martes, 15 de junio de 2004

8. SISTER VIOLENCE

Conozco esta calle mejor que cualquier otro. Hace mucho que termine el viaje de ida y ahora, voy de regreso al sitio de partida para completar la otra cara del Génesis. He visto a muchos tratar de hacer lo mismo y perderse en un mar de gente, de referencias, de ambiciones, de disculpas y promesas; eran los ejércitos de aquellos que preferían tirarse al suelo y abandonarse a la caridad, que luchaban inútilmente por no caer y que acababan dejándose llevar o arrodillándose ante algo poderoso sin pensar qué hacían o por qué lo hacían.

Pocos se esforzaban, algunos soñaban y muchos sufrían; yo pasaba de todo, simplemente caminaba y caminaba. Lo mío era distinto, siempre tuve una suerte de brújula en mi interior que me daba la coordenada perfecta para el inicio. Una y otra vez, la misma calle y el mismo misterio por develar, recién descubierto en un recorrido anterior; eso nunca importo, como tampoco aquello que los demás decían o dicen, que más da, de que lo mío fue el ejemplo del desenfreno que conduce a la miseria universal.

Para mí, no hubo otro camino, era algo que debía hacer. Cosa de la selección natural, algo fría y distante pero increíblemente humana; cosa de la ley de la selva, algo cruel y despiadada pero fácil de explicar; cosa del destino, algo desigual e injusto pero siempre puntualmente impredecible. Era como si la inercia me empujara a hacerlo, como si aquello fuera un control remoto en disposición automática que no se rigiera por las normas y estándares habituales.

No importaba quién, ni cómo, ni por qué ni para qué; una vez que llegaba el momento todo se resumía al acto liberador en sí mismo. Libres para amar a alguien que les sería infiel, de pasarse una vida monótona viendo televisión, de escribir cartas suicidas, de convertirse en una caricatura de lo que habrían llegado a ser, de padecer enfermedades incurables, de pagar impuestos, de ver a sus hijos drogadictos, de sufrir stress por el éxito o fracaso, de bailar desnudos en bares perdidos, de sonreír, de aprender a manejar, de subirse a los aviones, de hacer fila en los mercados, de romper cosas en casas ajenas, de escuchar jazz, de vestirse a la moda, de ser políglota, de beber en cantidad, de soñar despierto, de robar, de ser un mezquino patrón, de ser un buen padre o una madre abusiva, de ir al parque, de rentar un departamento, de ir a funerales, de justificar la existencia indigna.

En ocasiones, cuando recuerdo, pienso un poco en aquel cúmulo de historias llenas de esperanza que nunca leí y que, creo, nunca me apeteció conocer. Historias que pudieron ser breves y extensas, viles y santas, duras o afortunadas, sabias o idiotas, bellas u horribles, sanas y enfermas; historias en las que yo fui cuchillo y fui pistola, fui piel y ropa ensangrentada, fui el suceso que paro de tajo el tiempo con nulo remordimiento. Ellos, los que creen que saben, me preguntan el por qué y, realmente, eso quisiera conocer pero no encuentro una razón válida que sea sincera; yo quisiera volver a la calle, revivir la aventura y sentir el deleite de gozar una experiencia más aunque sé que, por ahora, no tengo la mínima posibilidad.

En esta calle de muerte, algo bello santifica mis acciones y me hermana a ellos, los que están escondidos y los que son perseguidos por culpa de sus instintos. En esta calle, yo no soy el único enfermo, el único demente, el único asesino que se enfrenta a la vida con la voluntad de jugar a ser Dios.

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revisión 2004: Pat Bateman, desnudo en un Pabellón Psiquiatrico. De luxe, btw. A veces piensa en los programas de tv cable que se pierde, como se acumularán las llamadas en su contestadora, que el Dorcia pasará de moda y nunca consiguió la mesa que quería, que su cuerpo se ablanda sin ejercitarlo, que le hace falta una buena crema y unos lentes con armazón de plata. Bateman piensa, piensa cada vez más en eso. Hay una nueva versión (bueno, sólo cambié dos párrafos) en el último ejemplar de la revista Generación, especial asesinos seriales.
* Ojo, el Pat Bateman a que me refiero es el protagonista de American Psycho (Bret Easton Ellis, 1991) y no el jugador de hockey. Y con este, inicie la pequeña tradición personal de escribir un relato basado en un personaje o situación de cada libro editado de Easton Ellis (btw, recomiendo visitar esta página y esta).