lunes, 7 de junio de 2004

13. U.P.C.

Los conocía de años y puedo asegurar que siempre habían sido modositos y algo cursis. Eran de esas parejitas que, en todo lugar, se la pasan abrazados, besándose y diciéndose mutuamente pendejadas como "¿Quién te quiere, darling?" o "Conejito, conejito". La mayoría de nuestros conocidos afirman que son un par de mamones.

Miki, super amigo mío, es asesor bancario con apantalladores trajes Armani y Sandra, la dumb wife que siempre huele a Poison. Viven en un depa del sector clase A+ de la city, no tienen hijos ni mascotas y sus fiestas resultan siempre un enfado: bebidas y botanas raras, pláticas light y lo más cutre del rock of the 80's. Salvo sus trips anuales a Europa, llevaban una vida neo yuppie so boring que para nada me hacían envidiarlos; desafortunadamente arribo ese día en el que la comedia del matrimonio feliz llegó a su fin, y a la pobre pendeja de Sandra, je je, no le fue nada bien.

“Así son todas las viejas”, le estoy diciendo a Miki al momento de ponerle azúcar al café. “En ocasiones hay que demostrar quien manda en la casa y bueno, Sandra es una....”. No pude continuar, él me interrumpe con un sonriente "Sí, ya sé, una puta cerda".

Miki, ebrio del party anterior, se levantó de la cama dirigiéndose al baño por lo que no escuchó cuando Sandra dijo aquel "Ahora sí se acabó, cabrón". Empezó la descarga de insultos que subían de tono conforme él se reía e intentaba calmarla diciéndole: "Toma Prozac, honey". Contó hasta cien e hizó su mejor esfuerzo por no tomarla en serio pero la puta se aferró en montar una pelea.

Reclamos babosos sobre si en el party coqueteó con la novia de Paul, que si el asunto de la cancelación de la tarjeta de crédito, que si ya no podría ir a comer con sus amigas a ese bistro en San Diego que tanto le gustaba, que si ya estaba harta del disco de Modern English que ponía Miki al levantarse y etc. Ante la indiferencia de Miki, una Sandra desbocada gritó como último recurso un "¡Chinga tu puta madre, hijodelachingada!".

Al escuchar esto último, el rostro de Miki se encendió del coraje. “Tengo que darle un escarmiento”, pensó en silencio. ¿Qué será bueno? Ella estaba de espaldas, vestida únicamente con una bata azul, buscando sabe Dios que cosa en el clóset y maldiciendo el día en que se conocieron.

Lo que terminó por encabronar a Miki fue ver en el suelo su preciada chamarra Matsuda de 900 dólares, regalo de pá y má. Fue directo hacia allá, tropezando inesperadamente con una ridícula coffe table que Sandra había comprado en una tienda de antigüedades. El ruido alerto a Sandra que, al voltear, vio tal odio asesino en la mirada de Miki que corrió como despavorida por la recámara intentando ganar la carrera hacia la puerta.

—¡No te atrevas a pegarme, pendejo pues...! —gritó ella, como para darse valor, pero no le sirvió de nada. ¡Zas! Miki le asestó el primer golpe en el estómago y ella se doblo del dolor, el le tiró una patada y de las greñas la aventó a la cama.
—Que no te pegue, ya verás que chinga te espera —dijo Miki y ¡Pas! otro madrazo. Con los golpes, la bata se le subió un poco y dejo al descubierto ese pubis dorado que él tanto había gozado. Sonrió y esa sonrisa de Miki le dio la clave a Sandra, que todavía intentaba librarse, de lo que le esperaba.

A Miki le dieron ganas de cogérsela y se afano en ello. Al principio Sandra opuso resistencia, luego fingió ceder pero cuando finalmente lo tuvo encima de ella, la muy perra intentó arañarle la cara por lo que Miki le dio otro par de bofetadas. Aprovechando el instante en el que ella se llevo las manos al rostro, con la rodilla izquierda le abrió rápida y violentamente las piernas y ¡Ñacas!, clavó el lóntico de un certero golpe. No hubo caricias preliminares ni lubricantes, pura penetración bruta y salvaje. El desgarrador grito de Sandra ("¡¡Noooo!!") fue inmediato y eso excitó mogollón a Miki, que le dio más marcha al asunto sin parar en los maltratos e insultos. "Don't you like my fuckin' dick" repitió furioso dos veces; luego, mordisqueo sus pezones y le paso lascivo la lengua por la cara mientras empujaba y empujaba su cuerpo contra el suyo. Aquella maniobra dio buen resultado, su eyaculación fue potente y dolorosa como hacia años que no tenía una igual.

—Ahora si acabe todo, cabrona —dijo todavía jadeando con una mueca en los labios que parecía dibujar una sonrisa de satisfacción.

Apenas eran las siete a.m. cuando llegue al downtown, too early para caer en la oficina. Decidí ir a comer algo, para mi sorpresa encontré en una de las mesas del restaurante a Miki, con una pinta fatal, discutiendo con el gerente por el pésimo servicio de una mesera. Al momento de sentarme por el sonido ambiental se escuchó el "Young Americans" de Bowie; los dos nos miramos y al mismo tiempo exclamamos: ”¡La canción favorita de Sandra!”.

Fue entonces cuando me contó todo mientras desayunábamos huevos rancheros con café negro.


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Revisión 2004: Mi cuento kicks all yuppies. Kind of. Real y patético. Una dosis de hipocresí­a social, falso confort y, ehem, ansiolí­ticos. Paper magazine y revista Pimienta. Metropolitan homes. Nostalgia empaquetada en cd. Sushi and rough sex. Una violación descrita con el lenguaje de diccionario y comics. Slogans de hip hop y misoginia ad hoc. La violencia doméstica como plática de sobremesa. ¿Realismo sucio meets existencialismo yuppie? Pues eso.

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