¡Ah canijo!, ya cayó otro— digo cuando escucho por el interfón aquello de "Sr. Castañeda, pase a Servicios". Cuando llegue al dichoso cubículo me encontré a Daniel, uno de los guardias de seguridad del mercado, quien me informo sobre lo acontecido; la señora que estaba sentada en una de las sillas de la oficina había sido sorprendida robándose unos calcetines. Esta es una de las cosas que me cagan de la gente: que intente robarse, sin tener necesidad, chingaderitas como esas.
La señora tiene unos sesenta años y por sus ropas, se ve de clase media alta. Cuando me acerco a ella, se suelta a llorar y entre sollozos me dice: "Se los voy a pagar pero por favor, no llame a mi hija" agarrándome el saco. "No sé ni me importa quien diablos es su hija, cleptómana" pienso decirle, pero no lo hago, mientras trato de que me suelte.
“Dígame señora, ¿por qué roba?”, le inquiero en un tono seco. Ella intenta contestarme con un "Es que...". Yo no la dejo terminar y, tras verle sendo crucifijo de oro al cuello, le pregunto ¿Es usted católica? Sí, contesta débilmente. “Entonces, ¿No sabe que robar es un pecado y además un delito muy grave?” Rompe a llorar otra vez. “No, con lagrimitas no resuelve nada señora y vamos, ¿unos mugrosos calcetines? ¿Qué no le da vergüenza?” Asustada ofrece pagar el doble del precio de los calcetines si la dejamos ir.
Disfrutando, al verla sufrir, repito la pregunta: “A ver señora, ¿Cuál es el número telefónico de su hija para que venga por usted?” Teatrera como todos los ladrones compulsivos me dice llorando que esta será la última vez que lo hará, que ya aprendió la lección pero que, por favor, no la vaya a consignar. Finalmente, hago que pague el doble del valor de los calcetines (que no le entrego) y que pase la vergüenza de que los demás clientes la vean salir de la tienda escoltada por el guardia de seguridad.
En mi hora de descanso, salgo a comer y al regresar ya había otro detenido. Cara lavada, pelo encrespado, pantalón baggy de mezclilla marca desconocida, blusa roja y zapatillas blancas. Sr. Castañeda, me dice muy serio Daniel, yo no reviso a ese puto. ¡Cómo que no! Ese es su trabajo, le contesto y le obligo a que lo haga. Resignado, empieza a revisarlo: el maricón, medio entusiasmado, se mueve como sirena y suelta una risita coqueta que pone nervioso al guardia, quien apura la tarea para encontrarle en una de las bolsas del pantalón, un barniz para las uñas y unos sobrecitos de Kool Aid de fresa. El total del gran robo no llega a los treinta pesos.
Cuando lo interrogo, insiste en decirme, con una voz tan chillona como la de la Chilindrina, que se los robo por que tenía hambre. “What? A ver, explícame”, le digo, “¿qué carajos ibas a hacer con un barniz y unos Kool Aid? ¿Un licuado? No me quieras ver la cara de estúpido”. “No señor, no es eso, es que...” “Se te antojaron y dijiste ‘Nadie me esta viendo, me los puedo chingar’, ¿no? Eso esta claro, si de verdad tuvieras hambre hubieras agarrado una fruta o un pan”. Ya no dijo nada.
Cuando le pregunto a Daniel si lo reviso bien, el puto se asusta y dice que trae dinero para pagar, que no quiere ir a la cárcel y que... Tampoco lo dejo terminar. Le suelto el habitual discurso de bienestar empresarial: “Eso debiste pensar antes de robar, nosotros confiamos en los clientes y contigo ya es el segundo en el día que agarramos robando; al paso que voy, llenare un camión”. Le ordeno a Daniel que lo lleve a pagar a una caja y que lo saque del mercado; abochornado, el tipo lanza un cantarín y quejumbroso "Gracias señor, le juro que no lo volveré a hacer". Ya me imagino lo que hubiera salido en el periódico si lo mandamos al bote: "Maricón quería pintarse las uñas sin pagar, ahora esta preso" o algo así.
Regularmente me llaman de Servicios una o dos veces al día para solucionar casos como estos pero hoy, creo que los ratas están desatados. El tercer tipo es un individuo joven, de unos 25 años, con finta de cholo malillón que no quería dejarse revisar. "Pinches weyes, ¡yo no me robé nada!", lo escuche decir mientras se ponía en posición de pelea. Cuando por fin lo sometieron Daniel y Orlando -el otro guardia de seguridad-, lo esculcaron y le encontraron unos peines, un paquete de rastrillos, unos chicles, un encendedor sin seguro para niños y una botellita de tequila. ¡Ah! también traía una navajota pero esa si era de él. El tipo se puso roñoso, amenazando a los guardias que los iba a esperar a la salida con su raza para madrearlos. "Se les va a caer el cantón, culeros". Yo no tenía humor para aguantar a cholos pendejos y le dije a Daniel: "Háblale a la patrulla y que se lleven a este cabrón".
La última del día fue una chica punk que se quiso robar una botella de Brandy Presidente. Entro con una bola sin darse cuenta que los guardias estaban vigilándolos muy de cerca; uno de los punkies le metió la botella en la mochila que cargaba en la espalda y ya iban presurosos hacia la puerta de salida cuando Orlando la tomo del brazo y le dijo: "Ya pagaste la botella". Lo chistoso es que yo la conocía de vista porque, bueno, a veces voy a conciertos de rock en el Auditorio, y creo que ahí nos hemos topado. Ella también me reconoció y me pidió que le hiciera un paro porque, según ella, era la primera vez que lo hacía, que sus compas le habían dicho que era muy fácil robar en este mercado. “¿Son tus amigos esos que están afuera? No seas idiota, tus amigos están cagándose de la risa porque te agarraron. ¿Quién se quemó? Tú, no ellos”.
No sé quien dijo que los punkies no lloran porque la tenía enfrente, con todo y su pelito azul, no paraba de llorar. Generalmente cuando alguna persona intenta robar botellas de licor la mando directo a la cárcel pero con esta chica hice una excepción. Era menor de edad y bueno, caer ahí no es una buena experiencia aun para una rebeldita así que la deje llamar a su casa para que vinieran por ella. Su mamá, una señora muy nice, avergonzadísima pago el costo de la botella y de los cabellos la saco del mercado diciéndole: "Ya verás cuando lleguemos a la casa, estúpida". Por mi parte, con tanto ajetreo, estaba cansadísimo.
Afortunadamente diez minutos después, finalizo mi turno.
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revisión 2004: Casos de la vida real. Indeep. Basado en una historia que me conto mi hermano Isaac. Humor caústico que se burla a todo lo posible y un punto de vista casi fascista about the subcultures. ¿Los nombres? El Sr. Castañeda es Robert (de Ford Proco), uno de los guardias es DJ Tolo (un chiste privado, btw) y el otro, un amigo de Los Angeles que venía muy seguido a Tijuana a conciertos de rock en español. Mmm, de este relato hay una versión en audio que hicieron los de UABCool para la materia de Radio II. Ah, y también hay una versión corregida y aumentada para una fallida reedición del Esto no es una salida en Nitro Press.
domingo, 20 de junio de 2004
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