El cartel premiado, la última foto autografiada y una A de rápida e incestuosa belleza se remezclan por telepatía, recuerdo inaudito de una fiesta brillante. Todo es energía mediática, problemas de comprensión entre ordenador after punk e hiper textos de Baudrillard fuera de casa. Euforia de propaganda y noches de kickboxing cayendo en el sanatorio de pequeño rendimiento: esa fascinación, parcialmente transitoria, reflejada por máscaras y enigmas de consolación.
Ayer girasoles perturbados, Angélica flotando en su interior. Sin adeudos comprobados, con la mirada de grandes éxitos. Puesta de largo, toda de negro, morbosamente anoréxica; con su inseparable bolso de diseñador italiano y las uñas pintadas de rojo. Hoy es una pésima escena de USA como campo de juego; mi amiga, sin perder nunca el estilo, murió ahorcada justo al momento de emprender una nueva trayectoria. Aún se movían tristemente sus pies desnudos —rocío, diana centrada, festivalitos— cuando el policía, émulo del peor Elvis, fingiendo velocidad y distracción se dispuso a llenar el reporte mientras le daba traguitos a su botella afterhours. Super freak.
Afuera, cuellos blancos esquivan la futilidad intermitente y denotan poderío de ser maravillas, sus risas pudriéndose groovy histeria verde moho. El éxito es un camino personal que odia a letárgicos y libertarios en network. Aquí dentro, rotas las banderas de futuro por construir —al arder todo sin esquemas de triunfo— se paga excesivo peaje por el crujir de tontas ilusiones en pasarela. Es sangre lo que llueve, una realidad en la cual las cosas hasta que se caen tres veces son comestibles, puro hype, agridulces sinfonías para adolescentes, racha de soledad escogida, desventajas de la (e)lección que se intuye en la consigna «The seconds are losers». Ganar no es lo más importante, es lo único. ¿Quién quiere lanzar un website de pésimo diseño, sin pauta doctrinal y un motivo real para empezar a sentir? Fuck, ¿a esto se le llama democracia o perder el toque? Sin duda, algún día reiremos al preguntar en una de esas tontas reuniones de generación si son tan felices entre tanto integralismo y Ak-47. Olvidaba recalcar, esto es la guerra del ajo.
>La campaña de hoy es una jugada sucia.
>No hay escape
>La fiesta es tomorrow, no faltes
>¿Te conté lo de ayer?
>Las mentiras son como navajas
>Dios es un cobarde solicitando ayuda
Mi más entrañable amigo estudiaba economía de la imagen, abraxas como símbolo, ruido nocturno. Un aliado post www, intensidad acid house y pánico lingüístico por el tono misógino empleado por supuestos Nmigos. Sus ojos abiertos como temporal de roída esperanza y saltos al vacío, la sonrisa enfundada con la culpa de santa Biblia. El adiós, entre el sol y nuestro corazón, fue tan sólo una página compartida en aquel diario de juventud Panasonic. Todos los momentos, toda la zozobra, todo eso por fin terminó. Ahora la memoria es como aquella primera corbata colegial que usamos, aquella que siempre termina por asfixiarnos como extraña modalidad autoerótica y bizarra extensión curricular que impide encontrar las palabras exactas que describir nuestro sentir.
—¿Qué se puede hacer voyeur?
—Think different.
Cerca de aquí ocurre otro suicidio con imaginativo pie de foto [Dispara trombón, kraut al instante]. It’s my birthday, córtame el pelo que nunca más podremos rescatar las imágenes almacenadas en nuestro dañado hard drive. Yo, de kid, tocaba botones patchinko cuando se facturó la conspiración que por años padecimos. Smurfs, surf, turf. ¿Quién siente el dolor? Mi amiga ahorcada, mi más entrañable amigo Demonio de Tasmania, el error de noviembre. Un sticker post-desencanto proclama —como última salida— a cualquier intención nuestra una lógica psi de grandes letras negras: “I’ll be your mirror”. Debo ser el único que está esperando que ocurra algo nuevo.
Quizá un día de estos sucede y explota todo.
Los fragmentos que encontraremos por casualidad serán sólo eso: ego resquebrajado, recortes de vida y artistas. Beber es un negocio piadoso, notas inconclusas y llamadas de tres minutos por no molestar a los folks. El resultado son mil idiotas en reportes pinza, babosos aspirantes a la estética skywalker, rudos ancianos en autobuses, música selecta para sadomadiscoshows, honorables lavaplatos en período de negación, pizzas y putas, flú, movies y relajitos, la libertad de mercado equiparada con la violación tumultaria, el hogar que naufragó entre programas de discusión y penitencias, un revival de anuncios de Corn Flakes. Lo mejor y lo peor. Una cortina de humo para historias verdaderas, vertedero para complejos vitamínicos y situacionistas, himnos de amplificación pansexual y choques en grandes avenidas, jingles para soluciones adversas. Pendejaditas como esas.
Please, ¡esto es un simulacro! Una guerra casual, una engañosa sit-com de vida amable y muégano, una colección de postales y sonrisas, top models en desfiles de carnicería. De la letra A descrita al inicio sobran los adjetivos y faltan los instintos globalizadores del «Just do it». Una parodia de anuncio para evitar el trabajo cruz de volar de nuevo o darse cuenta que la muerte, como la lluvia, tiene versatilidad RAM extendida a 128 MB, una lista secreta de deudas y misantropía demóniga de folclor surrealista. Ya nunca sentiremos lo mismo que ayer: nuestro ascendente high school no soporta el verano emblema ni slackpies de eterna sonrisa y t-shirts que informan “You are here”, ese feedback químico que implica una pequeña delgadez y la idea de que todo pensamiento es una brigada de sensaciones. Nevermind, es el tiempo de v-chips y formas acabadas, destronar héroes sin suerte y mantener la promesa.
¿Un consejo? Run, run, run.
viernes, 15 de diciembre de 2006
jueves, 14 de diciembre de 2006
La gente se droga (rough mix)
En la esquina del barrio, siendo un chaval a escondidas de sus padres, encerrado en el garage, con ellos en la sala de una casa de interés social, frente a la foto familiar, en la fiesta de aniversario, la noche de graduación, en la boda de un gran amigo, en el entierro de un familiar lejano, en el estacionamiento de la escuela, con el sueldo de otros, en el concierto que recomienda con cuatro estrellitas la guía del ocio, en un bar de rompe y rasga, yendo al guateque al que no fue invitada, empujando el sentido de diversión, en la escalinata de la vieja catedral, camino a casa, viendo pasar a la patrulla, a bordo de ella, despidiendo al último día en que se hablará de ella.
En la recámara escuchando a todo volumen a gospel o click’n’cuts, para sentirse into the groove, en una oficina del Palacio Municipal, en un cine de sesión continua, asustado en un callejón oscuro, por compromiso adquirido sin saberlo o una mala apuesta, en pleno colapso, para sentirse mejor o peor (aunque no sea así), para estropearlo todo y después corregir el rumbo, leyendo los manuales de una vida ordinaria, al seguir los doce pasos de auto ayuda, tomándose fotos, sin un asomo de remordimiento, con una tarjeta bancaria con saldo en ceros, con los nuevos billetes, viendo el promocional de una campaña condenada al fracaso, cuando todo termina y el dolor duela, para evitar sentirse solo y por no poder hacer nada, cuando el poli no ve, para adentrarse en uno mismo, para desafiar a la autoridad, para regresar a verificar aquello que nunca ocurrió, por recordar la primera vez, por los viejos tiempos y lo que ya nunca estará, en el cuarto frío de un bar alternativo, revisando recibos por pagar en el penthouse de luxe, mirando como se difumina una línea blanca.
Ante chispas de fuego, a bordo de una vespa, frente al signo de neón de un bar de postín, eufórica en el dance floor, aspirando el humo en una calle mojada, al asomarse por la ventana y sonreír al ver que es demasiado tarde para comprender, en un picadero de mala muerte, con la esperanza de que no se note tanto, porque no se tiene ni puta idea del mejor momento de las cosas, en las colonias perdidas de la periferia, a bordo del taxi, cuando se pone el sol en la playa, en los patios frontales de las zonas exclusivas, escuchando mp3’s, para seguirle el juego a un malandro y tener un pretexto por el cual escribir, para sentirse incluido en un discurso mediático que asusta a medio mundo, en un bar de putísima madre, cuando la cabeza da vueltas, en el mero corazón de la city esquivando carteristas, en cualquier lugar, a toda hora, por diversos motivos.
A la salida de una sesión de aerobics, escuchando la histeria magnificada de un born again christian en una esquina cualquiera del downtown, por desatino, para no sufrir más, antes de hacer algo, para tratar de abatir la opresión, en la exposición de arte conceptual, en el buffete de las 10 de la mañana, a bordo del auto, por subversión y por entrar en trance, para aclarar dudas y formularse nuevas preguntas, bailando soul y haciendo el ridículo en un karaoke, ante la perspectiva de entrar a ese lugar y no encajar, por razones de corte académico, por un complejo de rockstar, en el edificio del partido, al tener las otras puertas cerradas, por creer en algo, para dejarse caer, sin prisa ante tanta estafa, para reventar estereotipos y reinventarlos, porque no sabe decir «No», por angustia y desencanto, por culpa de Timothy Leary, por visitar la sala de emergencias y para disimular el peso de una semana atroz, para expresar luego las cuitas de una desintoxicación en los tv shows.
Al recuperarse de un face-lift, para soportar la maldita soledad, leyendo un libro que nunca se termina, para esquivar el desamor y fingir ese sentimiento de diversión, para celebrar el cierre de un trato excepcional y compartir el último logro, al iniciar una relación de complicidad, para asustar a los viejos al traerse a casa chicas delirantes, por no tener nada mejor que hacer, para (des)conectarse en un canal de acceso restringido, como expresión de una reckless youth, acatando las instrucciones de un email, por extender el instante de sensualidad, escuchando jazz trasnochado o viendo en vivo a Roni Size, por el sonido alterado del dúa-dúa y el repetitivo chis-pun-chis-pun, haciendo un searching en allthewev, leyendo los archivos de liberadamaria.blogspot.com, en la cabina del teléfono con la nariz sangrante, por la influencia de la moda y la permisividad social, para contrarrestar el influjo de la hipocresía y por la alegría de vivir como si siempre fuera ahora.
Por una religión y el poder y el dinero que se tiene o no se tiene, para sobrevivir los domingos aburridos y una existencia de segunda o para extender el éxito que llega de repente, alucinando con el post-rock de última generación, al cumplir una promesa y enterrar el pasado y avizorar el futuro, por culpa de Lou Reed y su caminar en el lado salvaje, debido a Burroughs y sus cientos de anécdotas, por el sentimiento de culpa impuesto por 2000 años de cultura occidental, por la falta de algo que no se sabe qué demonios es, como reacción ante tanto infomercial, para cambiar de roles, para aguantar el tipo en la junta de negocios, ante la presencia de micrófonos y cámaras televisivas, para no sentirse tan sólo cuando se deja de escuchar los aplausos, por llevarse el gato al agua, por purita rebelión, por saber que no hay nada que temer, para comprobar lo que otros han dicho ya, por fallar ante la tradición y por aspirar el sabor del fracaso o de la gloria al hacerse daño.
Para decir «lo siento» , para exclamar «lo hice y ya», con el poder de las palabras, por encontrar divertido el riesgo, dando vueltas por el boulevard en un auto recién sacado de la agencia, probando las bocinas del estereo con un cd de norteñas, para no cagarse de miedo ante una big adventure, para arrepentirse después, por el peer pleasure del contingente IN y por hedonismo aplicado, por abandonar la cobardía en una larga caminata sin destino y por encontrar cierto valor de los excesos, ante la (des)información cotidiana, porque es cool y por una situación de lenguaje, por estar en el mero borde de las cosas, por curiosidad de eso que otros pregonan por la televisión, para sentir el frenesí de la creación, para (de)construir la realidad, para que alguien tenga trabajo, para indagar la veracidad de los llamados paraísos artificiales, por saldar una cuenta pendiente, por compartir con alguien un instante que, a menos de que aparezca en un recuadro de la página policíaca, será inolvidable
Mientras se prepara para una blind date, opinando en cadena nacional, en el intermedio de la película y en el fulgor de los días, porque la ruta de destrucción y el camino de la sabiduría es el mismo, en los afterhours y en las horas de trabajo, antes de que tomen la foto que aparecerá en la página de Sociales, entre café y café, al fundirse en otra alma, en el transcurso de un rave, en el cuarto de hotel justo antes de coger, para aguantar el sermón en la misa dominical, al llegar a casa, por aburrimiento, con la fe puesta en ello, en los breaks, para asesinar un futuro no sustentable, para leer una reseña no favorable y enterarse del adiós que golpea el corazón, por la herencia de los malditos hippies, durante los comerciales del último reality show, para sentir el colocón en el coletazo del weekend, por ese falso propósito de búsqueda existencial, por hambre y por simple deseo de estimulación, en el declive de una civilización, por emular al ángel exterminador y prolongar una noche de suerte.
Por el punk, el hip hop y el acid house, por el rush, por el despertar de los sentidos, por que nunca es hoy, por tener algo que contar, para reírte hasta el infinito, para encontrar una pota emoción y escapar de una vida patética, después del ensayo sabatino, pisando el acelerador del auto hasta el fondo, escuchando death metal o esos maratones del rock de los ochenta, para llegar hasta el final y pelear la última caída, para no enamorarse de un sueño que se rompe frente a todos, como desahogo de responsabilidad, porque Candy says y los cómics lo afirman, para (di)vagar y sentir el verano entre la desolación, ante un reto difícil, para tener una promesa que cumplir, para besar a la muerte y desviar la atención, porque así se quiere y así se desea, aquí y ahora, como todos, sin saberlo, porque al final todos son sensaciones y eso es la felicidad, porque la vida es corta y se acaba y porque ¡qué más da!
En la recámara escuchando a todo volumen a gospel o click’n’cuts, para sentirse into the groove, en una oficina del Palacio Municipal, en un cine de sesión continua, asustado en un callejón oscuro, por compromiso adquirido sin saberlo o una mala apuesta, en pleno colapso, para sentirse mejor o peor (aunque no sea así), para estropearlo todo y después corregir el rumbo, leyendo los manuales de una vida ordinaria, al seguir los doce pasos de auto ayuda, tomándose fotos, sin un asomo de remordimiento, con una tarjeta bancaria con saldo en ceros, con los nuevos billetes, viendo el promocional de una campaña condenada al fracaso, cuando todo termina y el dolor duela, para evitar sentirse solo y por no poder hacer nada, cuando el poli no ve, para adentrarse en uno mismo, para desafiar a la autoridad, para regresar a verificar aquello que nunca ocurrió, por recordar la primera vez, por los viejos tiempos y lo que ya nunca estará, en el cuarto frío de un bar alternativo, revisando recibos por pagar en el penthouse de luxe, mirando como se difumina una línea blanca.
Ante chispas de fuego, a bordo de una vespa, frente al signo de neón de un bar de postín, eufórica en el dance floor, aspirando el humo en una calle mojada, al asomarse por la ventana y sonreír al ver que es demasiado tarde para comprender, en un picadero de mala muerte, con la esperanza de que no se note tanto, porque no se tiene ni puta idea del mejor momento de las cosas, en las colonias perdidas de la periferia, a bordo del taxi, cuando se pone el sol en la playa, en los patios frontales de las zonas exclusivas, escuchando mp3’s, para seguirle el juego a un malandro y tener un pretexto por el cual escribir, para sentirse incluido en un discurso mediático que asusta a medio mundo, en un bar de putísima madre, cuando la cabeza da vueltas, en el mero corazón de la city esquivando carteristas, en cualquier lugar, a toda hora, por diversos motivos.
A la salida de una sesión de aerobics, escuchando la histeria magnificada de un born again christian en una esquina cualquiera del downtown, por desatino, para no sufrir más, antes de hacer algo, para tratar de abatir la opresión, en la exposición de arte conceptual, en el buffete de las 10 de la mañana, a bordo del auto, por subversión y por entrar en trance, para aclarar dudas y formularse nuevas preguntas, bailando soul y haciendo el ridículo en un karaoke, ante la perspectiva de entrar a ese lugar y no encajar, por razones de corte académico, por un complejo de rockstar, en el edificio del partido, al tener las otras puertas cerradas, por creer en algo, para dejarse caer, sin prisa ante tanta estafa, para reventar estereotipos y reinventarlos, porque no sabe decir «No», por angustia y desencanto, por culpa de Timothy Leary, por visitar la sala de emergencias y para disimular el peso de una semana atroz, para expresar luego las cuitas de una desintoxicación en los tv shows.
Al recuperarse de un face-lift, para soportar la maldita soledad, leyendo un libro que nunca se termina, para esquivar el desamor y fingir ese sentimiento de diversión, para celebrar el cierre de un trato excepcional y compartir el último logro, al iniciar una relación de complicidad, para asustar a los viejos al traerse a casa chicas delirantes, por no tener nada mejor que hacer, para (des)conectarse en un canal de acceso restringido, como expresión de una reckless youth, acatando las instrucciones de un email, por extender el instante de sensualidad, escuchando jazz trasnochado o viendo en vivo a Roni Size, por el sonido alterado del dúa-dúa y el repetitivo chis-pun-chis-pun, haciendo un searching en allthewev, leyendo los archivos de liberadamaria.blogspot.com, en la cabina del teléfono con la nariz sangrante, por la influencia de la moda y la permisividad social, para contrarrestar el influjo de la hipocresía y por la alegría de vivir como si siempre fuera ahora.
Por una religión y el poder y el dinero que se tiene o no se tiene, para sobrevivir los domingos aburridos y una existencia de segunda o para extender el éxito que llega de repente, alucinando con el post-rock de última generación, al cumplir una promesa y enterrar el pasado y avizorar el futuro, por culpa de Lou Reed y su caminar en el lado salvaje, debido a Burroughs y sus cientos de anécdotas, por el sentimiento de culpa impuesto por 2000 años de cultura occidental, por la falta de algo que no se sabe qué demonios es, como reacción ante tanto infomercial, para cambiar de roles, para aguantar el tipo en la junta de negocios, ante la presencia de micrófonos y cámaras televisivas, para no sentirse tan sólo cuando se deja de escuchar los aplausos, por llevarse el gato al agua, por purita rebelión, por saber que no hay nada que temer, para comprobar lo que otros han dicho ya, por fallar ante la tradición y por aspirar el sabor del fracaso o de la gloria al hacerse daño.
Para decir «lo siento» , para exclamar «lo hice y ya», con el poder de las palabras, por encontrar divertido el riesgo, dando vueltas por el boulevard en un auto recién sacado de la agencia, probando las bocinas del estereo con un cd de norteñas, para no cagarse de miedo ante una big adventure, para arrepentirse después, por el peer pleasure del contingente IN y por hedonismo aplicado, por abandonar la cobardía en una larga caminata sin destino y por encontrar cierto valor de los excesos, ante la (des)información cotidiana, porque es cool y por una situación de lenguaje, por estar en el mero borde de las cosas, por curiosidad de eso que otros pregonan por la televisión, para sentir el frenesí de la creación, para (de)construir la realidad, para que alguien tenga trabajo, para indagar la veracidad de los llamados paraísos artificiales, por saldar una cuenta pendiente, por compartir con alguien un instante que, a menos de que aparezca en un recuadro de la página policíaca, será inolvidable
Mientras se prepara para una blind date, opinando en cadena nacional, en el intermedio de la película y en el fulgor de los días, porque la ruta de destrucción y el camino de la sabiduría es el mismo, en los afterhours y en las horas de trabajo, antes de que tomen la foto que aparecerá en la página de Sociales, entre café y café, al fundirse en otra alma, en el transcurso de un rave, en el cuarto de hotel justo antes de coger, para aguantar el sermón en la misa dominical, al llegar a casa, por aburrimiento, con la fe puesta en ello, en los breaks, para asesinar un futuro no sustentable, para leer una reseña no favorable y enterarse del adiós que golpea el corazón, por la herencia de los malditos hippies, durante los comerciales del último reality show, para sentir el colocón en el coletazo del weekend, por ese falso propósito de búsqueda existencial, por hambre y por simple deseo de estimulación, en el declive de una civilización, por emular al ángel exterminador y prolongar una noche de suerte.
Por el punk, el hip hop y el acid house, por el rush, por el despertar de los sentidos, por que nunca es hoy, por tener algo que contar, para reírte hasta el infinito, para encontrar una pota emoción y escapar de una vida patética, después del ensayo sabatino, pisando el acelerador del auto hasta el fondo, escuchando death metal o esos maratones del rock de los ochenta, para llegar hasta el final y pelear la última caída, para no enamorarse de un sueño que se rompe frente a todos, como desahogo de responsabilidad, porque Candy says y los cómics lo afirman, para (di)vagar y sentir el verano entre la desolación, ante un reto difícil, para tener una promesa que cumplir, para besar a la muerte y desviar la atención, porque así se quiere y así se desea, aquí y ahora, como todos, sin saberlo, porque al final todos son sensaciones y eso es la felicidad, porque la vida es corta y se acaba y porque ¡qué más da!
miércoles, 13 de diciembre de 2006
b.r.e.a.k.u.p. (scale mix)
Estamos en blanco, intentando (re)descubrir el lado menos disperso de las cosas, los vínculos que unen y atrapan, instrumentos y espacios que (r)evocan una situación de amplitud luminosa. Abstracciones intrascendentes y un poco más. La casualidad propicia encuentros, un aceptar de retos, beats melancólicos e infinitas curvas que rompen la monotonía del camino. Las coincidencias matan, aniquilan nuestra razón dejándonos a merced del “Y, ¿si eso fuera posible...?” Una ilusión que conduce al fracaso, el motivo ideal para abandonar, para romper con todo e irse lejos de aquí. [Correr siempre funciona]
TOO GOOD TO BE TRUE
Es irónico, lo bueno nunca perdura. Por eso, tratar de decir adiós nos parece un acto de salud mental. Como premisa de fado, era obvio que algo vital íbamos a perder al conocernos mejor, ya fuese el aire de seguridad que tanto nos enorgullecía, esa inocencia que no regresará jamás o la posibilidad física de continuar avanzando con apremio y firmeza en una autopista que celebra, sin saber, la inquebrantable tendencia a equivocarse. Lo nuestro se fue desgastando de modo prodigioso. La felicidad nos paso de prisa como un solo de armónica que explota justo en la memoria mientras pensamos que, efectivamente, con lo emocional a la baja, nada genial nos puede ocurrir. Rara sensación.
YOU NEED TO BE ALERT
A veces sobran las preguntas y se necesitan urgentemente respuestas que expliquen lo que gira y gira, un reactivo que rompa la narcosis entre el control remoto y las telecomedias de vida diaria, ecos de uniformidad y el feedback del psychocandy ingerido en un afterhours de lujo y miseria. Apunte crucial: Alguien dijo, sin ironía aparente, que no podemos seguir viviendo si no conocemos ni la risa de una chiva. ¿Es eso algo aprehensible? El supuesto devenir histórico que prepara y se merienda nuestros temores y grandes proyectos; ese material corrosivo, presente para los que acaban y los que no, se oculta en una banda de ruido blanco que marca el STOP en un fin de semana aparentemente interminable. Un señalamiento poco visible que impide dinamitar ese loop brutal de almas solitarias e impuestos por declarar, lo que queda cuando ya no hay marcha atrás. [Una reacción en cadena]
A BIG MISTAKE IS TO GIVE UP
Esto no es una salida, nunca lo fue. ¿Qué se puede hacer? ¿Apagar las luces, romper el escenario, cancelar la función? ¿Algo que haga menos ruido? Nuestro pasado somos nosotros. Cada elección que hacemos tiene una consecuencia. ¿Quién nos juzga? Nosotros mismos. Insatisfechos, procuramos recuperar la intensidad en las cintas que intercambiamos, las que escuchamos hundidos en un sofá de expresiones aburridas por la globalidad mediatizada que diluye nuestro interés por todo. Canciones para días espectaculares, trozos de vida, plegarias y exvotos, espinas clavadas, e-mails difusos, anarcofrases intercaladas en largas pláticas a corazón abierto, sensaciones difíciles de explicar. [La obsesión por el futuro arruina el presente]
LISTEN FIRST, NEVER ARGUE
Disfunción comunicativa. Hablando y escuchando voces que no son nuestras. Sin entender el mensaje, sin querer entenderlo. La trascendencia es una palabra dura y compleja. Nos mentimos al señalar que el cambio será el mejor camino. El único. ¿Es eso posible? Sólo eran sueños, pero los disfrutamos tanto. Ahora, al despertar e instalarnos en eso que llaman vida cotidiana, ya no hay lazos de confianza que podamos recuperar. Estamos cansados de volar, de repasar días de algoritmos y formulismos sociales, de sonreír dialécticamente o de estar en perfecta sincronía con la oferta. Todo oscila, se resume en presentimientos, un espectáculo que desafía a la gravedad, maquetas de rigurosa precisión, un quedarse quieto por la indecisión de volver o no a esos sitios a los que juntos solíamos ir.
WHERE WILL IT END?
Seguimos esperando que suceda lo que tenga que ocurrir, que alguien arroje una esperanza que evoque la lucidez de nuestro pensamiento o que pugne por el rápido disparo que aniquile lo poco que permanece vigente. Algo que evite reducir la belleza a un estereotipo de premios y citas, que detenga toda esa alegría casi despreciable, que borre el video tape de rutas y destinos que, justo en momentos como este, se activa de manera automática. Grabar historias, planos americanos de tanto sufrimiento, guiños y confusión en perspectiva lejos del noise. Es triste recordar que, flipando en la violencia, llegamos a pensar que esto sería diferente sin reconocer que aún antes de empezar, se desmoronaba ya. [Cuidado: Tramo en reparación]
YOU WILL HAVE A GREAT HAIR DAY TOMORROW
Compartir algo, aprender de ello y despedirse. Hay ocasiones en que se requiere agitar las cosas para evitar que se solidifiquen; si nada cambia, todo es tan aburrido y poco divertido. La seguridad nos produce estrías de falso confort. El futuro es un sueño a consumir; la felicidad, una mercancía con fecha de caducidad. Necesitamos un golpe para reaccionar; luego, uno más para asimilar la situación y seguir adelante. Si algo se mueve, lo demás inevitablemente se moverá. Entonces conviene esperar otro momento para tomar fotografías en las que nunca saldremos con las nubes detrás o buscar efectos que nos ayuden a crecer, explicar y detallar lo que nos llevo al olvido, o simplemente para disfrutar un encuentro fortuito. Aterrizar la vida, volver a brillar -al filo de lo irreparable- con el fulgor de billboard nocturno. [Las malas decisiones son algo de todos los días]
FORGET THE PAST AND BE HAPPY
El dolor provoca conciencia. El desapego no conduce a nada, la tristeza es un estadio vacío, el pretexto para evadir celebraciones que jamás llegan a buen término, la sensación de error, eso que nos estremece y no podemos vencer. Abstencionismo como regla, indiferencia como consuelo. Una banda sonora que, discusiones aparte, en una multiplicidad de clicks & cuts nos deja sin nada que decir. O ese no saber que hacer que obliga a tomar un sendero diferente porque las cosas al final son así. [Are we still in the game?]
THE FUTURE IS OPEN WIDE
Si nos encontramos algún día, te diré de manera convincente: “Estoy en mi mejor momento” y tú pronunciarás un seco “Me estoy perdiendo tantas cosas”. Confesaré sincero: “Todo eso me abruma” y tú, casi sin querer, musitarás un “Eso me hace sentir sin enfoque”. Al hacer las preguntas equivocadas, nos daremos cuenta que teníamos algo bueno en común. Y dirás ”Mil gracias por todo” y te diré: “Extraño esto y aquello”. Veremos con asombro, antes de sellar con una sonrisa de videoclip el inevitable rompimiento, el reflejo estúpido de nuestra trayectoria. En ese instante, nos daremos cuenta que, otra vez, estamos... huyendo... de todo... lo que pudimos ser...
TOO GOOD TO BE TRUE
Es irónico, lo bueno nunca perdura. Por eso, tratar de decir adiós nos parece un acto de salud mental. Como premisa de fado, era obvio que algo vital íbamos a perder al conocernos mejor, ya fuese el aire de seguridad que tanto nos enorgullecía, esa inocencia que no regresará jamás o la posibilidad física de continuar avanzando con apremio y firmeza en una autopista que celebra, sin saber, la inquebrantable tendencia a equivocarse. Lo nuestro se fue desgastando de modo prodigioso. La felicidad nos paso de prisa como un solo de armónica que explota justo en la memoria mientras pensamos que, efectivamente, con lo emocional a la baja, nada genial nos puede ocurrir. Rara sensación.
YOU NEED TO BE ALERT
A veces sobran las preguntas y se necesitan urgentemente respuestas que expliquen lo que gira y gira, un reactivo que rompa la narcosis entre el control remoto y las telecomedias de vida diaria, ecos de uniformidad y el feedback del psychocandy ingerido en un afterhours de lujo y miseria. Apunte crucial: Alguien dijo, sin ironía aparente, que no podemos seguir viviendo si no conocemos ni la risa de una chiva. ¿Es eso algo aprehensible? El supuesto devenir histórico que prepara y se merienda nuestros temores y grandes proyectos; ese material corrosivo, presente para los que acaban y los que no, se oculta en una banda de ruido blanco que marca el STOP en un fin de semana aparentemente interminable. Un señalamiento poco visible que impide dinamitar ese loop brutal de almas solitarias e impuestos por declarar, lo que queda cuando ya no hay marcha atrás. [Una reacción en cadena]
A BIG MISTAKE IS TO GIVE UP
Esto no es una salida, nunca lo fue. ¿Qué se puede hacer? ¿Apagar las luces, romper el escenario, cancelar la función? ¿Algo que haga menos ruido? Nuestro pasado somos nosotros. Cada elección que hacemos tiene una consecuencia. ¿Quién nos juzga? Nosotros mismos. Insatisfechos, procuramos recuperar la intensidad en las cintas que intercambiamos, las que escuchamos hundidos en un sofá de expresiones aburridas por la globalidad mediatizada que diluye nuestro interés por todo. Canciones para días espectaculares, trozos de vida, plegarias y exvotos, espinas clavadas, e-mails difusos, anarcofrases intercaladas en largas pláticas a corazón abierto, sensaciones difíciles de explicar. [La obsesión por el futuro arruina el presente]
LISTEN FIRST, NEVER ARGUE
Disfunción comunicativa. Hablando y escuchando voces que no son nuestras. Sin entender el mensaje, sin querer entenderlo. La trascendencia es una palabra dura y compleja. Nos mentimos al señalar que el cambio será el mejor camino. El único. ¿Es eso posible? Sólo eran sueños, pero los disfrutamos tanto. Ahora, al despertar e instalarnos en eso que llaman vida cotidiana, ya no hay lazos de confianza que podamos recuperar. Estamos cansados de volar, de repasar días de algoritmos y formulismos sociales, de sonreír dialécticamente o de estar en perfecta sincronía con la oferta. Todo oscila, se resume en presentimientos, un espectáculo que desafía a la gravedad, maquetas de rigurosa precisión, un quedarse quieto por la indecisión de volver o no a esos sitios a los que juntos solíamos ir.
WHERE WILL IT END?
Seguimos esperando que suceda lo que tenga que ocurrir, que alguien arroje una esperanza que evoque la lucidez de nuestro pensamiento o que pugne por el rápido disparo que aniquile lo poco que permanece vigente. Algo que evite reducir la belleza a un estereotipo de premios y citas, que detenga toda esa alegría casi despreciable, que borre el video tape de rutas y destinos que, justo en momentos como este, se activa de manera automática. Grabar historias, planos americanos de tanto sufrimiento, guiños y confusión en perspectiva lejos del noise. Es triste recordar que, flipando en la violencia, llegamos a pensar que esto sería diferente sin reconocer que aún antes de empezar, se desmoronaba ya. [Cuidado: Tramo en reparación]
YOU WILL HAVE A GREAT HAIR DAY TOMORROW
Compartir algo, aprender de ello y despedirse. Hay ocasiones en que se requiere agitar las cosas para evitar que se solidifiquen; si nada cambia, todo es tan aburrido y poco divertido. La seguridad nos produce estrías de falso confort. El futuro es un sueño a consumir; la felicidad, una mercancía con fecha de caducidad. Necesitamos un golpe para reaccionar; luego, uno más para asimilar la situación y seguir adelante. Si algo se mueve, lo demás inevitablemente se moverá. Entonces conviene esperar otro momento para tomar fotografías en las que nunca saldremos con las nubes detrás o buscar efectos que nos ayuden a crecer, explicar y detallar lo que nos llevo al olvido, o simplemente para disfrutar un encuentro fortuito. Aterrizar la vida, volver a brillar -al filo de lo irreparable- con el fulgor de billboard nocturno. [Las malas decisiones son algo de todos los días]
FORGET THE PAST AND BE HAPPY
El dolor provoca conciencia. El desapego no conduce a nada, la tristeza es un estadio vacío, el pretexto para evadir celebraciones que jamás llegan a buen término, la sensación de error, eso que nos estremece y no podemos vencer. Abstencionismo como regla, indiferencia como consuelo. Una banda sonora que, discusiones aparte, en una multiplicidad de clicks & cuts nos deja sin nada que decir. O ese no saber que hacer que obliga a tomar un sendero diferente porque las cosas al final son así. [Are we still in the game?]
THE FUTURE IS OPEN WIDE
Si nos encontramos algún día, te diré de manera convincente: “Estoy en mi mejor momento” y tú pronunciarás un seco “Me estoy perdiendo tantas cosas”. Confesaré sincero: “Todo eso me abruma” y tú, casi sin querer, musitarás un “Eso me hace sentir sin enfoque”. Al hacer las preguntas equivocadas, nos daremos cuenta que teníamos algo bueno en común. Y dirás ”Mil gracias por todo” y te diré: “Extraño esto y aquello”. Veremos con asombro, antes de sellar con una sonrisa de videoclip el inevitable rompimiento, el reflejo estúpido de nuestra trayectoria. En ese instante, nos daremos cuenta que, otra vez, estamos... huyendo... de todo... lo que pudimos ser...
martes, 12 de diciembre de 2006
Mubi
“We don’t belong here”, repetía cada vez que nos veía tristes. Niños de brea, sonrisas azul melancolía tras el aparecer fortuito de la lluvia, algo corporativo y recurrente que pronto morirá. Pensar que hicimos un gran esfuerzo por evitar esta situación [el fracaso, la confusión, el sindrome de Clérambault]. Todo eso que nos hace ser tan abstractos al ver pasar desnudo al desencanto. En la mente lo opuesto se hace realidad, puede ser una opción química a seguir, una red de seguridad o una maniobra de evasión que obliga a compartir lo que nos queda con los que siempre estuvieron fuera. Sombras nada más.
Mubi dice, Mubi promete, Mubi se arrepiente. Mubi nos enseño a recrear conciertos en la soledad de nuestras habitaciones. Cada vez que se abre la puerta, estamos allí esperando que llegue a inundar todo con sus canciones, efectos especiales y risas pregrabadas. Una fiesta dentro de un vasto vacío, tres mil detalles que en algún lugar, en otro momento alguien contará. Algo tan intenso que si se ve de cerca, se destruye como la ilusión de un birthday wish excepcional. No es extraño entonces recordar que cuando le vimos caer por primera vez, ensordecimos. Un huracán entrando a tierra firme, una e-card diaria en la bandeja de apreciaciones posteriores, una presencia caótica que, paradójicamente, tranquiliza nuestros impulsos más gramscis. Mubi es así.
Lo que Mubi nos mostró fueron básicamente señuelos, ideas, deseos, verdades a medias. Una realidad tan hermosa como increíble. Ahora lo que vemos o escuchamos es un asalto cotidiano que nos ayuda a enfrentar la existencia [fragmentos de guiones, estrofas, video clips, mp3’s, lluvias de abril]. ¿Por qué inicio todo esto? ¿Por qué no vimos el alcance? ¿Por qué no regresa para decir cualquier cosa que nos haga sentir que todo estará bien? Nunca hubo una promesa ni la firma de un contrato con cláusulas en letra pequeña, pero la angustia es puro miedo a perder; la apatía sin sentido, una defensa temporal; y la crueldad de las palabras dichas en una ocasión desafortunada, eso que consume lo que nos queda de alma. Un double play que conduce a la nada.
Con Mubi al frente, todos hicimos trampa, bloqueamos esos pensamientos de pérdida e hicimos ajustes a un presente perturbador. En un momento determinado, todos necesitamos testigos de nuestra vida para poder vivir; un traductor entre el deterioro personal y el placer de hacer. Violencia adecuada como el único camino viable para llegar a ser más que los gustos propios. El aplomo de medio centro buscando los puntos débiles de selección, escudos humanos derribados por un contra letal [ser idealista es peligroso]. Al ocurrir lo que nunca encajo, ya no se pudo mantener la mirada en alto, ni siquiera percibir el desastre o tratar de evitarlo. Caímos en la trampa de la puta cotidianidad: hemos pasado los últimos instantes evocando lo vivido, intentando sentir las mismas cosas que antes. Algo cambió, ya no es posible. Algunas veces los sueños —aun los peores— son mejores que lo que uno realmente posee: una masa amorfa de coincidencias y destellos, un malentendido sentido de libertad, la sumatoria de velocidad, escenas perdidas y jingles que nos informa que lo nuestro sigue siendo lo mismo. Somos nómadas desde siempre.
La vida es lo que tú quieras que sea. Nos mantiene solos, nos mantiene unidos, nos rechaza y nos congrega. Cualquier decisión implica demasiado esfuerzo, rangos de atención que describen un proyecto ambivalente. Prófugos, en eterna búsqueda, off limits. No siempre se puede escapar de lo que se quiere olvidar. Una buena intención, la promesa, el esquivar de semáforos y coches, todo eso que nos hizo trastabillar como el vértigo por no despertar y malsoñar. Eso no basta, una buena pelea nunca será suficiente. No se puede jugar un juego que siempre es igual [no es divertido, no es justo, no es un buen juego]. Esta es una situación de emergencia, la pregunta de motivo y oportunidad, esa misión en caída libre, los objetivos que se fueron eliminando con el paso del tiempo. Somos nuestro propio refugio en riesgo de derrumbe, too smart hasta para pedir ayuda [¿qué tanta sangre puede quedarnos?]
Mubi nunca quiso aparecer en nuestras polaroids, se justificaba al decir que así todo sería más fácil. Tras los abrazos de polvo, dejamos de esperar cosas. Todo lo importante ya ocurrió antes. Si salimos perjudicados es casi una señal, una analogía de fractura y desilusión, la resaca que inevitablemente indica que estamos vivos. Esa fue nuestra elección. El riesgo forma parte de la apuesta, lo que debemos pagar o el inventario de lo que nunca quisimos / debimos dejar pasar. Nuestra vida siempre ha sido una puerta abierta, el disfrutar de la oferta telegénica, la idea romántica de ser feliz sin los efectos del mono.
Sin embargo, hay gente —¿nosotros?— que se ahoga en una posible victoria como aquel homeless nunca habituado al frío del cemento; vivimos la sensación de rompimiento que sobrevive a cualquier intento de plática, algo que no podemos dejar. Por eso, tan sólo por eso, sería mejor estar al margen, reconocer que la nostalgia es una droga que sirve únicamente para embellecer el pasado [en caso de emergencia, rompa el vidrio].
¿Alguien sabe cuál es el problema? Nuestra tristeza ya no recibe donaciones; es un lastre que no vale la pena cargar pero que responde a nuestro “Quisiera olvidar todo”. Funcionar en crisis, conocer secretos, dejar de complacer o pugnar por multiplicidad de opciones y los cambios rápidos, emprender la marcha sin decir adiós, flotando en la superficie, soportando largos silencios que promueven un nuevo sentido, el aprender a captar la esencia de las cosas y hacer algo más con ella que el simple reacomodo de viejas posiciones. No es tan fácil.
Mubi —triste pero tranquilo, impaciente pero feliz— nos acompaño en el viaje de ida. Nos puso en primera fila, en posición de arranque, con la consigna de que «Algunas cosas se van porque nunca debieron estar; otras, porque su tiempo termino» Vanish point bajo una sombra verde como fenómeno de precipitación hi fi; sin embargo, aún queda la esperanza de poner en repeat & repeat aquellas canciones favoritas de antaño, de hoy, de siempre [la música no puede engañarnos].
Mubi dice, Mubi promete, Mubi se arrepiente. Mubi nos enseño a recrear conciertos en la soledad de nuestras habitaciones. Cada vez que se abre la puerta, estamos allí esperando que llegue a inundar todo con sus canciones, efectos especiales y risas pregrabadas. Una fiesta dentro de un vasto vacío, tres mil detalles que en algún lugar, en otro momento alguien contará. Algo tan intenso que si se ve de cerca, se destruye como la ilusión de un birthday wish excepcional. No es extraño entonces recordar que cuando le vimos caer por primera vez, ensordecimos. Un huracán entrando a tierra firme, una e-card diaria en la bandeja de apreciaciones posteriores, una presencia caótica que, paradójicamente, tranquiliza nuestros impulsos más gramscis. Mubi es así.
Lo que Mubi nos mostró fueron básicamente señuelos, ideas, deseos, verdades a medias. Una realidad tan hermosa como increíble. Ahora lo que vemos o escuchamos es un asalto cotidiano que nos ayuda a enfrentar la existencia [fragmentos de guiones, estrofas, video clips, mp3’s, lluvias de abril]. ¿Por qué inicio todo esto? ¿Por qué no vimos el alcance? ¿Por qué no regresa para decir cualquier cosa que nos haga sentir que todo estará bien? Nunca hubo una promesa ni la firma de un contrato con cláusulas en letra pequeña, pero la angustia es puro miedo a perder; la apatía sin sentido, una defensa temporal; y la crueldad de las palabras dichas en una ocasión desafortunada, eso que consume lo que nos queda de alma. Un double play que conduce a la nada.
Con Mubi al frente, todos hicimos trampa, bloqueamos esos pensamientos de pérdida e hicimos ajustes a un presente perturbador. En un momento determinado, todos necesitamos testigos de nuestra vida para poder vivir; un traductor entre el deterioro personal y el placer de hacer. Violencia adecuada como el único camino viable para llegar a ser más que los gustos propios. El aplomo de medio centro buscando los puntos débiles de selección, escudos humanos derribados por un contra letal [ser idealista es peligroso]. Al ocurrir lo que nunca encajo, ya no se pudo mantener la mirada en alto, ni siquiera percibir el desastre o tratar de evitarlo. Caímos en la trampa de la puta cotidianidad: hemos pasado los últimos instantes evocando lo vivido, intentando sentir las mismas cosas que antes. Algo cambió, ya no es posible. Algunas veces los sueños —aun los peores— son mejores que lo que uno realmente posee: una masa amorfa de coincidencias y destellos, un malentendido sentido de libertad, la sumatoria de velocidad, escenas perdidas y jingles que nos informa que lo nuestro sigue siendo lo mismo. Somos nómadas desde siempre.
La vida es lo que tú quieras que sea. Nos mantiene solos, nos mantiene unidos, nos rechaza y nos congrega. Cualquier decisión implica demasiado esfuerzo, rangos de atención que describen un proyecto ambivalente. Prófugos, en eterna búsqueda, off limits. No siempre se puede escapar de lo que se quiere olvidar. Una buena intención, la promesa, el esquivar de semáforos y coches, todo eso que nos hizo trastabillar como el vértigo por no despertar y malsoñar. Eso no basta, una buena pelea nunca será suficiente. No se puede jugar un juego que siempre es igual [no es divertido, no es justo, no es un buen juego]. Esta es una situación de emergencia, la pregunta de motivo y oportunidad, esa misión en caída libre, los objetivos que se fueron eliminando con el paso del tiempo. Somos nuestro propio refugio en riesgo de derrumbe, too smart hasta para pedir ayuda [¿qué tanta sangre puede quedarnos?]
Mubi nunca quiso aparecer en nuestras polaroids, se justificaba al decir que así todo sería más fácil. Tras los abrazos de polvo, dejamos de esperar cosas. Todo lo importante ya ocurrió antes. Si salimos perjudicados es casi una señal, una analogía de fractura y desilusión, la resaca que inevitablemente indica que estamos vivos. Esa fue nuestra elección. El riesgo forma parte de la apuesta, lo que debemos pagar o el inventario de lo que nunca quisimos / debimos dejar pasar. Nuestra vida siempre ha sido una puerta abierta, el disfrutar de la oferta telegénica, la idea romántica de ser feliz sin los efectos del mono.
Sin embargo, hay gente —¿nosotros?— que se ahoga en una posible victoria como aquel homeless nunca habituado al frío del cemento; vivimos la sensación de rompimiento que sobrevive a cualquier intento de plática, algo que no podemos dejar. Por eso, tan sólo por eso, sería mejor estar al margen, reconocer que la nostalgia es una droga que sirve únicamente para embellecer el pasado [en caso de emergencia, rompa el vidrio].
¿Alguien sabe cuál es el problema? Nuestra tristeza ya no recibe donaciones; es un lastre que no vale la pena cargar pero que responde a nuestro “Quisiera olvidar todo”. Funcionar en crisis, conocer secretos, dejar de complacer o pugnar por multiplicidad de opciones y los cambios rápidos, emprender la marcha sin decir adiós, flotando en la superficie, soportando largos silencios que promueven un nuevo sentido, el aprender a captar la esencia de las cosas y hacer algo más con ella que el simple reacomodo de viejas posiciones. No es tan fácil.
Mubi —triste pero tranquilo, impaciente pero feliz— nos acompaño en el viaje de ida. Nos puso en primera fila, en posición de arranque, con la consigna de que «Algunas cosas se van porque nunca debieron estar; otras, porque su tiempo termino» Vanish point bajo una sombra verde como fenómeno de precipitación hi fi; sin embargo, aún queda la esperanza de poner en repeat & repeat aquellas canciones favoritas de antaño, de hoy, de siempre [la música no puede engañarnos].
lunes, 11 de diciembre de 2006
come out and play
Martín Tz Tz despertó enmudecido, fuera de foco, super fuzzy, entre anfetamínico y autista. Cansado de levantarse cansado. Nervioso como caída libre de parque temático, como la brisa de televisor blanco y negro, como noticia mala a las tres de la madrugada. Y se preguntó ante el espejo del baño, viendo reflejada otra vez la pregunta en sus ojos de color vidrioso, si aquello era el efecto del Nootropil adulterado, del anuncio maligno de feroz lluvia de niño, del descuido ridículo al no poner fecha y margen en los sitios establecidos por sistema. Pero de su boca, limpia ya, oliendo a menta ya, no salió respuesta alguna. Aquel momento fue de un silencio total, sombrío y desquiciante como la presencia de aburridos parapléjicos en una fiesta marchosa que, indiscutiblemente, no era la suya.
Igual. Sí. La misma sensación.
Agua fría sobre el cuerpo, luego tibia, luego caliente. Pensando “Demonios, ¡qué cosas!”, en tarjetas bancarias con saldo rojo, en discusiones egocentristas por e-mail, en el beat rompedor del último cd single importado que llego a la caja postal, en flanes y yoghurt, en un matrimonio de riesgo cero, en cuántas cervezas se necesitan para perder la maldita conciencia en la Happy Hour del jueves, en un nuevo juego con imágenes en alta definición.
Salió desnudo del baño, se tumbó en la cama para establecer, por lo menos, un vínculo con algo real, con algo conocido y aceptado. Intentó masturbarse, pero le dio risa ver en sus manos el joystick tamaño promedio. Le pareció gracioso que, a estas alturas de su vida, cayera en ello y exclamó en voz alta: “Fuck, me acabó de bañar…” y se rió de nuevo. Más fuerte, más sincera su risa, más parecida a un gruñido que a una foto de amor platónico e infantil. Eso lo asustó un poco, tan sólo un poco. Minutos después se levantó, se vistió rápidamente con ropa funcional y de un manotazo, sacó del closet una corbata azul. De diseñador boing, de estreno lucybell. Justo lo ideal para sus planes del día. Distraídamente, mientras se miraba de reojo en otro espejo, rectangular y mucho más grande, Martín anotó una a una sus convicciones en un gran pizarrón; las escribió con plumón indeleble y las recitó diez veces, con su tono hardcore y su tono sadcore, remarcando cada erre, cada ese. “Be true to your school”, agregó con la actitud típica en los veinteañeros que descubren las posibilidades del realismo neurótico o el positivismo no implícito en la ingenuidad de los sentidos. Al verse en ese espejo, se dio cuenta de algo y sólo pudo pensar, “Cambiaste Martín, no eres el mismo de ayer”. Enardecido, salió de casa con ganas de bronca, de exiliar el dolor, de maldecir todos los discos –excepto el primero de la Velvet- y con la firme, firme idea de irse a un lugar lleno de sol, quemar banderas e influencias, de beber un poquito de cielo líquido con tequila para aliviar la pena. Divertido, entre tanto ruido, se imaginó leyendo un cómic de justicieros apocalípticos, aventurándose romper el control entre diálogos absurdos y onomatopeyas.
Y, sin querer, se escuchó a sí mismo –con una vida distinta, inédita- platicar, tratando de convencer al otro yo, ese rigor azulado que dormía plácidamente la intelesiesta.
—Es cierto que no todos somos… (un tic de ojos, herencia de la abuela)
—Unos sí y otros no (un año de oportunidad)
—Yo no, de veras. (una firma al calce)
Solo, dentro del auto en camino eterno a la oficina, mientras prendía un cigarro –vicio de antaño, de hoy- se sintió agobiado por el enorme vacío en su alma gemela de treta menor, con la caspa existencial en los hombros, con la camisa rayada y el eco de aquella borrachera de emociones extrañas que emigró ilegalmente, cotillean por ahí, al inconsciente colectivo por terminar justo como empezó.
Llegar al lugar indicado es el impulso vital. No valen desvíos, ni atajos, ni trucos ni puentes peatonales de escasos recursos. Hay un momento en que todas las luces son rojas. Rojas de advertencia, rojas de pasión como los labios de PJ Harvey, rojas de rosas rojas y, aún con el viento a su favor, Martín pide otra oportunidad, se regordea en eventos pay per view que disfruta sin pagar. Toma uno, toma dos, todos ponen. Marcador cero-cero, un tiro de esquina que no llega nunca a su destino pero Martín Tz Tz no se desespera, aprovecha el tiempo de receso para cambiar de disco compacto, para pensar en tiempo corrido o un posible escape por el centro, para agitar los nudillos con el ritmo de un efecto Dolby recién adquirido. Perdiéndose por instantes en laberintos elementales, desconectado automáticamente de la realidad como ese patético maricón vestido para matar en un bar de putísima madre, como si tuviera puesta la máscara de un luchador clase Z o el disfraz de aquel payasito que abucheaban los niños más fuertes, cínicos y groseros de aquella primaria de suéter y recuerdos grises.
El claxon, el claxon, el claxon. ¿Por qué todos tocan el claxon?
De prisa. Un siga y otro Stop. Divagar. Encerrarse o salir. Make a left. Buscar otra opción, traicionar esas fotos de inocencia feliz, de olvidar ese proyecto de vida cada vez más lejano, seducir o no a una negrita de enormes tetas que igual responde al nombre de Brigitte o Waterfall, de cantar “Eu sei que vou te amar” o encender otro cigarrillo, de juntar los 3500 dólares necesarios para ponerle su nombre a una estrella dorada perdida en el piso de una calle que orinan los borrachos y escupen los iracundos adolescentes de la urbe. Tantas cosas.
Stop. Friday, siempre un viernes, con una relativa carga promosocial y una pose electro-pura, con desdicha so true y un afán oportunista por el desenfreno en potencia. Mientras aceleraba, pensó que la sonrisa vertical de Janet Swing vale por mil celibatos consolidados aunque, cosas del destino, perdiera de mala manera al jugar con un game boy que hurtó porque sí de un gran almacén. “Me doy asco” se repite a sí mismo viendo que, justo en ese momento, el auto corre a 100 kilómetros por hora. Speed garage, heroin house, two step, big beat. Recrea el encuentro y sólo recuerda esa frase con aliento stutter. “When you find out, I’m the one”. Eso dijo, confiando en toda la fe acumulada por los años que llevaba coleccionando libros de récords deportivos, pero se equivocó. Martín hundió a todo mundo con carteras vencidas y buenas maneras, con una t-shirt de eslogan brillante «My brain thinks bomb-like”, con un signo de arroba y una confesión obligada antes de dar la última vuelta: “Elévame después”.
Un día del mes en turno, Martín se llevó todo: los discos nuevos y los discos viejos, su ropa y recuerdos, las servilletas de papel, los anuncios y fetiches. Saqueó el rincón de relatos privados, cargó con la agenda electrónica y el celular de Snoopy, con el cartel de la estrella favorita y el banderín de campeones, con el hard drive de influjos techno y las ráfagas de tranquilidad que ahora no resolvían nada. Martín no dejo ni siquiera el olor de su ausencia, un puñado de basura o el humor de una mala broma.
Zero, nothing.
Cuestión de karma, cuestión de oprimir pausa en el momento correcto. Ahora todo es distinto, Martín está encerrado en el auto, con el camino por delante. Escuchando canciones para desayunar melancolía o para terminar algo que nunca empezó. Enclaustrado, enjaulado y sufriendo a distancia los escasos beneficios de invadir espacios prohibidos o el disparar copias de consejos escritos en clave; como un adicto maquinal sin receta médica ni dinero para evitar los efectos del mono corporativo o el charming de malvivir; como si quisiera aprender algo nuevo –un deporte de alto riesgo, por ejemplo- antes de empezar a morir de hastío.
Ahí , en ese paradójico contexto, Martín decide irse para siempre.
Sin embargo, cosa de genes, no puede resistirse al temor que le provocan los drasnos más puros de su intelecto. Detiene casi en seco el auto y, tras meditarlo por un momento, se quita el saco de su hermano y la corbata azul de diseñador boing. Sonríe ampliamente como si supiera una videocámara graba todos sus movimientos. La vida, el aire, los sueños le cambian en un instante: ahora esta dispuesto a salir a jugar como antes.
No hay duda, he’s the star of his Mmmovie.
Igual. Sí. La misma sensación.
Agua fría sobre el cuerpo, luego tibia, luego caliente. Pensando “Demonios, ¡qué cosas!”, en tarjetas bancarias con saldo rojo, en discusiones egocentristas por e-mail, en el beat rompedor del último cd single importado que llego a la caja postal, en flanes y yoghurt, en un matrimonio de riesgo cero, en cuántas cervezas se necesitan para perder la maldita conciencia en la Happy Hour del jueves, en un nuevo juego con imágenes en alta definición.
Salió desnudo del baño, se tumbó en la cama para establecer, por lo menos, un vínculo con algo real, con algo conocido y aceptado. Intentó masturbarse, pero le dio risa ver en sus manos el joystick tamaño promedio. Le pareció gracioso que, a estas alturas de su vida, cayera en ello y exclamó en voz alta: “Fuck, me acabó de bañar…” y se rió de nuevo. Más fuerte, más sincera su risa, más parecida a un gruñido que a una foto de amor platónico e infantil. Eso lo asustó un poco, tan sólo un poco. Minutos después se levantó, se vistió rápidamente con ropa funcional y de un manotazo, sacó del closet una corbata azul. De diseñador boing, de estreno lucybell. Justo lo ideal para sus planes del día. Distraídamente, mientras se miraba de reojo en otro espejo, rectangular y mucho más grande, Martín anotó una a una sus convicciones en un gran pizarrón; las escribió con plumón indeleble y las recitó diez veces, con su tono hardcore y su tono sadcore, remarcando cada erre, cada ese. “Be true to your school”, agregó con la actitud típica en los veinteañeros que descubren las posibilidades del realismo neurótico o el positivismo no implícito en la ingenuidad de los sentidos. Al verse en ese espejo, se dio cuenta de algo y sólo pudo pensar, “Cambiaste Martín, no eres el mismo de ayer”. Enardecido, salió de casa con ganas de bronca, de exiliar el dolor, de maldecir todos los discos –excepto el primero de la Velvet- y con la firme, firme idea de irse a un lugar lleno de sol, quemar banderas e influencias, de beber un poquito de cielo líquido con tequila para aliviar la pena. Divertido, entre tanto ruido, se imaginó leyendo un cómic de justicieros apocalípticos, aventurándose romper el control entre diálogos absurdos y onomatopeyas.
Y, sin querer, se escuchó a sí mismo –con una vida distinta, inédita- platicar, tratando de convencer al otro yo, ese rigor azulado que dormía plácidamente la intelesiesta.
—Es cierto que no todos somos… (un tic de ojos, herencia de la abuela)
—Unos sí y otros no (un año de oportunidad)
—Yo no, de veras. (una firma al calce)
Solo, dentro del auto en camino eterno a la oficina, mientras prendía un cigarro –vicio de antaño, de hoy- se sintió agobiado por el enorme vacío en su alma gemela de treta menor, con la caspa existencial en los hombros, con la camisa rayada y el eco de aquella borrachera de emociones extrañas que emigró ilegalmente, cotillean por ahí, al inconsciente colectivo por terminar justo como empezó.
Llegar al lugar indicado es el impulso vital. No valen desvíos, ni atajos, ni trucos ni puentes peatonales de escasos recursos. Hay un momento en que todas las luces son rojas. Rojas de advertencia, rojas de pasión como los labios de PJ Harvey, rojas de rosas rojas y, aún con el viento a su favor, Martín pide otra oportunidad, se regordea en eventos pay per view que disfruta sin pagar. Toma uno, toma dos, todos ponen. Marcador cero-cero, un tiro de esquina que no llega nunca a su destino pero Martín Tz Tz no se desespera, aprovecha el tiempo de receso para cambiar de disco compacto, para pensar en tiempo corrido o un posible escape por el centro, para agitar los nudillos con el ritmo de un efecto Dolby recién adquirido. Perdiéndose por instantes en laberintos elementales, desconectado automáticamente de la realidad como ese patético maricón vestido para matar en un bar de putísima madre, como si tuviera puesta la máscara de un luchador clase Z o el disfraz de aquel payasito que abucheaban los niños más fuertes, cínicos y groseros de aquella primaria de suéter y recuerdos grises.
El claxon, el claxon, el claxon. ¿Por qué todos tocan el claxon?
De prisa. Un siga y otro Stop. Divagar. Encerrarse o salir. Make a left. Buscar otra opción, traicionar esas fotos de inocencia feliz, de olvidar ese proyecto de vida cada vez más lejano, seducir o no a una negrita de enormes tetas que igual responde al nombre de Brigitte o Waterfall, de cantar “Eu sei que vou te amar” o encender otro cigarrillo, de juntar los 3500 dólares necesarios para ponerle su nombre a una estrella dorada perdida en el piso de una calle que orinan los borrachos y escupen los iracundos adolescentes de la urbe. Tantas cosas.
Stop. Friday, siempre un viernes, con una relativa carga promosocial y una pose electro-pura, con desdicha so true y un afán oportunista por el desenfreno en potencia. Mientras aceleraba, pensó que la sonrisa vertical de Janet Swing vale por mil celibatos consolidados aunque, cosas del destino, perdiera de mala manera al jugar con un game boy que hurtó porque sí de un gran almacén. “Me doy asco” se repite a sí mismo viendo que, justo en ese momento, el auto corre a 100 kilómetros por hora. Speed garage, heroin house, two step, big beat. Recrea el encuentro y sólo recuerda esa frase con aliento stutter. “When you find out, I’m the one”. Eso dijo, confiando en toda la fe acumulada por los años que llevaba coleccionando libros de récords deportivos, pero se equivocó. Martín hundió a todo mundo con carteras vencidas y buenas maneras, con una t-shirt de eslogan brillante «My brain thinks bomb-like”, con un signo de arroba y una confesión obligada antes de dar la última vuelta: “Elévame después”.
Un día del mes en turno, Martín se llevó todo: los discos nuevos y los discos viejos, su ropa y recuerdos, las servilletas de papel, los anuncios y fetiches. Saqueó el rincón de relatos privados, cargó con la agenda electrónica y el celular de Snoopy, con el cartel de la estrella favorita y el banderín de campeones, con el hard drive de influjos techno y las ráfagas de tranquilidad que ahora no resolvían nada. Martín no dejo ni siquiera el olor de su ausencia, un puñado de basura o el humor de una mala broma.
Zero, nothing.
Cuestión de karma, cuestión de oprimir pausa en el momento correcto. Ahora todo es distinto, Martín está encerrado en el auto, con el camino por delante. Escuchando canciones para desayunar melancolía o para terminar algo que nunca empezó. Enclaustrado, enjaulado y sufriendo a distancia los escasos beneficios de invadir espacios prohibidos o el disparar copias de consejos escritos en clave; como un adicto maquinal sin receta médica ni dinero para evitar los efectos del mono corporativo o el charming de malvivir; como si quisiera aprender algo nuevo –un deporte de alto riesgo, por ejemplo- antes de empezar a morir de hastío.
Ahí , en ese paradójico contexto, Martín decide irse para siempre.
Sin embargo, cosa de genes, no puede resistirse al temor que le provocan los drasnos más puros de su intelecto. Detiene casi en seco el auto y, tras meditarlo por un momento, se quita el saco de su hermano y la corbata azul de diseñador boing. Sonríe ampliamente como si supiera una videocámara graba todos sus movimientos. La vida, el aire, los sueños le cambian en un instante: ahora esta dispuesto a salir a jugar como antes.
No hay duda, he’s the star of his Mmmovie.
domingo, 10 de diciembre de 2006
Cierre de temporada
Ayer. Tanto caminar, dilucidando una historia en común, preguntando a veces si y a veces no el porque de todo esto que nos hace tan cercanos, esa oportunidad cualquiera para celebrar lo distinto que marca un punto de encuentro, la filosofía malsoñante que nos indica ciertos caminos y que nos descubre algunas claves para entender lo que sabíamos de antemano. Cambio de dirección, una vuelta al camino de la felicidad como colapso total, descubrir casi tardíamente que la vida es algo más que un deseo de adquirir y que eso nada importa. Lo difícil es aceptar lo inevitable, largas diatribas que no llegan a conclusión alguna, el no poder eludir aquello que es tan cierto, contradecir lo que se afirma cuando se mira de reojo y nos gana la risa al momento de registrar todo lo que fuimos, somos y seremos.
Todo queda grabado: nuestra primera vez, el dolor de crecer, el verano en que fuimos estrellas en el derrumbe de nuestros miedos, nuestras risas y ese recurso de emergencia para utilizarse «cuando todo vaya mal», la búsqueda de un empleo que pudiera enlazar nuestras inquietudes más inmediatas, la lectura de la lista de las 100 cosas favoritas, el recuento una infancia terriblemente dichosa, debatiendo entre el deber ser y el placer de lo banal, reencontrándose en cada recorrido por la city, compartiendo el mal y el bien en una taza de café mocha.
Todo estuvo presente: las esperanzas de llegar a ser algo más que sólo una fugaz aparición, una sobremesa bienaventurada, la incapacidad de atrapar lo que ahí sucedía, una demente complicidad y la city como testigo, las pláticas que adivinaban un futuro con distancia de por medio, los anhelos que se guardan para aquel reencuentro de ocasión festiva.
Ahí estuvimos. Imaginando un centro de gravedad permanente que permita romper una que otra regla y quitar los signos de interrogación, que ayude a encontrar las posibilidades de una tendencia natural al error y sonreír al superar el malestar. Improvisando lo que se tiene que hacer, lo que hay que decir, lo que hay que pensar, dándose cuenta que la modernidad es tan frágil y que en los nuevos tiempos no hay porque resentir el vacío. Bebiendo a grandes sorbos la puta idea de bienestar confesional al reactivar un proyecto de comunicación alternativa que no esperamos que se desbordara tan pronto. Inventando personajes que eran iguales a nosotros, escudándonos en palabras y sonrisas zen, diseñando las claves de acceso a un sueño de codependencia que duro más de lo que pensamos debió durar.
Quizá el mejor momento de todo es cuando no ha pasado nada y no se tiene ni siquiera el presentimiento de perder lo que está y lo que se intuye vendrá entre el clima inestable y las noches divertidas cuando las cosas sólo pasan porque sí y porque no y porque tal vez.
Eso no sucederá más. Hoy el «Tú y yo» es un «Nosotros» imposible, cuando todo mensaje enviado es un fracaso que hemos aceptamos de antemano, cuando se extrañan las pláticas y pleitos pero sobre todo las bromas hechas en el perímetro permitido que marcamos una tarde de lluvia. No es tan fácil cuando la cabeza da vueltas persiguiendo a lo de ayer, cuando hablamos en otro idioma que sólo se hace entendible cuando nos quedamos solos y razonamos que la suerte nos abandonó al salir del karaoke, cuando el único camino viable es entrar en la pelea con el riesgo de que en ella acaben contigo tantos momentos y tantas palabras y tantas cosas que no pueden quedarse en un simple recuerdo para traer aquí donde nada existe en esos días en que la nostalgia nos atora con su anzuelo de tristeza o alegre melancolía. Lo demás, aquello que sólo nosotros sabemos que si ocurrió, es comentario para no dormir, una pausa llamada ilusión que puede durar horas, días o meses. Tenemos que ir hacia algo distinto y evitar seguir jugando un juego en el cual nunca supimos inventar las reglas y por eso vamos caminando sobre nuestra historia en común una y otra vez al no entender que quedarse es, cuando esto y aquello no da más, dejar de vivir.
Fue un placer pero ahora, lo sentimos, todos deben irse.
Todo queda grabado: nuestra primera vez, el dolor de crecer, el verano en que fuimos estrellas en el derrumbe de nuestros miedos, nuestras risas y ese recurso de emergencia para utilizarse «cuando todo vaya mal», la búsqueda de un empleo que pudiera enlazar nuestras inquietudes más inmediatas, la lectura de la lista de las 100 cosas favoritas, el recuento una infancia terriblemente dichosa, debatiendo entre el deber ser y el placer de lo banal, reencontrándose en cada recorrido por la city, compartiendo el mal y el bien en una taza de café mocha.
Todo estuvo presente: las esperanzas de llegar a ser algo más que sólo una fugaz aparición, una sobremesa bienaventurada, la incapacidad de atrapar lo que ahí sucedía, una demente complicidad y la city como testigo, las pláticas que adivinaban un futuro con distancia de por medio, los anhelos que se guardan para aquel reencuentro de ocasión festiva.
Ahí estuvimos. Imaginando un centro de gravedad permanente que permita romper una que otra regla y quitar los signos de interrogación, que ayude a encontrar las posibilidades de una tendencia natural al error y sonreír al superar el malestar. Improvisando lo que se tiene que hacer, lo que hay que decir, lo que hay que pensar, dándose cuenta que la modernidad es tan frágil y que en los nuevos tiempos no hay porque resentir el vacío. Bebiendo a grandes sorbos la puta idea de bienestar confesional al reactivar un proyecto de comunicación alternativa que no esperamos que se desbordara tan pronto. Inventando personajes que eran iguales a nosotros, escudándonos en palabras y sonrisas zen, diseñando las claves de acceso a un sueño de codependencia que duro más de lo que pensamos debió durar.
Quizá el mejor momento de todo es cuando no ha pasado nada y no se tiene ni siquiera el presentimiento de perder lo que está y lo que se intuye vendrá entre el clima inestable y las noches divertidas cuando las cosas sólo pasan porque sí y porque no y porque tal vez.
Eso no sucederá más. Hoy el «Tú y yo» es un «Nosotros» imposible, cuando todo mensaje enviado es un fracaso que hemos aceptamos de antemano, cuando se extrañan las pláticas y pleitos pero sobre todo las bromas hechas en el perímetro permitido que marcamos una tarde de lluvia. No es tan fácil cuando la cabeza da vueltas persiguiendo a lo de ayer, cuando hablamos en otro idioma que sólo se hace entendible cuando nos quedamos solos y razonamos que la suerte nos abandonó al salir del karaoke, cuando el único camino viable es entrar en la pelea con el riesgo de que en ella acaben contigo tantos momentos y tantas palabras y tantas cosas que no pueden quedarse en un simple recuerdo para traer aquí donde nada existe en esos días en que la nostalgia nos atora con su anzuelo de tristeza o alegre melancolía. Lo demás, aquello que sólo nosotros sabemos que si ocurrió, es comentario para no dormir, una pausa llamada ilusión que puede durar horas, días o meses. Tenemos que ir hacia algo distinto y evitar seguir jugando un juego en el cual nunca supimos inventar las reglas y por eso vamos caminando sobre nuestra historia en común una y otra vez al no entender que quedarse es, cuando esto y aquello no da más, dejar de vivir.
Fue un placer pero ahora, lo sentimos, todos deben irse.
viernes, 8 de diciembre de 2006
INSTANTANEAS DEL DESCONCIERTO no. 8
(Tales from the Generation TJ) publicada en Bitácora el 03/04/95
"Yo no quiero ir, ese antro está bien heavy", nos dijo Joel cuando lo invitamos al Kinklé para agregar un "aquí les espero, si quieren yo les cuido su cartera". No sé, le digo, ¿a poco te da miedo? Gabo, Rodolfo y el Borges están decididos a correr el riesgo nuevamente aunque ellos, nada tontos, le encargan sus respectivas backpacks a Joel para evitar repetir malas experiencias.
Con el valor que dan unos cuantos tragos —ni tantos, pienso—, marcamos nuestra ruta hacia la calle Primera; mientras esperamos nuestro turno para cruzar la acera, en la esquina escuchó a un policía decirle a otro: "Ya vienen los niños bonitos a echar desmadre", pero lo admito, nosotros no tenemos la culpa de su IQ ni que tengan que desempeñar un trabajo así, por lo que mi sonrisa burlona lo dice todo con un "Get Lost". Vuelta a la izquierda, calle abajo, otra vuelta y llegamos al bar del que todo mundo habla marranillas. Rápidamente nos sentamos en unas de esas incómodas bancas de metal para pedir la primera caguama de la noche con el fondo musical de las canciones maquila de Rocío Dúrcal que, dicho sea de paso, odio a mogollón.
Rodolfo parece que sigue un juego de tenis: mira hacia un lado, voltea al otro para luego decir un inútil "Este lugar merece una crónica". Gabo mata su ingenuidad diciendo "No seas mamón" y agrega que el lugar es una crónica viva y palpable. Yo les digo que no es para tanto, conozco peores lugares pero, de repente, sin querer mi vista se queda fija observando un match amoroso entre una fornida lesbiana y un travestí. Oh my God! eso si que es gender-bender le digo a Rodolfo que no sale de su asombro. La reacción de Gabo es decir "Qué bárbaro, qué bárbaro" y pedir otra caguama.
Pago los ocho pesos, le doy un largo trago y decido bailar "The sign" y una de Abba en la dizque pista, sin importarme que sucede a mi alrededor: un borracho vomita al lado, un cholo amenaza a una lesbi con una navaja y una puta senil avanza decidida hacia mí, paso de ellos y vuelvo a la mesa. Pinche vieja que fea esta, te la encuentras en la oscuridad y te mata de un pinche susto. Al preguntarles si querían otra caguama obtengo un sí unánime y riéndome les digo "pues ustedes pagan, mientras voy al maloliente baño".
I'm back. ¿Te lo puedo creer? inquiere Gabo con una ironía casi imperceptible cuando le digo la experiencia que tuvo Tomás, un amigo de ambos, esta tarde con el Grupo Táctico al bajar del taxi. ¿Eres mexicano, a ver saca una identificación? Si, aquí esta ¿No traes droga, en que trabajas? No, soy maestro y toco en un grupo ¿Qué tal que si te reviso? No tienen derecho. En pleno centro y ante decenas de personas que, chismosas como siempre, se le quedaban viendo como si fuera el peor criminal; al final lo dejan ir no sin antes advertirle que se corte el cabello y se vista bien si no quiere tener problemas. Todo encabronado Tomas me dijo "Ahora resulta que los del Táctico deciden que te puedes poner y que no, lo que hace una credencial en el poder de unos assholes". Aja, le conteste, es que te vistes bien gacho y con ese look que te cargas hasta yo te mandaba a bañar. Después de reirnos, coreamos el "Para que no me olvides" de Lorenzo Santamaría y una de Leo Dan que no me acuerdo como se llama. Monedas o algo así.
La noche disuelve los sentidos y no son pocos los machitos que caen bajo el encanto ficticio de los travestís y el Borges, inexperto en estos malabares de silicón y pelucas, cae absorto ante la mirada provocativa de uno de ellos. "Cuando se te quitará lo pendejo, mirale las manotas es vato" le dice Gabo riéndose a tope; el Borges empieza a dudar si le están diciendo o no la verdad y decide ir a la mesa de la chica a averiguarlo por cuenta propia. Yo iba a pedir otra cagua pero Rodolfo quería conocer el Zaca así que me acerco a la mesa en donde estaba el Borges y la chica maravilla (es un chiste viejo) para avisarle que nos marchábamos ya.
Oye Javi te presento a Susana- me dice él- y ella extiende muy femeninamente la mano para saludarme y al momento de tocar la mía me hace un gesto lascivo en la palma. Ya saben ustedes cual y como dicen en la tele "a mí eso no me gusta nadita", por lo que le pregunto rapidamente al Borges si se va ir con nosotros o se va a quedar; para mi sorpresa decide quedarse a platicar con la chamaca. Abandonamos el lugar pero a Rodolfo, siempre tan buena gente, le remuerde la conciencia y va por el chico, lo rescata de las manos de Susana y salen los dos corriendo del bar. El Borges nos pide que no le contemos nada a nadie. Ok! I don't care about your sex life anyway, le digo mientras cruzamos calles en dirección al Zaca.; ya estábamos a punto de entrar cuando recuerdo como flash back las peleas que vi la semana anterior y les digo a los tres "son apenas las dos de la mañana, si nos apuramos podemos ir al club A a ver el concurso de las mejores tetas de California".
En menos de cinco minutos llegamos....
"Yo no quiero ir, ese antro está bien heavy", nos dijo Joel cuando lo invitamos al Kinklé para agregar un "aquí les espero, si quieren yo les cuido su cartera". No sé, le digo, ¿a poco te da miedo? Gabo, Rodolfo y el Borges están decididos a correr el riesgo nuevamente aunque ellos, nada tontos, le encargan sus respectivas backpacks a Joel para evitar repetir malas experiencias.
Con el valor que dan unos cuantos tragos —ni tantos, pienso—, marcamos nuestra ruta hacia la calle Primera; mientras esperamos nuestro turno para cruzar la acera, en la esquina escuchó a un policía decirle a otro: "Ya vienen los niños bonitos a echar desmadre", pero lo admito, nosotros no tenemos la culpa de su IQ ni que tengan que desempeñar un trabajo así, por lo que mi sonrisa burlona lo dice todo con un "Get Lost". Vuelta a la izquierda, calle abajo, otra vuelta y llegamos al bar del que todo mundo habla marranillas. Rápidamente nos sentamos en unas de esas incómodas bancas de metal para pedir la primera caguama de la noche con el fondo musical de las canciones maquila de Rocío Dúrcal que, dicho sea de paso, odio a mogollón.
Rodolfo parece que sigue un juego de tenis: mira hacia un lado, voltea al otro para luego decir un inútil "Este lugar merece una crónica". Gabo mata su ingenuidad diciendo "No seas mamón" y agrega que el lugar es una crónica viva y palpable. Yo les digo que no es para tanto, conozco peores lugares pero, de repente, sin querer mi vista se queda fija observando un match amoroso entre una fornida lesbiana y un travestí. Oh my God! eso si que es gender-bender le digo a Rodolfo que no sale de su asombro. La reacción de Gabo es decir "Qué bárbaro, qué bárbaro" y pedir otra caguama.
Pago los ocho pesos, le doy un largo trago y decido bailar "The sign" y una de Abba en la dizque pista, sin importarme que sucede a mi alrededor: un borracho vomita al lado, un cholo amenaza a una lesbi con una navaja y una puta senil avanza decidida hacia mí, paso de ellos y vuelvo a la mesa. Pinche vieja que fea esta, te la encuentras en la oscuridad y te mata de un pinche susto. Al preguntarles si querían otra caguama obtengo un sí unánime y riéndome les digo "pues ustedes pagan, mientras voy al maloliente baño".
I'm back. ¿Te lo puedo creer? inquiere Gabo con una ironía casi imperceptible cuando le digo la experiencia que tuvo Tomás, un amigo de ambos, esta tarde con el Grupo Táctico al bajar del taxi. ¿Eres mexicano, a ver saca una identificación? Si, aquí esta ¿No traes droga, en que trabajas? No, soy maestro y toco en un grupo ¿Qué tal que si te reviso? No tienen derecho. En pleno centro y ante decenas de personas que, chismosas como siempre, se le quedaban viendo como si fuera el peor criminal; al final lo dejan ir no sin antes advertirle que se corte el cabello y se vista bien si no quiere tener problemas. Todo encabronado Tomas me dijo "Ahora resulta que los del Táctico deciden que te puedes poner y que no, lo que hace una credencial en el poder de unos assholes". Aja, le conteste, es que te vistes bien gacho y con ese look que te cargas hasta yo te mandaba a bañar. Después de reirnos, coreamos el "Para que no me olvides" de Lorenzo Santamaría y una de Leo Dan que no me acuerdo como se llama. Monedas o algo así.
La noche disuelve los sentidos y no son pocos los machitos que caen bajo el encanto ficticio de los travestís y el Borges, inexperto en estos malabares de silicón y pelucas, cae absorto ante la mirada provocativa de uno de ellos. "Cuando se te quitará lo pendejo, mirale las manotas es vato" le dice Gabo riéndose a tope; el Borges empieza a dudar si le están diciendo o no la verdad y decide ir a la mesa de la chica a averiguarlo por cuenta propia. Yo iba a pedir otra cagua pero Rodolfo quería conocer el Zaca así que me acerco a la mesa en donde estaba el Borges y la chica maravilla (es un chiste viejo) para avisarle que nos marchábamos ya.
Oye Javi te presento a Susana- me dice él- y ella extiende muy femeninamente la mano para saludarme y al momento de tocar la mía me hace un gesto lascivo en la palma. Ya saben ustedes cual y como dicen en la tele "a mí eso no me gusta nadita", por lo que le pregunto rapidamente al Borges si se va ir con nosotros o se va a quedar; para mi sorpresa decide quedarse a platicar con la chamaca. Abandonamos el lugar pero a Rodolfo, siempre tan buena gente, le remuerde la conciencia y va por el chico, lo rescata de las manos de Susana y salen los dos corriendo del bar. El Borges nos pide que no le contemos nada a nadie. Ok! I don't care about your sex life anyway, le digo mientras cruzamos calles en dirección al Zaca.; ya estábamos a punto de entrar cuando recuerdo como flash back las peleas que vi la semana anterior y les digo a los tres "son apenas las dos de la mañana, si nos apuramos podemos ir al club A a ver el concurso de las mejores tetas de California".
En menos de cinco minutos llegamos....
jueves, 7 de diciembre de 2006
INSTANTANEAS DEL DESCONCIERTO no.07
(Tales from the Generation TJ) publicada en Bitácora el 13/03/95
No hay nada peor que no saber lo que le ocurrió uno el día anterior en el party o el fin de semana. A veces la resaca es brutal pero la situación empeora cuando intentas recordar que la provoco y dices, "Chin, ¿qué diablos paso ayer? Empiezan los remordimientos y las penurias ¿habré dicho eso o aquello, qué hice?. La incertidumbre es voraz.
A Miki le habían dicho que el ecstasy, esa pastilla blanca que compró en 15 dólares, era el pasaporte ansiado para conocer la euforia rave de la que tanto le habían hablado Fidel y Javi.
Los tres bajaron del auto justo a las diez pm tras haber bebido un par de cervezas King Cobra y apenas habían entrado al club, un bodegón abandonado en pleno downtown sandieguino, cuando se le acercó un chico con gorrito estrafalario y vestuario posmo a ofrecerles un hit de E bajo la cantaleta "Happy, you know what I mean?". Esa fue la contraseña, Miki pagó y por vez primera, tuvo en sus manos la dichosa pastilla.
"Es afrodisíaca, los cursis la llaman la droga del amor", le dijo Fidel, veterano en esas lides mientras que tragaba «rueditas azules» para entrar en trance. Miki hizó lo propio. De momento no sintió nada. "No te preocupes, tarda unos veinte minutos en hacer efecto", escuchó decir a Javi a punto de tragarse la pastilla. El tiempo transcurrió lentamente mientras bailaba dosis de house demencialmente progresivo, ondas rítmicas enviadas por el discjockey de turno. Sin darse cuenta, Miki empezó a agitar los brazos, estirando el cuerpo como intentando atrapar alguna sensación; cuando creía que lo había logrado, caminaba de un lado a otro con aquellos pies que a cada momento le pertenecían menos. ¿Can you feel it?, repetía en voz alta y los gringos, veloces players en roles anfetaminicos, solo reían y se volvían a reír.
Javi se entretenía mirando las transparencias, imágenes líquidas de sueños difusos, cuando lo vió trastabillar en la escaler y aunque batallo un poco, logró asirlo por el brazo y detener la inminente caída. ¿Are you ok?, retumbó en su cabeza, penetro los sentidos e hizo eco ahí, en el epicentro neuroemocional de Miki a los diecinueve años. Casi cargándolo, Javi lo sentó en un sillón, -las ventajas del chill out room, pensó-, fue por una botella de Evian que Miki se bebió en cuestión de segundos. Y empezó a divagar bajo los efectos: "No necesito una decisión lógica para crear pánico de manera rápida, distraerse en tiempo es fuera de lugar. ¿Verdad que Dios es un sueño privado de esperanza?". Nadie podía contestar, el instante de escapismo les pertenecía a todos.
Fidel seguía bailando con la conciencia expandida y el furor interno manifestado en unos movimientos hipnóticos, minimales y repetitivos que seguían hábilmente la secuencia sónico-ambiental impuesta por el chamán de las tornamesas. Javi, olvidándose del pasón de Miki por un momento, se puso a ligar con una chica japonesa que bailaba como poseída el insinuante fraseo de una cálida voz extranjera. Es un bootleg de Portishead, le dijo ella. Dáme tu número de fax I want a date with you, proponía Javi en acción. Claro, a fuck is a fuck, so what? Cuando volvió al sillón, Miki estaba tan pálido que sólo alcanzaba a decir un "me siento mal, me siento mal" hasta que se quedó dormido en medio de aquel bullicio. Javi en pleno bajón también se quedo dormido, sentado en aquel sillón, hasta que Fidel les echó agua en la cara y les dijo: "Órale, son las seis am. Ya nos vamos". Ni Miki ni Javi supieron como llegaron a su casa.
Suena el teléfono. Es Javi quien pregunta: Oye Fidel, ¿fuimos anoche a un rave o quién diablos paro mi reloj a las diez?
No hay nada peor que no saber lo que le ocurrió uno el día anterior en el party o el fin de semana. A veces la resaca es brutal pero la situación empeora cuando intentas recordar que la provoco y dices, "Chin, ¿qué diablos paso ayer? Empiezan los remordimientos y las penurias ¿habré dicho eso o aquello, qué hice?. La incertidumbre es voraz.
A Miki le habían dicho que el ecstasy, esa pastilla blanca que compró en 15 dólares, era el pasaporte ansiado para conocer la euforia rave de la que tanto le habían hablado Fidel y Javi.
Los tres bajaron del auto justo a las diez pm tras haber bebido un par de cervezas King Cobra y apenas habían entrado al club, un bodegón abandonado en pleno downtown sandieguino, cuando se le acercó un chico con gorrito estrafalario y vestuario posmo a ofrecerles un hit de E bajo la cantaleta "Happy, you know what I mean?". Esa fue la contraseña, Miki pagó y por vez primera, tuvo en sus manos la dichosa pastilla.
"Es afrodisíaca, los cursis la llaman la droga del amor", le dijo Fidel, veterano en esas lides mientras que tragaba «rueditas azules» para entrar en trance. Miki hizó lo propio. De momento no sintió nada. "No te preocupes, tarda unos veinte minutos en hacer efecto", escuchó decir a Javi a punto de tragarse la pastilla. El tiempo transcurrió lentamente mientras bailaba dosis de house demencialmente progresivo, ondas rítmicas enviadas por el discjockey de turno. Sin darse cuenta, Miki empezó a agitar los brazos, estirando el cuerpo como intentando atrapar alguna sensación; cuando creía que lo había logrado, caminaba de un lado a otro con aquellos pies que a cada momento le pertenecían menos. ¿Can you feel it?, repetía en voz alta y los gringos, veloces players en roles anfetaminicos, solo reían y se volvían a reír.
Javi se entretenía mirando las transparencias, imágenes líquidas de sueños difusos, cuando lo vió trastabillar en la escaler y aunque batallo un poco, logró asirlo por el brazo y detener la inminente caída. ¿Are you ok?, retumbó en su cabeza, penetro los sentidos e hizo eco ahí, en el epicentro neuroemocional de Miki a los diecinueve años. Casi cargándolo, Javi lo sentó en un sillón, -las ventajas del chill out room, pensó-, fue por una botella de Evian que Miki se bebió en cuestión de segundos. Y empezó a divagar bajo los efectos: "No necesito una decisión lógica para crear pánico de manera rápida, distraerse en tiempo es fuera de lugar. ¿Verdad que Dios es un sueño privado de esperanza?". Nadie podía contestar, el instante de escapismo les pertenecía a todos.
Fidel seguía bailando con la conciencia expandida y el furor interno manifestado en unos movimientos hipnóticos, minimales y repetitivos que seguían hábilmente la secuencia sónico-ambiental impuesta por el chamán de las tornamesas. Javi, olvidándose del pasón de Miki por un momento, se puso a ligar con una chica japonesa que bailaba como poseída el insinuante fraseo de una cálida voz extranjera. Es un bootleg de Portishead, le dijo ella. Dáme tu número de fax I want a date with you, proponía Javi en acción. Claro, a fuck is a fuck, so what? Cuando volvió al sillón, Miki estaba tan pálido que sólo alcanzaba a decir un "me siento mal, me siento mal" hasta que se quedó dormido en medio de aquel bullicio. Javi en pleno bajón también se quedo dormido, sentado en aquel sillón, hasta que Fidel les echó agua en la cara y les dijo: "Órale, son las seis am. Ya nos vamos". Ni Miki ni Javi supieron como llegaron a su casa.
Suena el teléfono. Es Javi quien pregunta: Oye Fidel, ¿fuimos anoche a un rave o quién diablos paro mi reloj a las diez?
miércoles, 6 de diciembre de 2006
INSTANTANEAS DEL DESCONCIERTO no. 6
(Tales from the Generation TJ) publicada en Bitácoa el 27/02/95
I.
Cruce la calle. La luz verde del semáforo se mezclaba con el olor de la alcantarilla, el puesto de hot-dogs y el uniforme negro del Grupo Táctico descontrolándome sin saber porque; estoy más que ebrio, pasmado en una nube de juegos peligrosos. La voz de Gladys, "Hey Javi ¿qué haces?", provoca la vuelta momentánea a la realidad. La veo, sentada en una banca de madera en la calle Constitución, vestida de blanco y negro y me veo, con mis ojos de bujías, dándole un beso en la mejilla. Voy a..., le digo, no sé ¿tú que haces? que frío tengo, me voy a sentar.
Ella me mira con aquellos ojos repletos de curiosidad como pensando ¿qué le pasa a este? Es muy extraño, le comento, hace unos diez años vine por primera vez a esta..., me rió ¿sabes a qué? Queríamos autógrafos de David Haro, el que cantaba ¿cómo se llamaba la canción? No me acuerdo. Gladys inquiere de manera casual ¿no era ese el esposo de una conductora de tele bien fea? Oh no, le digo, ese es Álvaro Dávila y su esposa Paty Chapoy. Es tan estúpido que sepamos esas cosas Gladys pero ella no atiende, está escuchando la conversación telefónica de un maricón vestido completamente de rojo. "Te odio, Toña, te odio. Ve por tus cosas cuando yo no este, cabrona", dice el susodicho y cuelga furibundo el auricular, se da una media vuelta y vemos por fin su cara, trinando de coraje.
Ah, la vida de la otra gente es siempre más divertida que la propia o, al menos, eso parece. Unos cuantos minutos después pasa por ahí Gerapunk, amigazo de prepa y prototipo '89 del look pre-grunge; recuerdo que él me invito mi primera cerveza -una Coors- que nos tomamos afuera del Iguanas antes de entrar a un concierto. Las preguntas de rigor: ¿Cómo te ha ido? Bien. ¿Qué haces? Nada ¿Estás trabajando? No.
Esta última respuesta nos liga en la plática a Gerapunk, Gladys y a mí: ninguno trabaja y ninguno tiene la mínima intención de hacerlo. ¿Cómo le haces?, pregunta interesado Gerapunk y yo, le digo desvergonzadamente, I’m a profesional blagger. Nos enfrascamos en una discusión sobre lo que se necesita para ser uno de ellos: primero, les digo, no juntarse con gente de menos recursos económicos que uno;"Si", asienta Gladys con una sonrisa casi matutina; "pedir dinero prestado pero nunca prestar y conseguirse alguien con coche para eso de los rides", agrega Gerapunk. Claro, digo, tener buena apariencia personal, una que otra vez pagar algo (lo más barato), contar con amigos que te presten la ropa adecuada y no dar el mínimo indicio de tu ausencia de fondos.
La risa nos gana y atrae el interés de una señora regordeta en sus sixties, que me mira tratando de reconocerme. Desde la banca, jugando al payaso, alzó el brazo derecho y con los dedos le lanzo un peace & love. Ella lo toma como contraseña, se acerca a saludarnos presentándose como Gloria e interviene un poco en la conversación. Después me enteraría que es un big personaje en el submundo de la Zona Norte.
Empieza a llover, Gerapunk se marcha a su casa y yo camino con Gladys casi a la una y media de la madrugada por el callejón, contándole mi último desatino amoroso. ¿Gloria? se aleja risueña esperando otra ocasión para conocerme mejor.
I.
Cruce la calle. La luz verde del semáforo se mezclaba con el olor de la alcantarilla, el puesto de hot-dogs y el uniforme negro del Grupo Táctico descontrolándome sin saber porque; estoy más que ebrio, pasmado en una nube de juegos peligrosos. La voz de Gladys, "Hey Javi ¿qué haces?", provoca la vuelta momentánea a la realidad. La veo, sentada en una banca de madera en la calle Constitución, vestida de blanco y negro y me veo, con mis ojos de bujías, dándole un beso en la mejilla. Voy a..., le digo, no sé ¿tú que haces? que frío tengo, me voy a sentar.
Ella me mira con aquellos ojos repletos de curiosidad como pensando ¿qué le pasa a este? Es muy extraño, le comento, hace unos diez años vine por primera vez a esta..., me rió ¿sabes a qué? Queríamos autógrafos de David Haro, el que cantaba ¿cómo se llamaba la canción? No me acuerdo. Gladys inquiere de manera casual ¿no era ese el esposo de una conductora de tele bien fea? Oh no, le digo, ese es Álvaro Dávila y su esposa Paty Chapoy. Es tan estúpido que sepamos esas cosas Gladys pero ella no atiende, está escuchando la conversación telefónica de un maricón vestido completamente de rojo. "Te odio, Toña, te odio. Ve por tus cosas cuando yo no este, cabrona", dice el susodicho y cuelga furibundo el auricular, se da una media vuelta y vemos por fin su cara, trinando de coraje.
Ah, la vida de la otra gente es siempre más divertida que la propia o, al menos, eso parece. Unos cuantos minutos después pasa por ahí Gerapunk, amigazo de prepa y prototipo '89 del look pre-grunge; recuerdo que él me invito mi primera cerveza -una Coors- que nos tomamos afuera del Iguanas antes de entrar a un concierto. Las preguntas de rigor: ¿Cómo te ha ido? Bien. ¿Qué haces? Nada ¿Estás trabajando? No.
Esta última respuesta nos liga en la plática a Gerapunk, Gladys y a mí: ninguno trabaja y ninguno tiene la mínima intención de hacerlo. ¿Cómo le haces?, pregunta interesado Gerapunk y yo, le digo desvergonzadamente, I’m a profesional blagger. Nos enfrascamos en una discusión sobre lo que se necesita para ser uno de ellos: primero, les digo, no juntarse con gente de menos recursos económicos que uno;"Si", asienta Gladys con una sonrisa casi matutina; "pedir dinero prestado pero nunca prestar y conseguirse alguien con coche para eso de los rides", agrega Gerapunk. Claro, digo, tener buena apariencia personal, una que otra vez pagar algo (lo más barato), contar con amigos que te presten la ropa adecuada y no dar el mínimo indicio de tu ausencia de fondos.
La risa nos gana y atrae el interés de una señora regordeta en sus sixties, que me mira tratando de reconocerme. Desde la banca, jugando al payaso, alzó el brazo derecho y con los dedos le lanzo un peace & love. Ella lo toma como contraseña, se acerca a saludarnos presentándose como Gloria e interviene un poco en la conversación. Después me enteraría que es un big personaje en el submundo de la Zona Norte.
Empieza a llover, Gerapunk se marcha a su casa y yo camino con Gladys casi a la una y media de la madrugada por el callejón, contándole mi último desatino amoroso. ¿Gloria? se aleja risueña esperando otra ocasión para conocerme mejor.
martes, 5 de diciembre de 2006
INSTANTANEAS DEL DESCONCIERTO no. 5
¿qué sabes tú de la vida si nunca haz besado a un burro?
(publicada en Bitácora el 20/02/95)
Mayté es una incrédula, todo lo que digo le parece exagerado o una mentira virtual. Los fines de semana delirantes, cargados de sucesos inexplicables y gente weird le parecían invenciones del típico chico clase media, g-exer's para ser exacto, con mucha imaginación y poco seso en el cajón cerebral. Ay Mayté, le dije una noche por teléfono, ¿qué sabes tú de la vida si nunca haz besado a un burro? Ok!, lo admito, esa es una de las frases malditas que cualquiera de mis amigos evita que diga; realmente no sé porque si mal no recuerdo la leí en La Regla Rota, una revista chilanga entre el porno soft y la literatura pacheca, muy divertida.
Voy por ti y me explicas ese rollo, dijo y colgó el phone. Chin, yo ya había quedado de salir con Fidel & Co. a un werehouse rave en San Diego. Llamo a Fidel a su buzón de voz para escuchar el mensaje que dejo: "Agarrénse de Dios que el mundo se acaba, Cristo viene...". Qué mamón, pienso, otra vez grabó a ese radioevangelista que me cae tan mal. Espero el tono y digo: "Ya cambia de mensaje stupid, le cancelaron su pasaje a Cristo y siempre no viene. A'i me cuentas que tal el rave, salgo con...., bueno que te importa a ti con quien salga. ¿Vale? adiós".
Asunto solucionado, entre el baño, unos videos y una copita me dan la hora y cuando me asomo por la ventana, veo a una Mayte con cabellos húmedos y una sonrisa de oreja a oreja gritando mi nombre. Salgo de inmediato, primero pasamos a los tacos ("es que no he tragado nada", explica mientras se estaciona frente a un puesto callejero) y luego a la plaza.
I don't care, le digo sin saber a que me refiero, mientras bebo una sangría en el Huesitos, uno de los últimos refugios de la tribu alterna tijuanera. Garcon, combien vous dois-je?, empieza a decir Mayte y le tengo que recordar en donde estamos. Diablos, esa sangría es una mezcla killer o si no hay que preguntarle a esa chica regordeta que le confiesa a su amiga, flaquita ella, "ay, me siento bien pendeja" que se toma para andar en el mismo tren. Mayte habla y habla, me dice "Te cotizas caro" cuando le paga al mesero y agrega un "Tenez et gardez le reste".
Salimos del bar, recorremos la plaza buscando a alguien conocido y bueno, nos encontramos a El Greñas, un amigo nuestro rockero heavy aferrado como pocos, y decidimos entrar al Sótano. Uy, comento, hace un año que no venía desde que Fidel y yo hicimos un pisa y corre. Los Cranberries son coreados en todas las mesas, todos padecemos del mismo mal "in your head". No me siento a gusto ahí y salimos a buscar otro sitio, a las dos de la mañana parece que nuestra única opción es ese lugar a donde dije que nunca más volvería a entrar, ya saben una pelea con los changos que tienen como seguridad.
Entro como bólido al baño. Hola Javier ¿qué onda contigo, sigues igual?. Por Dios, por eso odio este lugar. Esquivo cuerpos y caras hasta llegar a la barra, en donde está Mayte y El Greñas pidiendo unas caguas. Me sirvo y escucho sorprendido a Love and Rockets, una chica al lado pregunta estúpidamente ¿te gustan?. No, mis favoritos son Willie Nelson, Grace Jones, Parchís y los Beach Boys, Idon'tcarecomotellamas. A El Greñas le ofrecen cristal pero creo que un mesero escucha la proposición porque se fue tras el dealer y entre medio de toda la gente veo como un par de policías ponen al chico contra la pared y lo empiezan a registrar bien canijo. Mayté me presenta a una amiga suya, bonitilla y de lentes, diciéndome que sabe que ella y yo nos vamos a llevar muy bien y yo, en plan mamón, le pregunto a la chica: "Eres chismosa" y ella contesta que si, "te gusta criticar a la gente" y un sí, "eres mentirosa" y otro sí. Ah, creo que sí nos vamos a llevar muy bien, adoro a la gente superficial.
A lo lejos diviso a Cosme, el de Café Tacuba y lo saludo con la mano en alto; viene con otros dos Tacubos, un amigo mío y con el dueño del changarro. Llega y ya borracho, yo no él, le digo que el disco nuevo me gusto mogollón y etece y etece mientras firma autógrafos. Un chico insiste en entrevistarlo para el Zeta. Lo veo y le digo "Tú no trabajas ahí"; para colmo, unos mega trolos que iban conmigo en la prepa se acercan y me saludan efusivamente pensando que vengo con los Tacubos. Ay Dios, esa gente es de pena ajena, estaba pensando decirle a Mayté cuando la veo pidiendo autógrafos. ¡Qué grupi!, le digo y voy otra cerveza.
Cosme estaba cante y cante esa de "I like to moving, moving" así que cuando me entero que quieren ir a la Baby Rock de nuevo, me ofrezco a llevarlos. ¿Tienes nave?, pregunta Cosme y en ese momento me acorde que era chilango, él no yo. Y allá vamos, Mayte, su amiga, Cosme, dos secres suyos y yo; Cosme dice que a la mejor no puede meter a todos cuando yo le digo que no tengo la intención de pagar por entrar a esa cosa. Tocamos una de las puertas laterales y esperamos un momento a que nos abran. Cuando lo hacen, Cosme dice: "Ellos dos vienen conmigo y él también" y yo agregó, "y ellas vienen conmigo" jalando a Mayte y a su amiga. Bien, ya estamos adentro pero ¿ dónde está la gente? Uta, pero si son las cuatro AM ya. Otra vez al baño, salimos para llevarlos al hotel pero no se salvaron que Mayté empezará con su ronda de preguntas tontas: ¿Quién te pinta el pelo? Mi novia. ¿Con qué te lo pinta? No recuerdo la marca. ¿Tus faldas son plisadas o lisas?
Yo no aguanto la risa y cuando se bajan le digo a Mayte, "Quelle honte! vous aves mal agi" y ella con sus cabellos secos y una sonrisa de oreja a oreja grita en un estacionamiento de Pueblo Amigo su tradicional "Pas de quoi, my friend", enciende el motor del auto y enfila hacia el highway. Otro viernes queda atrás.
(publicada en Bitácora el 20/02/95)
Mayté es una incrédula, todo lo que digo le parece exagerado o una mentira virtual. Los fines de semana delirantes, cargados de sucesos inexplicables y gente weird le parecían invenciones del típico chico clase media, g-exer's para ser exacto, con mucha imaginación y poco seso en el cajón cerebral. Ay Mayté, le dije una noche por teléfono, ¿qué sabes tú de la vida si nunca haz besado a un burro? Ok!, lo admito, esa es una de las frases malditas que cualquiera de mis amigos evita que diga; realmente no sé porque si mal no recuerdo la leí en La Regla Rota, una revista chilanga entre el porno soft y la literatura pacheca, muy divertida.
Voy por ti y me explicas ese rollo, dijo y colgó el phone. Chin, yo ya había quedado de salir con Fidel & Co. a un werehouse rave en San Diego. Llamo a Fidel a su buzón de voz para escuchar el mensaje que dejo: "Agarrénse de Dios que el mundo se acaba, Cristo viene...". Qué mamón, pienso, otra vez grabó a ese radioevangelista que me cae tan mal. Espero el tono y digo: "Ya cambia de mensaje stupid, le cancelaron su pasaje a Cristo y siempre no viene. A'i me cuentas que tal el rave, salgo con...., bueno que te importa a ti con quien salga. ¿Vale? adiós".
Asunto solucionado, entre el baño, unos videos y una copita me dan la hora y cuando me asomo por la ventana, veo a una Mayte con cabellos húmedos y una sonrisa de oreja a oreja gritando mi nombre. Salgo de inmediato, primero pasamos a los tacos ("es que no he tragado nada", explica mientras se estaciona frente a un puesto callejero) y luego a la plaza.
I don't care, le digo sin saber a que me refiero, mientras bebo una sangría en el Huesitos, uno de los últimos refugios de la tribu alterna tijuanera. Garcon, combien vous dois-je?, empieza a decir Mayte y le tengo que recordar en donde estamos. Diablos, esa sangría es una mezcla killer o si no hay que preguntarle a esa chica regordeta que le confiesa a su amiga, flaquita ella, "ay, me siento bien pendeja" que se toma para andar en el mismo tren. Mayte habla y habla, me dice "Te cotizas caro" cuando le paga al mesero y agrega un "Tenez et gardez le reste".
Salimos del bar, recorremos la plaza buscando a alguien conocido y bueno, nos encontramos a El Greñas, un amigo nuestro rockero heavy aferrado como pocos, y decidimos entrar al Sótano. Uy, comento, hace un año que no venía desde que Fidel y yo hicimos un pisa y corre. Los Cranberries son coreados en todas las mesas, todos padecemos del mismo mal "in your head". No me siento a gusto ahí y salimos a buscar otro sitio, a las dos de la mañana parece que nuestra única opción es ese lugar a donde dije que nunca más volvería a entrar, ya saben una pelea con los changos que tienen como seguridad.
Entro como bólido al baño. Hola Javier ¿qué onda contigo, sigues igual?. Por Dios, por eso odio este lugar. Esquivo cuerpos y caras hasta llegar a la barra, en donde está Mayte y El Greñas pidiendo unas caguas. Me sirvo y escucho sorprendido a Love and Rockets, una chica al lado pregunta estúpidamente ¿te gustan?. No, mis favoritos son Willie Nelson, Grace Jones, Parchís y los Beach Boys, Idon'tcarecomotellamas. A El Greñas le ofrecen cristal pero creo que un mesero escucha la proposición porque se fue tras el dealer y entre medio de toda la gente veo como un par de policías ponen al chico contra la pared y lo empiezan a registrar bien canijo. Mayté me presenta a una amiga suya, bonitilla y de lentes, diciéndome que sabe que ella y yo nos vamos a llevar muy bien y yo, en plan mamón, le pregunto a la chica: "Eres chismosa" y ella contesta que si, "te gusta criticar a la gente" y un sí, "eres mentirosa" y otro sí. Ah, creo que sí nos vamos a llevar muy bien, adoro a la gente superficial.
A lo lejos diviso a Cosme, el de Café Tacuba y lo saludo con la mano en alto; viene con otros dos Tacubos, un amigo mío y con el dueño del changarro. Llega y ya borracho, yo no él, le digo que el disco nuevo me gusto mogollón y etece y etece mientras firma autógrafos. Un chico insiste en entrevistarlo para el Zeta. Lo veo y le digo "Tú no trabajas ahí"; para colmo, unos mega trolos que iban conmigo en la prepa se acercan y me saludan efusivamente pensando que vengo con los Tacubos. Ay Dios, esa gente es de pena ajena, estaba pensando decirle a Mayté cuando la veo pidiendo autógrafos. ¡Qué grupi!, le digo y voy otra cerveza.
Cosme estaba cante y cante esa de "I like to moving, moving" así que cuando me entero que quieren ir a la Baby Rock de nuevo, me ofrezco a llevarlos. ¿Tienes nave?, pregunta Cosme y en ese momento me acorde que era chilango, él no yo. Y allá vamos, Mayte, su amiga, Cosme, dos secres suyos y yo; Cosme dice que a la mejor no puede meter a todos cuando yo le digo que no tengo la intención de pagar por entrar a esa cosa. Tocamos una de las puertas laterales y esperamos un momento a que nos abran. Cuando lo hacen, Cosme dice: "Ellos dos vienen conmigo y él también" y yo agregó, "y ellas vienen conmigo" jalando a Mayte y a su amiga. Bien, ya estamos adentro pero ¿ dónde está la gente? Uta, pero si son las cuatro AM ya. Otra vez al baño, salimos para llevarlos al hotel pero no se salvaron que Mayté empezará con su ronda de preguntas tontas: ¿Quién te pinta el pelo? Mi novia. ¿Con qué te lo pinta? No recuerdo la marca. ¿Tus faldas son plisadas o lisas?
Yo no aguanto la risa y cuando se bajan le digo a Mayte, "Quelle honte! vous aves mal agi" y ella con sus cabellos secos y una sonrisa de oreja a oreja grita en un estacionamiento de Pueblo Amigo su tradicional "Pas de quoi, my friend", enciende el motor del auto y enfila hacia el highway. Otro viernes queda atrás.
lunes, 4 de diciembre de 2006
INSTANTANEAS DEL DESCONCIERTO no.4
(tales from the Generation TJ) publicada en Bitácora el 06/02/95
¿Cómo puedes sobrevivir detrás de esas gafas negras?, me pregunta Javi, economista bilingüe sin trabajo y uno de mis mejores amigos, mientras caminamos por el centro de la ciudad en una búsqueda inútil por el último ejemplar de Fangoria en español. Despreocupadamente suelto un "Junto botes de aluminio y los vendo" al detenernos en el puesto que está a la salida del ex Palacio Municipal en donde observo las portadas de otras revistas (Insólito, Eres, Proceso, Conecte). Ninguna me interesa lo suficiente para comprarla así que le digo: "Por qué no vamos a las donas que están en la acera de enfrente para discutir con café y pan, ese y otros asuntos".
TODOS TIENEN MIEDO CUANDO LLEGA ESTE MOMENTO
Acepta. Lo conozco desde hace más de siete años y es la primera vez que lo veo tan abatido. No es la típica "depre" tipo revista juvenil que habitualmente carga para epatar a Suzi, su novia o a las bestias que tiene como padres. No sabe como empezar, da vueltas al problema hasta que yo menciono la palabra depresión. "Si, asienta, hablemos de depresión" y deja caer como torrente frases sentidas a las que la emoción les gana en coherencia: "Siento que mi vida es una bolsa sin fondo que nunca se llena. Trate de hacerlo con trabajo, amigos, vino, novia, sexo, religión, fiestas y nada. De verdad, traté y ahora me doy cuenta que sigue vacía como al inicio o peor. ¿En dónde están mis sueños? Creo que los perdí en una noche full de alcohol o en el fracaso de una carrera chatarra, en esa oficina llena de estúpidos complacientes o en la búsqueda frenética por mi salvación eterna, en una pasión que no me lleva a ningún lado o en esos lamentos convertidos en obsesiones, Tantos amigos y nadie tiene tiempo para escucharme. ¿Mi familia?, por Dios, para ellos sería mejor que estuviera lejos. No sé, Suzi siempre con la pretensión de ser lo que no es, me arrastra en su juego de poses e imagen. Cómo odio mi vida."
-Oye Javi, estas donas están re'malas... No me escucha, sigue con su rollo: "Quizá sea mejor así; pasar de todo, tomar un valium y luego otro y otro. Caer dormido y no levantarme más, que la mañana me sorprenda inmóvil, frío y ya lejano..." Lo interrumpó con un "Claro, pero me dejas tus compactos y ese libro de Manuel Maples que tanto me gusta". Le doy un sorbo al café y luego pienso "Uta, ya ni chingo" pero como ya la regué le digo que no comente con nadie que se quiere suicidar porque perderá el elemento sorpresa y todos dirán "Ay, que trsite. Siempre sí lo hizo" y que es mejor que digan "¿Cómo? no lo creo". Es más glamoroso ¿no?,
NO PUEDES VOLVER ATRAS, ERES EL HEROE DE LA HISTORIA
Para animarlo me pongo a cantar "Problems" en el más puro estilo sex pistoliano: Fuck you all my problems. Problem, got a problem. The problem is you, what you gonna do? El señor de la mesa de al lado, receloso me enseña los dientes. Yo, en plan superstar, me quito los lentes para decirle "Hola, buenas noches". Me hago el chistoso un rato más pero luego le hablo a Javi en serio. Le comento que Oscar Wilde (el Morrisey del siglo pasado) denominaba "enamorados de la melancolía" a sujetos como él y que, bueno, también yo paso por un momento similar y que lo mismo le sucede a Ana, Miki, Fidel y demás. A todos nos ocurre a esta edad, un maestro la llamaba crisis en contra de la madurez y nos recomendaba ver "Dinner" con Mickey Rourke. Es muy duro enfrentarse a la vida cuando no se tienen ya ganas de hacerlo ni se tiene algo por que hacerlo pero la cosa es no dejarse vencer.
-No te preocupes tanto y cómete tu dona ya ves, le digo, lo que sufrió Reni, la afligida protagonista de la novela de moda: tuvo todo, lo perdió todo y está volviendo a empezar. Si ella pud,o ¿por qué tú no?
¿Cómo puedes sobrevivir detrás de esas gafas negras?, me pregunta Javi, economista bilingüe sin trabajo y uno de mis mejores amigos, mientras caminamos por el centro de la ciudad en una búsqueda inútil por el último ejemplar de Fangoria en español. Despreocupadamente suelto un "Junto botes de aluminio y los vendo" al detenernos en el puesto que está a la salida del ex Palacio Municipal en donde observo las portadas de otras revistas (Insólito, Eres, Proceso, Conecte). Ninguna me interesa lo suficiente para comprarla así que le digo: "Por qué no vamos a las donas que están en la acera de enfrente para discutir con café y pan, ese y otros asuntos".
TODOS TIENEN MIEDO CUANDO LLEGA ESTE MOMENTO
Acepta. Lo conozco desde hace más de siete años y es la primera vez que lo veo tan abatido. No es la típica "depre" tipo revista juvenil que habitualmente carga para epatar a Suzi, su novia o a las bestias que tiene como padres. No sabe como empezar, da vueltas al problema hasta que yo menciono la palabra depresión. "Si, asienta, hablemos de depresión" y deja caer como torrente frases sentidas a las que la emoción les gana en coherencia: "Siento que mi vida es una bolsa sin fondo que nunca se llena. Trate de hacerlo con trabajo, amigos, vino, novia, sexo, religión, fiestas y nada. De verdad, traté y ahora me doy cuenta que sigue vacía como al inicio o peor. ¿En dónde están mis sueños? Creo que los perdí en una noche full de alcohol o en el fracaso de una carrera chatarra, en esa oficina llena de estúpidos complacientes o en la búsqueda frenética por mi salvación eterna, en una pasión que no me lleva a ningún lado o en esos lamentos convertidos en obsesiones, Tantos amigos y nadie tiene tiempo para escucharme. ¿Mi familia?, por Dios, para ellos sería mejor que estuviera lejos. No sé, Suzi siempre con la pretensión de ser lo que no es, me arrastra en su juego de poses e imagen. Cómo odio mi vida."
-Oye Javi, estas donas están re'malas... No me escucha, sigue con su rollo: "Quizá sea mejor así; pasar de todo, tomar un valium y luego otro y otro. Caer dormido y no levantarme más, que la mañana me sorprenda inmóvil, frío y ya lejano..." Lo interrumpó con un "Claro, pero me dejas tus compactos y ese libro de Manuel Maples que tanto me gusta". Le doy un sorbo al café y luego pienso "Uta, ya ni chingo" pero como ya la regué le digo que no comente con nadie que se quiere suicidar porque perderá el elemento sorpresa y todos dirán "Ay, que trsite. Siempre sí lo hizo" y que es mejor que digan "¿Cómo? no lo creo". Es más glamoroso ¿no?,
NO PUEDES VOLVER ATRAS, ERES EL HEROE DE LA HISTORIA
Para animarlo me pongo a cantar "Problems" en el más puro estilo sex pistoliano: Fuck you all my problems. Problem, got a problem. The problem is you, what you gonna do? El señor de la mesa de al lado, receloso me enseña los dientes. Yo, en plan superstar, me quito los lentes para decirle "Hola, buenas noches". Me hago el chistoso un rato más pero luego le hablo a Javi en serio. Le comento que Oscar Wilde (el Morrisey del siglo pasado) denominaba "enamorados de la melancolía" a sujetos como él y que, bueno, también yo paso por un momento similar y que lo mismo le sucede a Ana, Miki, Fidel y demás. A todos nos ocurre a esta edad, un maestro la llamaba crisis en contra de la madurez y nos recomendaba ver "Dinner" con Mickey Rourke. Es muy duro enfrentarse a la vida cuando no se tienen ya ganas de hacerlo ni se tiene algo por que hacerlo pero la cosa es no dejarse vencer.
-No te preocupes tanto y cómete tu dona ya ves, le digo, lo que sufrió Reni, la afligida protagonista de la novela de moda: tuvo todo, lo perdió todo y está volviendo a empezar. Si ella pud,o ¿por qué tú no?
domingo, 3 de diciembre de 2006
INSTANTANEAS DEL DESCONCIERTO no. 3
La city se droga publicada en Bitácora el 30/01/95
Unos años atrás, el conocido dibujante tapatío Jis (¿o fue Trino?) causo furor en el círculo posmo local declarando en la sala de lecturas del Cecut aquello de que no recomendaría a nadie el uso de drogas pero si alguno decidía hacerlo, sólo aconsejaba "Prudencia y adelante". El comentario salió a colación cuando Carmen -una chica universitaria con la que me encuentro ocasionalmente en alguna expo fotográfica o lectura- me dijo: "Es tan estúpido, es una moda" cuando le señale por la ventana del restaurante a un grupo de chicos, drogatas inexpertos tambaleándose en Prozac. Le dio un sorbo a su café para después recitar irónica "Uy sí, no que the groove is in the heart".
Le comento que hay quien afirma que esta generación es el fracaso de cualquier campaña antidroga, que gracias a nuestra cercanía con San Diego el consumo entre los jóvenes tijuaneros se ha disparado a cifras alarmantes y que para muchos de ellos es como una constancia o la prueba irrebatible de que tal alternativos o modernos son. Se ve en la calle, es el espíritu de los tiempos manifestándose en chicos y chicas que pasan de todo; nuevos nihilistas que se adscriben a una particular fiesta hedonista en tiempo de crisis. La lista de invitados es larga: por un lado están los pachecos (partidarios de la mariguana y anfetas de diverso calibre), los groovies (afectos a cosas como Ecstasy, LSD, Cloud 9 o Soma), los pericos (favorecedores de la cocaína o cristal) y los pirados (enganchados en la heroína, crack y tal). Es como un circo en el que caben los payasos pendencieros o risueños, malabaristas de las apariencias, curiosos en búsqueda incesante de emociones, domadores de la bestia interior, el glamour decadente y el olor tan característico de la mierda. No, esto no es alternativo.
Pero el asunto es serio, el usuario no es únicamente ese joven de barrio que vemos en la tele diciendo que lo hace para "sentirse machín" o para que lo aceptaran sus cuates; el estereotipo sirve de burla en fiestas y se ha recreado sarcásticamente en videopelículas y ahora, cuando alguien tiene un comportamiento extraño ya no se pregunta ¿qué tienes? sino ¿qué drogas usas? y se advierte: "Las drogas destruyen pero también instruyen. Cuídate, tu vales mucho y mereces respeto". Desafortunamente, el aspirante a machín del barrio nunca ha hecho el viaje solo, lo han acompañado siempre desde la joven maquiladora hasta el corredor de bolsa pasando por las diversas tribus urbanas (ricas y pobres, religiosas y ateas, educadas y analfabetas, etc. y etc. La droga, pues, se ha convertido en la interfase entre el ambiente y el momento y bueno, tal parece que nadie tiene la intención de permanecer al margen.
"Y es que si Bill Clinton, de joven, fumo "hierba" y filósofos destacados como Fernando Savater proponen la legalización de la droga, yo no entiendo porque no se le da a la gente el poder de decidir si hacerlo o no", nos interrumpe su amiga Alicia, que continua eufórica: "ya no se busca en el trip descubrir la trascendencia de la vida como aspiraban los hippies y demás acólitos de la drug culture ni tampoco el aburrido escapismo de los suicidas de closet y demás crías existencialistas. Para nosotros, me incluyo, esto toma la forma de un largo camino de sueños interminables y el desvergonzado refrán de: aquí estamos, diviértenos".
Termina y yo creo que ha de esperar que le aplaudamos por su speech pero mejor retomo su comentario para indicarles a las dos que ya se puede hablar de un "drogadicto social" como aquel que consume equis sustancia en una determinada situación (fiesta, concierto, baile, etc.) pero que no tiene el hábito ni la necesidad apremiante de volver a hacerlo y que, por otra parte, no presenta los síntomas característicos de la adicción por lo que no le da mucha importancia al asunto. Vamos, no le quita el sueño ni le ocasiona remordimientos.
Carmen insiste: "Tienes que escribir algo al respecto, da la voz de alarma o el grito de ayuda", le digo que si pero que me diga cual es su conclusión y bueno, se tarda en ello unos cuantos minutos. Al momento de despedirnos me entrega una hoja de papel que tenía escrito lo siguiente: "Tijuana no se da cuenta que pierde a su juventud narcotizada en constantes subidas y bajadas, sedada y temerosa; he ahí el resultado de la crisis de valores que padecemos, de la pésima educación que recibimos, de la falta de esperanza en el futuro, de la desconfianza en todo, de la glorificación en los medios de la lujosa vida de los narcos (ah! pero querían ratings y tiraje)". No te traumes Carmen, let it be.
Unos años atrás, el conocido dibujante tapatío Jis (¿o fue Trino?) causo furor en el círculo posmo local declarando en la sala de lecturas del Cecut aquello de que no recomendaría a nadie el uso de drogas pero si alguno decidía hacerlo, sólo aconsejaba "Prudencia y adelante". El comentario salió a colación cuando Carmen -una chica universitaria con la que me encuentro ocasionalmente en alguna expo fotográfica o lectura- me dijo: "Es tan estúpido, es una moda" cuando le señale por la ventana del restaurante a un grupo de chicos, drogatas inexpertos tambaleándose en Prozac. Le dio un sorbo a su café para después recitar irónica "Uy sí, no que the groove is in the heart".
Le comento que hay quien afirma que esta generación es el fracaso de cualquier campaña antidroga, que gracias a nuestra cercanía con San Diego el consumo entre los jóvenes tijuaneros se ha disparado a cifras alarmantes y que para muchos de ellos es como una constancia o la prueba irrebatible de que tal alternativos o modernos son. Se ve en la calle, es el espíritu de los tiempos manifestándose en chicos y chicas que pasan de todo; nuevos nihilistas que se adscriben a una particular fiesta hedonista en tiempo de crisis. La lista de invitados es larga: por un lado están los pachecos (partidarios de la mariguana y anfetas de diverso calibre), los groovies (afectos a cosas como Ecstasy, LSD, Cloud 9 o Soma), los pericos (favorecedores de la cocaína o cristal) y los pirados (enganchados en la heroína, crack y tal). Es como un circo en el que caben los payasos pendencieros o risueños, malabaristas de las apariencias, curiosos en búsqueda incesante de emociones, domadores de la bestia interior, el glamour decadente y el olor tan característico de la mierda. No, esto no es alternativo.
Pero el asunto es serio, el usuario no es únicamente ese joven de barrio que vemos en la tele diciendo que lo hace para "sentirse machín" o para que lo aceptaran sus cuates; el estereotipo sirve de burla en fiestas y se ha recreado sarcásticamente en videopelículas y ahora, cuando alguien tiene un comportamiento extraño ya no se pregunta ¿qué tienes? sino ¿qué drogas usas? y se advierte: "Las drogas destruyen pero también instruyen. Cuídate, tu vales mucho y mereces respeto". Desafortunamente, el aspirante a machín del barrio nunca ha hecho el viaje solo, lo han acompañado siempre desde la joven maquiladora hasta el corredor de bolsa pasando por las diversas tribus urbanas (ricas y pobres, religiosas y ateas, educadas y analfabetas, etc. y etc. La droga, pues, se ha convertido en la interfase entre el ambiente y el momento y bueno, tal parece que nadie tiene la intención de permanecer al margen.
"Y es que si Bill Clinton, de joven, fumo "hierba" y filósofos destacados como Fernando Savater proponen la legalización de la droga, yo no entiendo porque no se le da a la gente el poder de decidir si hacerlo o no", nos interrumpe su amiga Alicia, que continua eufórica: "ya no se busca en el trip descubrir la trascendencia de la vida como aspiraban los hippies y demás acólitos de la drug culture ni tampoco el aburrido escapismo de los suicidas de closet y demás crías existencialistas. Para nosotros, me incluyo, esto toma la forma de un largo camino de sueños interminables y el desvergonzado refrán de: aquí estamos, diviértenos".
Termina y yo creo que ha de esperar que le aplaudamos por su speech pero mejor retomo su comentario para indicarles a las dos que ya se puede hablar de un "drogadicto social" como aquel que consume equis sustancia en una determinada situación (fiesta, concierto, baile, etc.) pero que no tiene el hábito ni la necesidad apremiante de volver a hacerlo y que, por otra parte, no presenta los síntomas característicos de la adicción por lo que no le da mucha importancia al asunto. Vamos, no le quita el sueño ni le ocasiona remordimientos.
Carmen insiste: "Tienes que escribir algo al respecto, da la voz de alarma o el grito de ayuda", le digo que si pero que me diga cual es su conclusión y bueno, se tarda en ello unos cuantos minutos. Al momento de despedirnos me entrega una hoja de papel que tenía escrito lo siguiente: "Tijuana no se da cuenta que pierde a su juventud narcotizada en constantes subidas y bajadas, sedada y temerosa; he ahí el resultado de la crisis de valores que padecemos, de la pésima educación que recibimos, de la falta de esperanza en el futuro, de la desconfianza en todo, de la glorificación en los medios de la lujosa vida de los narcos (ah! pero querían ratings y tiraje)". No te traumes Carmen, let it be.
sábado, 2 de diciembre de 2006
INSTANTANEAS DEL DESCONCIERTO no. 2
(tales from the Generation TJ) publicada en Bitácora el 23/01/95
¿Crisis? ¿Cuál crisis? - le digo a Cynthia, cuando veo que paga la ronda de cervezas con un micro billete de cincuenta nuevos pesos. Ella sólo atina a decir un ¿verdad que sí? al ver a otros tantos hacer lo mismo. Eso sí, en el Huesitos nadie paga en dólar, no conviene y además esos se guardan para ir a turistear el downtown sandieguino un viernes o sábado al mes. A todos nos ha afectado la devaluación pero ninguno de nosotros escapa del vértigo actual y así, en loca carrera nos lanzamos a los cines, los restaurantes, los bares y terrazas tijuaneras con el fin de esquivar la sombría realidad. Si en los viejos todo es cautela, en los jóvenes la consigna actual parece ser la de "Diviértete ahora, tal vez mañana no puedas (o ya no te alcance ni el dinero ni el tiempo para hacerlo)".
Cosa rara, todo mundo opina al respecto: Roger muestra una carta, que esta por mandar a Proceso, en la que reflexiona sobre la situación sociopolítica en México, sus causas y las posibles soluciones; yo no la leo, siempre he dicho que esas cuestiones me aburren. Cathy dice que Salinas, nuestro ex-presi, nos hizo creer con su liberalismo económico que nos iríamos derecho al primer mundo y yo replico con un ¡pues vaya primer mundo que nos heredó! Hay quien ríe pero Ana, la seriedad hecha persona, aclara que no es cosa de chiste y me explica que, de un día para otro, vio su liquidez afectada en un cuarenta por ciento y acota con un dejo de tristeza: "Ganó bien pero en pesos; todo subió y yo estoy tan acostumbrada a ir al otro lado". Ya no me rió e intento seguir escuchándola pero la música es demasiado fuerte para lograr capturar su voz convertida ahora en murmullo: "Es la primera vez que veo a la gente con la que convivo tan temerosa y desprotegida....".
Alguien me ofrece unos M&M y al momento de agradecer el gesto, pierdo totalmente el hilo de la conversación. No importa, platico de comics con el Monkey, un experto en esos asuntos, que me informa que mis ejemplares de Diabólico y de Los Cuatro Fantásticos no se cotizan bien entre los coleccionistas excepto el primer número de El Hombre Araña que conservo intacto, por el que me darían unos cuarenta dólares. Termino hablando de mi última ida a la nieve (no, no sé esquiar pero unos amigos me comentaron que habían visto ahí a los Beastie Boys y pues...) y de las películas de Pili y Mili (¿se acuerdan de ellas? las transmitía el canal 12 en su Cine Juvenil); y bueno, ya me había olvidado de la crisis cuando, camino al baño, escucho a un trolo decirle a su tribu wannabe: "Ni modo, como está la situación este año nos hacemos todos narcos".
revisión: El Bar Huesitos no duró mucho (luego estuvo La Caja, un bar de reggae. Ahora es un Chez club). Cynthia emigró al sur del país y cuando regresa a TJ la encuentra cada vez más extraña; Roger trabajo un tiempo de guardia de seguridad y lo último que supe es que se caso; no sé que ha sido de Cathy ni me importa gran cosa; Ana vive en USA, ganando y gastando en dólares. El Monkey murió de una sobredosis de heroína.
¿Crisis? ¿Cuál crisis? - le digo a Cynthia, cuando veo que paga la ronda de cervezas con un micro billete de cincuenta nuevos pesos. Ella sólo atina a decir un ¿verdad que sí? al ver a otros tantos hacer lo mismo. Eso sí, en el Huesitos nadie paga en dólar, no conviene y además esos se guardan para ir a turistear el downtown sandieguino un viernes o sábado al mes. A todos nos ha afectado la devaluación pero ninguno de nosotros escapa del vértigo actual y así, en loca carrera nos lanzamos a los cines, los restaurantes, los bares y terrazas tijuaneras con el fin de esquivar la sombría realidad. Si en los viejos todo es cautela, en los jóvenes la consigna actual parece ser la de "Diviértete ahora, tal vez mañana no puedas (o ya no te alcance ni el dinero ni el tiempo para hacerlo)".
Cosa rara, todo mundo opina al respecto: Roger muestra una carta, que esta por mandar a Proceso, en la que reflexiona sobre la situación sociopolítica en México, sus causas y las posibles soluciones; yo no la leo, siempre he dicho que esas cuestiones me aburren. Cathy dice que Salinas, nuestro ex-presi, nos hizo creer con su liberalismo económico que nos iríamos derecho al primer mundo y yo replico con un ¡pues vaya primer mundo que nos heredó! Hay quien ríe pero Ana, la seriedad hecha persona, aclara que no es cosa de chiste y me explica que, de un día para otro, vio su liquidez afectada en un cuarenta por ciento y acota con un dejo de tristeza: "Ganó bien pero en pesos; todo subió y yo estoy tan acostumbrada a ir al otro lado". Ya no me rió e intento seguir escuchándola pero la música es demasiado fuerte para lograr capturar su voz convertida ahora en murmullo: "Es la primera vez que veo a la gente con la que convivo tan temerosa y desprotegida....".
Alguien me ofrece unos M&M y al momento de agradecer el gesto, pierdo totalmente el hilo de la conversación. No importa, platico de comics con el Monkey, un experto en esos asuntos, que me informa que mis ejemplares de Diabólico y de Los Cuatro Fantásticos no se cotizan bien entre los coleccionistas excepto el primer número de El Hombre Araña que conservo intacto, por el que me darían unos cuarenta dólares. Termino hablando de mi última ida a la nieve (no, no sé esquiar pero unos amigos me comentaron que habían visto ahí a los Beastie Boys y pues...) y de las películas de Pili y Mili (¿se acuerdan de ellas? las transmitía el canal 12 en su Cine Juvenil); y bueno, ya me había olvidado de la crisis cuando, camino al baño, escucho a un trolo decirle a su tribu wannabe: "Ni modo, como está la situación este año nos hacemos todos narcos".
revisión: El Bar Huesitos no duró mucho (luego estuvo La Caja, un bar de reggae. Ahora es un Chez club). Cynthia emigró al sur del país y cuando regresa a TJ la encuentra cada vez más extraña; Roger trabajo un tiempo de guardia de seguridad y lo último que supe es que se caso; no sé que ha sido de Cathy ni me importa gran cosa; Ana vive en USA, ganando y gastando en dólares. El Monkey murió de una sobredosis de heroína.
viernes, 1 de diciembre de 2006
instantáneas del desconcierto no. 01
GENERATION TJ (publicada en Bitácora el 16/01/95)
Tijuana huele a espíritu post-adolescente en plena ebullición: en cualquier sitio se palpa una euforia finisecular que trasciende cualquier intento de análisis. De veras, yo no lo entiendo ¿por qué los lugares de esparcimiento están repletos si estamos viviendo una de nuestras peores crisis económicas? Entre tanto, ocupamos una mesa en el bar de moda desde la que podemos ver a la gente moviéndose espasmódicamente bajo el influjo especulativo del miedo, sin saber si quedarse en un sitio, tomar algo, saludar a los amigos o seguir una ruta indefinida con efecto de pinball.
Mario bebe agua mineral mientras voy a la barra por mi tercera Modelo. Cuando regreso a la mesa, vemos entrar a un grupo de chicas en plan desmadre; por sus gritos nos enteramos que vienen del concierto de una banda hardcore. Una de ellas lleva el pelo rojo eléctrico, que hace una semana era rubio oxigenado; con un desparpajo increíble llega a nuestra mesa, esboza una sonrisa borracha y no pide, exige un cigarrillo. A mí me dan ganas de decirle "fuck you" pero Mario, más educado que yo, le extiende el Marlboro y la chica se marcha tan campante como llego sin decir un "gracias".
Suena por las bocinas aquello de "...en la estética llevamos nuestra etiqueta Buru Garbiketa" pero claro, la voz en vasco dificulta que este personal se entere de que va el rollo que pregona Negu Gorriak. Intentamos seguir nuestra charla sobre los artículos del nuevo Topodrilo (realidad virtual, la apertura democrática en nuestro país, el lenguaje marginal) cuando llega otra drunkie a montar una escena peor. La observo en lo que cuenta su historia: veinteañera, obrera en una maquiladora y punk de findesemana; está pasando por su tercera resaca del día e insiste en que el besar a otra persona no significa compromiso alguno mientras que, ladinamente, se toma mi cerveza. "Un trago, chiquito" me dice confianzudamente, le miro los dientes amarillos y despectivamente digo "Tómatela, es tuya"; ella no se hace de rogar, le da otro trago para continuar con su letanía de incoherencias pero yo no estoy de humor para aguantar idiotas, con un "we're leaving" nos despedimos.
Ni siquiera estaba buena la estúpida- le digo a Mario, para después preguntarle si vamos por un café y él, riéndose, me comenta que hace un par de semanas invito a unos amigos al café de la Plaza y le dijeron "¿qué? ese lugar es de maricones". Oh sí, Rubencito y su clica homofóbica.
En el camino nos encontramos a Pepe y a un amigo suyo, que no sé de donde salió, pero que nos invitó a los tacos. Al notar que nos sorprende la cantidad de tacos que se come, el tipo aclara "Cuando tomo esa fregadera me da un hambre bien cabrona".
Pedimos nuestros tacos y estaba atorándoles el diente cuando volteó y veo a un perico mordiéndole el hombro al amigo de Pepe. Le digo "Oye, tienes un perico..". pero no me deja terminar y dice "Ya me lo eche". Los tres se ríen y yo, un poco confundido, insisto: "Tienes un perico en el hombro". En ese instante, lo veo voltear lentamente la cabeza, ver al dichoso pájaro tan cerca de su cara y pegar un grito; con la mano izquierda embarrada de guacamole, golpea al perico que se revuelca como loquito en el piso. La dueña del animal se nos queda viendo muy feo; para nuestra suerte, él paga lo de todos.
Aprovechando sus palancas, entramos a otro bar, lleno a reventar, sin hacer cola, bebo una Tecate y escucho por enésima vez el "in your head, in your head.". La noche -como la crisis- todavía no termina.
Tijuana huele a espíritu post-adolescente en plena ebullición: en cualquier sitio se palpa una euforia finisecular que trasciende cualquier intento de análisis. De veras, yo no lo entiendo ¿por qué los lugares de esparcimiento están repletos si estamos viviendo una de nuestras peores crisis económicas? Entre tanto, ocupamos una mesa en el bar de moda desde la que podemos ver a la gente moviéndose espasmódicamente bajo el influjo especulativo del miedo, sin saber si quedarse en un sitio, tomar algo, saludar a los amigos o seguir una ruta indefinida con efecto de pinball.
Mario bebe agua mineral mientras voy a la barra por mi tercera Modelo. Cuando regreso a la mesa, vemos entrar a un grupo de chicas en plan desmadre; por sus gritos nos enteramos que vienen del concierto de una banda hardcore. Una de ellas lleva el pelo rojo eléctrico, que hace una semana era rubio oxigenado; con un desparpajo increíble llega a nuestra mesa, esboza una sonrisa borracha y no pide, exige un cigarrillo. A mí me dan ganas de decirle "fuck you" pero Mario, más educado que yo, le extiende el Marlboro y la chica se marcha tan campante como llego sin decir un "gracias".
Suena por las bocinas aquello de "...en la estética llevamos nuestra etiqueta Buru Garbiketa" pero claro, la voz en vasco dificulta que este personal se entere de que va el rollo que pregona Negu Gorriak. Intentamos seguir nuestra charla sobre los artículos del nuevo Topodrilo (realidad virtual, la apertura democrática en nuestro país, el lenguaje marginal) cuando llega otra drunkie a montar una escena peor. La observo en lo que cuenta su historia: veinteañera, obrera en una maquiladora y punk de findesemana; está pasando por su tercera resaca del día e insiste en que el besar a otra persona no significa compromiso alguno mientras que, ladinamente, se toma mi cerveza. "Un trago, chiquito" me dice confianzudamente, le miro los dientes amarillos y despectivamente digo "Tómatela, es tuya"; ella no se hace de rogar, le da otro trago para continuar con su letanía de incoherencias pero yo no estoy de humor para aguantar idiotas, con un "we're leaving" nos despedimos.
Ni siquiera estaba buena la estúpida- le digo a Mario, para después preguntarle si vamos por un café y él, riéndose, me comenta que hace un par de semanas invito a unos amigos al café de la Plaza y le dijeron "¿qué? ese lugar es de maricones". Oh sí, Rubencito y su clica homofóbica.
En el camino nos encontramos a Pepe y a un amigo suyo, que no sé de donde salió, pero que nos invitó a los tacos. Al notar que nos sorprende la cantidad de tacos que se come, el tipo aclara "Cuando tomo esa fregadera me da un hambre bien cabrona".
Pedimos nuestros tacos y estaba atorándoles el diente cuando volteó y veo a un perico mordiéndole el hombro al amigo de Pepe. Le digo "Oye, tienes un perico..". pero no me deja terminar y dice "Ya me lo eche". Los tres se ríen y yo, un poco confundido, insisto: "Tienes un perico en el hombro". En ese instante, lo veo voltear lentamente la cabeza, ver al dichoso pájaro tan cerca de su cara y pegar un grito; con la mano izquierda embarrada de guacamole, golpea al perico que se revuelca como loquito en el piso. La dueña del animal se nos queda viendo muy feo; para nuestra suerte, él paga lo de todos.
Aprovechando sus palancas, entramos a otro bar, lleno a reventar, sin hacer cola, bebo una Tecate y escucho por enésima vez el "in your head, in your head.". La noche -como la crisis- todavía no termina.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)