Lo único que queda por hacer (es correr)
El cartel premiado, la última foto autografiada y una A de significante pero incestuosa belleza se remezclan por telepatía, recuerdo inaudito de una fiesta brillante. Todo es energía mediática, problemas de comprensión entre ordenador de penútima generación e hiper textos de un Baudrillard para leer fuera de casa. Euforia de propaganda y noches llenas de cerveza cayendo en instantes de pequeño rendimiento que provocan esa fascinación, tan lejos del paraíso, reflejada en máscaras y enigmas de consolación.
Ayer girasoles perturbados, Angélica flotando en su interior, sin adeudos comprobados, con la mirada de grandes éxitos. Puesta de largo, toda de negro, morbosamente anoréxica; con su inseparable bolso de diseñador italiano y las uñas pintadas de rojo. Hoy es una pésima escena de USA como campo de juego; mi amiga, sin perder nunca el estilo, murió ahorcada justo al momento de emprender una nueva trayectoria. Aún se movían con cierta tristeza sus pies desnudos —rocío, diana centrada, festivalitos— cuando el doctor del turno vespertino, émulo del peor Elvis, fingiendo convicción se dispuso a llenar a toda velocidad el reporte mientras le daba traguitos a su botella afterhours.
Afuera, cuellos blancos esquivan la futilidad intermitente y denotan el poderío de ser maravillas, sus risas pudriéndose groovy histeria verde moho. Su postura engloba aquella premisa del éxito como un camino personal que odia a letárgicos y libertarios en network. Aquí dentro, rotas las banderas de futuro por construir —al arder todo sin esquemas de triunfo— se paga excesivo peaje por el crujir de tontas ilusiones en pasarela. Es sangre lo que llueve, una realidad en la que las cosas hasta que se caen tres veces son comestibles, puro sin sentido, agridulces sinfonías para juventud sin amor, racha de soledad escogida, desventajas de la (e)lección que se pregona en un discurso bienaventurado.
«Los que siguen son perdedores» pregona el modelo emprendedor de temporada. Ganar no es lo más importante, es lo único. ¿Quién quiere lanzarse a vivir una vida de pésimo diseño, sin pauta doctrinal y un motivo real para empezar a sentir? ¿Es eso a lo que se le llama «estado de bienestar» o perder el toque? Sin duda, algún día reíremos al preguntar en una de esas tontas reuniones si son tan felices entre tanto integralismo, secuestros y el sonido carácterístico de una Ak-47. Olvidaba recalcar, esto es la guerra del ajo.
>La campaña de hoy es una jugada sucia.
>No hay escape
>La fiesta es ahora, no faltes
>¿Te conté lo de ayer?
>Las mentiras son como navajas
>Dios es un cobarde solicitando ayuda
Mi más entrañable amigo estudiaba Economía de la Imagen, abraxas como símbolo, ruido nocturno. Un aliado post WWW, intensidad ácida y pánico lingüístico por el tono misógino empleado por supuestos enemigos. Sus ojos abiertos como temporal de roída esperanza y saltos al vacío, la sonrisa enfundada con la culpa de santa Biblia. El adiós, entre el sol y nuestro corazón, fue tan sólo una página compartida en aquel diario de juventud Panasonic. Todos los momentos, toda la zozobra, todo eso por fin terminó.
Ahora la memoria es como aquella primera corbata colegial que usamos, aquella que siempre termina por asfixiarnos como extraña modalidad autoerótica y bizarra extensión curricular que impide encontrar las palabras exactas que describir nuestro sentir.
—¿Qué se puede hacer voyeur?
—Think different.
Nunca supimos cuando se facturó la conspiración que por años padecimos. Smurfs, surf, turf. ¿Quién siente el dolor? Mi amiga ahorcada, mi más entrañable amigo Demonio de Tasmania, el error de noviembre. Un espectacular responde a cualquier intención nuestra con una lógica psi de grandes letras negras: “Construyendo tu futuro”. Debo ser el único que está esperando que ocurra algo nuevo.
Quizá un día de estos sucede y explota todo.
Los fragmentos que encontraremos por casualidad serán sólo eso: pedacitos de un ego resquebrajado, recortes de vida y artistas. Beber era un negocio piadoso, notas inconclusas y llamadas de tres minutos por no molestar a los amigos más queridos. El resultado fueron mil idiotas en reportes pinza, babosos aspirantes a la estética televisiva, rudos ancianos en autobuses, música selecta para sadomadiscoshows, honorables lavaplatos en período de negación, pizzas y putas, flú, movies y relajitos, la libertad de mercado equiparada con la violación tumultaria, el hogar que naufragó entre programas de discusión y penitencias, un revival de anuncios de Corn Flakes. Lo mejor y lo peor. Una cortina de humo para historias verdaderas, vertedero para complejos vitamínicos y situacionistas, himnos de amplificación pansexual y choques en grandes avenidas, jingles para soluciones adversas. Pendejaditas como esas.
¡Esto es un simulacro! Una guerra casual, una engañosa sit-com de vida amable y muégano, una colección de postales y sonrisas, top models planas en desfiles de carnicería. De la letra A descrita al inicio sobran los adjetivos y faltan los instintos globalizadores del «Just do it». Todo se convierte en una parodia de anuncio para evitar el trabajo cruz de volar de nuevo o darse cuenta de la muerte, como la lluvia, una lista secreta de deudas y misantropía demóniga de fólclor surrealista.
Algo cambió. Ya nunca sentiremos lo mismo que ayer: nuestro espíritu de olor adolescente no soporta el verano emblema ni prototipos de eterna sonrisa y camisetas que informan cual es nuestro sitio en un devenir histórico; todavía vibramos con esa retroalimentación química que implica una pequeña delgadez y el pensar que todo es sensaciones. No importa, es el tiempo de v-chips y formas acabadas, destronar héroes sin suerte y mantener la promesa.
¿Un consejo? Ahora mismo lo único que queda por hacer es correr.
lunes, 20 de noviembre de 2006
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