lunes, 30 de abril de 2007

Big In Japan

Al verlo hacer un Kennedy de ínfima categoría –desnudo, tan sólo con una t-shirt blanca de Armani y los calcetines puestos-, Kinietta sonríe. Aún bajo ese aspecto tremendamente ridículo, hay algo atractivo en él. Sin querer, repara en esa erección de medio pelo y lo desigual de sus calcetines. Uno rojo y otro azul, a rayas. Para no soltar la carcajada, voltea hacia otro lado y ve en la silla, acomodada como en una foto de trendy magazine, la chaqueta azul. Kinietta no puede evitar distraerse al mirar un pequeño pin dorado colocado en la parte superior izquierda de la solapa que simboliza, por lo menos, cinco años de servicios y al instante recuerda haber leído algo en el periódico sobre una gran convención en la ciudad.
Él murmulla un "Apaga la luz, que el tiempo va de prisa", mientras se aproxima a la cama. Kinietta vuelve a sonreír al pensar que aquello fue casi una línea de esa balada ochentera omnipresente en todas y cada una de las recopilaciones musicales que hace su hermana mayor. Cierto, no tiene el tiempo del mundo para soñar en una habitación sin sorpresas, con la decoración típica de los noventa tardíos, llena de detalles neutros y colores pálidos que reflejan un lujo difícil de aspirar, tanto que casi le dan ganas de llorar pero, mejor opción, se tira a la cama.
Una débil luz roja se enciende. Él siempre ha sostenido ante quien quiera escucharlo que el sexo es acrobacia, un continuo empujar, subir y bajar; tan fácil y peligroso como el transitar por una avenida sin semáforos, llena de cámaras ocultas capaces de registrar cualquier acción ilícita; una demostración de fe y sapiencia que resiste cualquier debate ideológico. Ahí están los dos, frente a frente. Él se muestra inquieto por un récord maltrecho e intuye que es necesario pasar rápido la etapa de hugs & kisses al abandono de los instintos porque sabe el efecto de media pastilla no dura tanto y no quiere que se frustre la posibilidad de contar esa anécdota de wild sex a los amigos en la borrachera del próximo weekend.
Kinietta se deja llevar con el furor propio de sus BF´s en temporada de rebajas. Se relaja pensando, cosas de la fantasía, en licuados chinos; en aquel guitarrista de toque primitivo de los Pantano Boas; en que «esto» podría ser un segmento de "This american life", su radio show favorito; en la empatía sugerida por la profesora de Mercadotecnia que nunca usa gota alguna de maquillaje; en una felicitud que le viene, vaya bendición divina, a borbotones. Él piensa en el marido engañado y esboza una pequeña sonrisa al decir de modo casi imperceptible: "Mr Dutronc, me estoy cogiendo a tu esposa en un puto hotel de cuatro estrellas, ¿qué te parece eso, cabrón?". Lo que sea es suficiente como giro dramático para reforzar la historia cuando los protagonistas no son tan carismáticos.
Sin embargo, los amantes no están solos. Si Kinietta y él se quedaran callados podrían escuchar algunas risas vecinas, el crujir de la madera, suspiros de mujer. Las paredes son tan delgadas que nulifican cualquier sensación de intimidad. Todo en el ambiente deviene en movimientos rápidos y nerviosos, en sentir el vértigo y esquivar el remordimiento. Una fuerza viva, rota, que se atora en cualquier sitio para no saltar por la ventana. Algo tan familiar y convencional como la realidad de una pareja de extraños que no dan la talla y se atascan en las puertas del metro ante la mediocridad de lo cotidiano.
Él se miente a sí mismo. Kinietta no es la señora Dutronc, tan sólo una distracción momentánea para turistas y agentes de ventas en reacomodo organizacional. Mientras se coge a Kinietta, recuerda las noches eternas en las que el cuerpo le reclama alguien a su lado. Su obsesión por Jesu Dutronc –un joven político en alza y antiguo amante- no conoce límite. Su siconalista dice que debe dejar de pensar en él, que es un ciclo que ya debería cerrar, algo del pasado que le hace daño en este momento, que trate de recuperar el placer y asumir su nueva posición como ejecutivo junior en una franquicia de gran proyección internacional. Vuelve a lo suyo, reconoce que Kinietta es algo delirante para llevarse a casa, un filetito prime choice que se goza mejor a destajo, una chica negra para comerse hasta decir adiós y huir, un mete-saca de consuelo que para muchos otros sería como pegarle al premio mayor.
Concentradísima en su faena de doscientos dólares la noche, Kinietta se mueve con destreza callejera, se coloca justo al borde y al driblar, gruñe y suda como una idiota a la que el verano ha alcanzado con diez libras arriba de su peso ideal. Con sus grandes pechos, le hace una rusa perfecta; luego, Kinietta realiza el acto de la sirena con tal delicadeza que le haría ganar el título de reina absoluta en cualquier concurso que se precie y muestra diligente su profundidad más calamar ante un público minoritario. Una vez más, a pesar de los desniveles técnicos y los vaivenes metafísicos, Kinietta y él lo logran: estallan al unísono.
El último acercamiento es casi clínico y eso hace acabar al señor Yoshikawa. Tras unos segundos en los que casi se le va el aliento, aprieta la cabeza de su pequeño miembro mientras lo menea de izquierda a derecha para extraer la última gota de semen. Ya recuperado, toma el control remoto y apaga el DVD, apurado entra a ducharse. Llegar tarde al trabajo, lo sabe, nunca será una opción.

miércoles, 4 de abril de 2007

review: buten smileys

La Tijuana di Rafa Saavedra.

L’autore di Buten smileys è forse lo scrittore più capace, fra quelli che abbiamo considerato finora, di dare una visione complessiva, multiforme e non di nicchia di Tijuana. Dai racconti di Saavedra viene fuori infatti una disamina che non vuole essere descrittiva, ma che riflette le opinioni, anche forti (“periodistas extranjeros persiguiendo una leyenda negra que sólo existe actualmente en su culo negro” ), su un ambiente che deriva la sua complessità dal duplice status di grande città e di luogo di frontiera tra due culture.
La lingua usata dall’autore merita una nota. Lo spagnolo di Saavedra è infatti contaminato, se così possiamo dire, dall’inglese. Non si tratta però di un miscuglio come lo spanglish; Saavedra conosce entrambe le lingue bene e non ne permette l’ibridazione. In compenso, questo linguaggio è capace di cogliere al meglio alcune realtà, come lo scrittore ha dimostrato in Where’s the donkey show, Mr. Mariachi?.
Saavedra, rispetto ad altri scrittori, conosce bene anche la realtà nordamericana, e questo fa sì che il suo sguardo dia un peso minore all’incontro-scontro con gli Stati Uniti. L’opposizione binaria tra le due culture è sorpassata dall’autore, che si muove a suo agio in entrambe, e che si mostra buon conoscitore anche di realtà altre, non ultima quella europea. Non ci sorprende infatti che la Tijuana del 2020 risuoni anche di voci tedesche, italiane, francesi, oltre che spagnole e inglesi.
La Tijuana di Saavedra ci si presenta infine frammentata, divisa al suo interno, percorsa da una infinità di barriere, tra le quali quella internazionale è una delle tante. Al contrario di Crosthwaite, Saavedra paradossalmente sembra sentire sulla sua pelle, molto più importanti, le divisioni tra classi sociali che tra nazioni. La Tijuana che vive è una realtà amata, ma mostrata nelle sue ferite aperte, non idealizzata. Anche da essa, l’autore, può solo mandare postcard di odio e ozio.

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* Tomado de LA REVOLUCIÓN Y LAS DEMÁS CALLES: CINQUE NARRATORI CONTEMPORANEI DI TIJUANA (TESI DI LAUREA IN LINGUE E LETTERATURE ISPANO-AMERICANE PRESENTATA DA DAVIDE MATTEI).

martes, 3 de abril de 2007

reviews: lejos del noise 03

Lejos del noise: manual de procedimientos
Gabriel Trujillo Muñoz

1.- Enfocar el yo, desenfocarlo, imprimir.
2.- Todo es noise, pero cada quien lo filtra a su manera. En el caso de Rafa Saavedra, es un “incendio de luces en una bodega sin salida”. La prosa retumba sobre la “puta realidad periférica” y es una prosa que no confía ni en sí misma porque carece de toda certidumbre para tomar partido, para delinear una verdad reconocible. Los que están inmersos en el ruido, la disfrutan. Los que están afuera de esa realidad, se quejan del escándalo. El escritor-dee-jay sólo hace su trabajo: hilvanar sonidos, traslapar ritmos, dar su toque de indiferencia al mundo que gira una y otra vez.
3.- Sólo la hibridez tiene algo que decir, sólo la impureza magnifica los sentidos. El lenguaje se mueve llenando el vacío, los vacíos. Esa gran pantalla en estática donde los mensajes de Saavedra van del pánico al éxtasis, de lo minimalista a lo barroco-pop. El inglés como frases revelatorias, como contragolpes: “Gerardo abandonó la city pensando que eso lo haría mejor; Diana regresó sin hope sintiéndose peor... todos mis amigos se preguntan: ¿Qué hacemos aquí? ¿Cuál es el sentido de todo esto?”.
4.- Y aquí llega la duda trascendentalista del hueco fin de semana a la J.D. Salinger, a la Douglas Coupland: “nuestra muerta juventud”, los días dorados. Saavedra es nuestro Great Gatsby: un soñador de una época dorada que se esfumó hace 15 segundos. Su alter-ego y su propio ego se sumergían en un “idiot savant que ve pasar los días sabiendo que todo es (ir) real y que da igual. Atrapados en una especie de confinamiento dócil y aburrido, pendido ante el close up de papel tradicional. Sedados, esperando que alguien comparta la caída”.
5.- Lejos del noise es un disco de doce pulgadas para oír de noche, una experiencia que se reduce a dos conceptos: confusión y fragmentación.
6.- Si Baudelaire estableció del dandi como figura clásica del paisaje urbano, Saavedra apuesta por el escritor como un dealer para el que la escritura es la droga del momento. Una miseria compartida. Un producto a vender.
7.- Ciertas frases, ciertos fraseos. La prosa de Rafa también tiene sus inconscientes repeticiones: What a fuck. Antything. Wathever. Another Round of beers. Pelea o finge. The living end. La química del alucine. Soy inocente I know. What a stupid life. Confío buten en mí. ¿ok?
8.- La ciudad es una carga, un escaparate, una transfiguración. La visión de Rafa Saavedra es la de un videoasta: paneos y acercamientos, corte de edición y flashbacks. “Una banda sonora para un pésimo film juvenil”. Prosa inquieta, que no para de moverse. Imágenes abigarradas. Conceptos-misiles. Primeros planos. Siempre primeros planos.
9.-Rafa, el poeta, a veces toma el mando y se apodera de su prosa:
“Sin una canción, el día no termina”./
Sin speed, el camino no tiene fin ni filosofía. /
todo se desploma, se dispersa, se difumina./
No importa lo que se diga o se practique./
Ocurre.
“Y lejos del noise practica exactamente eso: lo que ocurre en un momento, lo que sucede en un instante: “una luz que ilumina la inútil apuesta de un cerdo cerca del matadero. Una luz y ya”. 10.- Lo extremo, lo bizarro lo marginal en gustos y en sustos. Pero sin cortarte las venas, sin dejarte ir del todo. Prosa de voyeur obsesivo. Mundo sin convicciones ni creencias, donde el autor recorre “las calles con la ligera sospecha de que algo sucede bajo esa superficie de normalidad.” En deriva, sin anclajes. Flujo y trivialidad. Break up y diversión.
11.- Prosa adictiva que puedes leer sin continuación, sin sincronía, donde el “alegre pesimismo” es testigo de la realidad que se desvanece, dejando en su lugar un “malestar difuso”, unas “respuestas evasivas a una pregunta cerrada”.
12.- Lejos del noise es el tercer libro de textos (cóctel de relatos-ensayos-crónicas-bitácora-snapshots) de Rafa Saavedra. Un escritor que tiene el valor de afirmar lo que otros autores de su misma generación no admiten (desde Heriberto Yépez hasta Laura Jáuregui, desde Regina Swain hasta Jorge Ortega): “que ya sabemos que de lo que pasa no tenemos ni puta idea”. Valor de aceptarlo y lucidez reveladora frente a su propia generación literaria que todavía cree en prestigios, jerarquías y ganancias. Rafa, en cambio, sólo juega desde la indiferencia, desde la levedad, desde la melancolía cool.
13.- Y al final sólo queda una cuestión básica en la escritura de Saavedra, una interrogante rabiosa: ¿Cómo hacer para ser feliz? Mi respuesta es obvia: leyendo las ficciones ajenas, las sinceridades tribales, las frivolidades intrusas de Lejos del noise (Moho, 2002).
14.- Y, después de todo, hay esperanza, porque Rafa Saavedra ha reunido en su obra “old stories, sustancias nuevas, beat crazy, arte y vida perdiendo la cordura. La música era lo de menos, las intenciones, el rozar a los cuerpos, el poder de jugar ese game, la posibilidad de anotar”.
15.- Entre el “no hay nada por hacer” de Samuel Beckett y el “yo rara vez me pierdo de vista a mí mismo” de Paul Valery, Rafa Saavedra escribe su ruido, ensordece su prosa, sigue su camino: un pasito para adelante y otro pasito para atrás. Quizás ese es el peligro mayor: los temas repetidos, la idéntica perspectiva, el fraseo similar de una prosa que ya no da para más, que ya no aporta novedades al leerse. La fórmula de Saavedra denota un peligroso agotamiento estilístico, comienza a convertirse en una parodia de sí misma, en un engolosinamiento que deja imperturbable a su autor pero que cansa a muchos de sus lectores que le han seguido la pista desde sus Postcards, en 1995. La evolución escritural ha dado paso al pastiche. La gracia empieza a perderse. Los chistes y situaciones descritas no alcanzan a tornarse en una visión real, en una realidad autónoma, independiente de su creador.
16.- Al final sólo queda un escritor que ha hecho su propio camino hasta convertirlo en un callejón sin salida, en una tour para voyeuristas. Epica del aburrimiento como una forma de existencia comunitaria, de comuna donde el ego flota en libertad, ajeno a todos los aplausos y a todas las críticas. Utopía de la anestesia y la ataraxia.


texto aparecido en Bitácora y aquí

domingo, 1 de abril de 2007

reviews: lejos del noise

Presentación de Lejos del noise,
Libro de relatos de Rafa Saavedra (Moho Editores, 2003).

Texto leído en:
* Parroquia de Santa Clara, Colonia de Maipú, Chile. Mayo 29.
* Galería Adolph Gottlieb, Estocolmo, Suecia. Junio 2.
* Centro Cultural, Tijuana, México. Junio 12.

Es cosa de volteretas. He contado, hasta el día de ayer, ventiséis reseñas de Lejos del noise publicadas en Internet, además de por lo menos cien comentarios, aproximaciones, escupitajos y urras de todos colores. Desde la malsoñada fan que pregunta al autor “¿Por qué permites que una editorial afee tanto tu trabajo?”, hasta el lector incondicional de América del Sur que se ofrece para traducirlo a cuatro idiomas —aunque sabemos que Lejos del noise está escrito en cuatro idiomas— y compara al narrador de “Got. No. Time” con los himnos breves pero musculosos de Fugazi y Minor Threat.
El tercer libro de Rafa también llamó la atención a un grupo de médicos de Nuevo León que aprovechó los recesos del XVI Congreso Nacional de Hospitales y Clínicas contra la Osteoporosis para comentar Lejos del noise, bajo seudónimos hechos con ampoyeta y gasa, como era de esperarse. Black Diafragma alega que el relato “The problem with us” es un chantaje a las autoridades a raíz de la línea “¿Cómo retomar el timón de una vida so fucked up?”
Último Bisturí opina que Rafa escribió su libro en un procesador de palabras con alto nivel de triglicéridos, y asegura haber sufrido tal estremecimiento en la lectura que envió sus condolencias a Moho Editores y mantuvo a su familia en cuarentena. El úlitmo de los doctores, Mitocondria, que escribe con el tono grisáceo de los jubilados, habló desde el naturalismo y no dudo en clasificar a Rafa Saavedra como miembro de una especie en extinción.
Y aquí detuve la búsqueda. Qué cosa más light. Lo que sabemos de la extinción de las especies ha sido suavizado hasta el melodrama. Por un lado tenemos al eslabón perdido, que por décadas confundimos con el Sasquatch que luchaba contra Lee Majors, un salvaje de peluche comportándose como niño chiquito, y hoy se nos dice, por el contrario, que el eslabón perdido era una horda con tortícolis que fue abriéndose paso por las costas europeas mediante genocidios, mutilaciones y limpiezas étnicas que hacen ver Servia-Herzegovina como un clip del Discovery Kids. Mientras tanto el panda gigante, acosado por la piedad institucional de los civilizados, es indiferente al esfuerzo de tantos zoólogos que se queman las pestañas buscándole el punto G mientras el buen oso, que ve pasar los años mascando bambú con tal pachorra, no tiene ganas de reproducirse.
Envié al doctor Mitocondria un mail con estos argumentos, obviamente sin respuesta. La vara de los principios narrativos ve con malos ojos la escritura de Rafa, a pesar del feeling intoxicante y radioactivo que se contagia. Si tomamos como ciencia exacta la obra de escritores formados y formadores como Daniel Sada o Luis Humberto Crosthwaite, lo de Rafa es pura especulación. Una especulación que deja respirando las páginas de cada uno de sus libros y que lo mantiene fiel a tres o cuatro certezas de vida que no conozco, pero que intuyo aproximadamente.
Por hablar de calificación, doy a Lejos del noise un 7 en frescura, un 6 en ósmosis inversa, un 8 en siniestralidad y un 9 en la prueba del Carbono 14, la más ruda, que va en relación a su fecha de caducidad, que no se ve muy próxima. Es un libro irregular, pero esto es lo de menos. Lejos del noise reafirma el deseo de ver un volumen antológico con los mejores textos de Rafa, entre los cuales estarán sin duda “Ultrapop”, “Rollercoaster”, “Got. No. Time” y “Pánico en Iketa”, además de anteriores como “@” y “Vómito en el freeway”. Será una bomba.
Y luego esta lo otro. La definición del género, que implica una discusión aburridísima y fuera de caso, y el rol generacional, sea que se tome en serio o no a Rafa como micrófono ambulante de los afectos colectivos. “Rollercoaster” es de una integridad apabullante, no sé qué tan conciente, de una generación fiestera pero desangelada por la que el narrador siente una cariñosa antipatía y cuyo soundtrack natural es obra de los Happy Mondays. Con una advertencia: estoy seguro que Rafa no busca suscribirse en una generación determinada, pero esa tendencia genial a mixear imágenes, siempre en plural de primera persona, hace de cada texto un manifiesto. Mitad credo, mitad fobia, mitad ganas de seguir bailando.
Sólo en “Rollercoaster” hay 93 referencias al No. Entre caídas, arrepentimientos, soledades, retornos, retadrdos, sombras, negativas, contraórdenes, cegueras y arrebatos. Rafa, cuál es la frecuencia. No estás poniendo atención: no estoy aquí. No estás poniendo atención: esto no está sucediendo. No estás poniendo atención: mátame Sara. Rafa, cuál es el método. Uno muy divertido y fértil es que no te consideras escritor sino una especie de impostor mediático con el cerebro en shuffle.
A la literatura se le quiere, pero puede ir a chingar a su madre. Alguien pide a Rafa su colaboración para equis revista cultural, de sociales o fanzine de pasillo, y él despacha en minutos como se despachan tacos (él mismo lo define así). Todo nace con un detonador, que suele ser una pregunta:
a) Y tú qué prefieres, ¿una pluma húmeda o una lengua líquida?
b) ¿Qué harías con un metro cuadrado de velcro?
c) ¿Cuál es tu serial-killer favorito?
d) ¿Cómo metes dos hipócritas en un gabinete chino?
La respuesta se concatena bien o mal, pero llega después de un recorrido a toda velocidad, un zig-zag que te invita a bajar en la primera estación o a sostenerte con fuerza para esos espirales y esos loops. En el mejor de los casos. Porque en vez del paseo, puede venir una confrontación acerca de tu posición ante la vida, la fiesa y la ciudad, sus tres grandes carabelas.
La escritura de Rafa Saavedra fija los parámetros de latitud y longitud para muchos que estamos ahí, como satélites. Puede que sus textos estén (cómo decirlo) subproducidos, con ruido intencional pero también ruido que debilita y confunde, pero al escribir Rafa dirige su lámpara alrededor y entonces ve a los demás, en uno u otro cuadrante, mirándolo de reojo como referencia, y en algunos casos, como verdadero eje. Rafa es el Ecuador. Si deja de escribir, nos descoloca a todos.
Como sucede a Rafa con “Hearth of glass” de Blondie, Lejos del noise me hace sentir feliz. Aunque al llegar al final del libro haya olvidado la mitad de las imágenes y una hora después el 90%. Aunque de 16 relatos sólo 2 sean inmortales, 2 sustanciosos, 3 interesantes, 3 mejorables y 6 en la semana yo te marco. Pero aún en los relatos más débiles como “You can´t win” y “Fade in, Fade out”, hay una línea que inquieta.
Porque hay mucho de actitud en esto. Un buen cuento debe lograr ser leído y un mal cuento debe ser vigorosamente malo. A Rafa no le importa demasiado si Lejos del noise gustó, pero le emociona ver cómo reunió a esta gente. Lo cual es importante para él aunque no mucho más que un abrazo, una postal llegada de la Antártida o una pieza de pan dulce del AM/PM a las 3:40 de la madrugada, cosa tan común.


*Mr Phuy (aka Javier Fernandez Acevez)
posteado en: http://mr_phuy.blogspot.com/2003_06_01_mr_phuy_archive.html junio 2003