jueves, 21 de agosto de 2008
MORRISSEY CIERRA LOS OJOS
En tiempo real, recuerda el temblor y lo inusual del trayecto, el quedarse solo después de hacerle el amor a una multitud que imagina que no hay nadie en el mundo como él. Una taza de té, algo tan inglés, sobre la mesilla del último hotel intenta, sin conseguirlo, describir una escena habitual
Hay un faltante de carácter emocional en este estado de situación. Sí, lo sabe: la contabilidad nunca ha sido su fuerte; ahora mismo, sufre al darse cuenta que hay cosas que desconoce y que pervierten la sensación de ser “así”.
Otra gala más, el furor de las primeras filas, la adolescentricidad como imperativo social y su postura de viejoven atractivo y seductor carcomida; hay menos I love you que antaño, más peleas y comentarios maliciosos que intentan penetrar la piel de cocodrilo de un actor en fuga. La fiesta de hoy se convierte en un eslabón perdido entre los hooligans pendencieros y las poses sudorosas imperceptibles en aquellas películas de los 50s que veía en la televisión. Su vida como eterno re-run, un strip-tease emocional que ya, en estos tiempos cínicos, da igual. Él sabe que la sinceridad actual es como el estribillo de una canción pop: un distractor que emociona y confunde.
Confirma que sigue siendo un héroe para exiliados del mainstream, algo que ayuda a romper la anestesia y el control, la punta de lanza para lo que vino detrás. Sí, algo ha cambiado en estos años, el futuro le dio la razón (a medias). Algo preocupado, Morrisey mira a su alrededor, todo lujo y, sin embargo, sigue sintiendo la misma miseria imantada por quemar. Su tan alabada y reconocida ambigüedad intenta sacarlo de quicio. Años marcados por la diferencia entre el traje de diseñador japonés que ahora cuelga en el closet y aquel cardigan roído que llevaba sobre los tejanos deslavados. Un detalle peculiar: permanecen las gladiolas como souvenir de otra época, tan festiva como lejana, entre el destello del fan tradicional y la falsa tranquilidad que viene después de una risa fingida y el enojo por citas mal referenciadas. Apariencias.
No puede respirar, sale al balcón. Esta ciudad, cualquier ciudad, es hermosa vista desde arriba. Es tan difícil sobrevivir la distancia y el gusto refinado que lo trastoca todo. Lo merece, piensa. Ha pasado por tantas cosas: escuelas sin creatividad y una infancia sin más amigos que los libros; tiempos de arrebatos y obsesiones de adolescente tardío; las tardes sabatinas elaborando chart semanales alternativos a los reales y los paseos con chicas raras que lo único que poseían eran weirdreams para compartir; la habilidad de escribir a puntillas una suerte de manual de auto-ayuda que no respeta las leyes no escritas en los suburbios. La debilidad es, para otros, la fortaleza del espíritu.
Si pudiera salir, si quisiera salir. Si tuviera un poco de voluntad ahora que tiene una tarjeta bancaria con el crédito suficiente para pagar la borrachera a todo un contingente de chicos y chicas que asisten a sus conciertos. Pero, por alguna razón que no conviene escarbar, queda la misma patología, el asco social, el temor de que descubran aquello que marca la diferencia y volver a escuchar las burlas y los cotilleos de giallo magazine. A destiempo, las oportunidades caen y revientan.
Intelectualizar cualquier situación, a veces, está de más.
Entra al enorme baño, se desnuda poco a poco. Necesita algo más que agua caliente para mitigar el cansancio, para desconectarse de todo. De reojo, se ve en el espejo. Se detiene un poco en ello. Esto es lo que hay. Desnudo y sin antorchas que defender, reflexiona en el enorme daño que hicieron los Ochenta. La fugacidad de la amistad, el golpe bajo de una traición, el tipo de escarnio público que mermó la auto-estima de Wilde, eso que resquebraja cualquier posibilidad futura de reunión. Entre la inquietante promesa de aquel “Marry me” y el “Fake” resentido hay mucho camino recorrido.
Lo que había se quemó por ambos lados y por en medio. En estos tiempos-crucifijo, el dinero no importa nada y “nunca” se convierte en algo más que una palabra que se dice en un momento de ofuscación, cuando se convierte más en una señal de que uno ya ha perdido ese loving feeling.
Justo antes de meterse a la tina, Morrisey piensa en su barrio, en aquellas noches cuando apagaba las luces antes de que los gatos bailaran el twist habitual y sus maullidos partieran de tajo una tranquilidad de clase obrera; recuerda la mañana colegial siguiente y el double decker bus en pendiente elevada, su vida de chico pobre, opacado y mira-zapatos; su posterior refugio en el envío de cartas-reclamo a los music weeklies y un fanatismo exacerbado por las muñecas de Nueva York. Piensa en por qué nunca escribió un tema como “Holding hands & fall in love again.
Cansado, Morrissey cierra los ojos e intenta soñar con un millón de posibilidades.
domingo, 13 de julio de 2008
Twitter relato
–SEE YOU LATER–
Hay algo que se transforma en decisiones de corto alcance, desmañanado, sin mañas ni dueño. Eso que soltamos sin perder el toque. Sweet emoción. Lo que sigue es evitar esa falsedad que nos obliga a hablar de ciertas cosas en esas reuniones que todo mundo olvida en cuanto las abandona. La espiral de melodramas y citas de buen cuño de las que nadie (re)conoce el origen. Así, medio drunkies, sentimos el spotlight sobre nuestras conciencias.
Decir esto y no aquello, el brindar y no aclarar aquellos pequeños disgustos, el juego hipodérmico de nuestros pecados ligeros. El driblar de experto por confines de la memoria: El chico cobarde de las gafas de pasta; la chica de las bromas gordas. Y ése? el marica que terminó feliz con el mejor puesto en el gobierno.
Las risas acostumbradas, la palmada hipócrita en la espalda, el murmullo sin cuidado que merecen los ausentes. Otro brindis, algunas fotos, muchas poses. Dar un paseíto por la fiesta. Escuchar de aventuras en horas peligrosas, triunfos de cirquero finisecular y derrotas mal explicadas. Muchas diatribas, cotilleo y carrilla.
Náusea. El sentimiento de fuga puesto en primera. Presa de una generación que se come a sí misma. Con la vista fija puesta en la gran puerta. Sin entender el porqué estamos aquí. Tú y yo, juntos, de nuevo. Algo tenemos que hacer, algo tiene que pasar (un referendo, la síntesis, una pelea final).
Ambos, perdidos y desinfectados por la ocasión, terminamos juntos en una pista inexistente. Nuestro baile repasa en cinco minutos toda esa historia a la que nunca pudimos darle un buen final. Los demás desaparecen al instante. Ninguno de los dos le hace justicia a nuestra canción favorita. Ya cansados y un poco hastiados pasamos de todo.
Estamos solos en la zona de desesperados.
Esto está a punto de convertirse en otra cosa. Agonizamos. El vino derramado, los traumas a la vista de todos, la difícil cercanía; lo que nunca nos unió ahora nos separa aún más. Crecer duele, dicen. Sin embargo, superar situaciones así es tan fácil (si uno se aplica, afirman).
Recuerdo tantas cosas: mis planes de verano, los emails sin contestar, la muerte que nos sacudió en aquellos años, el exilio por ese gesto considerado, en ese entonces, tan poco sensible y contrario a lo políticamente incorrecto. Con una ligera sonrisa popsike, sin despedirme de nadie, camino rápidamente hacia la salida. Tú no te decides (again).
C-U later, friends.
domingo, 6 de julio de 2008
twitter relato
Chicos automáticos recorren la ciudad. El ruido los pone a cien. Bailan en las aceras con sus tenis Lemon Vocoder. Ríen eufóricos en Adelt!
Caminan en grupos de cinco o seis. No bajan la mirada cuando los policías se acercan. Vuelven a reír. Su autoestima es una caja de sorpresas.
Sobre la avenida principal, su lugar preferido. Coast to Coast, el mejor juke-box de la city. No necesitan beber, no necesitan nada. Bailan.
Alzan los brazos, hacen el ´Unit´y el ´Microwave´ (pasos aprendidos en la fuga a L.A.) Las chicas FAC se mueve más. Un deleite espídico, sí.
Un crew extraño e inquieto mueve la fiesta. La cabina del DJ está justo en el centro. Atrás, la pequeña barra y sus broches. Relaxin´ night.
El DJ suelta ´Erde 80´ y el Coast to Coast estalla. En China esto causaría grandes problemas, pero aquí es sólo motivo de euforia y sudores.
Con la pista descentralizada desde el siglo pasado, el no-lugar es lo habitual para el baile de hoy. Los chicos automáticos en pleno colocón.
La música es líquida; las emociones, algo que dejo de ser religioso; la neo-noche, un refugio o un artilugio a consumir en miles micro-ritmos. La única posibilidad es bailar como estrategia.
No hay ligue, no es necesario. Con sus tarjetas asignadas, el amor ya no es revolucionario.
Sin embargo, el sonido del metal urbano los desquicia, borra bits de información, violando esa seguridad tan protegida en bleeps de contacto.
Sí, los chicos automáticos se han convertido en un problema social. Lo verá aquí, después de nuestros compromisos comerciales. No le cambie.
jueves, 5 de junio de 2008
del quinto aniversario de Laberinto
LA NOCHE SOY
I.
Articulamos la noche como una fiesta a partir de algo tan sencillo como nuestras ganas de salir, la representación del juego de atracciones opuestas y la mera resistencia a finalizar el día con algo tan conservador como el sueño. A veces buscamos significado a ese devenir gozoso que nos sitúa en las coordenadas de la evasión y la euforia (la fiesta nocturna como resistencia, como primer asomo de actitudes y posturas que más tarde llegarán al mainstream, como un ejercicio ético de sensibilización que conlleva el cuestionamiento de la estructura social y sus dinámicas permisivas/restrictivas). Otras, simplemente nos dejamos llevar por el frenesí o la presión que hacen de este asunto algo tangencial en la vida contemporánea (sí, ese mal entendido “quitar el freno” nihilista que tanto les preocupa a los nuevos puritanos).
En la noche brillamos (casi) todos. No hay dioses, sino caóticas relaciones casi familiares que nos revelan lo incestuoso de su origen. Interactuamos bajo normas no establecidas, seguimos ciertas jerarquías y políticas de la convivencia no siempre (pre)visibles, participamos sin ser, a veces, sujetos activos. Nos enredamos en ella y tratamos de sobrevivir con el menor daño posible. La noche es, entonces, un peligro.
Sin embargo, la noche también es posibilidad (otra vez, las matemáticas no mienten). Dónde algunos sólo ven displicencia y la oferta tentadora del neón de los anuncios luminosos o el embate de los paraísos artificiales, otros vemos algo más que un ejercicio etnográfico o material para escribir esa crónica que nadie leerá. La noche nos llama y, como aquel feligrés de antaño, acudimos sabiendo de antemano que en ella no hay sermones, ni saludos forzados en la mitad de un ritual ya rebasado, ni siquiera el feliz alivio de marcharse con la bendición en el rostro. Transfiguración poética.
II.
Aún en este momento de homogenización disimulada como opciones a la carta para complacer el imperativo individualista o ante la irrupción de la violencia e impunidad y el miedo infundido por los mass-media, elaboramos nuestra vida más allá de los 10 kms mencionados en la última encuesta leída. Tan sólo por eso, salir sigue siendo una experiencia única. La noche abre sus piernas y penetramos en ella. Suave y directo como una estrella porno experimental, haciendo rodeos mientras somos empujados por nuestros instintos más básicos, poniendo pretextos de lo cansado que estamos y de que hoy no tenemos ganas. La noche nos seduce y (casi) siempre caemos ante sus encantos.
¿Por qué vivirla a tope? ¿Por qué dejarse llevar, entrar en su espiral, perderse en ella? La rutina, el trabajo y las fricciones familiares son la excusa perfecta pero no es la nuestra. La noche es, lo subrayamos, algo más que un alegre festejo o una salida de emergencia, el scratch societal que funciona como el panegírico para nuestro estado de bienestar en estos años tan violentos. Sí, la diferencia es sólo la lealtad que no mira al espejo de la incertidumbre.
III.
Nuestra noche puede iniciar ahora mismo o dentro de 23 minutos. No importa, todo llega sin prisa, sin reparos. ¿Un trago que se bebe a solas, el revuelo por entrar a los clubes con pretensiones híper modernas, el cara a cara pendenciero en una atestada cantina del centro histórico de todos y cada uno de nuestros pueblos? Lo que importa es empezar, lo que sigue es el teje-teje de nuestra historia cotidiana.
Soy un corredor de fondo. He visto caer a verdaderos ídolos y figuras de la noche, he atestiguado como el fulgor y la miseria de la city se mezclan en un momento en el que todo concepto de diferencia y distinción, en apariencia, se difumina. Con nosotros, Bourdieu fracasó irremediablemente.
Me gustan lo expansivo y confuso de algunas noches, esas en las que no sabe si uno está malsoñando o vive sin darse cuenta el trip de su vida. Me entusiasman los sitios imposibles de clasificar, la revocación momentánea de los desniveles sociales, las charlas intelectuales atípicas, el desfile de fashion victims que nunca se enteran que esto no es NYC o Mocorito, la gente con cierto retardo feliz o el paseo inmoral que asusta tanto a turistas como a los de casa.
Si el enemigo potencial es el aburrimiento, ante eso soy uno más que gira en la noche y es consumido por el fuego (Debord dixit).
IV.
En mi club ideal, Rodney Bingenheimer & Juan de Pablos ponen la música. Hay buten amigos y chicas delirantes con olor a vodka y licor de mandarina, una terraza con sillones-diván para ver las estrellas, la tecnología disponible para actualizar al momento nuestra red social favorita (estar interconectado es una necesidad, soy parte de una generación que sabe que la fiesta está en cualquier parte y que ésta se mueve.)
Ahí encuentro la fiebre yiyiyi que contaminó la obra de La Lupe, veo en directo las heridas emocionales del Cristo que todos cargamos, pruebo la nueva sensación que capturará nuestro interés los próximos tres meses; bailo crunk desaforado, establezco la conexión con líneas de euforia legales, intento seguir disfrutando la misma libertad que siento al recorrer las calles a las 3 am.
A pesar de la calidez de los estímulos percibidos, sigo atento a la realidad que me rodea: un chasquido prepotente, el sonido de la naifa acercándose peligrosamente al rostro, las voces que celebran un cumpleaños o el aumento conseguido, el pum pum que indica una inevitable pelea. Sé, de antemano, que cuando escriba de ello, todo se mirará mejor: la nostalgia es un arma que embellece nuestros recuerdos.
V.
Si me divierto más es porque vivo/viajo por la noche sin miedo y sin tener una ruta predeterminada (el azar es mi amigo), porque tengo una mejor banda sonora (en mi mente), porque la gente que conozco es interesante (en todos los sentidos). Si otros buscan la noche por su oscuridad y presunta decadencia, prefiero el lado radiante y vitalista como respuesta afirmativa de vida. Mi noche se disloca como aquel verso de Pizarnik. Sí, la noche soy.
jueves, 7 de febrero de 2008
es una derrota
—ES UNA DERROTA—
Try to be the best —es una derrota—
try to be a mess —es una derrota—
tratar de jugar el juego —es una derrota—
the american way of life —es una derrota—
la gran familia mexicana —es una derrota—
el álbum de fotografías familiar —es una derrota—
los cómics de nuestra infancia—es una derrota—
el último cumpleaños —es una derrota—
defender a los amigos ante lo inevitable —es una derrota—
el título y los diplomas —es una derrota—
buscar el reconocimiento —es una derrota—
el nunca obtenerlo —es una derrota—
el deseo —es una derrota—
si te tiras al vicio —es una derrota—
si nunca te equivocas —es una derrota—
la literatura y sus protagonistas —es una derrota—
el cine de culto y sus actores secundarios —es una derrota—
los discos importados—es una derrota—
el amor —es una derrota—
el buscar un significado en ello —es una derrota—
el no encontrarlo —es una derrota—
el pasearse por la zona roja —es una derrota—
la fiesta de hoy —es una derrota—
lo cool —es una derrota—
lo global y lo glocal —es una derrota—
el perder y no saber —es una derrota—
el hecho de intuir que en efecto no ocurre nada —es una derrota—
emprender el viaje —es una derrota—
quedarse inmóvil —es una derrota—
el permanecer en stand-by —es una derrota—
la necesidad de explicar —es una derrota—
el escribir esto —es una derrota—
el que lo leas —es una derrota—
domingo, 20 de enero de 2008
nuevo relato
Nunca antes había tenido una mascota. Sí, lo reconozco: soy demasiado egoísta para ello. A través de los años de irresistible euforia y depresiones profundas apenas he podido aprender a cuidar de mí mismo y a tratar de ser lo más independiente posible. La opción de tener que batallar con alguien más, de alimentarlo y de preocuparme por levantar sus heces no era, digamos, algo que tuviera contemplado. Por otra parte, esa gente que habla de sus mascotas como si fueran sus hijos, que le pone nombre de persona y que insiste en vestirlos como si fueran muñecos con pelo, carne y huesos siempre me ha parecido algo frívola y hasta cierto punto estúpida.
Sin embargo, hay cosas intangibles y algo irracionales que se apoderan de nosotros. Xiufree es una de ellas. La primera vez que lo vi fue en un catálogo de animalitos raros. Pase por la galería virtual como quien recibe una aplicación y decide probar, no tanto por el deseo de adquirir la última novedad sino por matar el tiempo una madrugada cualquiera.
Ahí fue cuando percibí que Xiufree era un sobreviviente del ecocidio cada día más evidente, a brown sushi tecno lecoon, un migrante de la economía post global y el desasosiego que acompaña a la gente que dejó atrás la primera juventud y que encuentra refugio entre las nuevas redes sociales. Alguien como yo.
No fue difícil caer bajo su encantadora figura rolliza, su imaginario andar a tropezones, su sonrisa desafiante y contemporánea, su aire cute y algo japonés. Lo incorporé de inmediato a mi vida on-line como mi fluffy pet. Las ventajas: No tengo que preocuparme si Xiufree arruinará o no mis muebles comprados en Ikea, ni por levantarme temprano ante sonidos de pequeñas molestias o miedos inoportunos; tampoco por sorprenderme a mí mismo tomándole fotos por todos los rincones de la casa y enseñarlas, entre apenado y orgulloso, en la próxima reunión de egresados.
Xiufree ama el bosque y los free gifts que anuncian en las revistas, me confiesa con un leve sonrojo su filia por las teen-angst movies y el german electro pop mientras predice la inminente caída del imperio americano y el orden mundial tal y como lo conocemos. Xiufree se ha convertido en la sombra de mi identidad. O, al menos, eso pienso mientras actualizo su profile.
¿Los detalles? Xiufree sueña con comida gourmet, aunque también le encantan las zanahorias, la madera, el queso francés y la leche con pequeños trozos de fresas. Cuando intuye que estoy aburrido, baila pogo como punkie en días de fiesta y cerveza para que, al ver lo ridículo de su propuesta, sonría otra vez. Sus lugares favoritos son un club en Los Ángeles que cambia de programación cada semana, el puente que cruza la bahía de San Francisco, las calles de la colonia Roma en el DF, la mesa del rincón en el Dandy del Sur. Xiufree es feliz en el hábitat que le regaló Nororu y ahí prepara, en secreto, una tesis acerca de la obra prosística de Alejandra Pizarnik que discutirá posteriormente a través de los foros dedicados a ello.
Al verlo, en la pantalla, comprendo cada día más el placer de sentarnos juntos a criticar y tratar de entender los aspectos más trascendentales de la geopolítica que nos obsesiona, de la pasión compartida por fotografiar cualquier nimiedad y nuestra preocupación por la narco-impunidad que inhibe nuestro libre fluir por la city. En momentos como esos, le doy como premio una galleta mordisqueada o un par de cerezas.
Hace unos días decidí que quiero mandar a imprimir una t-shirt con la imagen de Xiufree. ¿Qué me he vuelto cursi? Dejemos que eso lo decida el personal más trendy en el próximo afterhours.
Xiufree is so cool.
martes, 15 de enero de 2008
relatos
THE NEW FREAK SCENE
Desde la ventana del penthouse observa esa mancha azul que siempre ha estado ahí. Antes le daba paz, ahora asustado ve en ella un revoltijo de paraísos neutros que no sabe si estarán destinados a él. La mancha le recrimina su relativo éxito, el origen judío, su beber intranquilo, su carácter posesivo.
Todo le parece confuso. No sabe si hay que comprender el mensaje o dejar pasar, si eso tiene algo de sentido o viene tan sólo a fustigar los errores cometidos.
Los errores. Malditos errores.
Un acercamiento inoportuno. La mancha es cada vez más cercana, más visible sus detalles, más categórico su enfrentamiento.
Atrás, una carrera que no deja más que dólares en el banco. Un hogar seguro, una bella pareja con la cual practicar ese sexo casi de despedida, un auto con toda la seguridad posible y una cafetera alemana para esos días de lluvia. Le sobreviene una angustia incómoda que no puede ocultarse en poses fetichistas de alcance mínimo. Ese seudo placer culpable que ahoga al animal que lleva dentro.
Un corte de caja en seco. Saldo en rojo, inminente quiebra. Lithium.
Si, tú eres el único culpable (se dice en inglés, para evitar entenderse).
Si, la soledad es espantosa (anota en una libreta que no llega a las cien hojas).
Sí, la felicidad debería ser contagiosa (repite como ejercicio matinal mientras se lava los dientes).
Voltea y ve de reojo el recorte del periódico que anuncia el hallazgo de otra mujer muerta cerca de la carretera. Corre la cortina y cierra los ojos, la mancha desaparece.