos que no saben que hacer con su vida. no tengo tiempo para evitar una respuesta primitiva ante el ordenador de penúltima generación. no tengo tiempo para ver programas estúpidos y sonreír porque íÃ. no tengo tiempo para discutir acerca de la inercia masiva que se adhiere al intelecto clasemediero. no tengo tiempo para seleccionar un lugar a donde marcharme como desertor en ciernes. no tengo tiempo para asumir el compromiso de todos. no tengo tiempo para ofrecer disculpas por vicios que no tengo o hacer una apología al delito que nunca he cometido. no tengo tiempo para encender la cebada mecha de nihilismo juvenil. no tengo tiempo para patrias y banderas. no tengo tiempo para soportar otra crisis y arrestos de bienestar económico. no tengo tiempo para mostrar mi lado débil y religioso. no tengo tiempo para negarme la posibilidad del suicidio. no tengo tiempo para decir it's my fucking life! no tengo tiempo para justificar ante nadie mis prejuicios. no tengo tiempo para corregir defectos de fábrica. no tengo tiempo para ser polÃticamente (in)correcto. no tengo tiempo para luchar contra ideas estúpidas. no tengo tiempo para failures y días de triunfo. no tengo tiempo para la tristeza propia ni para la felicidad ajena. no tengo tiempo para esclavizarme a un mundo color miseria. no tengo tiempo para elegir el camino más safe a un éxito incierto. no tengo tiempo para equivocarme, para aceptar o dejar pasar oportunidades. no tengo tiempo para una dosis de small talk. no tengo tiempo para tomar las cosas en serio o reír con la broma que ya no entiendo. no tengo tiempo para creerme todo lo que me dicen ni para dudar de todo lo que veo. no tengo tiempo para debates, cartas de apoyo o ataques sin sentido. no tengo tiempo para preguntarme: ¿en dónde diablos has estado toda mi vida? no tengo tiempo para esperar todo, algo o nada. no tengo tiempo para ver la vida correr por la ventana mientras me froto los ojos. no tengo tiempo para sorpresas y regalos de cumpleaños. no tengo tiempo para romper definitivamente con el pasado que ya no quiero recordar. no tengo tiempo para soportar el ritmo y las secuencias de un mal dj. no tengo tiempo para héroes ni para jugar al escondite. no tengo tiempo para surfear entre archivos, menús y teclas de ayuda. no tengo tiempo para confrontarme ante el espejo. no tengo tiempo para sentir miedo. no tengo tiempo para estar listo el día de mi muerte. no tengo tiempo para imaginarme en el futuro. no tengo tiempo para decir un adiós que ya carece de importancia. no tengo tiempo para contarte lo que siempre has intuido al escucharme. no tengo tiempo para aguardar por respuestas que nunca valdrán la espera. no tengo tiempo para ser tan cínico y volver hacer lo que ya hice. no tengo tiempo para pensar en un tour que nos lleve del cielo al infierno o viceversa. no tengo tiempo para pensar si esos lugares realmente existen. no tengo tiempo para observar como se viene todo abajo. no tengo tiempo para esperar a que cambie la suerte. no tengo tiempo para entender la (r)evolución interna que ocurre justo en este momento. no tengo tiempo para explicarte cosas que nunca entenderás. no tengo tiempo para nada ni para nadie. no tengo tiempo, voy a mil.
lunes, 1 de noviembre de 2004
11. Fade in, fade out
“Oye chica, sigue así y terminarás por enloquecerme”, le dije a Sadie en la madrugada y agregué: “Está es mi verdad, ahora dime la tuya...” Ella podría haber dicho “Quememos el trailer park de nuestra memoria”, “Las marchas matan al pensamiento” o “Valió la pena luchar a tu lado, William”, pero no pronunció palabra alguna. Hubiera podido aceptar cualquier cosa, cualquier insulto o sus típicos arranques de angustia y dolor post-desencanto, pero faltaron las palabras y las imágenes que me proporcionaba no eran mejores. Ni siquiera estábamos lo suficientemente borrachos para olvidarnos del gusto por los aplausos y de predicar por el desarraigo. Nuestra discusión era el preludio, una fuerte patada en el culo de las despedidas o el sentir carioca tras el carnaval. No supe en que bar la deje deslumbrada, sin una oportunidad cercana de anotar, pensando que nada ni nadie puede salvarnos. No hay ninguna duda: fracasamos en todo.
Soy un jugador espléndido de desasosiego contemporáneo. Por eso recorro las calles con la ligera sospecha de que algo sucede bajo esa superficie de normalidad. Tras el peregrinaje de irresistible persistencia, parte de mí nunca se detiene. En deriva, sabiendo que el mensaje siempre ha sido el mismo: la devastación de nuestra vida como espíritu de juego. Camino, se distorsionan las señales, me confundo. Presiento que una equivocación de sentido mestizo va bordando el personaje que alucino en mis pesadillas. Me desplazo por las calles con esa sensación de urgencia, en eterna pasión por la geometría y la sincronización. Me pierdo al recordar aquellas películas que me han hecho llorar, una melancolía en conserva como ajuste de cuentas en un mundo de horizontes estrechos. A pesar de eso, todo en mí es un festival masivo, una lluvia citadina que hace línea mientras otras gentes emigran.
Empiezo a sentirme realmente perdido, sigo buscando respuestas o algún signo, naúfrago sin un objetivo específico, traspasando ambientes en los que nunca nadie está satisfecho. Veo en un aparador las obsesiones de tanta gente (cuadros de Elvis en terciopelo negro, ropa de diseñador, lociones importadas, palm pilots, navajas suizas, relojes de última generación) y, al pensar que todo esto no significa nada en nuestra vida, siento un escalofrío que, venciendo mi habitual paranoia, fumo un spliff. Cerca de ahí, escasos diez metros, las Brigadas Antivicio detienen a un par de sujetos con tupés obscuros y no muy claras intenciones. En la calle que sigue hay una multitud de chicas gordas con mentalidad haiku. Me emociona lo triste que puede ser la city, su capacidad para generar imperfección y condiciones de tragedia que me reconfortan un poco.
Hoy no tengo ganas de comprar nada o de consumir algo; sin embargo, no resisto la tentación. Es uno de esos días en que me siento súper marciano que, sin pensarlo detenidamente, aterrizo en una pizzería. Una chica —veinteañera, muy zafting, con un corte de cabello de tres dólares— me atiende. Mientras decido que comer, imagino su llegada a una casa habitación de interés social, diciéndole a su madre que tuvo un día terrible, que no tiene hambre. Puedo ver cómo ambas, casi estoy seguro, se pondrán ilusionadas a ver esas bad sitcoms que ofrece la televisión abierta. La chica tiene toda la apariencia de una puta colegiala y, de cierto modo, eso la hace parecer cute a secas. Esa es la razón por la que, amable como nunca, le pido una pizza grande de peperonni con doble queso. “Ah, y una Coca Cola hiper fría, que estoy muy triste”, agrego guiñando el ojo derecho.
Casi nunca lo hago, me parece molesto y ridículo. Hoy, sin embargo, hay algo que me obliga a hacerlo. Una forma permanente de tibia depresión. Levanto la mirada, me fijo en la gente que está sentada a mí alrededor. Irremediablemente me invade una sensación de asco y vacío. Lo que veo es un ejemplo de la tragedia que nos agobia: una pareja de recién casados sonríen tontamente al compartir el spaghetti; una mujer joven sigue al pie de la letra los caprichos de un mocoso de seis o siete años que carga un muñeco de Sesame Street; una señora de edad vigila preocupada los modales delatores de su hijo que, por el evidente amaneramiento, encaja en el estereotipo de homosexual pasivo; tres hermanos pelean en otra mesa por el último pedazo de pizza en la charola; un tipo de aspecto miserable lee el diario deportivo buscando con ansiedad los resultados del Pro-Gol.
Hay algo dentro de mí que me hace preguntar: ¿Qué es la vida? ¿Es un relato aburrido contado por un idiota? “No lo sé”, me escucho decir entre murmullos y melodías de música maquila que sale de las bocinas JLB. Aquí no hay nada que celebrar. La felicidad es un producto de calidad, un rápido alivio que casi nunca se consigue a buen precio. Alguien me dijo —Miki, creo—, que la vida es lo que tú haces de ella [el amor no sirve si lo que queremos es estar solos]. Estoy tan harto de todo esto que podría sacar mi revolver. Disparar y matar a algunos de ellos o, mejor opción, a todos. A veces es mejor así, desaparecer y ya. No más vidas mediocres, no más sueños estúpidos, no más días amargos sin final. Ese es mi punto de vista.
Puedo oler el aroma de cada uno de sus temores, de cada una de sus obsesiones. El miedo no se ve, se vive ciertas mañanas. Almuerzan rápido, dicen «Perdón» después de un imprudente eructo o piden más servilletas, por si luego se les ofrece ir al baño. Todos evitan el contacto visual, deciden —sin pensarlo— ser una víctima de bajo perfil, sienten la amenaza que podría hacer distinta su existencia. Soy extranjero en tierra extraña, el pensador de ocasión que busca una coartada en la violencia de horas. Disfruto al pensar en la ley de probabilidades, el azar siempre ha sido mi aliado. Imagino la posibilidad de salir ileso, de escapar. Sería divertido, sería casi un servicio a la comunidad. Sé que alguno de ellos me lo agradecería. De cierta forma, la violencia equivale a prestar un poco de atención, a ofrecer algo de amor.
Afortunadamente, decido que no vale la pena sacrificarme por ellos. Ni siquiera por ver tendido en el suelo el trasero de la mesera. Pienso en voz alta: “Beware of boredom, jerks”. Al sentir las miradas sobre mí, lo único que hago es dar otro trago a mi Coca Cola hiper fría y, después de hacerlo, casi en silencio digo: ¡Qué refrescante puede llegar a ser la vida!”.
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revisión 2004: Anti ad, la ruta de la (in) felicidad, el devenir situacionista, la sociedad de consumo, la ironía post desencanto, la violencia cotidiana, la vida ordinaria, el deseo.
Soy un jugador espléndido de desasosiego contemporáneo. Por eso recorro las calles con la ligera sospecha de que algo sucede bajo esa superficie de normalidad. Tras el peregrinaje de irresistible persistencia, parte de mí nunca se detiene. En deriva, sabiendo que el mensaje siempre ha sido el mismo: la devastación de nuestra vida como espíritu de juego. Camino, se distorsionan las señales, me confundo. Presiento que una equivocación de sentido mestizo va bordando el personaje que alucino en mis pesadillas. Me desplazo por las calles con esa sensación de urgencia, en eterna pasión por la geometría y la sincronización. Me pierdo al recordar aquellas películas que me han hecho llorar, una melancolía en conserva como ajuste de cuentas en un mundo de horizontes estrechos. A pesar de eso, todo en mí es un festival masivo, una lluvia citadina que hace línea mientras otras gentes emigran.
Empiezo a sentirme realmente perdido, sigo buscando respuestas o algún signo, naúfrago sin un objetivo específico, traspasando ambientes en los que nunca nadie está satisfecho. Veo en un aparador las obsesiones de tanta gente (cuadros de Elvis en terciopelo negro, ropa de diseñador, lociones importadas, palm pilots, navajas suizas, relojes de última generación) y, al pensar que todo esto no significa nada en nuestra vida, siento un escalofrío que, venciendo mi habitual paranoia, fumo un spliff. Cerca de ahí, escasos diez metros, las Brigadas Antivicio detienen a un par de sujetos con tupés obscuros y no muy claras intenciones. En la calle que sigue hay una multitud de chicas gordas con mentalidad haiku. Me emociona lo triste que puede ser la city, su capacidad para generar imperfección y condiciones de tragedia que me reconfortan un poco.
Hoy no tengo ganas de comprar nada o de consumir algo; sin embargo, no resisto la tentación. Es uno de esos días en que me siento súper marciano que, sin pensarlo detenidamente, aterrizo en una pizzería. Una chica —veinteañera, muy zafting, con un corte de cabello de tres dólares— me atiende. Mientras decido que comer, imagino su llegada a una casa habitación de interés social, diciéndole a su madre que tuvo un día terrible, que no tiene hambre. Puedo ver cómo ambas, casi estoy seguro, se pondrán ilusionadas a ver esas bad sitcoms que ofrece la televisión abierta. La chica tiene toda la apariencia de una puta colegiala y, de cierto modo, eso la hace parecer cute a secas. Esa es la razón por la que, amable como nunca, le pido una pizza grande de peperonni con doble queso. “Ah, y una Coca Cola hiper fría, que estoy muy triste”, agrego guiñando el ojo derecho.
Casi nunca lo hago, me parece molesto y ridículo. Hoy, sin embargo, hay algo que me obliga a hacerlo. Una forma permanente de tibia depresión. Levanto la mirada, me fijo en la gente que está sentada a mí alrededor. Irremediablemente me invade una sensación de asco y vacío. Lo que veo es un ejemplo de la tragedia que nos agobia: una pareja de recién casados sonríen tontamente al compartir el spaghetti; una mujer joven sigue al pie de la letra los caprichos de un mocoso de seis o siete años que carga un muñeco de Sesame Street; una señora de edad vigila preocupada los modales delatores de su hijo que, por el evidente amaneramiento, encaja en el estereotipo de homosexual pasivo; tres hermanos pelean en otra mesa por el último pedazo de pizza en la charola; un tipo de aspecto miserable lee el diario deportivo buscando con ansiedad los resultados del Pro-Gol.
Hay algo dentro de mí que me hace preguntar: ¿Qué es la vida? ¿Es un relato aburrido contado por un idiota? “No lo sé”, me escucho decir entre murmullos y melodías de música maquila que sale de las bocinas JLB. Aquí no hay nada que celebrar. La felicidad es un producto de calidad, un rápido alivio que casi nunca se consigue a buen precio. Alguien me dijo —Miki, creo—, que la vida es lo que tú haces de ella [el amor no sirve si lo que queremos es estar solos]. Estoy tan harto de todo esto que podría sacar mi revolver. Disparar y matar a algunos de ellos o, mejor opción, a todos. A veces es mejor así, desaparecer y ya. No más vidas mediocres, no más sueños estúpidos, no más días amargos sin final. Ese es mi punto de vista.
Puedo oler el aroma de cada uno de sus temores, de cada una de sus obsesiones. El miedo no se ve, se vive ciertas mañanas. Almuerzan rápido, dicen «Perdón» después de un imprudente eructo o piden más servilletas, por si luego se les ofrece ir al baño. Todos evitan el contacto visual, deciden —sin pensarlo— ser una víctima de bajo perfil, sienten la amenaza que podría hacer distinta su existencia. Soy extranjero en tierra extraña, el pensador de ocasión que busca una coartada en la violencia de horas. Disfruto al pensar en la ley de probabilidades, el azar siempre ha sido mi aliado. Imagino la posibilidad de salir ileso, de escapar. Sería divertido, sería casi un servicio a la comunidad. Sé que alguno de ellos me lo agradecería. De cierta forma, la violencia equivale a prestar un poco de atención, a ofrecer algo de amor.
Afortunadamente, decido que no vale la pena sacrificarme por ellos. Ni siquiera por ver tendido en el suelo el trasero de la mesera. Pienso en voz alta: “Beware of boredom, jerks”. Al sentir las miradas sobre mí, lo único que hago es dar otro trago a mi Coca Cola hiper fría y, después de hacerlo, casi en silencio digo: ¡Qué refrescante puede llegar a ser la vida!”.
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revisión 2004: Anti ad, la ruta de la (in) felicidad, el devenir situacionista, la sociedad de consumo, la ironía post desencanto, la violencia cotidiana, la vida ordinaria, el deseo.
jueves, 7 de octubre de 2004
12. Lejos del noise
Estoy viviendo una época de progreso,
estoy a punto de marcharme a conquistar la suburbia de ensueño,
estoy viendo mi cara en la tele,
estoy abstraído por los comerciales populuxe;
estoy casi en brama,
estoy dispuesto a todo por conservar mis privilegios,
estoy desmaterializando a un opositor con una descarga de ideas nuevas,
estoy sonriendo como proto slackpie;
estoy mandando un e-mail de rigor académico,
estoy casi seguro que aún estaré vivo el día de mañana,
estoy cuchiplanchando en un club pop de vacaciones imperfectas,
estoy imaginándome un cómic de porno ficción;
estoy tranquilo escuchando los grandes éxitos de los Ramones,
estoy superdrunkie en una sesión de Amigos Agresivos,
estoy peleándome con medio mundo por el remoto,
estoy haciendo pesas para sacarme una foto desnudo bien cachas.
Estoy buscando otras experiencias que me sorprendan un poco.
La vida es bella, soy feliz.
Estoy tan lejos, tan lejos del noise.
----
revisión 2004: Es el tipo de textos que sacan de onda a quienes leen el libro. Es un cuento? No, por supuesto. Citas y guiños a grupos de spanish pop (Vacaciones, La Mode, Los Vengadores), Charles Manson, los fanzines, a la VivaFamilia, a revistas como la mítica STAR y, claro, a los nunca bien ponderados Ramones. Apareció publicado en la muy criticada antología El Margen Reversible que edito el Instituto de Arte y Cultura en Tijuana en el 2004 . Btw, es el texto que le da título al libro.
estoy a punto de marcharme a conquistar la suburbia de ensueño,
estoy viendo mi cara en la tele,
estoy abstraído por los comerciales populuxe;
estoy casi en brama,
estoy dispuesto a todo por conservar mis privilegios,
estoy desmaterializando a un opositor con una descarga de ideas nuevas,
estoy sonriendo como proto slackpie;
estoy mandando un e-mail de rigor académico,
estoy casi seguro que aún estaré vivo el día de mañana,
estoy cuchiplanchando en un club pop de vacaciones imperfectas,
estoy imaginándome un cómic de porno ficción;
estoy tranquilo escuchando los grandes éxitos de los Ramones,
estoy superdrunkie en una sesión de Amigos Agresivos,
estoy peleándome con medio mundo por el remoto,
estoy haciendo pesas para sacarme una foto desnudo bien cachas.
Estoy buscando otras experiencias que me sorprendan un poco.
La vida es bella, soy feliz.
Estoy tan lejos, tan lejos del noise.
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revisión 2004: Es el tipo de textos que sacan de onda a quienes leen el libro. Es un cuento? No, por supuesto. Citas y guiños a grupos de spanish pop (Vacaciones, La Mode, Los Vengadores), Charles Manson, los fanzines, a la VivaFamilia, a revistas como la mítica STAR y, claro, a los nunca bien ponderados Ramones. Apareció publicado en la muy criticada antología El Margen Reversible que edito el Instituto de Arte y Cultura en Tijuana en el 2004 . Btw, es el texto que le da título al libro.
lunes, 4 de octubre de 2004
13. goodbye, superdrogas
Lo reconozco, it’s so fuckin’ true: life is an inevitable plastic scene. Y no lo digo riendo con esa cínica mueca de polivoz que tanto me criticas. Lo digo como cryptic unabomber, con la desilusión de un anarco-progre en Madrid, con la inercia de un siniestro replicante de Benneton. Del modo, la manera y en la situación que tú querías. Diletante, oneironauta, posesivo y heterodoxo. Just like honey, insertado en tu buzón como junk mail, smiling like a savater child.
“Ya no más, superdrogas”, dije con acento radial.
Lo siento, pasa que ahora estoy más antiséptico y monstarr que mis amigos muertos –históricos, estridentes, analógicos, junior clase A-, que corrieron con suerte de perro en una situación de dominio o exterminio. Sincero y desesperado, volviendo al parking electrónico, desafiando al poder infantil de los videojuegos y escuchando de nuevo aquella sintonía pop de juventud perdida.
And I say “Ciao” una vez más. Todo fue too fast hasta para mí. Demasiado complicado.
Un vano temporal, el breakbeat tan reconfortante como la necesidad de una prótesis quirúrgica y la tranquilidad otorgada por las neon ligths interactivas en aquel salón de papas fritas. Ya paso el momento en que, dependiente del servicio telefónico, estuve inscrito en el padrón de la telebasura, amarrado con fistol al club de los puercos sensibles. Puerco your father, puerca tu madre, puerco tu estigma de santidad dañada.
Por ahora I want some kind of wonderfulness. Un vocoder pacificador, agitar otras acciones sin la pastilla roja, dos t-shirts medianas de Keroppi, una nueva tipografía que conecte y rompa el monopolio. Algo que me haga olvidar tu dosis de killer friendship, el traspase de pacheca happiness en la ruta sanguínea de la inconformidad social (o de las tantas cosas que no volverán). Quiero olvidar esa sucia jeringa de mentira próxima al frenesí, tus manos temerosas como lollipop de corazón o el treinta por ciento de infosoledad que nos ha sido impuesta sin la debida reclasificación de archivos.
No puedo soportar más tu ideal de eterna temporada alta, de turismo de luxe, de abonos que son mil años más viejos que yo, de ofertas y rebajas felices, de muestras gratuitas que insisten en pregonar la visión del fracaso como algo positivo. Hoy quiero olvidar ese absurdo temor –o era confusión?, nevermind- que dejó huella en la memoria por las malas decisiones, el espejo interior convertido en depósito central del signo de los tiempos y la cosecha de estertores vía satélite.
Soy inocente, I know.
Tú eras superdrogas, yo no.
Recuerdo que los dos –vaya par de infortunio y fantasía- transitábamos por un freeway de acceso remoto con algo más que speed in the blood. Una grieta de eufórica generación, friends tan frágiles como fargo y soul. Respirando un sentido de libertad amorfo, habitando por momentos aquel universo paralelo que nos hacía parecer mucho más idiotas de lo que realmente somos.
Todo cambió tras aquel inesperado brincoteo del compacto en el Sony portable. Nunca sabré si aquel skip fue producto homicidio o una trampa que no pudo esperar la ocasión mejor para mostrarnos un nuevo punto débil de verdad y consecuencia. Ahora el panfleto que escribimos, la marcha que encabezamos en mangas cortas, nuestra furtiva promesa de que todo era nickel, el eterno fraseo de “ridicule is nothing to be scared of” es, de momento, old news.
—What a stupid life, qué truco tan barato.
—Igual. Sí, igual.
—Ok! I don’t need things so freakies. Confío buten en mí.
Sin embargo, no importó cuanto quería creer, todo se perdió en aquel segundo de choque. La espiritualidad del viaje desapareció tras el chasquido de metal en la carretera y tu cara era otra, superdrogas. Se asomó la duda y, with the shattered future, me confesaste todo y nada a la vez. Tenías que poner en equilibrio tu mal llamada shockadelic life, tu hermoso triángulo de distorsión. Sé que los extremos nunca fueron de tu agrado, te eran incómodos como un mosker fo!, atractivos como tabú pero, ¡qué curioso!, participabas como pro-destroyer en juegos extremos con aquellos hábitos negros que me di cuenta –justo a tiempo- eran prestados, alquilados en algún big outlet de los suburbios.
Bajo el amparo que dan los ansiolíticos gritaste que estaba en off, perdido en una fiesta de pueblo, que ya te limitaba el vivir en lo absoluto y que despreciabas mi facha after special. Que olvidara el reel number three, que no me lo merecía; que en lo azul resultaba obsesivo como monosynth; que la aventura conmigo era como tener de copiloto a un genio a punto de ataque masivo. Después lo peor fue el frío, el reportar rencores y sueños en vivo, los sorpresivos análisis, la teoría budista del ruido y el enganche a la cultura del “deseamos que vomites”.
Dios es igual que esto, tan niño muerto; la peor droga dura que consumimos antes de la derrota. Pero está bien, está bien: ya no hay razón para seguir jugando al junkie cuando tú eres tu propio Mental Health Center, tu propia novela in progress, tu propia duda inmersa en fuego. Vamos, que sólo eres lateral de inquieta estrategia, un par de frases incoherentes plasmadas en el portal de la tienda de la esquina. Una cabeza de radio, un placer desconocido haciendo el amor con su ego. Recuerda, yo no soy camafeo en esto de nuevos hits radiales y minutos estancados en los que no se dice nada, pero –I’m so sorry- aún no me atrevo a dispararte con afán de lucro. Si un día lo hago será porque es tan divertido como coger o tan ligero como nuestra locura por las estrellas.
What a shame! Ya nunca pondré mi fe en nada, en nadie.
Tanto despertar, a ratos inconsciente, para malsoñar el gris y repetir discursos en bares infames con tragos dobles y chicas cruzadas. Reír inflamado por tanta pasividad en alquiler o clavarse en aristas tequila techno magazines y engañar a una mitad sujeta a fibras sintéticas y sentirse mal por retomar las once curvas de infinito y dejarse caer y azotar la conciencia con gritos de celebración funk and be mocked of all emotions y alejarse ingenuamente de todo aquello que siempre nos supo mejor y sentir nostalgia por la nueva dirección de nuestra vida y esnifarse el último gramo de poder fantástico y balbucear el deseo estereofónico en nanosegundos e ignorar el terrorismo familiar al vivir un presente de bajo y batería que ellos rechazan por su fracaso personal y ponernos a llorar en fiestas tremendas y salir de ellas con toda la furia posible y besar la acera mojada con fellinis de colores ruidosos y sorprendidos fingir discretos que todos va bien y decir “Yes, I leave it!” para acercarse sincero al precipicio deseos de pequeña delgadez sombras la cadena de Jesús y María tinkertoys de infancia Commodore y enrollarnos en una pelea infernal por salir lo menos dañados y requerir los servicios de una voluntad insumisa que deambula intoxicada por los caminos del ayer. Todo por no escupir una verdad que suena a dub calidoscópico, una correa de respuestas que siempre nos pone nerviosos o esa trayectoria balística que rompió tanta inocencia.
¡Cuánto tiempo perdido, superdrogas!
Sólo queda preguntar: ¿para qué emborracharme contigo si no compartes el delirio, para qué inyectarme tanta mierda in-between days cuando quiero otra cosa nada semejante al compromiso, para qué tragarme tanto emo-core que provoca mil esfuerzos y breakdowns, para qué aspirar una felicidad convencional para adictos a la esperanza hilada por los Technics? ¿Para qué, para qué?
¡Hey! ¿era necesario tanta provocación?
You never understand anything about me.
Soy una vuelta al negro, homenaje saudade o el sonido de la multitud, la caja del diablo, una luz que nunca se apagará, el extranjero full de radioactividad, una nueva forma por venir doblemente fácil y permanente. Do you know more? Lo de antes no funcionó, y aquí, como en todo, pierdes oportunidad si no circulas y ya ves, el camino más duro lo he empezado a recorrer solo.
Hoy irradia en mi cuerpo el consejo pegamoide de romper el espejo y dejarme llevar hasta el final. Yeah, sobreviviré como chinarro la tormenta en la mañana de la vida. I’m happy when it rains, so fuck you.
Goodbye, superdrogas.
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revisión 2004: Este texto apareció publicado en la revista Complot. Es uno de mis textos más estudiados en universidades (y no, no trata de drogas). Demasiadas referencias musicales, demasiadas frases de mis amigos.
“Ya no más, superdrogas”, dije con acento radial.
Lo siento, pasa que ahora estoy más antiséptico y monstarr que mis amigos muertos –históricos, estridentes, analógicos, junior clase A-, que corrieron con suerte de perro en una situación de dominio o exterminio. Sincero y desesperado, volviendo al parking electrónico, desafiando al poder infantil de los videojuegos y escuchando de nuevo aquella sintonía pop de juventud perdida.
And I say “Ciao” una vez más. Todo fue too fast hasta para mí. Demasiado complicado.
Un vano temporal, el breakbeat tan reconfortante como la necesidad de una prótesis quirúrgica y la tranquilidad otorgada por las neon ligths interactivas en aquel salón de papas fritas. Ya paso el momento en que, dependiente del servicio telefónico, estuve inscrito en el padrón de la telebasura, amarrado con fistol al club de los puercos sensibles. Puerco your father, puerca tu madre, puerco tu estigma de santidad dañada.
Por ahora I want some kind of wonderfulness. Un vocoder pacificador, agitar otras acciones sin la pastilla roja, dos t-shirts medianas de Keroppi, una nueva tipografía que conecte y rompa el monopolio. Algo que me haga olvidar tu dosis de killer friendship, el traspase de pacheca happiness en la ruta sanguínea de la inconformidad social (o de las tantas cosas que no volverán). Quiero olvidar esa sucia jeringa de mentira próxima al frenesí, tus manos temerosas como lollipop de corazón o el treinta por ciento de infosoledad que nos ha sido impuesta sin la debida reclasificación de archivos.
No puedo soportar más tu ideal de eterna temporada alta, de turismo de luxe, de abonos que son mil años más viejos que yo, de ofertas y rebajas felices, de muestras gratuitas que insisten en pregonar la visión del fracaso como algo positivo. Hoy quiero olvidar ese absurdo temor –o era confusión?, nevermind- que dejó huella en la memoria por las malas decisiones, el espejo interior convertido en depósito central del signo de los tiempos y la cosecha de estertores vía satélite.
Soy inocente, I know.
Tú eras superdrogas, yo no.
Recuerdo que los dos –vaya par de infortunio y fantasía- transitábamos por un freeway de acceso remoto con algo más que speed in the blood. Una grieta de eufórica generación, friends tan frágiles como fargo y soul. Respirando un sentido de libertad amorfo, habitando por momentos aquel universo paralelo que nos hacía parecer mucho más idiotas de lo que realmente somos.
Todo cambió tras aquel inesperado brincoteo del compacto en el Sony portable. Nunca sabré si aquel skip fue producto homicidio o una trampa que no pudo esperar la ocasión mejor para mostrarnos un nuevo punto débil de verdad y consecuencia. Ahora el panfleto que escribimos, la marcha que encabezamos en mangas cortas, nuestra furtiva promesa de que todo era nickel, el eterno fraseo de “ridicule is nothing to be scared of” es, de momento, old news.
—What a stupid life, qué truco tan barato.
—Igual. Sí, igual.
—Ok! I don’t need things so freakies. Confío buten en mí.
Sin embargo, no importó cuanto quería creer, todo se perdió en aquel segundo de choque. La espiritualidad del viaje desapareció tras el chasquido de metal en la carretera y tu cara era otra, superdrogas. Se asomó la duda y, with the shattered future, me confesaste todo y nada a la vez. Tenías que poner en equilibrio tu mal llamada shockadelic life, tu hermoso triángulo de distorsión. Sé que los extremos nunca fueron de tu agrado, te eran incómodos como un mosker fo!, atractivos como tabú pero, ¡qué curioso!, participabas como pro-destroyer en juegos extremos con aquellos hábitos negros que me di cuenta –justo a tiempo- eran prestados, alquilados en algún big outlet de los suburbios.
Bajo el amparo que dan los ansiolíticos gritaste que estaba en off, perdido en una fiesta de pueblo, que ya te limitaba el vivir en lo absoluto y que despreciabas mi facha after special. Que olvidara el reel number three, que no me lo merecía; que en lo azul resultaba obsesivo como monosynth; que la aventura conmigo era como tener de copiloto a un genio a punto de ataque masivo. Después lo peor fue el frío, el reportar rencores y sueños en vivo, los sorpresivos análisis, la teoría budista del ruido y el enganche a la cultura del “deseamos que vomites”.
Dios es igual que esto, tan niño muerto; la peor droga dura que consumimos antes de la derrota. Pero está bien, está bien: ya no hay razón para seguir jugando al junkie cuando tú eres tu propio Mental Health Center, tu propia novela in progress, tu propia duda inmersa en fuego. Vamos, que sólo eres lateral de inquieta estrategia, un par de frases incoherentes plasmadas en el portal de la tienda de la esquina. Una cabeza de radio, un placer desconocido haciendo el amor con su ego. Recuerda, yo no soy camafeo en esto de nuevos hits radiales y minutos estancados en los que no se dice nada, pero –I’m so sorry- aún no me atrevo a dispararte con afán de lucro. Si un día lo hago será porque es tan divertido como coger o tan ligero como nuestra locura por las estrellas.
What a shame! Ya nunca pondré mi fe en nada, en nadie.
Tanto despertar, a ratos inconsciente, para malsoñar el gris y repetir discursos en bares infames con tragos dobles y chicas cruzadas. Reír inflamado por tanta pasividad en alquiler o clavarse en aristas tequila techno magazines y engañar a una mitad sujeta a fibras sintéticas y sentirse mal por retomar las once curvas de infinito y dejarse caer y azotar la conciencia con gritos de celebración funk and be mocked of all emotions y alejarse ingenuamente de todo aquello que siempre nos supo mejor y sentir nostalgia por la nueva dirección de nuestra vida y esnifarse el último gramo de poder fantástico y balbucear el deseo estereofónico en nanosegundos e ignorar el terrorismo familiar al vivir un presente de bajo y batería que ellos rechazan por su fracaso personal y ponernos a llorar en fiestas tremendas y salir de ellas con toda la furia posible y besar la acera mojada con fellinis de colores ruidosos y sorprendidos fingir discretos que todos va bien y decir “Yes, I leave it!” para acercarse sincero al precipicio deseos de pequeña delgadez sombras la cadena de Jesús y María tinkertoys de infancia Commodore y enrollarnos en una pelea infernal por salir lo menos dañados y requerir los servicios de una voluntad insumisa que deambula intoxicada por los caminos del ayer. Todo por no escupir una verdad que suena a dub calidoscópico, una correa de respuestas que siempre nos pone nerviosos o esa trayectoria balística que rompió tanta inocencia.
¡Cuánto tiempo perdido, superdrogas!
Sólo queda preguntar: ¿para qué emborracharme contigo si no compartes el delirio, para qué inyectarme tanta mierda in-between days cuando quiero otra cosa nada semejante al compromiso, para qué tragarme tanto emo-core que provoca mil esfuerzos y breakdowns, para qué aspirar una felicidad convencional para adictos a la esperanza hilada por los Technics? ¿Para qué, para qué?
¡Hey! ¿era necesario tanta provocación?
You never understand anything about me.
Soy una vuelta al negro, homenaje saudade o el sonido de la multitud, la caja del diablo, una luz que nunca se apagará, el extranjero full de radioactividad, una nueva forma por venir doblemente fácil y permanente. Do you know more? Lo de antes no funcionó, y aquí, como en todo, pierdes oportunidad si no circulas y ya ves, el camino más duro lo he empezado a recorrer solo.
Hoy irradia en mi cuerpo el consejo pegamoide de romper el espejo y dejarme llevar hasta el final. Yeah, sobreviviré como chinarro la tormenta en la mañana de la vida. I’m happy when it rains, so fuck you.
Goodbye, superdrogas.
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revisión 2004: Este texto apareció publicado en la revista Complot. Es uno de mis textos más estudiados en universidades (y no, no trata de drogas). Demasiadas referencias musicales, demasiadas frases de mis amigos.
lunes, 27 de septiembre de 2004
14. todos mis amigos
anse is dead, jimmy is dead, javi is dead
Jodida coyuntura. Pégate un tiro, grita por la falta de estructura, abraza a un freak, inventa una guerra. Agita hipócrita la bandera de lo que quieras, cruza la frontera vs el fracaso, la resaca nos refrescará hoy con un poquito de dolor. ¿Un fix religioso, equis material, a good/bad relationship? Don’t choose anything, dispara, dispara. El manual del usuario no contenía soluciones, adversidad es el nombre de la puta que nos acompaña, la interface que nos dice >>>Delete yourself. El baile la poesía del vinilo el fax o las neuronas que perdimos en la ruta shoegazzer aquella que seguimos branquias bajo el agua envenenando las historias ligadas por negras sorpresas y la subcultura made of stone –ces petits riens- que juramos nunca revelar.
cathy is dead, cynthia is dead, pedro is dead
Preppie, loser, gente de éxito, the shame of the city. Soñando una fuga, el fingir indiferencia por una ausencia amistosa, eterna búsqueda y negación del valor positivo inherente en todo fracaso. Olvidar o no, las postales que recibíamos cada otoño de lugares extraños, las confesiones de “Shake the tree” y los poppers; el acoso de las buenas intenciones, las vueltas del destino y la culpa católica que nos persigue a todo sitio al que asistimos; las charlas con mamá, los consejos de papá, sus ilusiones tan brillantes como billboards del futuro. >>>Nothing ever changes.
sal is dead, adriana is dead, rosita is dead
Don’t be shy, es sólo el comienzo. Todo es tan inútil como la celebración de mediocres cumpleaños, de los ecos rebeldes en las enciclopedias de antaño y el trauma económico que se sufre sin remedio. Un mal diseño existencial o la remota posibilidad de huir, de resistencia fortuita, de vencer el drumbeat de niño interior, de sobrepasar los límites, de reírse al conseguir lo anhelado uno de estos días. De convertir la vida en algo más que un intento trasvestido que se diluye mientras suena nuestra canción favorita: People who died.
pablo is dead, max is dead, pepe is dead
El pasar de otra gente, confusión. Sin dinero, con dinero. Escuchando, viendo, sintiendo una ligera señal de triunfo. Too fuckin’ happy o embarcados en el ride de sepa Dios qué ruedas y crueles historias. Just a moment, please. Cambio de canal, chit-chat nocturno, domingos en casa, imágenes y trips que dan la nota. Somos los únicos que recordamos la peor película de la historia: la vimos en aquel verano de indecisión, tirados en nuestro interactivo pesimismo. ¿Lo recuerdan? >>> Lo drencrom ya no funciona, las risas son el reflejo acomodado en las revistas, un minidisc portable que graba nuestras más íntimas conversaciones, la penúltima moda que nos alcanzó en el bus de grito uniforme, disparates, el calor del radical house, la sensación dispersa que nos une y separa, la maldita velocidad. Everybody hurts.
rubén is dead, mario is dead, claudia is dead
Desde el acantilado everything parece frágil ansiolíticos post-consumismo exagerado relativa angustia posiblemente lo sea esquivando el golpe las parejas la vuelta social el derroche de small town la crisis el mentir como pose los envases de cervezas los e-mails que nunca se contestan pogo pendenciero los faxes la brutalidad sobre otras rutas el presupuesto de atracción el software bassifondi nuevo delicatessen el practicar del sexo inseguridad la noticia del día “Lo demás no importa” todos derrotados el abrazo final el temor a perdernos después la fantasía la comida congelada los deseos todos amarrados la euforia el volver a lo mismo moldear el compromiso despegar en las noches o conformarse con tres minutos un segundo el tiempo que pasamos juntos la tarjeta que se vence fin de mes todos on-line el oficio salvaje los años de “Obedece tu fe” lullaby neofascista una camisa de fuerza la visita inesperada Why...? era la pregunta
itzel is dead, sergio is dead, charlynne is dead
Maravillados por esto y aquello dislexia chill-out vivafamiliar las promesas porvenir incierto hip hop de marcha esos olores lujuria libertad condicional y planes que nunca se llevarán a cabo rebelión o violencia todos mensajes de frustración sueños e intenciones que masturban el miedo la familia tierra negra panorama en ruinas un reality show todos sufriendo tristes erecciones y vaginas en cólera imposible ruptura la obsesión el presente que nos ahoga modernos videogramas fotos de top models drinking & fucking camino libre velocidad ecos del hardcore inercia stop detrás de la mirada puta soledad “Jesús te ama” un anuncio glitter melancolía burguesa a fine day todos flotando en el espacio sintiéndose brand new talismán >>>don’t give it up. La felicidad es un alegre ritmo que nos dice “Ven a sentir el ruido”.
víctor is dead, gracie is dead, efrén is dead
Todos mis amigos se divierten sin sentido. Danny, gurú metálico en proceso de liquidación, decía que la droga era su vida mientras punteaba oportunidades en la pista de baile. Julio se prodigaba en la fórmula de presión para recuperar, buen toque y juego armónico como ejercicio de adoración. Bobby renunció grogui al sueño que casi conquistó, ahora pide el regreso de noches y weekends que estúpidamente dejo pasar. Todos mis amigos añoran algo que en el camino se perdió. Dee dee, maquillada para un día hermoso, intentó desesperada brincar desde el gran puente pero sólo pudo gritar con cierto desencanto: ¡Cómo duele el conformismo! Carlos apostaba por dejar en claro su ambigua sexualidad, cool waves de pura electricidad. Luis sólo borracho, o en la noche inventada, decía las cosas que realmente sentía. Todos mis amigos apuestan a ganar y esperan ansiosos que algo se queme para volver a ocupar un lugar en el pasado o estrenar posición en un presente que se nos acaba. Gerardo abandonó la city pensando que eso lo haría mejor; Diana regresó sin hope sintiéndose peor; Katerine decía que si en la pelea perdió un par de dientes, la culpa había sido suya. Todos mis amigos se preguntan: ¿Qué hacemos aquí? ¿Cuál es el sentido de todo esto?, etc.
lili es dead, junior is dead, rafa is dead
Siempre fuimos buenas personas, autoestima de rascacielo, risa y euforia en los ojos, casos difíciles que conocíamos algunas cosas y otras no, en picada por afterhours interminables y tardes de karaoke, años perdidos entre sus mentiras y nuestra ironía >>> going down. Ya no hay sitio a dónde ir, la vida se convirtió en una enorme bodega vacía y ahora, tras acabarse la penúltima fiesta, todos nos sentimos víctimas una vez más.
Sorry, my friends. We lost.
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revisión 2004: Con la muerte de Claudia Franchini cambian tantas cosas. Antes esto era una afirmación de la posibilidad de dejar atrás personas y situaciones; hoy, es un listado de personas imprescindibles en mi vida.
Este texto primero apareció en formato de flyer para una lectura a la que no asisti en la Feria del Libro; luego, se publico en la revista angelina PUB.
Jodida coyuntura. Pégate un tiro, grita por la falta de estructura, abraza a un freak, inventa una guerra. Agita hipócrita la bandera de lo que quieras, cruza la frontera vs el fracaso, la resaca nos refrescará hoy con un poquito de dolor. ¿Un fix religioso, equis material, a good/bad relationship? Don’t choose anything, dispara, dispara. El manual del usuario no contenía soluciones, adversidad es el nombre de la puta que nos acompaña, la interface que nos dice >>>Delete yourself. El baile la poesía del vinilo el fax o las neuronas que perdimos en la ruta shoegazzer aquella que seguimos branquias bajo el agua envenenando las historias ligadas por negras sorpresas y la subcultura made of stone –ces petits riens- que juramos nunca revelar.
cathy is dead, cynthia is dead, pedro is dead
Preppie, loser, gente de éxito, the shame of the city. Soñando una fuga, el fingir indiferencia por una ausencia amistosa, eterna búsqueda y negación del valor positivo inherente en todo fracaso. Olvidar o no, las postales que recibíamos cada otoño de lugares extraños, las confesiones de “Shake the tree” y los poppers; el acoso de las buenas intenciones, las vueltas del destino y la culpa católica que nos persigue a todo sitio al que asistimos; las charlas con mamá, los consejos de papá, sus ilusiones tan brillantes como billboards del futuro. >>>Nothing ever changes.
sal is dead, adriana is dead, rosita is dead
Don’t be shy, es sólo el comienzo. Todo es tan inútil como la celebración de mediocres cumpleaños, de los ecos rebeldes en las enciclopedias de antaño y el trauma económico que se sufre sin remedio. Un mal diseño existencial o la remota posibilidad de huir, de resistencia fortuita, de vencer el drumbeat de niño interior, de sobrepasar los límites, de reírse al conseguir lo anhelado uno de estos días. De convertir la vida en algo más que un intento trasvestido que se diluye mientras suena nuestra canción favorita: People who died.
pablo is dead, max is dead, pepe is dead
El pasar de otra gente, confusión. Sin dinero, con dinero. Escuchando, viendo, sintiendo una ligera señal de triunfo. Too fuckin’ happy o embarcados en el ride de sepa Dios qué ruedas y crueles historias. Just a moment, please. Cambio de canal, chit-chat nocturno, domingos en casa, imágenes y trips que dan la nota. Somos los únicos que recordamos la peor película de la historia: la vimos en aquel verano de indecisión, tirados en nuestro interactivo pesimismo. ¿Lo recuerdan? >>> Lo drencrom ya no funciona, las risas son el reflejo acomodado en las revistas, un minidisc portable que graba nuestras más íntimas conversaciones, la penúltima moda que nos alcanzó en el bus de grito uniforme, disparates, el calor del radical house, la sensación dispersa que nos une y separa, la maldita velocidad. Everybody hurts.
rubén is dead, mario is dead, claudia is dead
Desde el acantilado everything parece frágil ansiolíticos post-consumismo exagerado relativa angustia posiblemente lo sea esquivando el golpe las parejas la vuelta social el derroche de small town la crisis el mentir como pose los envases de cervezas los e-mails que nunca se contestan pogo pendenciero los faxes la brutalidad sobre otras rutas el presupuesto de atracción el software bassifondi nuevo delicatessen el practicar del sexo inseguridad la noticia del día “Lo demás no importa” todos derrotados el abrazo final el temor a perdernos después la fantasía la comida congelada los deseos todos amarrados la euforia el volver a lo mismo moldear el compromiso despegar en las noches o conformarse con tres minutos un segundo el tiempo que pasamos juntos la tarjeta que se vence fin de mes todos on-line el oficio salvaje los años de “Obedece tu fe” lullaby neofascista una camisa de fuerza la visita inesperada Why...? era la pregunta
itzel is dead, sergio is dead, charlynne is dead
Maravillados por esto y aquello dislexia chill-out vivafamiliar las promesas porvenir incierto hip hop de marcha esos olores lujuria libertad condicional y planes que nunca se llevarán a cabo rebelión o violencia todos mensajes de frustración sueños e intenciones que masturban el miedo la familia tierra negra panorama en ruinas un reality show todos sufriendo tristes erecciones y vaginas en cólera imposible ruptura la obsesión el presente que nos ahoga modernos videogramas fotos de top models drinking & fucking camino libre velocidad ecos del hardcore inercia stop detrás de la mirada puta soledad “Jesús te ama” un anuncio glitter melancolía burguesa a fine day todos flotando en el espacio sintiéndose brand new talismán >>>don’t give it up. La felicidad es un alegre ritmo que nos dice “Ven a sentir el ruido”.
víctor is dead, gracie is dead, efrén is dead
Todos mis amigos se divierten sin sentido. Danny, gurú metálico en proceso de liquidación, decía que la droga era su vida mientras punteaba oportunidades en la pista de baile. Julio se prodigaba en la fórmula de presión para recuperar, buen toque y juego armónico como ejercicio de adoración. Bobby renunció grogui al sueño que casi conquistó, ahora pide el regreso de noches y weekends que estúpidamente dejo pasar. Todos mis amigos añoran algo que en el camino se perdió. Dee dee, maquillada para un día hermoso, intentó desesperada brincar desde el gran puente pero sólo pudo gritar con cierto desencanto: ¡Cómo duele el conformismo! Carlos apostaba por dejar en claro su ambigua sexualidad, cool waves de pura electricidad. Luis sólo borracho, o en la noche inventada, decía las cosas que realmente sentía. Todos mis amigos apuestan a ganar y esperan ansiosos que algo se queme para volver a ocupar un lugar en el pasado o estrenar posición en un presente que se nos acaba. Gerardo abandonó la city pensando que eso lo haría mejor; Diana regresó sin hope sintiéndose peor; Katerine decía que si en la pelea perdió un par de dientes, la culpa había sido suya. Todos mis amigos se preguntan: ¿Qué hacemos aquí? ¿Cuál es el sentido de todo esto?, etc.
lili es dead, junior is dead, rafa is dead
Siempre fuimos buenas personas, autoestima de rascacielo, risa y euforia en los ojos, casos difíciles que conocíamos algunas cosas y otras no, en picada por afterhours interminables y tardes de karaoke, años perdidos entre sus mentiras y nuestra ironía >>> going down. Ya no hay sitio a dónde ir, la vida se convirtió en una enorme bodega vacía y ahora, tras acabarse la penúltima fiesta, todos nos sentimos víctimas una vez más.
Sorry, my friends. We lost.
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revisión 2004: Con la muerte de Claudia Franchini cambian tantas cosas. Antes esto era una afirmación de la posibilidad de dejar atrás personas y situaciones; hoy, es un listado de personas imprescindibles en mi vida.
Este texto primero apareció en formato de flyer para una lectura a la que no asisti en la Feria del Libro; luego, se publico en la revista angelina PUB.
lunes, 20 de septiembre de 2004
15. Paraké
Lejos de todo, sin impulsos hardcore, recreamos el presente al ritmo minimal que dicta una drum machine. Atesorando el ahora, subiéndonos al tren de la autoindulgencia, imaginando paisajes, un puzzle perfecto. Cansados de preferir la (in)seguridad del ensueño, de atestiguar esa compra-venta que no termina por efectuarse, apostando por un golpe de calor que borre nuestra estupidez al no reclamar una esperanza abandonada, eso que marca nuestra esencia. Pensar que hasta hace poco la felicidad era una pastilla, grandes líneas, marcas de agua prodigiosa que celebraban el (des)encuentro de las cosas que dejamos atrás.
Para vivir el engaño hay que creerlo.
Tenemos la sospecha que el momento actual es un cúmulo de problemas que nos atosigan, vestigios de adolescentricidad sin concesiones, la incapacidad de aceptar la falta de un diálogo interno, el catalizador revolucionario de lo que debiera ser y nunca es, un atajo para perderse en algo que se parece cada día más a nuestra vida y que finalmente nos cambia. No hay que subestimar el poder de la negación.
Los deseos del cuerpo son lágrimas.
Nadie es lo que dice ser, suceden tantas cosas a la vez. Es sólo un inútil esbozo por la búsqueda y conexión del fracaso como algo positivo. Punk rock implosion. La soledad es una asignatura que hay que aprender pronto a enfrentar; sin embargo, no se puede alejar lo que nunca estuvo cerca, ni querer volver a tener lo que nunca fue nuestro. Hay situaciones en las que es mejor –eso que aconseja el manual del usuario- meter el alma hasta el fondo para convertirla en un ejemplo de estoicismo que cruza ilusiones y paga tarifa fija. Fuck this and that.
Nuestra muerta juventud.
Una cursi historia telegénica para ser vista en grandes pantallas y sonido digital. El final de la broma que se escribe al revés, el reflejo de una maldita época que nos destruye en charlas confusas y sesiones de repeat & repeat. Hechos polvo, todas las señales que hay en el camino nos llevarán a la misma conclusión: Conocer es (des)amor. Demasiado obvio, un paso necesario pero no redituable, lo que se debe hacer y ya. Dejar de anhelar todas esas cosas que hacen mentir a Dios en contra de sí mismo, renegade fuck. En perspectiva, todo se ve mal cuando se recuerda bien, cuando hay opiniones contrarias que trascienden, cuando las personas tienen el mismo valor de las noticias.
Ey! Hay gente que nadie espera.
Sin saber a donde ir, nuestra mente es un frágil edificio cuya estructura está a punto de ceder. Un idiot savant que ve pasar los días sabiendo que todo es (ir)real y que da igual. Atrapados en una especie de confinamiento dócil y aburrido, perdidos ante el close-up de papel tradicional. Sedados, esperando que alguien comparta la caída y extienda la mano al pobre asesino que llevamos dentro o que nos proporcione un poco de valor para enfrentar sueños y hallazgos antes del desastre.
Somos muñecos de cuerda, complejos de diversión, electroseducción, ansiedad on-line. Podemos cambiar de ideas sin un asomo de asco o pudor, pero el feeling desesperanzador permanece. ¿Tú temor es el mismo que el nuestro? Lo imposible es lo que se reclama, captar más cosas y hacer algo con ellas. Subversión, confort, velocidad, confusión, tics de burguesía, sexo, necesidades construidas, influencias y diferencias, seguridad, invención de juegos y sonrisas, ¿qué más da? Nuestro pequeño argumento, dudas cíclicas y angulares, nula posibilidad de recuperar el tiempo que se pierde odiando aquello que no siempre dura lo pertinente. Objetivo y significado, teorías sobre el desencanto, lo que importa. Sin aviso, llega la verdad.
La vida es así: un disparo y punto final.
¿Qué va a cambiar entre el día de hoy y mañana? Algo, todo, nada. Nevermind, las cosas pasan por una razón. A veces no pasan por la misma razón. Estamos hartos de ser razonables. Si no te haces preguntas, no te decepcionas. La mayoría de las veces todo nos decepciona. ¿Darnos cuenta! Fuck, ni siquiera lo entendemos.
Whatever.
Para qué queremos preguntas, para qué queremos respuestas, si ya sabemos que de lo que pasa no tenemos ni puta idea.
Game over!
Game over!
Game over!
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revisión 2004: Mi acercamiento al campo de batalla. Too many samples para anotarlos (desde Luis Arcaraz a Baudrillard, de los tv shows a Houllebecq)
Para vivir el engaño hay que creerlo.
Tenemos la sospecha que el momento actual es un cúmulo de problemas que nos atosigan, vestigios de adolescentricidad sin concesiones, la incapacidad de aceptar la falta de un diálogo interno, el catalizador revolucionario de lo que debiera ser y nunca es, un atajo para perderse en algo que se parece cada día más a nuestra vida y que finalmente nos cambia. No hay que subestimar el poder de la negación.
Los deseos del cuerpo son lágrimas.
Nadie es lo que dice ser, suceden tantas cosas a la vez. Es sólo un inútil esbozo por la búsqueda y conexión del fracaso como algo positivo. Punk rock implosion. La soledad es una asignatura que hay que aprender pronto a enfrentar; sin embargo, no se puede alejar lo que nunca estuvo cerca, ni querer volver a tener lo que nunca fue nuestro. Hay situaciones en las que es mejor –eso que aconseja el manual del usuario- meter el alma hasta el fondo para convertirla en un ejemplo de estoicismo que cruza ilusiones y paga tarifa fija. Fuck this and that.
Nuestra muerta juventud.
Una cursi historia telegénica para ser vista en grandes pantallas y sonido digital. El final de la broma que se escribe al revés, el reflejo de una maldita época que nos destruye en charlas confusas y sesiones de repeat & repeat. Hechos polvo, todas las señales que hay en el camino nos llevarán a la misma conclusión: Conocer es (des)amor. Demasiado obvio, un paso necesario pero no redituable, lo que se debe hacer y ya. Dejar de anhelar todas esas cosas que hacen mentir a Dios en contra de sí mismo, renegade fuck. En perspectiva, todo se ve mal cuando se recuerda bien, cuando hay opiniones contrarias que trascienden, cuando las personas tienen el mismo valor de las noticias.
Ey! Hay gente que nadie espera.
Sin saber a donde ir, nuestra mente es un frágil edificio cuya estructura está a punto de ceder. Un idiot savant que ve pasar los días sabiendo que todo es (ir)real y que da igual. Atrapados en una especie de confinamiento dócil y aburrido, perdidos ante el close-up de papel tradicional. Sedados, esperando que alguien comparta la caída y extienda la mano al pobre asesino que llevamos dentro o que nos proporcione un poco de valor para enfrentar sueños y hallazgos antes del desastre.
Somos muñecos de cuerda, complejos de diversión, electroseducción, ansiedad on-line. Podemos cambiar de ideas sin un asomo de asco o pudor, pero el feeling desesperanzador permanece. ¿Tú temor es el mismo que el nuestro? Lo imposible es lo que se reclama, captar más cosas y hacer algo con ellas. Subversión, confort, velocidad, confusión, tics de burguesía, sexo, necesidades construidas, influencias y diferencias, seguridad, invención de juegos y sonrisas, ¿qué más da? Nuestro pequeño argumento, dudas cíclicas y angulares, nula posibilidad de recuperar el tiempo que se pierde odiando aquello que no siempre dura lo pertinente. Objetivo y significado, teorías sobre el desencanto, lo que importa. Sin aviso, llega la verdad.
La vida es así: un disparo y punto final.
¿Qué va a cambiar entre el día de hoy y mañana? Algo, todo, nada. Nevermind, las cosas pasan por una razón. A veces no pasan por la misma razón. Estamos hartos de ser razonables. Si no te haces preguntas, no te decepcionas. La mayoría de las veces todo nos decepciona. ¿Darnos cuenta! Fuck, ni siquiera lo entendemos.
Whatever.
Para qué queremos preguntas, para qué queremos respuestas, si ya sabemos que de lo que pasa no tenemos ni puta idea.
Game over!
Game over!
Game over!
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revisión 2004: Mi acercamiento al campo de batalla. Too many samples para anotarlos (desde Luis Arcaraz a Baudrillard, de los tv shows a Houllebecq)
viernes, 17 de septiembre de 2004
16. rollercoaster
las cosas no iban bien.
A veces sucede así, otras no. Cansados de esperar a que algo pase, dispuestos a todo sin saber a que, pensando cuando fue que nos equivocamos de dirección, en que esquina de la city perdimos todo eso —metas, ideales, sonrisas, ejercicios de amabilidad, viejos amigos— que guardábamos para un día de paz. Los acontecimientos ocurren a cierta velocidad, son cosa del azar o infortunios del deseo de agitar y provocar a cinco tipos de cuidado. Subir y caer se convierte en algo habitual, como si fuera parte de un ciclo a seguir por obligación e innata convicción, la propuesta que se repite y repite ad infinitum como la nota gancho en la promoción de los infomerciales que tanto nos aburren de madrugada. Una sensación que nos divide y explora sin cesar.
¿por qué cuesta tanto tomar una decisión?
En un instante de claridad todos queremos respuestas justas para preguntas mal planteadas. Sin importar lo que hagamos o a donde vayamos, la idea de estar en un atasco emocional nos persigue, la maldición de la que hablaba Chomsky se vuelve contra nosotros. Buscando un núcleo de esperanza, conocer que un loft no es la ampliación de vida genuina, constatar que todo es apariencia: miseria urbana, cambio de look, llamadas en espera, libros de auto-ayuda, portales de antagonismo progresivo, listas de popularidad, tardes de encuentros fortuitos, balas de conformidad para cinco tipos de cuidado. Antes tuvimos la sospecha que nunca nada valió la pena, ahora lo sabemos de primera fuente. Whatever.
¿qué le pasó a los finales felices?
Hay cosas que nos hacen sentir culpables sin saber por qué; hay otras que, tras perderlas, se empeñan en recordarnos, no sin cierta timidez y a veces con algo de inútil gedogen, que tan importantes fueron para nosotros. El juego es simplemente hacer lo nuestro, dominar el rebote de los actos espontáneos y el driblar de las horas, cuestionar las estrategias determinadas por una temporada atroz, hacer las transferencias adecuadas y acercarnos cada momento a la mejor ocasión, llegar a ella sin retardos ni excusas. Es difícil hacerlo sin aceptar esos pequeños errores de cálculo que acortan las ventajas antes logradas, sin tomar nunca en cuenta las ocasiones en que nos deslizamos en el borde del perímetro, cuando se buscaba una salida de emergencia para cinco tipos de cuidado porque sí y porque qué más da buscar el impacto —lo inesperado suele ser mejor—, una posible colisión que acabe con todo y con todos. El fracaso, a veces, nos deja algo positivo.
¿alguna vez te has sentido atrapado?
Una caída con los ojos cerrados. El grito es un pretexto, tan sólo eso. Una fiesta, apoyos o fondos de retiro, una grieta por donde escapar. Días y noches enteras pensando que se puede encontrar la forma de decir las cosas que debemos decir, eso que realmente nos importa, sin lastimar ni implicar a nadie más. Algo inútil: nos olvidamos que lo que uno dice puede, en determinado momento, ser el arma con la cual el destino nos disparará. Conceptos elevados a los cuales no podemos corresponder, falsas esperanzas, mapas conceptuales, proyectos de vida distantes, bifurcación de caminos, cinco tipos de cuidado, deseos que sólo son eso, melancolía y frustración. Plegarias sin atender, un hueco interior, voces que no se callan como los dedos de la mano de aquel pobre tipo —gringo, veterano de alguna guerra química, paranoico y sonriente— que se acercaba éstos al rostro para implorar su silencio con un nervioso murmullo. Podemos entenderlo: en nuestra cabeza también hay demasiado ruido para intentar comprender de manera racional lo que ocurre [la desesperación no es, por lo visto, en estos casos una buena idea].
Up & down very fast
Hay quien dice, no sin justa razón, que es bueno que nos duela el cuerpo, eso indica que podemos pensar en otras cosas; quizás, pero el desconsuelo, al igual que la calma o esos cinco tipos de cuidado que nos mortifican sin cesar, es una cita a ciegas que tarde o temprano sabemos tendremos que cumplir. Sin embargo, nos equivocamos por completo al creer que iba a ser fácil cortar de tajo una historia —breve, si se quiere— en común. Se nos esfumaron las decisiones. Aquello se desperdigo sin autorización, creció sin control, sin fecha de caducidad. Desafiante e intransigente, sin escuchar palabras ni entender razones, tiro ancla y echó a rodar los dados que nos permitieron llenar de emociones intensas una vida aparentemente vacía, lidiar con el dolor de todos los días y someternos a la repentina cantidad de risas que nos hicieron sospechar que un futuro próximo ya nada sería así. Se nos esfumaron las opciones. No podemos evadir nuestra responsabilidad como tampoco creer el dogma ese de que lo que posees terminará por poseerte aunque sabemos que es una verdad tan cierta como nickel.
Casi en bancarrota, apenas nos queda aliento.
Conversaciones interrumpidas por el ir y venir de la multitud; por la incapacidad para entender que la vida no es simplemente un espectáculo en circuito cerrado que se transmite en directo; por los gritos irritantes de un manic street preacher cuyo mensaje es un punto muerto en nuestra tormenta diaria. Algo irónico si tomamos en cuenta esas noches dedicadas a ver nuestro look de pelea en los cristales de los autos, platicando a la deriva, en camino a ninguna parte o con la esperanza de que la lluvia, fiel compañera de soledad requerida, sirviera de algo y que arreciara con furia dentro de nosotros para no tener que taparnos el rostro. Es obvio que todos encontramos algún motivo adecuado para rendirnos cuando lo creemos necesario, algo normal que puede significar la oportunidad para dar un paso atrás y volver a empezar. Podría ser lo mejor, lo que aconsejan cinco tipos de cuidado ante el peligro de inminente desastre pero, sin saber a ciencia cierta el porqué, no queremos alejarnos, no podemos hacerlo. Tenemos miedo de perder algo en el camino o simplemente, perderlo todo. ¿Es esto lo más cercano a matar nuestras ilusiones? Si tan sólo pudiéramos después recordar esto y reírnos como antes.
Advertencia: No intentes cambiar el curso de la montaña rusa.
Subimos juntos al ride, freaks de categoría especial por el simple hecho de ser quienes somos: chispazos de felicidad, preocupación eterna, melodías para noches sin sueño, el reclamo del triste payaso solisiano, cinco tipos de cuidado, un sample que nos recuerda continuamente “This is your life”, el lugar donde ocurren las cosas, personas interesantes que aparecen en la soledad y cuya proximidad es todo lo que se necesita. Las gafas que usamos son solamente un guiño, un seguir de rutas impuestas por casualidad o la forma de evitar los designios de un Dios con pésimo sentido del humor, una forma clara de decir: “Nadie supo ganar” Nuestra visión de las cosas es otra, decidimos no decidir o, al menos, eso parece.
parar es algo que ya no podemos hacer.
Las gafas sirven para aparentar que se mantiene el ideal de bienestar y orden por seguir; relativistas ad-hoc, guardamos la distancia necesaria que se indica en el manual del usuario. Lo nuestro es imperfección, un querer darse el lujo de vivir y dejar que el tiempo nos cure las heridas sin tener que hacerse la pregunta: ¿Quién diablos nos quitará las jodidas banderillas? Nuestra conciencia está en un Post it color amarillo, nuestra identidad está ligada a un juke-box personal que repite tanto los temas que cantamos en los momentos felices como aquellos otros que reflejan nuestra fase más low. Entre el futuro y la calle, la contradicción como signo: el no saber que hacer es algo muy recurrente por aquí, rechazar los cinco tipos de cuidado, una despedida que no quiere ser, un click constante a la oferta interactiva de la frivolidad o un desafortunado brincar oportunidades, recostadas en la calle, como si fueran parte de aquel juego infantil de tiza y papel mojado. Algo tan engañoso que ni la más firme voluntad puede evitar.
Sólo queremos seguir, dar vueltas y volver al espacio.
Hay que señalar que somos exactamente todo lo contrario a lo que dice la gente que somos o fuimos. Cinco tipos de cuidado. Can you understand that? En última instancia, puede que lo que ocurre no sea más un cutrieslogan para rematar, la faribolesca idea del paraíso perdido o simplemente el hecho de que esta mañana, al despertar, la tristeza nos mostró su espalda malsoñante, reflejo insólito del “Tú no hubieras podido”. Así son las cosas y no de otro modo. Nos falta tiempo, nos sobra tiempo para las interminables pláticas que acaban siempre con aquello de “ya no quiero hablar”. Al parecer se ha dicho todo y, sin embargo, no se ha dicho nada. A veces nos damos cuenta que las palabras no sirven, que éstas no logran atrapar ese einfeuhlung extraviado. ¿Hueles el peligro? We have explosive. No decepcionaremos a nadie cuando lleguen los malos tiempos. Suponemos que, después de todo lo expresado, ya no hay nada más que decir. [Lo mejor de nuestra vida aún está por ocurrir]
by the way, it’s not unusual to think about it.
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revisión 2004: Demasiado personal, demasiado visceral. A good friendship yéndose al carajo. Sin poder evitarlo, casi sin darse cuenta. Me sigue pareciendo genial la cita de Chomsky. Viajes a USA, películas en VHS, largas pláticas para tratar de entender lo que ya se fue, mp3s. Uno de mis textos favoritos.
A veces sucede así, otras no. Cansados de esperar a que algo pase, dispuestos a todo sin saber a que, pensando cuando fue que nos equivocamos de dirección, en que esquina de la city perdimos todo eso —metas, ideales, sonrisas, ejercicios de amabilidad, viejos amigos— que guardábamos para un día de paz. Los acontecimientos ocurren a cierta velocidad, son cosa del azar o infortunios del deseo de agitar y provocar a cinco tipos de cuidado. Subir y caer se convierte en algo habitual, como si fuera parte de un ciclo a seguir por obligación e innata convicción, la propuesta que se repite y repite ad infinitum como la nota gancho en la promoción de los infomerciales que tanto nos aburren de madrugada. Una sensación que nos divide y explora sin cesar.
¿por qué cuesta tanto tomar una decisión?
En un instante de claridad todos queremos respuestas justas para preguntas mal planteadas. Sin importar lo que hagamos o a donde vayamos, la idea de estar en un atasco emocional nos persigue, la maldición de la que hablaba Chomsky se vuelve contra nosotros. Buscando un núcleo de esperanza, conocer que un loft no es la ampliación de vida genuina, constatar que todo es apariencia: miseria urbana, cambio de look, llamadas en espera, libros de auto-ayuda, portales de antagonismo progresivo, listas de popularidad, tardes de encuentros fortuitos, balas de conformidad para cinco tipos de cuidado. Antes tuvimos la sospecha que nunca nada valió la pena, ahora lo sabemos de primera fuente. Whatever.
¿qué le pasó a los finales felices?
Hay cosas que nos hacen sentir culpables sin saber por qué; hay otras que, tras perderlas, se empeñan en recordarnos, no sin cierta timidez y a veces con algo de inútil gedogen, que tan importantes fueron para nosotros. El juego es simplemente hacer lo nuestro, dominar el rebote de los actos espontáneos y el driblar de las horas, cuestionar las estrategias determinadas por una temporada atroz, hacer las transferencias adecuadas y acercarnos cada momento a la mejor ocasión, llegar a ella sin retardos ni excusas. Es difícil hacerlo sin aceptar esos pequeños errores de cálculo que acortan las ventajas antes logradas, sin tomar nunca en cuenta las ocasiones en que nos deslizamos en el borde del perímetro, cuando se buscaba una salida de emergencia para cinco tipos de cuidado porque sí y porque qué más da buscar el impacto —lo inesperado suele ser mejor—, una posible colisión que acabe con todo y con todos. El fracaso, a veces, nos deja algo positivo.
¿alguna vez te has sentido atrapado?
Una caída con los ojos cerrados. El grito es un pretexto, tan sólo eso. Una fiesta, apoyos o fondos de retiro, una grieta por donde escapar. Días y noches enteras pensando que se puede encontrar la forma de decir las cosas que debemos decir, eso que realmente nos importa, sin lastimar ni implicar a nadie más. Algo inútil: nos olvidamos que lo que uno dice puede, en determinado momento, ser el arma con la cual el destino nos disparará. Conceptos elevados a los cuales no podemos corresponder, falsas esperanzas, mapas conceptuales, proyectos de vida distantes, bifurcación de caminos, cinco tipos de cuidado, deseos que sólo son eso, melancolía y frustración. Plegarias sin atender, un hueco interior, voces que no se callan como los dedos de la mano de aquel pobre tipo —gringo, veterano de alguna guerra química, paranoico y sonriente— que se acercaba éstos al rostro para implorar su silencio con un nervioso murmullo. Podemos entenderlo: en nuestra cabeza también hay demasiado ruido para intentar comprender de manera racional lo que ocurre [la desesperación no es, por lo visto, en estos casos una buena idea].
Up & down very fast
Hay quien dice, no sin justa razón, que es bueno que nos duela el cuerpo, eso indica que podemos pensar en otras cosas; quizás, pero el desconsuelo, al igual que la calma o esos cinco tipos de cuidado que nos mortifican sin cesar, es una cita a ciegas que tarde o temprano sabemos tendremos que cumplir. Sin embargo, nos equivocamos por completo al creer que iba a ser fácil cortar de tajo una historia —breve, si se quiere— en común. Se nos esfumaron las decisiones. Aquello se desperdigo sin autorización, creció sin control, sin fecha de caducidad. Desafiante e intransigente, sin escuchar palabras ni entender razones, tiro ancla y echó a rodar los dados que nos permitieron llenar de emociones intensas una vida aparentemente vacía, lidiar con el dolor de todos los días y someternos a la repentina cantidad de risas que nos hicieron sospechar que un futuro próximo ya nada sería así. Se nos esfumaron las opciones. No podemos evadir nuestra responsabilidad como tampoco creer el dogma ese de que lo que posees terminará por poseerte aunque sabemos que es una verdad tan cierta como nickel.
Casi en bancarrota, apenas nos queda aliento.
Conversaciones interrumpidas por el ir y venir de la multitud; por la incapacidad para entender que la vida no es simplemente un espectáculo en circuito cerrado que se transmite en directo; por los gritos irritantes de un manic street preacher cuyo mensaje es un punto muerto en nuestra tormenta diaria. Algo irónico si tomamos en cuenta esas noches dedicadas a ver nuestro look de pelea en los cristales de los autos, platicando a la deriva, en camino a ninguna parte o con la esperanza de que la lluvia, fiel compañera de soledad requerida, sirviera de algo y que arreciara con furia dentro de nosotros para no tener que taparnos el rostro. Es obvio que todos encontramos algún motivo adecuado para rendirnos cuando lo creemos necesario, algo normal que puede significar la oportunidad para dar un paso atrás y volver a empezar. Podría ser lo mejor, lo que aconsejan cinco tipos de cuidado ante el peligro de inminente desastre pero, sin saber a ciencia cierta el porqué, no queremos alejarnos, no podemos hacerlo. Tenemos miedo de perder algo en el camino o simplemente, perderlo todo. ¿Es esto lo más cercano a matar nuestras ilusiones? Si tan sólo pudiéramos después recordar esto y reírnos como antes.
Advertencia: No intentes cambiar el curso de la montaña rusa.
Subimos juntos al ride, freaks de categoría especial por el simple hecho de ser quienes somos: chispazos de felicidad, preocupación eterna, melodías para noches sin sueño, el reclamo del triste payaso solisiano, cinco tipos de cuidado, un sample que nos recuerda continuamente “This is your life”, el lugar donde ocurren las cosas, personas interesantes que aparecen en la soledad y cuya proximidad es todo lo que se necesita. Las gafas que usamos son solamente un guiño, un seguir de rutas impuestas por casualidad o la forma de evitar los designios de un Dios con pésimo sentido del humor, una forma clara de decir: “Nadie supo ganar” Nuestra visión de las cosas es otra, decidimos no decidir o, al menos, eso parece.
parar es algo que ya no podemos hacer.
Las gafas sirven para aparentar que se mantiene el ideal de bienestar y orden por seguir; relativistas ad-hoc, guardamos la distancia necesaria que se indica en el manual del usuario. Lo nuestro es imperfección, un querer darse el lujo de vivir y dejar que el tiempo nos cure las heridas sin tener que hacerse la pregunta: ¿Quién diablos nos quitará las jodidas banderillas? Nuestra conciencia está en un Post it color amarillo, nuestra identidad está ligada a un juke-box personal que repite tanto los temas que cantamos en los momentos felices como aquellos otros que reflejan nuestra fase más low. Entre el futuro y la calle, la contradicción como signo: el no saber que hacer es algo muy recurrente por aquí, rechazar los cinco tipos de cuidado, una despedida que no quiere ser, un click constante a la oferta interactiva de la frivolidad o un desafortunado brincar oportunidades, recostadas en la calle, como si fueran parte de aquel juego infantil de tiza y papel mojado. Algo tan engañoso que ni la más firme voluntad puede evitar.
Sólo queremos seguir, dar vueltas y volver al espacio.
Hay que señalar que somos exactamente todo lo contrario a lo que dice la gente que somos o fuimos. Cinco tipos de cuidado. Can you understand that? En última instancia, puede que lo que ocurre no sea más un cutrieslogan para rematar, la faribolesca idea del paraíso perdido o simplemente el hecho de que esta mañana, al despertar, la tristeza nos mostró su espalda malsoñante, reflejo insólito del “Tú no hubieras podido”. Así son las cosas y no de otro modo. Nos falta tiempo, nos sobra tiempo para las interminables pláticas que acaban siempre con aquello de “ya no quiero hablar”. Al parecer se ha dicho todo y, sin embargo, no se ha dicho nada. A veces nos damos cuenta que las palabras no sirven, que éstas no logran atrapar ese einfeuhlung extraviado. ¿Hueles el peligro? We have explosive. No decepcionaremos a nadie cuando lleguen los malos tiempos. Suponemos que, después de todo lo expresado, ya no hay nada más que decir. [Lo mejor de nuestra vida aún está por ocurrir]
by the way, it’s not unusual to think about it.
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revisión 2004: Demasiado personal, demasiado visceral. A good friendship yéndose al carajo. Sin poder evitarlo, casi sin darse cuenta. Me sigue pareciendo genial la cita de Chomsky. Viajes a USA, películas en VHS, largas pláticas para tratar de entender lo que ya se fue, mp3s. Uno de mis textos favoritos.
lunes, 9 de agosto de 2004
sábado, 7 de agosto de 2004
01. WHERE'S THE DONKEY SHOW, MR. MARIACHI?
"Tijuana fue la causa por la que James Dean tuvo unos cuernos de toro en su departamento neoyorquino." Details Magazine.
Les confirmaron que era el lugar más feliz del mundo. Les hablaron de chicas caminando semi desnudas por la eterna e interminable acera principal. Les contaron sobre el surfing pendenciero en los clubes y cantinas, de borracheras míticas con sabor a blue hawaiians, margaritas, long islands, tequila y cerveza. Les susurraron en los oídos aquella vieja leyenda atrapa-stupid-gringos del donkey show y ellos como buenos hijos de la Middle America —jar heads, navy guys, white trash in cutoffs—, se creyeron todo y emocionados llegaron a la city tras haber ensayado cómo pedir "one cerveza".
Al cruzar la línea, Robert y Danny —un par de marines con el weekend libre— sienten, como muchos otros turistas, que les restriegan en la cara ese olor de tan característico de las fritangas. Welcome to Mécsico. "Don't let the cabbies sucker you. Downtown it's too easy to reach, walk and follow the other turists", les informaron unos veteranos de la Guerra Tijuana y ellos siguieron el consejo. Caminaron, subieron y bajaron el puente México, caminaron unos cuantos pasos más y arriban a su destino. Justo al llegar al downtown, un taxista le preguntó a Robert, "Hey gringo, ¿Quieres puta?" Danny suelta un inmediato "Huh?" y Robert intenta pronunciar bien "No graciash". Aunque sus padres son mexicanos, Robert casi no habla español. El taxista insiste en ello, "I know where is the best mexican pussy". "Yeah, show us some" suena casi a reclamo. Es la voz de Danny, todo hormonas a los veinte años. "Chill, maaan!" le dice Robert y lo jala en dirección al semáforo. Cruzan la calle y otro taxista menciona algo del Donkey Show, pero pasan de ello.
En la terraza de una disco beben las primeras cervezas al ritmo del imperativo coro de "We will rock you" y Robert se fija que esto parece Norteamérica: todos los clientes son gringos y los únicos mexicanos que hay son los meseros que quieren propina de a dólar cada vez que sirven otra ronda de cerveza dos equis lager. Danny está mirando fijamente a ese dream team en el Club de Aerobics "California": esculturales gringas de busto firme y traseros de acero apenas cubiertos por una minifalda o un short de mezclilla. Chicas envueltas en licra que ya borrachas se dejan meter mano y que bailan sensuales el "me so horny, me so horny" mientras las acarician lascivamente negros gigantescos en medio de la pista; todas ellas son bitchs blanquitas a las que les encanta levantarse al legendario macho negrito. Danny, el chico de Ohio todo acné y compulsión, sabe que no puede competir con la fuerza de los mitos y angry le da otro trago a su cerveza.
Lager, lager, lager. Es el grito eufórico en todos los bares que visitan. Lager, lager, lager. Siempre igual mientras suena "Born, born to be alive". Lager, lager, lager. I wanna fuck!, I told you that, Robert. Lager, lager, lager. "Yes, I wanna lick some hot pussy too", contesta eufórico aquél. Lager, lager, lager. Sonidos de sirena, ¡qué alguien pague las cervezas! Lager, lager, lager. Do you speak english? le inquiere Danny a una chica bonita en una disco repleta de gente mexicana. No obtiene respuesta y hace otro intento. Uno de los veteranos de la Guerra Tijuana le dijo que esta frase no fallaba y el tonto cayó. ¿Chupas verga? pregunta con juvenil candor y la chica indignada le dice ¡No, get lost cabrón! El tono y los ademanes son harto efusivos, el desprecio traspasa la frontera de idioma y Danny vuelve angry a su cerveza. Por su parte, Robert si logra bailar y, por unos cuantos minutos, se adueña de una cintura breve al ritmo de un rock en español y él trata de besarla furtivamente y le compra una bebida y la zorrita local, después de tomar un especial de tres cincuenta de dólar y darle baje con los cigarros, le dice que tiene que buscar a una amiga y no vuelve más.
Ya borrachos, Robert y Danny se meten a un antro de putas y el mesero trácala los hace pagar dos veces las minicervezas. Cuatro dólares por cada botellita. No protestan, saben de antemano que no tiene sentido hacerlo. Se sientan cerca de la plataforma y, a esa distancia, le ven las múltiples estrías a la stripper en turno y al sacar Robert un billete de diez dólares, la puta se acerca; Robert quiere agarrarle las tetas, la puta le hace un guiño familiar aceptando el dinero y Roberto le toca ligeramente las tetas. La puta se retira sonriendo y Danny, otra vez horny, se acuerda del Donkey Show, Robert no le hace caso. Danny insiste: "Holy shit!, I saw it in a movie". "Yeah, I remember that one", le contesta Robert fingiendo interés, "Bachelor Party with Tom Hanks". Danny deja su botella en la mesa para decirle all drunkie: "Wrong mofo, the movie was Losing it with that fucking faggot...". Una pelea entre marines pochos y trolos mexicanos detiene la discusión, los veteranos de la Guerra Tijuana les advirtieron sobre los peligros de esto y salen de inmediato. Es obvio, a los gringos son a los primeros que se madrean los de seguridad y también los meseros; además, para ambos la cárcel de Tijuana no tiene gracia aunque sí un poco de leyenda que no llega a ser mayor que la del donkey show, aquel acto increíble que une a una bailarina exótica con un burro en una jornada de bestialismo pre-war.
Recorren una y otra vez la avenida, otros bares y otras cervezas. Los Village People y "Here we are now, entertain us...", AC-DC y "0ne, two, three, four... sumpin' new", Grandmaster Flash y "Oh, oh, tainted love". En la madrugada, no sex no score, totalmente borrachos paran a comer unos hot-dogs que Danny vomitará dos cuadras después. La boca de Danny es un grifo que no para y Robert asustado le avisa "Fuck you! the Tijuana Hit Squad!" pero, ¡qué suerte!, los del Grupo Táctico no se fijan en ellos. Hora de emprender el camino a casa, otra vez el lidiar con los taxistas que insisten en llevarlos hasta la línea fronteriza y ellos, borrachos, empeñados en caminar y caminar.
En la esquina de la Plaza Santa Cecilia, decenas de charros negros esperan desesperados a un hombre enamorado que quiera llevar serenata a esa astuta mujer que no quiere dar el sí o a ese borracho loser que quiere olvidar sus penas en plan nacionalista cantando "pero sigo siendo el rey". Robert se anima, se acerca a uno de ellos, el tipo sonríe pensando en dólares. Ante la sonrisa, Robert se relaja y por fin, confiado, pregunta: "Where's the donkey show, Mr. Mariachi?"
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revision 2004: Uno de mis textos mas citados en los estudios sobre la literatura fronteriza. Por un tiempo fue material de lectura obligatoria en algunas universidades. Casi nadie ha entendido la ironía atrapada en este relato y por ello, sobran las acusaciones de xenófobo, misógino y etc. Una mirada a los que vienen a mirar a lo exótico. O algo asi.
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