A los dos nos fascinaba el basquet y a pesar de que yo no era el mejor del equipo, aplaudías emocionada cada vez que lograba encestar una canasta y a mí, estúpido naïve, me parecía increíble saber que me observabas. Después del juego, te acercaste a saludar y, sin importarte en lo absoluto mi sudor, me diste un abrazo. Me quite la camiseta y tu, sonreías y yo, en ese momento, con el torso desnudo, te devolví la sonrisa preguntando emocionado: “¿Qué tal estuve?” justo cuando sonaba el timbre de entrada a clases y empezaba a aburrirnos el tiempo y la ciencia.
Aquel era uno de esos días en que se podía hablar de melancolía, de tardes grises y lluviosas, de citas en los Patines de Plata y largas conversaciones telefónicas. Pero yo soñaba despierto que por primera vez me decías "I love you". En aquel viejo salón creí escuchar tu voz de acento sureño, pero cuando te busqué, lo único que vi fue el rostro amenazador de esa vieja maestra de zapatotes horribles inquiriéndome como una Linda Blair poseída, por el peso atómico del ¿Helio? ¿Litio? ¿Radio? No sé, ya no me acuerdo bien.
Te conocí una mañana de septiembre del ochenta y dos cuando caminabas por el patio del colegio cantando un tema de Oscar Athié, y algún amigo, Miki quizás, me pregunto: “¿Ya viste a esa chica tan rara?” Tenías una belleza que conservaba el candor infantil bajo formas incipientes de mujer y unas actitudes de chico de barrio bravo que indistintamente odiaba a Menudo tanto o más que a la Hello Kitty. Claro, entre tanta mediocridad y noñería sobresalías de inmediato: eras la tomboy de ojos verdes, una güerita tan cute en jumper azul que no pude evitar fijarme en ti.
Al principio tenía mis dudas, era algo nuevo para mi y ahora mismo pienso que tal vez no fue amor lo que sentía por ti, era algo mucho más fuerte que eso. Tú, en cambio, nunca te diste por enterada de qué iba el rollo de estar tanto tiempo juntos y me considerabas tu ‘super’ mejor amigo interesándote más por no dejar el primer lugar, por conseguir ese disco de Pedro Marín con el cover de "Te diré" y por dominar el teclado de una vieja Olivetti. I can’t stop falling in love with you.
Paso el invierno, llego la primavera y con ella, las ilusiones. Escribí en una tarjeta todo lo que se me ocurrió que sentía por ti, sin esperar nunca un rechazo tan cruel; cuando tu mejor amiga me la entregó convertida en múltiples pedacitos de papel, supe que nunca más podría de amar a otra chica. Con ese aire tan cool que se intuía en mí, fui al puesto de la esquina y ahí, para aliviar un poco mi dolor, me compre el Fantomas semanal, una Coca Cola de botella y unos churritos con mucho chile. No llore hasta que llegue a casa.
El backlash inicio al día siguiente y no fue el hecho de que mis amigos me repitieran "¿A quien le dijeron que no?" por una semana completa sino el vacío enorme que sentí a partir de ese momento. Ya no me importo la pelea por el primer lugar, los partys de 2 a 8pm, los discos de Zorro, las chapitas de Madness; lo único "bueno" que aprendí fue que la decepción golpea muy duro, que cerrar el puño en los taxis es señal de pelea en el lenguaje cifrado de los cholos y que un etcétera comprende muchas cosas. Yo de verdad intenté conformarme pero no pude porque estabas siempre en mi mente y casi sin querer aprendí a ser el voyeur, a seguir tus pasos y tus miradas; vi crecer tus tetas, no mucho, y como estas se rebelaban ante lo estrecho de tu inolvidable jumper azul.
Después hubieron otras chicas, manos sudadas y besos primerizos tras una cadena del Espíritu Santo. Pero la ilusión ya nada fue igual. Ahora yo sé que me recuerdas como aquél que escribió con un plumón rojo en tu camisa blanca colegial llena de estúpidos recuerdos de Secundaria: "Hey PUTA, nunca me olvides".
Yeah, nunca te olvides de mí.
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revisión 2004: Esta es una versión preliminar a la que aparece en el libro. El periodo high school, lleno de in-jokes, referencias a lo más cutre de los 80s, super naive y, a distancia, medio cínico. Tal vez mi relato más biográfico (aunque, releyéndolo, ya no me parece tanto). Hay por ahí una segunda parte llamada "De cuando mi hermano quería ser John Travolta" (que supuestamente iba entrar en Buten Smileys y no supe donde quedo). Este relato apareció en el suple Niagara de la revista Viceversa (seleccionado por Guillermo Fadanelli en el número de no recuerdo que aniversario del 68).
jueves, 17 de junio de 2004
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