lunes, 22 de noviembre de 2004

09. you can’t win

Apurado, en el fragor de la segunda copa de vino y entusiasmado por el servicio eficiente de un bar de postín, William, master en desolación, apostó seguro a perdedor pronunciando un “You can’t win”. La noche concluyo tal y como lo predijo. Muerto el instante, depositado tardíamente el registro de ingreso, explicado y alterado por la química de alucine, sin fonts adecuados, sin un desarrollo sustentable que destaca el porcentaje positivo implícito en el fracaso cotidiano. Caminando por un bulevar en reposo, recordando aquella cita [inservible] [filosa como punta de low lifer] [recuerdo de un viaje] de «We are all pretenders», la desesperación se reduce simplemente a esperar el golpe, a sonreír ante un estúpido salto de fe.

Ahora todos cargan una pistola.
Una gran y jodida pistola.
¿Cuánto cuesta una vida?
Envíos rápidos por Fed-Ex.
Casa de cambio. Closed.
Do you want a ride, darling?

Eso es lo que falta, más modernidad en los modos y en las propuestas. Todo es tan complicado cuando debiera ser tan fácil. Caminar indeciso, voltear indeciso, llorar indeciso, gritar indeciso. Una ruta, taxis de igual recorrido y la vuelta triunfal de los iconos del pasado, sonrientes, distantes, uno encima de otro, acostados y envueltos en lujoso empaque, listos para ser quality gift en días de fiesta, en ceremonias absurdas, en madrugadas tristes como esta.

Otra avenida. Luces y desengaños.
No mires a los ojos de la gente.
Hay más de un par en necesidad.
Un policía cachea a un sujeto; le da tres golpes.
La risa nerviosa de una gringa muerta de frío.

El desfile de imágenes es sencillo y dinámico como dispositivo de control, enajenante y persuasivo como el instrumento de poder que se traga todo; como un gran Cerdo Gutiérrez, aquel personaje de historieta que todos insisten en alimentar o recrear en la conciencia. Policías y religión, bondage and discipline, escuelas y reformatorios, centros de rehabilitación y asilos, familia nuclear resquebrajada y hospitales psiquiátricos, drogas y herbolaria, dogmas y manuales, la cosa alternativa y moda pre lavada.

Un hot-dog, please.
La esquina más cercana sirve como borde a la locura y la sensatez de un tiempo mejor. La delicia de ser ambidextro. Esquivando el karma o pateando piedras en un arranque de ira o puta melancolía, una falta de propósito y sentido, algo imposible de articular. El “Date una vuelta en un mes, ya estarás mejor” resume como carrera de ratas la visita de alto costo económico y nulo aprovechamiento lógico. Aquí ya no hay sitio para reclamos, Dios muestra su cara en rebajas tras el vitral de una Duty Free Store. “He’s my star” era un grito tan común en las iglesias. Ahora es un radio portátil que puede ser tuyo por treinta dólares plus tax. No importa, en las telenews han informado que el asco se irá un día de estos, borrando cualquier rastro de depresión constante.

Y, sin embargo, todo sigue igual. Cubierto a tope por el hastío va William, encaramado por primera vez en el bus de vida más o menos ordinaria, exigiéndole al chofer más marcha. Si otros dudan, no hay porque seguirles el juego, falso reprise para significantes y sorpresivos cohetes chinos. Un estertor de alivio, pálido mejoral ante el reclamos que se grita sin cesar: “No tienes que ser tan cool para gobernar en mi mundo”.
Una junta urgente de sociedad en comandita.
El aviso de inminente peligro.
Descontrol en serie.
Un apagón entre tanta alegría anterior.
Transfiguración.

Por única ocasión, ante la taza de café negro y la mitad de un pastelito americano, William tuvo una idea brillante: “Nada de romances, fuck them”, y aquello se convirtió en mantra. Fue el himno, la canción de verano, el eslogan de refresco de cola, el grito incluyente de una campaña proselitista. “Nada de romances, fuck them”. Todo el día y toda la noche, en la radio y en la tele, en el cine y en la estética de barrio bravo, en la portada de revista y en la riña clandestina de un miércoles. “Nada de romances, fuck them”. Lo gritaban a diario buten voceadores, lo repitieron sacerdotes en cada sermón, lo chiflaron vagos y borrachos en las calles, lo susurraban discretamente las chicas que no eran bonitas pero si muy eróticas. “Nada de romances, fuck them”, una y otra vez. Por toda la ciudad, como ceniza en la frente, el eco de conversaciones varadas en babia, la retransmisión institucionalizada de ideales, en formatos extraños e incluida en una adecuada banda sonora para un pésimo film juvenil.

Algunas veces la ira es energía.
La mirada inquieta de la mesera.
Recuerdos del “I don’t have a gun...”.
Hay quien necesita un auto o dinero para escapar.
Otros se conforman con una bala.
No importa.
Llegado el momento, cambian las cosas.
Con honestidad, William traza las coordenadas de su vida —en una servilleta, con plumón de tinta azul que incita al blah blah blah cotidiano— mientras escupe al piso. No hay expresión en los ojos. A lo lejos, se perciben imágenes llenas de estereotipos y gritos de ayuda. “Sólo quiero beber... mi hijo se perdió... la guerra es.... pague más… políticos corruptos... ganaron tres a uno...” Agradece la claridad de la señal en el TV set, la emoción se siente tan real. Funny furry people.

Después, sólo branquias bajo el agua. Cada cual es una historia, un ahora equivocado, una razón más por lo que no se cree en nada. Algo estúpido y superficial, exagerado como tira cómica de homicidios perpetrados por una tímida figurita hecha a lápiz, la voz del ídolo que todos aclaman, el que incluye y excluye, el que reporta los intereses más genuinos para validar los más extraños. Un pasaporte expirado hacia una inmunda y uniforme felicidad que resultó de una sencillez desconcertante como el flujo de adrenalina en un teenager durante la última hora de la Prom Night.

Sin una canción, el día no termina.
Sin speed, el camino no tiene fin ni filosofía.
Todo se desploma, se dispersa, se difumina.
No importa lo que se diga o se practique.
Ocurre.

Hay quien se pierde en el túnel del tiempo y hay quien encuentra, al final, una luz. Entre la desesperación y el miedo, una puta y escuálida lucecita. Una luz de último sueño para William. Como la señal divina que hizo santo al de Asís, como pantalla de reloj digital con flash integrado que se requiere más de una mano para inicializarse. Una luz inocente, de escaso glamour y consistencia. No un camino, no un signo de recycle enarbolado por cursi conscientes, no el resplandor halógeno para una fría noche de camping. Una luz que ilumina la inútil apuesta de un cerdo cerca del matadero. Una luz y ya.



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revisión 2004: Too many movies en una. Del Valle de San Fernando setentero a Guanatos de Jis y Trino, de Baudrillard a las canciones de Jesus and Mary Chain y etc.

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