LA NOCHE SOY
I.
Articulamos la noche como una fiesta a partir de algo tan sencillo como nuestras ganas de salir, la representación del juego de atracciones opuestas y la mera resistencia a finalizar el día con algo tan conservador como el sueño. A veces buscamos significado a ese devenir gozoso que nos sitúa en las coordenadas de la evasión y la euforia (la fiesta nocturna como resistencia, como primer asomo de actitudes y posturas que más tarde llegarán al mainstream, como un ejercicio ético de sensibilización que conlleva el cuestionamiento de la estructura social y sus dinámicas permisivas/restrictivas). Otras, simplemente nos dejamos llevar por el frenesí o la presión que hacen de este asunto algo tangencial en la vida contemporánea (sí, ese mal entendido “quitar el freno” nihilista que tanto les preocupa a los nuevos puritanos).
En la noche brillamos (casi) todos. No hay dioses, sino caóticas relaciones casi familiares que nos revelan lo incestuoso de su origen. Interactuamos bajo normas no establecidas, seguimos ciertas jerarquías y políticas de la convivencia no siempre (pre)visibles, participamos sin ser, a veces, sujetos activos. Nos enredamos en ella y tratamos de sobrevivir con el menor daño posible. La noche es, entonces, un peligro.
Sin embargo, la noche también es posibilidad (otra vez, las matemáticas no mienten). Dónde algunos sólo ven displicencia y la oferta tentadora del neón de los anuncios luminosos o el embate de los paraísos artificiales, otros vemos algo más que un ejercicio etnográfico o material para escribir esa crónica que nadie leerá. La noche nos llama y, como aquel feligrés de antaño, acudimos sabiendo de antemano que en ella no hay sermones, ni saludos forzados en la mitad de un ritual ya rebasado, ni siquiera el feliz alivio de marcharse con la bendición en el rostro. Transfiguración poética.
II.
Aún en este momento de homogenización disimulada como opciones a la carta para complacer el imperativo individualista o ante la irrupción de la violencia e impunidad y el miedo infundido por los mass-media, elaboramos nuestra vida más allá de los 10 kms mencionados en la última encuesta leída. Tan sólo por eso, salir sigue siendo una experiencia única. La noche abre sus piernas y penetramos en ella. Suave y directo como una estrella porno experimental, haciendo rodeos mientras somos empujados por nuestros instintos más básicos, poniendo pretextos de lo cansado que estamos y de que hoy no tenemos ganas. La noche nos seduce y (casi) siempre caemos ante sus encantos.
¿Por qué vivirla a tope? ¿Por qué dejarse llevar, entrar en su espiral, perderse en ella? La rutina, el trabajo y las fricciones familiares son la excusa perfecta pero no es la nuestra. La noche es, lo subrayamos, algo más que un alegre festejo o una salida de emergencia, el scratch societal que funciona como el panegírico para nuestro estado de bienestar en estos años tan violentos. Sí, la diferencia es sólo la lealtad que no mira al espejo de la incertidumbre.
III.
Nuestra noche puede iniciar ahora mismo o dentro de 23 minutos. No importa, todo llega sin prisa, sin reparos. ¿Un trago que se bebe a solas, el revuelo por entrar a los clubes con pretensiones híper modernas, el cara a cara pendenciero en una atestada cantina del centro histórico de todos y cada uno de nuestros pueblos? Lo que importa es empezar, lo que sigue es el teje-teje de nuestra historia cotidiana.
Soy un corredor de fondo. He visto caer a verdaderos ídolos y figuras de la noche, he atestiguado como el fulgor y la miseria de la city se mezclan en un momento en el que todo concepto de diferencia y distinción, en apariencia, se difumina. Con nosotros, Bourdieu fracasó irremediablemente.
Me gustan lo expansivo y confuso de algunas noches, esas en las que no sabe si uno está malsoñando o vive sin darse cuenta el trip de su vida. Me entusiasman los sitios imposibles de clasificar, la revocación momentánea de los desniveles sociales, las charlas intelectuales atípicas, el desfile de fashion victims que nunca se enteran que esto no es NYC o Mocorito, la gente con cierto retardo feliz o el paseo inmoral que asusta tanto a turistas como a los de casa.
Si el enemigo potencial es el aburrimiento, ante eso soy uno más que gira en la noche y es consumido por el fuego (Debord dixit).
IV.
En mi club ideal, Rodney Bingenheimer & Juan de Pablos ponen la música. Hay buten amigos y chicas delirantes con olor a vodka y licor de mandarina, una terraza con sillones-diván para ver las estrellas, la tecnología disponible para actualizar al momento nuestra red social favorita (estar interconectado es una necesidad, soy parte de una generación que sabe que la fiesta está en cualquier parte y que ésta se mueve.)
Ahí encuentro la fiebre yiyiyi que contaminó la obra de La Lupe, veo en directo las heridas emocionales del Cristo que todos cargamos, pruebo la nueva sensación que capturará nuestro interés los próximos tres meses; bailo crunk desaforado, establezco la conexión con líneas de euforia legales, intento seguir disfrutando la misma libertad que siento al recorrer las calles a las 3 am.
A pesar de la calidez de los estímulos percibidos, sigo atento a la realidad que me rodea: un chasquido prepotente, el sonido de la naifa acercándose peligrosamente al rostro, las voces que celebran un cumpleaños o el aumento conseguido, el pum pum que indica una inevitable pelea. Sé, de antemano, que cuando escriba de ello, todo se mirará mejor: la nostalgia es un arma que embellece nuestros recuerdos.
V.
Si me divierto más es porque vivo/viajo por la noche sin miedo y sin tener una ruta predeterminada (el azar es mi amigo), porque tengo una mejor banda sonora (en mi mente), porque la gente que conozco es interesante (en todos los sentidos). Si otros buscan la noche por su oscuridad y presunta decadencia, prefiero el lado radiante y vitalista como respuesta afirmativa de vida. Mi noche se disloca como aquel verso de Pizarnik. Sí, la noche soy.